Imagen Jonathan Majburd
Hace pocos días fue publicada la investigación de Salo Aizenberg, de la organización Honest Reporting, la cual muestra que el ministerio de salud de Gaza, controlado por Hamas, ha borrado silenciosamente miles de nombres de sus propias listas de bajas, clasificadas como muertes previamente “identificadas”; pero, se esfumaron de la lista que los contabilizaba como víctimas.
El ministerio de salud de Gaza, cuyo título pareciera representar a una organización seria y respetable, es manejado por Hamas, de acuerdo a los intereses de un grupo terrorista, yihadista y genocida, cuyos informes no deberían tener credibilidad, pero con demasiada frecuencia han sido citados por la ONU, sus agencias, organizaciones que se dicen defensoras de derechos humanos y por las grandes empresas de noticias a nivel internacional.
Para estar más claros, Hamas engañó a quienes quisieron dejarse engañar. De esta manera, entre los presidentes de América Latina elegidos en democracia y que torpemente han repetido las narrativas terroristas para favorecer su postura política, la de la extrema izquierda, tenemos a Luiz Inácio “Lula” da Silva, quien hace un año, el 4 de abril de 2024, en una conferencia gubernamental sobre los derechos de los niños y adolescentes en Brasilia, hizo el ridículo al afirmar que “12,3 millones de niños murieron en Gaza y en Israel a causa de la guerra”. Lula habló sin percatarse que la población conjunta de Israel y Gaza en 2023 rondaba los 11 millones de personas; la población total de Gaza es de algo más de 2 millones. La cifra citada por Lula es cientos de veces mayor que el número de muertes que Hamas divulgó. Por supuesto, este endiosado Lula fue incapaz de corregir su error y disculparse. Un par de meses antes, esa falta de objetividad, lo llevó a traspasar los límites de una simple crítica a Israel y emitir una comparación absolutamente antisemita, cuando estableció un paralelismo de la guerra de Israel contra Hamas con el Holocausto.
También Gabriel Boric se dejó llevar por sus pasiones personales y a través de su cuenta en la red social X, recientemente acusó: “el gobierno de Israel reafirma su vocación criminal y de destrucción del pueblo palestino violando unilateralmente el alto al fuego y asesinando niños y mujeres en Gaza. Chacales que el chacal rechazaría…”. Resulta obvio que las declaraciones de Boric, tal como lo señaló la comunidad judía de Chile, revelan un desconocimiento del conflicto y una visión sesgada que pretende lavar la responsabilidad de Hamas tanto en el comienzo de la guerra como en los constantes fracasos de las negociaciones. La distorsionada visión particular de Boric demuestra un doble rasero, un flagrante antisemitismo con el que juzga a Israel.
Desde el nefasto 7 de octubre de 2023, Gustavo Petro viene utilizando la red X para acusar a Israel de una cantidad de patrañas. Por ejemplo: atribuyó a Israel el uso de fósforo blanco cuando Israel no lo tiene; tontamente aplaudió el beso de uno de los secuestrados a su captor de Hamas, sin pensar en la amenaza del terrorista; demoniza a Israel, acusándolo de bombardear a niños palestinos; hasta en el caso de un colombiano aún en Gaza, secuestrado por Hamas, cuenta un imaginario embrollo.
Mucho más allá de la antipatía de Petro hacia el Estado de Israel, el presidente colombiano ha mostrado su antisemitismo duro y directo al nombrar a un falso rabino de una corriente inventada como director de la oficina de libertad de cultos adscrita al Ministerio del Interior. Nos referimos Richard Gamboa, quien presentó un certificado de rabino de una página web que a cualquiera se lo venden por $150. Este personajillo apoya la narrativa de Hamas, tiene amistad con el embajador de la República Islámica de Irán y, pese a restregar su título de juguete, en las entrevistas que ha dado a los medios, se le ha desenmascarado su nulo conocimiento acerca de la religión judía.
Estos tres presidentes latinoamericanos, al igual que el trabalenguas “Tres tristes tigres, tragaban trigo en un trigal”, se han servido de malabarismos retóricos para dar rienda suelta a un evidentísimo y muy virulento antisemitismo, totalmente injusto, contradictorio e incorrecto con la majestad del cargo y con la responsabilidad que conlleva ser presidente de un país en el que impera el sistema democrático.
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