El abandono y la vegetación han provocado profundos daños en el cementerio, ocho décadas después de la Shoá (Foto: JTA)
En el centro de la capital polaca, un muro de ladrillo separa el bullicio del tráfico de la calle Okopowa de un tranquilo lugar lleno de tumbas. Se trata del principal cementerio judío de Varsovia, uno de los más grandes de Europa: se trata de un extenso bosque de 33 hectáreas, lugar de descanso final de unos 200.000 judíos.
Desde 1806, este cementerio ha albergado a generaciones de figuras culturales, rabinos y activistas políticos, desde los escritores S. An-ski e I.L. Peretz hasta Ludwig Zamenhof, creador del esperanto, y Mark Edelman, el último líder sobreviviente del levantamiento del Gueto de Varsovia.
Algunas lápidas se yerguen altas e impecables. Pero más adentro del cementerio, entre una maraña de arces, abedules y acacias, se inclinan cada vez más bajo el peso del tiempo y el abandono. Sus inscripciones se han desvanecido y sucumbido a la hiedra, dejando miles de lápidas sin nombre en medio de la espesura. Se estima que 50.000 judíos que yacen allí no tienen lápida alguna: fueron asesinados por hambre, enfermedades o ejecuciones bajo el régimen nazi, y arrojados en dos profundas fosas comunes.
Por varias décadas después de la Segunda Guerra Mundial, un largo silencio envolvió la historia judía de Polonia y las atrocidades cometidas allí. Nueve de cada diez judíos polacos fueron asesinados, muchos sobrevivientes abandonaron el país, y los que se quedaron a menudo ocultaron su judaísmo cuando estaba bajo el control de la Unión Soviética.
Se estima que 50.000 judíos que yacen allí no tienen lápida alguna: fueron asesinados por hambre, enfermedades o ejecuciones bajo el régimen nazi, y arrojados en dos profundas fosas comunes
Con las cadenas familiares rotas y pocos para recordar a los muertos, el cementerio se convirtió en un bosque; en un lugar que no tenía árboles antes de la guerra crecieron cerca de 8000, mientras que las hojas caídas se trasformaron en nuevas capas de tierra y sepultaron aún más a los muertos. Pero durante los últimos años, una nueva forma de vida ha llegado al cementerio: jóvenes de pie entre las lápidas, charlando, riendo y excavando con palas.
Es una imagen extraña en un cementerio judío, donde las leyes religiosas dictaminan que los muertos deben permanecer inalterados a perpetuidad. Estos recién llegados son estudiantes de arqueología de la Universidad de Varsovia, quienes convencieron a las autoridades judías de Polonia para que les permitieran trabajar en la restauración del cementerio previo a la guerra, bajo la tierra y escombros amontonados en los caminos inexplorados que llevan a las tumbas judías.
Estudiantes de arqueología de la Universidad de Varsovia trabajando en el cementerio
(Foto: JTA)
Todo comenzó en 2020, cuando los estudiantes se dieron cuenta de que las restricciones por el Covid-19 estaban obligando a cerrar los yacimientos arqueológicos por todo el mundo. Preocupados por completar las excavaciones necesarias para graduarse, preguntaron si podían trabajar en su propia ciudad, en el cementerio de la calle Okopowa. Pronto se reunieron con la Comisión Rabínica de Cementerios, que protege los camposantos judíos en Polonia. Witold Wrzosinski, director del cementerio y miembro de la pequeña comunidad judía de Varsovia, estuvo presente en estas negociaciones.
«Los rabinos obviamente les dijeron: ‘Váyanse, están locos; es una idea estúpida excavar en un cementerio judío’», cuenta Wrzosinski. «Pero insistieron». Los estudiantes querían demostrar que podían excavar sin infringir la ley judía. Así que investigaron, recurriendo a los rabinos una y otra vez para demostrar que sus trabajos no alterarían el suelo original.
Los rabinos desconfiaban, dice Wrzosinski. ¿Cómo se podía confiar en que los estudiantes diferenciarían entre tierra vieja y tierra nueva? Pero finalmente les permitieron hacer una prueba en una pequeña parcela del cementerio, supervisada de cerca por Aleksander Schwarz, de la Comisión Rabínica.
«Los rabinos obviamente les dijeron: ‘Váyanse, están locos; es una idea estúpida excavar en un cementerio judío’», cuenta Wrzosinski. «Pero insistieron». Los estudiantes querían demostrar que podían excavar sin infringir la ley judía. Así que investigaron, recurriendo a los rabinos una y otra vez para demostrar que sus trabajos no alterarían el suelo original
Schwarz tenía gran credibilidad entre los líderes judíos de Polonia. Especialista en cementerios judíos y derecho funerario, ha trabajado en la Comisión durante 25 años, principalmente supervisando la búsqueda de tumbas sin identificar en campos de exterminio como Sobibor y Belzec. El rabino jefe polaco, Michael Schudrich, envió a Schwarz a vivir durante varios días en esos campos, supervisando a los arqueólogos mientras trazaban los límites históricos de los lugares de enterramiento, asegurándose de que cumplieran con las normas religiosas.
Antes del proyecto en la calle Okopowa, Schwarz nunca había enseñado a arqueólogos a trabajar en un cementerio judío. Pero accedió. Durante los últimos cuatro años, con financiamiento de la Fundación para el Patrimonio Cultural de Polonia, ha formado a arqueólogos experimentados y a un grupo rotativo de unos 30 estudiantes. Todos tienen que asistir a sus conferencias y aprender a excavar bajo su supervisión, explica Schwarz, quien se define a sí mismo como «una persona muy exigente».
Él modera el afán de excavar a profundidad típico del arqueólogo. En cambio, les enseña a interpretar el suelo, una práctica que requiere cuidado e imaginación. El nivel histórico del cementerio se encuentra a solo 20 o 30 centímetros por debajo de la superficie. Los estudiantes nunca deben perturbar una tumba, y si encuentran restos humanos deben bloquear rápidamente el área y dejar su descubrimiento intacto. Un solo error podría llevar a Schwarz a cancelar el proyecto.
«Los hemos entrenado para que no recojan huesos», dice. «Trabajan un poco como técnicos forenses. Si encuentran algo muy superficial, un hueso o un fragmento de hueso, entonces me llaman, o ya estoy allí, y la comisión toma una decisión».
Las lápidas restauradas en el antiguo cementerio vuelven a mostrar con claridad sus inscripciones
(Foto: JTA)
Los estudiantes se sintieron estimulados por una victoria temprana: descubrieron un camino empedrado del nivel original del cementerio. Hasta donde sabe Wrzosinski, nadie en Varsovia recordaba la existencia de ese camino. Ahora vuelve a ser un lugar común, cerca de la entrada, que guía con delicadeza a los visitantes entre las tumbas.
Poco a poco, se permitió a los estudiantes trabajar en más y más secciones del cementerio. Encontraron lápidas caídas y enterradas, junto con los nombres de las personas. Algunos de estos registros no existían en ningún lugar, ya que los nazis destruyeron el archivo del cementerio junto con numerosos certificados judíos de nacimientos, matrimonios y defunciones.
Algunos descubrimientos siguen siendo un misterio. Las lápidas del siglo XIX que resultaron estar medio enterradas albergaban sorpresas bajo la superficie, como esculturas de ardillas y dragones que hasta ahora resultaban desconocidas en las tumbas judías polacas, según Wrzosinski. Los rabinos aún están interpretando si tenían algún significado simbólico.
También han hallado restos de la guerra, como balas y proyectiles, agujeros de disparos en las lápidas y una pistola del Levantamiento de Varsovia de 1944, típica de la resistencia polaca. Un día de julio de 2020, los estudiantes descubrieron un mortero alemán sin detonar a solo siete centímetros de profundidad. La policía evacuó el cementerio y un escuadrón antibombas lo retiró rápidamente sin causar daños.
Las lápidas del siglo XIX que resultaron estar medio enterradas albergaban sorpresas bajo la superficie, como esculturas de ardillas y dragones que hasta ahora resultaban desconocidas en las tumbas judías polacas. Los rabinos aún están interpretando si tenían algún significado simbólico
Kacper Konofał, estudiante de arqueología de 23 años que trabaja en el cementerio, está escribiendo su tesis de licenciatura sobre una colección descubierta de vasijas de vidrio, probablemente utilizadas para el lavado ritual de los cuerpos. Para Konofał, el proyecto le ha abierto el acceso a un mundo que solo existía en vagas historias de su niñez. Su bisabuela solía hablar de su amiga de la infancia, que era judía, y de su padre, que llevó judíos a Sobibor en su carreta por orden alemana.
«Cuando llegué allí el primer día, fue algo extraordinario: un mundo tranquilo, silencioso, casi mágico tras la muralla en el centro de una enorme ciudad», dice Konofał.
Wrzosinski también descubrió este mundo siendo estudiante, mucho antes de convertirse en director del cementerio. Criado como judío laico en Varsovia durante las décadas de 1980 y 1990, siempre supo que tenía familiares enterrados en el cementerio, pero nunca fue allí. Sin disponerse de un registro no había forma de buscar tumbas, y sin conocer el alfabeto hebreo no había forma de leerlas.
Wrzosinski se dedicó a estudiar hebreo en la Universidad de Varsovia. En 2006, casi al final de su carrera, vio una oferta de trabajo que buscaba a alguien para limpiar e indexar el cementerio. Comenzó la labor de catalogar cada lápida en una base de datos en línea. Hasta la fecha, Wrzosinski y sus colegas han indexado 82.372 nombres e inscripciones.
La emoción de decodificar el idish y el hebreo en nombres polacos
Wrzosinski encontró placer en decodificar el lenguaje de las lápidas, donde se entrelazan la vida polaca y la judía: letras hebreas, escritas en idish, para deletrear apellidos polacos. Luego, en 2008, encontró a su tatarabuelo.
Wrzosinski sabía que con el tiempo vería las tumbas de sus antepasados, y supuso que sería satisfactorio saber dónde estaban. Pero el descubrimiento lo cambió más de lo esperado. «Cuando pisé esa piedra, la limpié y me di cuenta de que era mi antepasado, sentí algo más fuerte, diferente», cuenta Wrzosinski. «Una especie de sentimiento de pertenencia a este lugar extraño: solo una piedra huérfana en un bosque abandonado, y de alguna manera es mía. Necesitaba respirar hondo y detenerme un momento».
Para Witold Wrzosinski el trabajo en el cementerio se volvió algo más personal cuando encontró las lápidas de sus familiares
(Foto: JTA)
Ahora, Wrzosinski ha encontrado a siete familiares directos a quienes visitar en el cementerio. Cree que su bisabuelo yace en una de las fosas comunes, aunque no puede estar seguro. Gracias a su base de datos y al trabajo de los estudiantes de arqueología, le complace ver cómo otros visitantes experimentan el mismo momento de conexión que él. Incluso durante su largo abandono, el cementerio siguió siendo importante para muchos que experimentaban la soledad de ser judíos en la Polonia de la posguerra.
Patrycja Dołowy, escritora y artista que dirigió el Centro Comunitario Judío de Varsovia, también creció en Varsovia durante la década de 1980. Ser judío era un tema tácito en su familia, tanto en público como en casa.
«Cuando pisé esa piedra, la limpié y me di cuenta de que era mi antepasado, sentí algo más fuerte, diferente», cuenta Wrzosinski. «Una especie de sentimiento de pertenencia a este lugar extraño: solo una piedra huérfana en un bosque abandonado, y de alguna manera es mía”
Pero ella veía el descuidado cementerio como un «jardín secreto», un refugio para los judíos polacos que reflejaba la memoria difusa de sus propios hogares. «Esas piedras, las matzevot (lápidas), los nombres en ellas, estaban cubiertos por la maleza, no eran tan visibles; un poco como en nuestros recuerdos, los nombres de nuestros antepasados y esas lagunas en nuestras historias familiares».
Dołowy añade que su comunidad está feliz de ver la restauración arqueológica, que forma parte de otros esfuerzos para revivir el patrimonio judío en toda Polonia. También cree que la vegetación que ha crecido en el cementerio es inseparable de su historia, incluso mientras los árboles siguen luchando contra las tumbas. «La naturaleza sana lo que era tan difícil, tan inimaginable. En mi opinión, esta vegetación excesiva debería ser una parte importante de lugares como los cementerios. Pero siempre hay un dilema, porque la naturaleza también está destruyendo las tumbas».
*Periodista.
Fuente: Jewish Telegraphic Agency (jta.org).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelit
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