El piloto logró maniobrar sobre la pista mal señalizada y casi invadida por malezas. Se percibía un silencio tenso, pero cuando la puerta se abrió, la tripulación divisó al equipo que se acercaba.
Dentro del avión, el personal médico y sus asistentes estaban expectantes: sabían que decenas, quizás cientos de etíopes esperaban agazapados en la oscuridad. Habían caminado meses para llegar a ese momento, habían dejado sus muertos en el camino, tenían la piel curtida por el dolor, la humillación y el exilio interminable.
Cuando se les indicó, caminaron rápidamente hacia el avión, algunos cargando en brazos a sus bebes y niños hambrientos, y otros, unas pocas pertenencias en bolsas. [1]
El Boeing 757 con la insignia de El Al y la estrella de David pintadas, llevaba recubiertos todos los asientos y el piso con gruesas láminas de plástico, improvisando una barrera sanitaria. Los pasajeros levantaron los apoyabrazos entre los asientos: Cinco, seis o siete etíopes, incluidos los niños, se divertían encimándose en las angostas filas de tres asientos. Ninguno de ellos había estado antes en un avión y probablemente ni siquiera sabían que los asientos eran inusuales.
Los pilotos, asistentes de vuelo y otros intentaban ayudar acomodando a la muchedumbre. Sonreían y tomaban fotos como recordatorio de lo que intuían era “un momento histórico”. Jaim Gouri, un periodista israelí a bordo, dijo conmovido: “Están terminando un viaje de 3.000 años”.
Horas más tarde, al aterrizar en Eretz Israel, los pasajeros corrían descalzos y se inclinaban para besar el suelo. Cantaban. Se abrazaban y lloraban de alegría. Estaban viviendo el milagro tan esperado. El primero de tantos vuelos.
Cuando el Gobierno israelí finalmente anunció la conclusión exitosa de la Operación Salomón, el mundo se asombró por la complejidad de la logística que trajo de regreso a casi la totalidad de la comunidad judía etíope a Israel.
En 36 horas, 35 aviones civiles y militares, incluido un avión de pasajeros etíope, se relevaron para transportar a 14.325 judíos Beta Israel. En un momento durante la noche, 28 aviones estaban en el aire al mismo tiempo.
Los vuelos salían repletos de pasajeros: tal es así, que esta operación registra el récord de número de pasajeros en un vuelo, con 1087 pasajeros transportados en un Boeing 747 de El Al.
Como si fuera poco, la hazaña se llevó a cabo en total hermetismo comenzando en el anochecer de Shabat, bajo un protocolo que involucró a miles de personas en Israel y Etiopía, las tres docenas de aviones, más de 400 autobuses y decenas de ambulancias en ambos puntos; además de médicos y paramédicos, personal militar, agentes de seguridad, de inmigración, voluntarios y unos pocos periodistas acreditados para la operación. [2]
El extraordinario rescate de los judíos de Etiopía, hizo que el mundo conociera la fascinante historia de los Beta Israel. [3] No se pueden establecer con certeza sus orígenes, pero demostraron vivir de la forma en que se practicaba antes de que el Primer Templo fuera destruido hace 2.500 años. No sabían nada de las enseñanzas rabínicas, la erudición talmúdica y distintos rudimentos que se han agregado al judaísmo desde entonces.
Según su propia tradición, se consideran descendientes del rey Salomón y de la reina de Saba. Algunos eruditos modernos creen que son parte de la tribu perdida de Dan. Hoy, los Beta Israel son ciudadanos plenos que forman parte del Estado moderno de Israel. [4]
“Habló Ado-nai a Moshé en el desierto de Sinai…” (Números 1:1). Esta semana comenzamos un nuevo libro de la Torá, el cuarto de ellos, Bamidbar, y con él nuevas vivencias del pueblo de Israel en su travesía por el desierto.
Diversos enfoques evocan la imagen del desierto como un páramo áspero y sin cultivar, un lugar vacio, estéril y seco. No obstante, el Dr. Itzjak Maitlis, arqueólogo e investigador (Unidad de Arqueología de la Administración Civil, Herzog College, Israel), al profundizar en el Tanaj descubrió que esto no necesariamente es asi.
Cuando la mayoría de nosotros escuchamos la palabra “desierto”, nos imaginamos una región desolada, con pocas precipitaciones y con escasas posibilidades de desarrollo vegetal y animal; y en efecto, el texto bíblico menciona algunos desiertos que se hallan en sitios estériles y abandonados: el desierto de Sinai, el desierto de Maon, el desierto Ein Guedi y el desierto Zif.
Sin embargo, en el texto bíblico también hay desiertos que se hallan en regiones fértiles y con lluvia. Por ejemplo, el valle Dotán citado en los versículos como desierto (Bereshit 37:22) que se halla en el norte del Shomrón, y que es un valle sumamente fértil. También el desierto Guivón (Shmuel II, 2:24) identificado con una región de abundantes lluvias que no coincide con habitual descripción de desierto. [5]
Parecería que lo que a simple vista es tierra árida, esconde en sus entrañas el potencial de resurgir como naturaleza llena de vida. Lo incomprensible del misterio, nos regala, una vez más, su magia.
A la luz de estos ejemplos, debemos examinar nuevamente el sentido del vocablo “desierto”, y una de las claves para comprenderlo es que esta parashá es leída siempre antes de Shavuot, la conmemoración de la entrega de la Torá.
Esto nos recuerda cuán central es la idea del desierto para el judaísmo. Es en el midbar, el desierto, donde los israelitas hicieron el pacto con D-s experimentando una cercanía inédita y recibieron la Torá.
El hecho de que la Torá fue dada bemidbar, en el desierto, aun antes de que hubieran entrado en la tierra, significó principalmente que los judíos y el judaísmo eran capaces de sobrevivir con su identidad intacta aun en el exilio. Aún sin geografía, tenían una historia en marcha. Aun antes de entrar en la tierra, los judíos tenían la capacidad de sobrevivir fuera de la misma.
Rab Jonathan Sacks Z´L insiste en que el desierto para Israel es “el espacio liminal”, es decir “el espacio que hizo que la transición y la transformación fueran posibles”. Asi, cientos de miles de personas que atraviesan juntas un desierto, son una multitud de personas con el potencial de transformar una circunstancia adversa en un lugar de encuentro.
El Todo es, no por un lugar, sino con quien lo comparto.
La enseñanza judía fundamental es que todo ser humano es imagen de D-s. Todos somos merecedores de respeto, palabra que viene de la raíz que significa “mirar de nuevo”. Nos merecemos una segunda mirada y una segunda oportunidad. [6]
El concepto de Ahavat Israel representa uno de los pilares del pueblo judío a través de la historia: La responsabilidad colectiva del pueblo se refleja en la antigua frase “kol Israel Arevim ze laze” – todo judío es responsable por los otros. “La imposibilidad, en el judaísmo, de pensar la acción en un sentido estrictamente individual, refiere a la amplia conciencia de la responsabilidad colectiva existente”. [7]
Najmánides [8] explica que luego de la experiencia transformadora frente al monte Sinaí, la “Tienda de reunión” (ohel moed) era el lugar elegido para la continuación de la revelación de D´s a Moisés.
Según esta visión, la revelación no fue un evento único e irrepetible, sino un suceso que continúa y se desarrolla en el tiempo. Ese será tal vez el mensaje que D-s nos quiere entregar.
La lección es abrirse a conocer al Otro, saber que necesita y cómo podemos mejorar su realidad: si podemos caminar juntos, el desierto será una vez más nuestro punto encuentro.
Salgamos al encuentro de lo divino.
Jag sameaj! veJodesh Sivan Tov!
Seba Cabrera Koch
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