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| miércoles junio 4, 2025

Cuando la desinformación mata dos veces

Dani Lerer para farodeoccidente.com


Imágenes tomadas desde un dron muestran a hombres armados de Hamás en Gaza disparando contra civiles que se dirigían a recoger ayudas humanitarias.

El conflicto en Medio Oriente no solo se libra en los túneles de Gaza o en los despachos diplomáticos de Occidente. También se pelea, cada día, en el campo de batalla de la información. Y es allí donde muchos medios, lejos de aportar claridad, se han convertido en actores activos de una narrativa distorsionada.

Ayer fue otro capítulo de este fenómeno. Diversos portales, entre ellos algunos de alcance global, publicaron que Israel había asesinado a 31 civiles palestinos cerca de un centro de distribución de ayuda humanitaria en Gaza. La acusación fue contundente, las palabras elegidas, calculadamente condenatorias: “masacre”, “bombardeo indiscriminado”, “ataque al hambre”.

Horas más tarde, el Ejército de Israel publicó las imágenes del ataque: drones captaron con claridad cómo terroristas palestinos abrían fuego indiscriminadamente en la zona, provocando las muertes que luego se atribuyeron, sin investigación ni contraste, a Israel.

¿Y los medios? Silencio. No hubo titulares corregidos. No hubo alertas de “actualización”. No hubo editoriales pidiendo disculpas por haber desinformado. La falsa acusación se queda flotando en el aire, alimentando la narrativa instalada de que Israel es culpable por defecto y debe demostrar su inocencia incluso antes de hablar.

No se trata de un caso aislado. Este patrón se repite una y otra vez, sin sonrojarse cuando quedan ridiculizados:

  • Se acusa a Israel de bombardear hospitales. Luego se comprueba que fue un cohete fallido disparado por la Jihad Islámica. La aclaración se hace sin fuerza
  • Se viraliza una imagen de un niño herido “por culpa de un misil israelí”. Luego se descubre que la foto es de Siria en 2016. El daño ya está hecho.
  • Se denuncia que Israel “mata de hambre” a Gaza, pero nadie menciona la apropiación por meses que ha hecho Hamás de la ayuda humanitaria.

Hay dos niveles de responsabilidad. El primero, por supuesto, es de quienes disparan sin pruebas, con un sesgo ideológico tan profundo que ni siquiera intentan disimularlo. El segundo, aún más grave, es el de quienes, al verse confrontados con la verdad, eligen mirar para otro lado.

La desinformación, cuando es sistemática, deja de ser un error y se convierte en complicidad. Cada mentira replicada y no corregida no solo envenena el debate público: legitima a los victimarios, deslegitima a las víctimas y perpetúa el conflicto.

Este tipo de cobertura sesgada no solo distorsiona la realidad: también alimenta el antisemitismo global. Cuando se instala, una y otra vez, que Israel es un Estado criminal sin esperar evidencia ni contexto, se legitima el odio, se demoniza a Israel y se deshumaniza a sus ciudadanos. Es un ciclo perverso donde la mentira no solo construye opinión pública, sino que también incita violencia. La narrativa mediática tiene consecuencias reales: en universidades donde se justifica el terrorismo, en calles donde se agreden judíos por portar una kipá, y en decisiones diplomáticas basadas más en titulares virales que en datos verificables.

El periodismo tiene la obligación de incomodar al poder, claro. Pero también tiene el deber de respetar los hechos, incluso cuando no coinciden con su relato. Informar primero y verificar después no es periodismo. Es militancia disfrazada.

Y en una guerra donde las palabras pueden valer tanto como las balas, mentir no es inocuo. Es, también, una forma de disparar.

 
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