Si el antisemitismo puede considerarse el mito de conspiración más antiguo y letal de la historia, una de sus principales herramientas es el libelo de sangre: acusar a los judíos de matar personas, sobre todo niños, como parte de sus rituales religiosos. Por más absurdo que resulte, este libelo ha vuelto a aparecer repetidas veces durante casi un milenio. Nacido en las profundidades más oscuras de la Edad Media, se adapta a las distintas épocas y sigue siendo utilizado hasta nuestros días de diversas formas, con catastróficas consecuencias
El libelo de sangre antisemita nació del encuentro entre prejuicios religiosos, ignorancia y tensiones sociales. Aunque el fenómeno específico de acusar a los judíos de asesinar niños cristianos para fines rituales no apareció hasta la Edad Media, su trasfondo se remonta a la Antigüedad clásica.
En la época grecorromana, algunos autores como Apión acusaban a los judíos de practicar sacrificios humanos secretos. Aunque sin pruebas ni contexto religioso claro, estas calumnias circularon y fueron respondidas por escritores judíos como Flavio Josefo en su famoso Contra Apión.
Con el surgimiento del Cristianismo, a partir de una escisión del Judaísmo, los judíos fueron identificados por algunos Padres de la Iglesia como responsables de la muerte de Jesús, el concepto de “deicidio”. Aunque esta acusación era teológica más que judicial, con el tiempo preparó el terreno para formas más agresivas y violentas de antisemitismo, en las que el judío se convierte en el “enemigo ritual” por excelencia del cristiano.
A partir de los concilios católicos del primer milenio los judíos fueron sistemáticamente aislados del resto de la población, lo que facilitaba atribuirles todo tipo de características, intenciones y acciones malignas, al considerárseles una minoría extraña en la sociedad. A ello se sumaba el hecho de que la propia Iglesia Católica les prohibió trabajar la tierra, ejercer casi todos los oficios o formar parte de los gremios artesanales; así, solo se les permitía prestar dinero a interés y cobrar impuestos, por lo que se convirtieron en un común objeto de desprecio y se creó la imagen del “judío usurero”.
Luego, los libelos de sangre se consolidaron como una herramienta de persecución institucional. En muchos casos coincidieron con períodos de crisis económica o social, y a veces eran incluso alentados por sectores del poder político o eclesiástico para evitar pagar deudas, desviar tensiones o movilizar a la población con algún objetivo específico.
La siguiente lista no es exhaustiva, pues se limita a algunos casos famosos y bien documentados.
El primer libelo: Norwich, 1144
La primera acusación documentada de libelo de sangre ocurrió en Norwich, Inglaterra, en 1144, cuando se afirmó que los judíos asesinaron a un niño cristiano llamado William durante la Pascua (Pésaj). No hubo pruebas ni juicio formal, pero la historia fue registrada por un monje, Thomas de Monmouth, y adquirió difusión.
Este caso sentó un patrón: un niño desaparecido, encontrado muerto en circunstancias oscuras (o a veces nunca desaparecido), la comunidad judía local señalada como sospechosa, y la acusación de que su sangre fue usada ritualmente. Con el tiempo William fue venerado como mártir, y su tumba se convirtió en lugar de peregrinación.
Durante los siglos siguientes, el modelo de Norwich fue replicado y amplificado en toda Europa. Casos similares aparecieron en países como Francia, Alemania, Italia y España. En muchos de ellos, las acusaciones llevaron a juicios falsos, torturas, ejecuciones y pogromos.
William de Norwich representado en la Iglesia de San Pedro y San Pablo de Suffolk, circa 1500
(Foto: Wikimedia Commons)
Blois, Francia, 1171
Este fue uno de los primeros libelos de sangre documentados en Europa occidental. Se acusó a los judíos de Blois, Francia, de asesinar a un cristiano que, supuestamente, fue visto siendo arrojado al río por un judío. Como consecuencia, 31 judíos fueron arrestados y condenados a muerte sin pruebas. Muchos fueron quemados vivos.
Nunca es encontró un cadáver ni hubo testigos fiables, pero al parecer este libelo fue impulsado por la nobleza local (la condesa de Blois).
Fulda, Alemania, 1235
En la ciudad alemana de Fulda, cinco niños cristianos fueron encontrados muertos. Se culpó a la comunidad judía local de asesinarlos para recolectar su sangre, por lo que 34 judíos fueron ejecutados por orden del emperador Federico II.
Pero posteriormente, el propio emperador condenó el libelo como una superstición sin base. Este fue uno de los primeros casos con documentación imperial que muestra una respuesta ambivalente: ejecución inmediata, seguida de condena y retracción oficial de la acusación.
Lincoln, Inglaterra, 1255
Un niño llamado Hugh, del pueblo de Lincoln, desapareció y fue hallado muerto en un pozo. Los judíos fueron acusados de secuestrarlo, crucificarlo y asesinarlo en una parodia de la Pasión de Cristo. Noventa judíos fueron arrestados, y 18 ejecutados por orden del rey Enrique III. El rey usó este caso para confiscar propiedades y fortalecer su control económico.
Hugh de Lincoln fue venerado como mártir de la Iglesia, sin ser canonizado oficialmente. El clima de odio antijudío culminó con la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290 por el rey Eduardo I, siendo el primer país de Europa que expulsaba a toda su población judía. Solo se les permitió regresar 366 años después, durante el gobierno de Cromwell, en 1656.
La Peste Negra, Europa, 1347-1353
La peor de las pandemias de la historia se produjo en Asia, Europa y el norte de África con la peste bubónica, enfermedad que ya había afectado a Eurasia en varias ocasiones y lo seguiría haciendo posteriormente, aunque nunca con tan trágicas consecuencias.
El período de mayor mortandad ocurrió partir de 1347 en Europa, habiendo llegado las ratas (cuyas pulgas la trasmitían) en barcos mercantes desde Asia a Italia. Desde allí se propagó rápidamente, causando la muerte de entre un tercio y la mitad de toda la población del continente.
Como no había explicación para este terrible desastre, a alguien se le ocurrió acusar a los judíos de haber envenenado los pozos de agua. No tardaron en producirse matanzas de judíos por toda Europa: Francia, Alemania (entonces Sacro Imperio Romano-Germánico), los diferentes reinos italianos y la Península Ibérica.
En muchas ciudades los judíos fueron quemados vivos, masacrados por turbas, forzados a convertirse o expulsados. En algunos casos prefirieron suicidarse en masa antes que ser asesinados (como en Worms o Mainz, Alemania). Aunque el papa Clemente VI condenó las masacres y defendió a los judíos en varias bulas papales (como la Sicut Judaeis), su influencia en este caso fue nula; las masas estaban desatadas en su sed de sangre judía.
Durante la Peste Negra, centenares de comunidades judías europeas fueron destruidas en una de las oleadas de antisemitismo más brutales de la Edad Media. Este período marcó un hito en la historia de la persecución antisemita, cuyas consecuencias se prolongaron por siglos.
Quema de judíos durante la Peste Negra en Tournai, Bélgica. Miniatura de Pierart de Tielt
(Fuente: Biblioteca Real de Bélgica)
Rinn, Austria, 1462
En 1462, en el pueblo de Rinn en el Tirol (actual Austria), se afirmó que un niño de tres años llamado Andreas Oxner, conocido como Anderl von Rinn, fue asesinado por judíos en un supuesto ritual. Sin embargo, no existen pruebas contemporáneas de este crimen, y la figura de Anderl no fue objeto de veneración hasta 1619, cuando el médico Hyppolyte Guarinoni afirmó “haber soñado” con la historia del niño; entonces se empezó a difundir su culto.
La leyenda se consolidó en la región, y en 1671 se construyó una iglesia en Judenstein (“Piedra de los Judíos”), cerca de Rinn, sobre una roca que supuestamente marcaba el lugar del asesinato.
El culto a Anderl von Rinn se difundió ampliamente en el Tirol, y fue promovido por la Iglesia Católica. En 1752, el Papa Benedicto XIV beatificó a Anderl, aunque en 1755 se retractó de su canonización y declaró que la Iglesia “no lo veneraba formalmente”. A pesar de ello, la devoción popular continuó, y se realizaron representaciones teatrales y peregrinaciones en su honor hasta bien entrado el siglo XX.
En 1985, el obispo de Innsbruck, Reinhold Stecher, ordenó trasladar los restos de Anderl desde el altar de la iglesia al cementerio, y en 1994 prohibió oficialmente su culto, reconociendo su carácter antisemita y la falta de fundamento histórico.
Hoy en día, el caso de Rinn se estudia como un ejemplo de cómo las leyendas y supersticiones pueden utilizarse para justificar el odio y la violencia contra grupos minoritarios. La supresión oficial del culto a Anderl von Rinn representa un esfuerzo por parte de la Iglesia, y la sociedad austríaca, para confrontar y rectificar este legado de intolerancia.
Simón de Trento, Italia, 1475
Uno de los casos más famosos fue el de Simón de Trento, Italia, un niño cuya desaparición durante la Pascua desató una brutal represión contra los judíos locales. Varios fueron ejecutados, y el niño fue canonizado como mártir en 1588. El culto a Simón se mantuvo durante cientos de años.
En 1965, mismo año de la declaración Nostra Aetate con que la Iglesia Católica eliminó formalmente la acusación de “deicidio” contra los judíos, el arzobispo Alessandro Gotardi, de la diócesis de Trento, declaró la inocencia de los supuestos asesinos del niño Simón, tras reconocer que las acusaciones originales carecían de fundamento y habían sido producto de confesiones obtenidas bajo tortura. Como resultado del decreto del arzobispo, la Congregación de Ritos del Vaticano prohibió la veneración de las reliquias de Simón, así como la celebración de misas en su nombre.
Talla del “Martirio de San Simón de Trento”, actualmente en el Museo Diocesano Tridentino de esa ciudad
(Foto: Wikimedia Commons)
La Guardia, España, 1491
Poco antes de la expulsión de los judíos de España en 1492, se acusó a un grupo de conversos y judíos del pueblo de La Guardia de asesinar a un niño cristiano en un acto ritual. Fue un caso particularmente turbio, ya que ni siquiera se presentó un cuerpo. Pero varias personas, en su mayoría conversas al cristianismo, fueron torturadas y ejecutadas.
El caso se usó como propaganda para justificar la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos. El inexistente “Santo Niño de La Guardia” fue venerado durante siglos, y el caso marcó el clímax del antisemitismo institucional en la España anterior a la expulsión.
Frontispicio de un libro sobre el “Santo Niño de La Guardia”, editado en Madrid en 1720
(Foto: latribunadetoledo.es)
Sandomierz, Polonia, 1710
En agosto de 1710 apareció en Sandomierz el cuerpo sin vida de un niño cristiano llamado Jerzy Krasnowski. La comunidad judía local fue acusada de su asesinato, y varios miembros fueron arrestados. Durante el proceso judicial algunos acusados murieron en prisión, y otros fueron ejecutados. Estas acusaciones carecían de fundamento y se basaban en prejuicios antisemitas prevalentes en la época.
El sacerdote católico Stefan Żuchowski desempeñó un papel central en la propagación de estas acusaciones. Fue responsable de encargar una serie de pinturas para la catedral de Sandomierz que representaban escenas de supuestos asesinatos rituales cometidos por judíos. Estas obras de arte, creadas por Karol de Prévot, reforzaron las falsas narrativas y perpetuaron el antisemitismo en la región.
Las pinturas encargadas por Żuchowski aún se conservan en la catedral de Sandomierz. Una de ellas muestra a un niño cristiano siendo asesinado por judíos, con la inscripción en latín Filius apothecarii ab infidelibus judeis sandomiriensibus occisus («El hijo del boticario asesinado por infieles judíos de Sandomierz»). Estas imágenes han sido objeto de debate y controversia, ya que perpetúan mitos antisemitas y han generado tensiones entre las comunidades religiosas.
Investigaciones contemporáneas, como el informe de 2006 de Joanna Tokarska-Bakir, han analizado el impacto de estos libelos y las representaciones artísticas asociadas, destacando la necesidad de una reevaluación crítica de estos elementos históricos.
Velizh, Imperio Ruso, 1823-1835
Tras el hallazgo del cuerpo sin vida de un niño cristiano, una prostituta local, en estado de ebriedad, acusó a miembros de la comunidad judía de haber cometido un asesinato ritual. Estas acusaciones llevaron al arresto y encarcelamiento de numerosos judíos. El caso generó un amplio debate en la sociedad rusa, con publicaciones que expresaban asombro de que tales prejuicios medievales persistieran en una era moderna.
El juicio duró más de una década, pero finalmente los acusados fueron absueltos, y el orientalista Daniel Chwolson publicó una refutación del libelo de sangre, contribuyendo a desacreditar estas falsas acusaciones.
Damasco, Siria, 1840
En febrero de 1840, el fraile capuchino italiano Padre Tomás y su sirviente musulmán, Ibrahim Amara, desaparecieron en Damasco. Sin prueba alguna, miembros de la comunidad cristiana local acusaron a los judíos de haberlos asesinado para utilizar su sangre en la preparación de matzá durante la Pascua judía, reviviendo el antiguo mito medieval.
El cónsul francés en Damasco, Ulysse de Ratti-Menton, conocido por su antisemitismo, apoyó activamente estas acusaciones y presionó al gobernador egipcio de la ciudad, Sharif Pasha, para que actuara en consecuencia. Como resultado, varios judíos prominentes fueron arrestados y torturados hasta obtener confesiones forzadas. Algunos murieron bajo tortura, y otros fueron obligados a convertirse al Islam. Además, se secuestró a 63 niños judíos para mantenerlos como rehenes, para presionar a sus madres a revelar supuestas pruebas del crimen.
La noticia del caso provocó una ola de indignación en Europa y el mundo judío. Destacadas figuras como Sir Moses Montefiore, de Gran Bretaña, y Adolphe Crémieux, de Francia, lideraron una delegación que viajó a Egipto para interceder ante el gobernante Muhamad Ali. Aunque inicialmente se negó a exonerar oficialmente a los acusados, bajo presión internacional ordenó su liberación en agosto de 1840. Posteriormente, en noviembre de ese año, el sultán otomano Abdülmecid I emitió un firman que condenaba el libelo de sangre como una calumnia, y prohibía tales acusaciones en todo el Imperio Otomano.
El caso de Damasco tuvo un impacto duradero, y fue uno de los primeros ejemplos de acción coordinada internacional por parte de las comunidades judías para defender a sus miembros en peligro.
Sin embargo, el libelo de sangre continuó siendo utilizado como herramienta antisemita en el mundo árabe, como se verá más adelante.
Tiszaeszlár, Hungría, 1882
El 1º de abril de 1882, Eszter Solymosi, una campesina cristiana, desapareció en el pequeño pueblo de Tiszaeszlár. Comenzaron a circular rumores de que había sido vista por última vez cerca de la sinagoga local, coincidiendo con la Pascua judía.
Días después, autoridades locales y figuras antisemitas comenzaron a promover la idea de que los judíos la habían asesinado para usar su sangre en rituales de Pésaj. El testimonio central provino de Móric Scharf, un niño de 14 años e hijo del cantor de la sinagoga, quien dijo haber presenciado el crimen; se sospecha que fue manipulado bajo presión o tortura. Quince miembros de la comunidad judía fueron arrestados, incluido el shójet (responsable del sacrificio ritual de animales). Un cuerpo en descomposición hallado semanas después fue presuntamente identificado como el de Eszter.
El juicio, efectuado en 1883 en Nyíregyháza con una fuerte presión mediática y social, se convirtió en un escándalo nacional e internacional. El abogado defensor fue Károly Eötvös, jurista liberal y experimentado, quien desmanteló la acusación pieza por pieza: probó que el testimonio del niño era incoherente y probablemente forzado, que el cadáver encontrado no era el de Eszter, y que no existían pruebas físicas de un crimen. La mujer simplemente había desaparecido del pueblo.
El 3 de agosto de 1883, el jurado absolvió por unanimidad a todos los acusados. Fue una victoria judicial, pero el antisemitismo popular aumentó significativamente como consecuencia de este caso. De hecho, el antisemitismo en Hungría se trasformó en un movimiento político organizado, dando impulso a partidos y figuras antisemitas como Győző Istóczy, parlamentario que promovía teorías de conspiración judía. También brindó mucho material a la prensa amarilla, que explotó el caso durante años.
El caso de Tiszaeszlár es considerado el prototipo del libelo de sangre moderno, con repercusión nacional, cobertura mediática masiva y uso político. Fue seguido con atención en Alemania, Austria, Francia y otros países, donde los intelectuales y periódicos liberales lo denunciaron como un ejemplo de superstición y persecución en un país atrasado; sin embargo, décadas más tarde esos fenómenos aparecerían también allí, con nuevo ropaje y nefastas consecuencias.
El caso Hilsner, República Checa, 1899
Aunque la Ilustración y el racionalismo promovieron cierto escepticismo hacia estas acusaciones, los libelos de sangre no desaparecieron. En el siglo XIX resurgieron en el marco de un antisemitismo moderno, más racial y nacionalista que teológico.
Uno de los casos más célebres fue el del judío Leopold Hilsner en Bohemia, actual República Checa, acusado del asesinato ritual de una joven en 1899. Aunque no se aportaron pruebas, se le condenó. Fue defendido públicamente por Tomáš Masaryk (quien más tarde sería presidente de Checoslovaquia), lo que marcó uno de los primeros rechazos públicos e ilustrados del libelo de sangre en Europa del Este.
El caso Beilis, Imperio Ruso, 1911-1913
En marzo de 1911 un niño cristiano de 13 años, Andrei Yushchinsky, fue hallado muerto en una cueva cerca de Kiev, actual capital de Ucrania, con más de 40 heridas en su cuerpo. Se acusó a Mendel Beilis, un judío ucraniano de 39 años, gerente de almacén en una fábrica de ladrillos cercana al lugar del crimen. Las autoridades zaristas acusaron a Beilis de haber asesinado al niño en un ritual judío, como parte de una supuesta conspiración religiosa. Esto fue impulsado por sectores ultraconservadores del régimen zarista, en particular por la Policía Secreta (Ojrana), y por grupos nacionalistas y ortodoxos rusos.
El juicio fue un proceso altamente politizado, seguido de cerca por la prensa internacional. La fiscalía buscó presentar el Talmud como un libro que promovía el asesinato ritual, usando testimonios antisemitas y falsos “expertos”. Sin embargo, el caso se derrumbó ante la falta total de pruebas y la defensa brillante del propio Beilis, apoyada por intelectuales, científicos y líderes liberales rusos e internacionales.
Beilis fue absuelto por unanimidad por un jurado en octubre de 1913, tras pasar más de dos años en prisión preventiva. Su absolución fue considerada una victoria de la razón y la justicia, aunque el antisemitismo oficial del régimen zarista permaneció intacto y de hecho aumentó.
Este caso provocó indignación internacional, especialmente en Europa occidental y Estados Unidos. Expuso al mundo el antisemitismo institucional del Imperio Ruso, y reforzó la percepción de que los judíos estaban en peligro en toda Europa Oriental. De hecho, en medio del auge de los pogromos (inventados y organizados por el régimen zarista), millones de judíos emigraron del Imperio Ruso.
Cabe señalar que la misma Ojrana publicó y difundió, por aquella misma época, el funesto libro antisemita Los Protocolos de los Sabios de Sión, que tantas muertes y persecuciones ha generado, inspirando además a Henry Ford para escribir su propia versión (El judío internacional), y a Hitler para Mi Lucha.
Mendel Beilis emigró a la Palestina otomana y luego a Estados Unidos, donde escribió sus memorias. Una película de 1968, The Fixer (en español se la tituló El hombre de Kiev), basada en un libro de Bernard Malamud que ganó el premio Pulitzer, dramatizó este sonado caso. La organización Jabad Lubavitch produjo en 2013 el documental Target of opportunity: the Beilis Blood Libel.
Fotografía del juicio de Mendel Beilis
(Foto: marxists.org)
Periódico Der Stümer, Alemania, 1923-1945
Der Stürmer fue una de las publicaciones antisemitas más infames del Tercer Reich, y un instrumento clave de la propaganda nacionalsocialista. Fundado por Julius Streicher en la ciudad de Núremberg, se editó entre 1923 y 1945 y desempeñó un papel crucial en la deshumanización de los judíos en la Alemania nazi.
El semanario Der Stürmer (literalmente “El atacante”) se centraba exclusivamente en atacar a los judíos. Sus artículos propagaban teorías conspirativas, libelos de sangre, acusaciones de abusos sexuales, explotación económica y corrupción moral por parte de los judíos. Era especialmente conocido por sus caricaturas extremadamente grotescas, diseñadas para presentar a los judíos como figuras diabólicas, deformes y peligrosas.
El lenguaje del periódico era vulgar, incendiario y diseñado para provocar un odio visceral. A menudo incluía testimonios falsos, rumores y afirmaciones sin ninguna base. Se colocaban ejemplares en vitrinas en las calles, escuelas y oficinas públicas, para garantizar su visibilidad incluso entre quienes no lo compraban. Su lema, que aparecía en todas las portadas, era Die Juden sind unser Unglück! (“¡Los judíos son nuestra desgracia!”), frase tomada del historiador Heinrich von Treitschke, que se convirtió en un eslogan antisemita ampliamente difundido por los nazis.
Adolf Hitler consideraba a Der Stürmer una herramienta útil para la “educación” del pueblo y lo leía regularmente, aunque otros miembros del régimen lo consideraban demasiado vulgar. En su apogeo, durante la década de 1930, alcanzó una enorme circulación de más de 480.000 ejemplares.
Sin duda, Der Stürmer fue responsable de fomentar el clima de odio extremo que preparó al público para aceptar y justificar la persecución, deportación y exterminio de los judíos, al punto que Julius Streicher fue procesado por crímenes contra la humanidad en los Juicios de Núremberg. Aunque no participó directamente en el Holocausto, se le condenó a muerte por su incitación sistemática al odio contra los judíos que justificaba el genocidio, y fue ejecutado en 1946.
Der Stürmer es hoy estudiado como un ejemplo extremo de la propaganda racista y el discurso de odio institucionalizado. Su historia ilustra cómo los medios pueden utilizarse para normalizar prejuicios, manipular a las masas y justificar crímenes atroces. Esta publicación es una de las pruebas más contundentes de cómo la incitación al odio puede tener consecuencias genocidas.
Portada de una edición de Der Stürmer de mayo de 1934, mostrando a unos judíos estereotipados que extraen sangre de niños cristianos
(Fuente: Wikimedia Commons)
Pogromo de Kielce, Polonia, 1946
Uno podría suponer que el Holocausto pondría fin a la propagación del libelo de sangre. Pero incluso después del genocidio nazi, esta acusación resurgió, especialmente en Europa del Este y en el mundo árabe-islámico. En Polonia, el caso más dramático fue el pogromo de la ciudad de Kielce.
El 1º de julio de 1946, Henryk Blaszyk, un niño de ocho años de edad que vivía en Kielce, se marchó de su casa sin avisar. Pidiendo aventones (“colitas”), al parecer se dirigió a otro pueblo para visitar a unos amigos y recolectar cerezas. Sus padres, preocupados, avisaron a la policía, pero el chico regresó dos días después.
Quizá temiendo el castigo, Henryk alegó que había sido secuestrado por un hombre desconocido. Un vecino de los Blaszyk, siguiendo viejos prejuicios, sugirió que quizá el culpable era un judío o un gitano. Junto a este vecino, el padre de Henryk, de nombre Walenty, y el niño se dirigieron el 4 de julio a la estación de policía para hacer la denuncia; en el camino, el niño apuntó a un hombre diciendo que era el secuestrador y, más aún, que lo había mantenido encerrado en el sótano del edificio por el que pasaban. En esa edificación vivían unos 150 judíos sobrevivientes del Holocausto, ubicados allí por el Comité Judío local. El edificio no tenía sótano, pero este detalle fue luego pasado por alto.
Cuando la policía registró la denuncia, la noticia se regó como pólvora por todo Kielce. Una turba enfurecida, en la que participaron también policías e incluso soldados, atacó el edificio, arrastrando a sus pobladores a la calle y saqueando el inmueble. El saldo fueron 42 personas asesinadas a tiros, palos o piedras, incluyendo ancianos, mujeres y niños, y decenas de heridos. Dos días después, los sobrevivientes fueron evacuados a la ciudad de Lodz.
Este episodio desató el pánico entre todos los judíos que quedaban en Polonia, muchos de los cuales recién habían retornado de la Unión Soviética, donde lograron sobrevivir al Holocausto, o estaban saliendo de los escondites en los que habían permanecido durante la guerra. El pogromo de Kielce convenció a miles de ellos de que no tenían futuro en Polonia, y aceleró su emigración.
Sepultura en una fosa común de víctimas del pogromo de Kielce
(Foto: Museo Nacional del Holocausto, Washington)
El “Complot de los médicos”, Unión Soviética, 1952-53
En la Unión Soviética de Stalin, el antisemitismo de Estado tomó formas más seculares, pero con ecos del mismo libelo medieval. El “complot de los médicos” (1952-53), en el que se acusó a médicos judíos de conspirar para asesinar a líderes del gobierno, utilizó mecanismos similares: la acusación oculta, el enemigo interno, la amenaza ritual. Esta campaña personal de Stalin provocó la muerte, tortura y desaparición de numerosos judíos, y se detuvo tan solo con la muerte del dictador.
La “matzá sionista”, Siria, 1983
En 1983, el entonces ministro de Defensa sirio, Mustafá Tlass, publicó el libro La matzá de Sión, que revivió las acusaciones del caso de Damasco de 1840 y las presentó como si fuesen hechos históricos. Este libro ha sido reeditado varias veces, y ha influido en la perpetuación de mitos antisemitas en todo el Medio Oriente.
Además, en 2003, la televisión siria emitió la serie Ash-Shatat («La diáspora»), que incluyó representaciones del libelo de sangre, contribuyendo a la difusión de estas falsas acusaciones. A pesar de haber sido desmentido, el libelo de sangre de Damasco sigue siendo un ejemplo de cómo las falsas narrativas pueden perdurar y ser reutilizadas para fomentar el odio y la discriminación.
De hecho, en la propaganda antisionista y antisemita de algunos países árabes y musulmanes, se han retomado versiones antiguas del libelo —a veces literalmente, como acabamos de ver—, y también se han creado nuevas acusaciones en el contexto del conflicto palestino-israelí. Afirmaciones de que Israel roba órganos de palestinos, o que asesina niños para hacer experimentos médicos, han sido difundidas en medios estatales como Al-Manar en el Líbano o canales iraníes, y en la prensa popular.
En varios casos se han publicado supuestas noticias de que los voluntarios israelíes, que viajan a prestar ayuda en operaciones de rescate tras catástrofes naturales, lo hacen para robar órganos. En ningún caso, por supuesto, se ofrece algún tipo de evidencia de tan extraordinarias afirmaciones.
Por supuesto, Los Protocolos de los Sabios de Sión se publica con profusión en todo el mundo musulmán traducido al árabe; de hecho, este es el lugar del mundo donde más se difunde ese libelo hoy en día.
Los “catorce mil bebés palestinos que pronto morirán” de Tom Fletcher, 2025
En medio de la actual guerra entre Israel y la organización islamista Hamás en Gaza, que comenzó a raíz de que este grupo terrorista cometiera la mayor matanza de judíos después del Holocausto en pleno territorio israelí, los medios, redes sociales y organizaciones “humanitarias” internacionales se han dedicado a una sistemática campaña de demonización del Estado judío, que evoca y tiene muchos paralelos con los libelos de sangre medievales.
Ya es conocido el sesgo antiisraelí de la ONU, la mayoría de cuyos países integrantes son dictaduras. Por ejemplo, Entre 2015 y 2023 la Asamblea General adoptó 154 resoluciones contra Israel, mientras que solo 71 se refirieron a otros países. En 2024 se aprobaron 17 resoluciones sobre Israel y únicamente 6 sobre el resto del mundo.
En cuanto al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, desde su creación en 2006 hasta 2024 adoptó 108 resoluciones contra Israel, comparado con 45 contra Siria, 15 contra Irán, 10 contra Rusia y 4 contra Venezuela.
Y no se puede dejar mencionar a la UNRWA, única agencia de la ONU que se concentra en servir a un grupo específico de población, los palestinos, y cuya complicidad total con Hamás ha sido harto demostrada, al punto que se le debería designar abiertamente como una organización terrorista.
Desde hace tiempo, a pesar de todas las evidencias en contra, se viene acusando a Israel no solo de estar cometiendo un “genocidio” de gazatíes, sino de someterlos al hambre. La última acusación al respecto la hizo el británico Tom Fletcher, cuyo cargo tiene el pomposo nombre de “Subsecretario General de la ONU para Asuntos Humanitarios y Coordinador del Socorro de Emergencia”, quien el pasado 20 de mayo declaró en el programa Today de BBC Radio 4 que “14 mil bebés en Gaza podrían morir en las próximas 48 horas” si no se permitía la entrada urgente de ayuda humanitaria. Sin embargo, posteriormente la ONU aclaró que la cifra de 14 mil se refería al número estimado de niños que “podrían sufrir desnutrición aguda severa” en Gaza durante un período de un año, desde abril de 2025 hasta marzo de 2026, según un informe del sistema IPC (Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases). No se trataba de una predicción de muertes inminentes en 48 horas.
Fletcher reconoció que su declaración había sido “una expresión de desesperación ante la urgencia de la situación”, y admitió la necesidad de “ser más preciso en su lenguaje”. Pero el daño estaba hecho: los “14 mil bebés que morirían en dos días” fue un dato difundido masivamente en los medios internacionales, e incluso llegó a utilizarse como argumento en un acalorado debate en el Parlamento británico. De nuevo los judíos eran señalados como asesinos de niños en Gran Bretaña, aunque esta vez en Londres, no en Norwich.
Al igual que con los libelos de la Edad Media, aunque no existiera un cuerpo, testigos ni evidencia alguna, el mito ya quedó anclado en la mente colectiva.
Pero Fletcher no se detuvo allí con su “imprecisión en el lenguaje”. Menos de una semana después, declaró en el programa de Christiane Amanpour en CNN: “Tenemos diez mil camiones en la frontera de Gaza en este momento, y haremos todo lo posible para que puedan entrar y salvar vidas”. Ante la perplejidad de la periodista, quien le repitió la cifra visiblemente incrédula, Fletcher insistió: “Llenos de comida”.
Cabe señalar que una fila de diez mil camiones como los que se utilizan para llevar insumos a Gaza, que miden 17 metros de largo, abarcaría 170 kilómetros (uno pegado del otro). Eso equivale al doble de la distancia que existe entre el paso de Erez de la Franja de Gaza y el centro de Tel Aviv.
El Coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT) de Israel publicó un video en la red social X, diciendo: «Miren, es @UNReliefChief con otra mentira difamatoria. Hemos sido pacientes con su circo mediático, pero sus mentiras siguen llegando. No hay diez mil camiones esperando para entrar en Gaza. Lo que sí hay son cientos de camiones de ayuda del lado de Gaza que la ONU no ha recogido en los últimos días, a pesar de que les indicamos muchas rutas que pueden usar para distribuir la ayuda de forma segura por toda Gaza».
Apropiadamente, COGAT ha acusado dos veces a Tom Fletcher de cometer libelo. Así, la ONU y sus funcionarios se han unido a una ilustre tradición de odio que arranca en la Edad Media, y que al parecer nunca se detendrá.
FUENTES CONSULTADAS
– Archivo de Nuevo Mundo Israelita.
– Gilbert, Martin (1978). Atlas de la historia judía. Jerusalén: La Semana Publicaciones.
– Johnson, Paul (2023). La historia de los judíos. Madrid: Editorial B.
– Museo del Holocausto de Washington (ushmm.org)
– The Jerusalem Post (jpost.com)
– The Times of Israel (timesofisrael.com)
– Yad Vashem (yadvashem.org)
– Wikipedia.org
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