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| jueves junio 12, 2025

BEHALOTEJÁ 5785

Israel Winicki Z.L para Porisrael.org


B’H

Números 8:1-12:16

Aarón recibe el mandamiento de encender las velas de la Menorá (candelabro de siete brazos), y la tribu de Levi es iniciada en el servicio en el Santuario.

Un «Segundo Pesaj» es instituido en respuesta a la petición de «¿Por qué seremos desfavorecidos?» elevada por un grupo de judíos que no pudieron ofrendar el sacrificio pascual en el momento adecuado por haber estado ritualmente impuros. Di-s instruye a Moshé sobre los procedimientos para los viajes y campamentos de Israel en el desierto, y el pueblo viaja en formación desde el Monte Sinaí, donde habían acampado cerca de un año.

El pueblo está insatisfecha con el «pan del cielo» (el maná) y exige que Moshé les provea carne. Moshé designa 70 ancianos, a quienes impregna de su propio espíritu, para asistirlo con la carga de gobernar al pueblo. Miriam habla negativamente de Moshé y es castigada con tzaráat, una especie de lepra; Moshé ora por su curación y toda la comunidad espera siete días para su recuperación.

 

SIEMPRE HAY UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

 

“… Si cualquier persona está ritualmente impura del contacto con los muertos, o está en un viaje distante, ya sea entre ustedes [ahora] o en futuras generaciones, todavía tendrá la oportunidad de preparar la ofrenda de Pesaj de Di-s”. (Números 9:10)

 

“¿Qué tengo que ver yo con todas esas cosas de tefilínShabatcasher? En mi familia nunca se ocuparon de eso, ¿o es que acaso si empiezo ahora va a tener algún valor cuando jamás me enseñaron esas cosas?”

¿Cuántas veces, cuando nos aproximamos a otro judío para acercarlo a la Torá escuchamos esa respuesta u otras similares? Muchas veces. Y el versículo mencionado nos da la respuesta para estas personas.

“Si, hasta ahora estuviste en un viaje distante, estuviste lejos, pero no todo está perdido, siempre hay otra oportunidad. Siempre hay un segundo Pesaj para enmendar el pasado”

El liderazgo más allá de la desesperación

Rav Jonathan Sacks

El Tanaj, la Biblia hebrea, se destaca por el extremo realismo con que presenta el carácter humano. Sus héroes no son sobrehumanos. Y los antihéroes no son los villanos arquetípicos. Los mejores tienen defectos, los peores a menudo tienen grandes virtudes. No conozco ninguna otra literatura religiosa parecida.

Esto hace que sea muy difícil usar la narrativa bíblica para enseñar un enfoque simple, blanco y negro de la ética. Rab Tzvi Hirsch Chajes (Mevo HaAgadot), sostuvo que por eso los midrashim rabínicos sistemáticamente vuelven a interpretar la narrativa para que lo bueno se vuelva completamente bueno y lo malo completamente malo. Por razones educativas, el Midrash pinta la vida moral en términos de blanco y negro.

Sin embargo, el sentido llano permanece («Un pasaje bíblico nunca pierde su interpretación llana», Shabat 63a), y es importante no perderlo de vista. Es como si el monoteísmo diera lugar al mismo tiempo a un profundo humanismo. En la Biblia hebrea, Dios no tiene nada que ver con los dioses de la mitología. Ellos eran medio humanos, medio divinos. El resultado fue que en la literatura épica de las culturas paganas los héroes eran vistos casi como dioses: semi divinos.

En marcado contraste, el monoteísmo crea una distinción total entre Dios y la humanidad. Si Dios es totalmente Divino, entonces los seres humanos pueden ser vistos como completamente humanos: complejas mezclas de fortalezas y debilidades. Nos identificamos con los héroes de la Biblia porque, a pesar de su grandeza, ellos nunca dejan de ser humanos ni aspiran a ser nada que no son. La parashat Behalotjá provee un claro ejemplo de esto: la vulnerabilidad de algunos de los más grandes líderes de la época, ante la depresión y la desesperación.

El contexto es bastante conocido. Los israelitas se quejan de la comida: «Y el populacho agregado que se mezcló con ellos sintió ansias y, de nuevo, también los hijos de Israel lloraron junto con ellos y dijeron: ‘¡Si tan sólo tuviéramos para comer carne! Recordamos el pescado que solíamos comer gratis en Egipto; los pepinos, las sandías, el puerro, las cebollas y los ajos. ¡Pero ahora nuestra alma está seca y nunca vemos nada más que este maná!» (Números 11:4-6).

No es una historia nueva. Ya la hemos escuchado (ver por ejemplo Éxodo 16). Pero en esta ocasión, Moshé experimenta lo que podemos definir como una crisis nerviosa:

Moshé dijo al Eterno: «¿Por qué has hecho mal a Tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia en Tus ojos para que impongas la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso yo concebí a todo este pueblo? ¿O acaso yo lo engendré…? Yo solo no puedo cargar a todo este pueblo, pues es demasiado pesado para mí. Y si me vas a tratar de este modo, te ruego que me des muerte, si es que he hallado gracia en Tus ojos, para que yo no vea mi mal» (Números 11:11-15)

¡Moshé pide morir! Él no es la única persona en el Tanaj que lo pide. Hay por lo menos otros tres casos. Está Elías, cuando después de su exitoso enfrentamiento con los profetas del Baal en el Monte Carmel, la reina Izebel emite la orden de matarlo:

Él tuvo miedo, y se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beersheba de Iehudá y dejó allí a su criado mientras que él siguió por el desierto un día de camino. Y vino y se sentó bajo un arbusto y pidió morir. Dijo: ‘Basta ya, Eterno. Toma mi vida, porque yo no soy mejor que mis ancestros'» (Reyes I 19:3-4)

Está Ioná, después de que Dios perdonara a los habitantes de Nínive:

Pero ello desagradó sobremanera a Ioná, que se enojó. Y rezó al Eterno diciendo: ‘¡Oh, Eterno! ¿No sabía yo acaso que esto iba a ocurrir cuando estaba en mi propio país? Por eso hui a Tarsis. Yo sabía que Tú eres un Dios misericordioso, tolerante, paciente, abundante en piedad, y que evitas enviar una calamidad. Ahora te ruego, Eterno, que me quites la vida, porque así es mejor para mí morir que vivir (Ioná 4:1-3)

Y también está Jeremías, después de que el pueblo no aceptara sus palabras y lo humillaran públicamente:

¡Oh Eterno! Tú me has persuadido y yo me dejé persuadir. Me has dominado y has prevalecido. He sido objeto de burla todo el día. Todos se ríen de mí… La palabra del Eterno es para mí como un reproche y como una mofa todo el día… Maldito sea el día en que nací. El día en que me trajo al mundo mi madre no sea bendecido. Maldito sea el hombre que trajo la noticia a mi padre diciendo: ‘Te ha nacido un hijo varón’ … ¿Por qué salí del seno materno para ver problemas y dolor y mis días consumidos en la humillación? (Jeremías 20:7-18)

Lehavdil elef havdalot (salvando las diferencias), no tengo la intención de comparar entre los héroes religiosos del Tanaj y los héroes políticos del mundo moderno. Se trata de tipos de personas diferentes, viviendo en épocas diferentes, funcionando en diferentes esferas. Sin embargo, podemos encontrar un fenómeno similar en una de las grandes figuras del siglo veinte, Winston Churchill. Durante gran parte de su vida tuvo períodos de aguda depresión. Él lo llamaba «el perro negro». Churchill le dijo a su hija: «He logrado mucho para al final no lograr nada». A un amigo le dijo: «cada día rezo pidiendo morir». En 1944 le dijo a su médico, Lord Moran, que evitaba pararse cerca de la plataforma de un tren o mirar desde la cubierta de un barco porque podía verse tentado a cometer suicidio: «Un segundo de desesperación terminaría con todo» (Estas citas fueron tomadas de «Churchill’s Black Dog», de Anthony Storr).

¿Por qué las personas más grandiosas a menudo se sienten perseguidas por una sensación de fracaso? Storr, en el libro antes mencionado, ofrece algunas ideas psicológicas convincentes. Pero en el nivel más simple vemos ciertos rasgos comunes, al menos entre los profetas bíblicos: un impulso apasionado por cambiar el mundo, combinado con una profunda sensación de insuficiencia personal. Moshé dijo: «¿Quién soy yo… para sacar a los israelitas de Egipto?» (Éxodo 3:11). Jeremías dijo: «No puedo hablar. No soy más que un niño» (Jeremías 1:6). Ioná intentó huir de su misión. El mismo sentido de responsabilidad que lleva a un profeta a responder a la llamada de Dios puede llevarlo a culparse a sí mismo cuando las personas que lo rodean no responden a la misma llamada.

Sin embargo, es esa misma voz interior la que, en última instancia, tiene la cura. El profeta no cree en sí mismo: él cree en Dios. No se compromete a liderar porque se ve a sí mismo como un líder, sino porque ve una tarea por hacer y no hay nadie dispuesto a hacerla. Su grandeza no reside en sí mismo sino más allá de él: en su sensación de ser convocado para una tarea que debe realizarse, sin importar cuán inadecuado se considere a sí mismo.

La desesperación puede formar parte del propio liderazgo. Porque cuando el profeta se ve vilipendiado, reprendido, criticado; cuando sus palabras caen en terreno pedregoso, cuando ve que la gente escucha lo que quiere oír y no lo que necesita oír, entonces se queman las últimas capas de su yo, dejando sólo la tarea, la misión, la convocatoria. Cuando esto ocurre, nace una nueva grandeza. Ya no importa que el profeta sea poco popular e ignorado. Lo único que importa es la obra y Aquél que lo ha convocado a hacerla. Es entonces cuando el profeta llega a la verdad declarada por Rabí Tarfón: «No depende de ti terminar la tarea, pero tampoco eres libre para apartarte de ella» (Avot 2:16).

Una vez más, sin pretender equiparar lo sagrado y lo secular, termino con las palabras pronunciadas por Theodore Roosevelt (en un discurso a los estudiantes de la Sorbona, en París, el 23 de abril de 1910), que resumen el desafío y el consuelo del liderazgo en cadencias de elocuencia intemporal:

Lo que cuenta no es el crítico, ni el hombre que señala cómo tropieza el hombre fuerte, ni dónde el que actúa podría haber hecho mejor las cosas. El crédito pertenece al hombre que de hecho está en el terreno, cuyo rostro está sucio de polvo, sudor y sangre, que se esfuerza con valentía. Que se equivoca y se queda corto una y otra vez. Porque no hay esfuerzo sin error o equivocación. Pero quien realmente se esfuerza por hacer; quien conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones, quien se dedica a una causa digna, quien en el mejor de los casos conoce al final el triunfo del gran logro, si fracasa, por lo menos fracasa mientras toma grandes riesgos. Para que su lugar nunca esté con esas almas frías y tímidas que no conocen la victoria ni la derrota.

El liderazgo en una causa noble puede traer gran desesperanza. Pero también es la cura.

Aishlatino.com

 

 

Lecciones de la Menorá

Por Tali Loewenthal

“Setenta caras tiene la Torá”. Este famoso dicho talmúdico nos da una idea de profundidad de las enseñanzas de la Torá. Se asume que significa que a cada oración de la Torá uno puede encontrarle setenta explicaciones, lecciones o significados distintos.

Pero, ¿por qué sólo a cada oración? ¿No vale esto para todas y cada una de las palabras de la Torá, o incluso para cada letra? De hecho, esto es así, y se combina con otra idea: cada concepto de la Torá tiene cuatro niveles de significado, desde el básico hasta el esotérico. El Talmud también nos dice que Rabí Akiva, el maestro de Torá líder de su generación, podía explicar no sólo cada letra de la Torá, sino también las pequeñas “coronitas” que adornan las letras en rollo manuscrito de la Torá.

Este aspecto de la Torá significa que es una fuente constante de enseñanzas, en todas las épocas, y que se aplica a cada aspecto de la vida, tanto al práctico como al espiritual. Tomemos como ejemplo la Menorá de Oro, la luz de lo que se describe en la lectura de la Torá de esta semana. Podríamos pensar que esta ley sólo se aplica a los tiempos del Templo. Sin embargo, la Torá también le habla a nuestra generación. Los siguientes puntos se encuentran entre las “setenta caras de la Torá”:

  • La Menorá tuvo que hacerse de un solo bloque de oro: sin soldaduras, sin tornillos y sin bisagras. Sin embargo, la Menorá tenía siete luminarias, no sólo una. Los Sabios nos dicen que esta característica de la Menorá representa la diversidad del pueblo judío: siete ramas, del extremo izquierdo al extremo derecho. El hecho de que la Menorá se haya construido a partir de un sólo bloque de oro pone un énfasis en que, a pesar de la diversidad, somos todos uno en esencia.
  • El segundo punto se relaciona con la llama de la Menorá. Una llama ardiente consiste en tres cosas: el combustible (aceite de oliva), la mecha y la llama en sí. La mecha representa el cuerpo físico. La llama, en su constante puja hacia lo alto, representa el resplandor espiritual que una persona alcanza en su vida cotidiana. Pero en el caso de la luminaria, la mecha precisa de combustible para mantener viva la llama, así como en la vida de un judío el combustible de la llama es el cumplimiento de la Torá y sus leyes. Sin el combustible del cumplimiento de la Torá, el espíritu judío no puede cumplir su tarea de iluminar espiritualmente el mundo.
  • El tercer punto tiene que ver con la luz de las luminarias. En el Templo, este trabajo era llevado a cabo por un sacerdote (cohen) todos los días. El comentarista Rashi nos dice que esta tarea no se consideraba completa hasta que la llama no se hubiera encendido de manera correcta, de acuerdo con lo convenido. No era suficiente con tocar la mecha y dejar que una incipiente llama parpadeante luchara por su supervivencia. La lección tiene que ver en este caso con nuestra relación con los otros. Todos nosotros cumplimos, algunas veces, el papel de “sacerdotes”, de quien da luz a otra persona. Si bien es importante ayudar a una persona a encontrarse a sí misma tanto en lo material como en lo espiritual, no es suficiente con dar una simple ayuda momentánea. Por este motivo, el modo más elevado de brindar caridad a los pobres consiste en ayudar a la persona a insertarse en el mundo laboral, mientras que en asuntos espirituales el objetivo es encender la llama de la “luminaria” de la persona para que luego él o ella pueda encender e inspirar a otros.

Estas son algunas de las setenta caras de la Torá, en lo que hace a la Menorá en esta sección de la Torá. ¿Alguien en la mesa puede sugerir alguna otra? (www.es.chabad.org)

 

 
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