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| lunes junio 30, 2025

JUKAT 5785

Israel Winicki Z.L para Porisrael.org


B’H

Números 19:1-22:1

Moshe aprende las leyes de la Vaca Roja, cuyas cenizas purifican a una persona que fue contaminada al ponerse en contacto con un cadáver.

Luego de 40 años de viajes a través del desierto, el pueblo de Israel arriba al desierto de Zin. Miriam fallece y el pueblo se queda sin agua. Di-s dice a Moshe que hable a una piedra y le ordene dar agua. Moshe se enoja con los rebeldes Israelitas y golpea la roca. Fluye agua, pero Moshe es informado por Di-s que ni él ni su hermano Aarón ingresarán a la Tierra Prometida.

Aarón fallece en Hor HaHar y su hijo, Elazar, lo sucede en el puesto de Sumo Sacerdote.

Serpientes venenosas atacan el campamento Israelita luego de otra erupción de descontento en la cual la gente «habla contra Di-s y Moshe»; Di-s manda a Moshe colocar una serpiente de cobre sobre un mástil alto, y todo el que observe hacia arriba será curado. El pueblo canta una canción en honor al pozo milagroso que les proveyó agua en el desierto.

Moshe lidera al pueblo en las batallas contra los reyes Emoritas Sijón y Og (que buscan impedir el paso del Pueblo Israelita por sus territorios) y conquista sus tierras, que se encuentran al este del río Jordán.

 

TODOS SON SUS MANDAMIENTOS

 

Si se nos ordena que honremos a nuestros padres, lo primero que se nos ocurre decir: “Vaya tontería, ya se que debo honrar a mis padres. Ellos me engendraron, me cuidaron, me alimentaron, me educaron. ¿Cómo no voy a honrarlos después de todo lo que hicieron por mi?”

Si se nos dice que descansemos en Shabat, lo primero que preguntamos es: “¿Por qué?” Y la respuesta es “Porque en seis días hizo Di-s los cielos y la tierra y en el séptimo día descansó”. Entonces también comprendemos.

Pero si se nos dice: “Toma una vaca roja, que alguien la sacrifique, que la quemen, que mezclen sus cenizas con agua del Santuario y que esas cenizas sirvan para purificar al que quedó impuro por el contacto con un cadáver. Pero lo que debes tener en cuenta es que tanto el que la sacrifica, como el que la quema, como el que mezcla las cenizas, quedarán impuros hasta la tarde”, nuestra primera reacción es exclamar “¡Esto no tiene pies ni cabeza, es una locura, no hay ninguna explicación racional!” Sin embargo puede ser que no haya una explicación racional, pero hay una que va más allá de la razón. Es un JOK, un decreto de Di-s, como es un JOK honrar a los padres o descansar en Shabat. Todas son expresiones de Su voluntad, y como tales deben ser obedecidas, sin que importe si entendemos su significado o no.

No por nada en Sinaí nuestros padres dijeron “Haremos y escucharemos”. Primero actuemos, después busquemos explicaciones.

¿Tener hijos es una decisión lógica?

Por Chana Weisberg

¿Sería lógico elegir a voluntad una situación que:

  • te va a costar mucho dinero?
  • te va a hacer pasar innumerables noches sin dormir?
  • te va a crear muchísimos problemas (¡que olerán bastante mal!)?
  • te quitará tiempo que no es fácil hacerse en un momento de la vida con muchas ocupaciones?
  • causará una gran conmoción en tu cuerpo (y es posible que también en tu matrimonio)?
  • te significará una responsabilidad apabullante durante los años venideros?
  • no tiene (¡en absoluto!) resultados garantizados?

Y aun así, muchos de nosotros nos aventuramos a voluntad en la paternidad.

El profesor L. A. Paul, un distinguido filósofo metafísico, explica que la decisión de tener hijos no es racional. Las decisiones racionales se basan en los resultados, pero tener hijos es una “experiencia epistémicamente transformadora”. No puedes saber cómo será la experiencia de tener hijos propios hasta que lo experimentes en primera persona.

Este bebé puede transformarte tanto que su bienestar puede volverse más importante que el tuyo. Puedes cambiar por completo al encontrar espacio dentro de ti para un otro que se vuelve igual de importante, o incluso más importante que tú.

¿Tiene sentido? No. ¿Es lógico? No. Pero algunas de las experiencias más importantes de la vida son el resultado de acciones que están mucho más allá de la lógica.

La porción de la Torá de esta semana se llama Jukat, y habla de las leyes supra racionales y de respetar las leyes de Di-s por devoción a su voluntad incluso cuando están más allá de nuestra comprensión. Comienza con la ley más enigmática: la ley de la vaca roja, cuyas cenizas fueron esparcidas sobre aquellos que se habían vuelto impuros para los rituales.

Entonces la persona limpia rociará sobre el inmundo […] y quedará limpio al llegar la tarde […]. [Pero] el que rocíe el agua para la impureza […] quedará inmundo. (Bamidbar 19:19–21).

Una de las cuestiones fascinantes de este ritual es que aunque las cenizas purifican al individuo impuro, ¡el Kohen que realiza este acto se vuelve él mismo impuro!

El Midrash Tanjuma elucida:

Todos los que están involucrados en la preparación de la vaca, desde el principio hasta el final, se vuelven impuros, pero ¡la vaca misma purifica lo impuro! Di-s dice: “He hecho un jok, un decreto”.

El Rebe señala que la Torá nos enseña aquí a preocuparnos por la impureza y la corrupción de otra persona y a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para rehabilitarla.

¿Y qué hay del tiempo, la energía y los recursos que me quitará? ¿Qué pasa si el contacto con él me hace apagarme, en un sentido emocional, material y espiritual?

Así como la Torá le enseña al Kohen, quien es muy cuidadoso de no volverse impuro, cómo hacerlo, también lo hace imperativo para nosotros.

¿Tiene sentido? No. ¿Es lógico? No.

Pero la vida no se trata sólo de hacer cosas lógicas. Nuestras vidas tienen que ver con trascender nuestros egos: poner de lado nuestros propios intereses personales y abrirnos a amar a los demás y a hacer algo puro a partir de nuestra devoción a la voluntad de Di-s, incluso cuando está fuera del terreno de lo racional.

Ya lo sabemos: algunas de las experiencias más importantes de la vida son resultado de acciones que están mucho más allá de la lógica. (www.es.chabad.org)

Kohelet, Tolstoi y la vaca bermeja

Rav Jonathan Sacks

 

El mandamiento de pará adumá, la vaca bermeja, con el cual comienza nuestra parashá, se conoce como la mitzvá más difícil de entender. Las primeras palabras, zot jukat haTorá, implican que este es el ejemplo supremo de un jok de la Torá, es decir, una ley cuya lógica es oscura, tal vez imposible de captar.

Se trataba de un ritual para purificar a quienes habían tenido contacto o habían estado en ciertas formas de cercanía a un cadáver. Un cuerpo sin vida es la principal fuente de impureza, y la impurificación que provoca a los vivos implica que la persona afectada no puede entrar a los precintos del Tabernáculo o del Templo hasta ser purificada, en un proceso que duraba siete días.

Un elemento clave del proceso de purificación involucraba al sacerdote rociando a la persona afectada en el tercero y en el séptimo día, con un líquido especialmente preparado conocido como «agua de purificación». Primero era necesario encontrar una vaca bermeja, sin defectos y a la que nunca le hubieran puesto un yugo para trabajar. La vaca era sacrificada ritualmente y la quemaban fuera del campamento. Al fuego se agregaba madera de cedro, hisopo y lana escarlata, y las cenizas se colocaban en un recipiente que contenía agua «viva», es decir, fresca. Eso era lo que se rociaba sobre los que se habían impurificado por tener contacto con la muerte. Uno de los rasgos paradójicos del rito era que a pesar de que purificaba a los impuros, también impurificaba a quienes participaban en la preparación del agua de purificación.

Aunque este ritual no se ha practicado desde la época del Templo, sigue teniendo significado en sí mismo y para ayudarnos a entender qué es un jok, lo que por lo general se traduce como un «estatuto». Otros ejemplos incluyen la prohibición de comer junto carne y leche, vestir ropa que tenga mezclado lana y lino (shatnez) y sembrar un campo con dos clases de grano (kilaim). Hay muchas explicaciones diferentes sobre los jukim.

Los Sabios reconocieron que mientras que los gentiles pueden entender las leyes judías basadas en la justicia social (mishpatim) o la memoria histórica (edot), mandamientos como la prohibición de comer junto carne y leche parecen irracionales y supersticiosos. Los jukim son leyes de las cuales «el Satán y las naciones del mundo se burlan».(2)

Maimónides tiene una perspectiva diferente. Él cree que ningún mandamiento Divino es irracional. Suponer lo contrario es pensar que Dios es inferior a los seres humanos. Los jukim sólo parecen ser inexplicables porque hemos olvidado el contexto original en el cual fueron ordenados. Cada uno es un rechazo o una educación contra alguna práctica idólatra. Sin embargo, la mayoría de esas practicas han desaparecido, y por eso ahora nos cuesta entender estos mandamientos.(3)

Una tercera perspectiva, adoptada por Najmánides en el siglo XIII(4) y luego desarrollada por Rav Shimshon Rafael Hirsch en el siglo XIX, es que los jukim son leyes diseñadas para enseñarnos la integridad de la naturaleza. La naturaleza tiene sus propias leyes, dominios y límites, cruzarlos es deshonrar el orden creado por la Divinidad y amenazar la naturaleza misma. Por eso no combinamos telas de origen animal (lana) y vegetal (lino), ni mezclamos algo de un animal vivo (leche) con un animal muerto (carne). Respecto a la vaca bermeja, Rav Hirsch dice que el ritual es para purificar a los humanos de la depresión que provocan los recordatorios sobre la mortalidad humana.

Mi opinión es que los jukim son mandamientos que deliberadamente tienen la intención de eludir la parte racional del cerebro, el córtex prefrontal. La raíz de la palabra jok es j-k-k, que significa «grabar». La escritura tiene lugar sobre la superficie; el grabado entra mucho más profundo que la superficie. Los rituales llegan más profundo de la superficie de la mente, y por una razón importante. No somos animales totalmente racionales, y podemos cometer grandes errores si pensamos que lo somos. Tenemos un sistema límbico, un cerebro emocional. También tenemos un conjunto extremadamente potente de reacciones ante un potencial peligro, localizado en la amígdala que nos lleva a huir, congelarnos o luchar. Un sistema moral, para ser adecuado a la condición humana, debe reconocer la naturaleza de la condición humana, Debe hablar a nuestros miedos.

EL miedo más profundo de la mayoría de las personas es el miedo a la muerte. Como dijo La Roshefoucauld: «Ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente». Pocos han explorado la muerte y la trágica sombra que proyecta sobre la vida con más profundidad que el autor de Kohelet (Eclesiastés):

«El destino del hombre es el destino de las bestias; a ambos les espera el mismo destino, la muerte de uno es como la muerte del otro, sus espíritus son lo mismo, el hombre no tiene preminencia sobre la bestia porque todo es vanidad. Todos van al mismo lugar, todos vienen del polvo y al polvo vuelven» (Eclesiastés 3:19-20).

Saber que va a morir priva a Kohelet de todo el sentido de la vida. No tenemos idea de lo que ocurrirá, después de nuestra muerte, con lo que hemos conseguido en la vida. La muerte se burla de la virtud: el héroe puede morir joven mientras el cobarde vive hasta la vejez. Y el duelo es trágico de otra manera. Perder a nuestros seres queridos es un desgarre en el tejido de nuestras vidas, tal vez de forma irreparable. La muerte contamina el sentido más simple y crudo: la mortalidad abre un abismo entre nosotros y la eternidad de Dios.

A este miedo existencial y elemental se dirige el rito de la vaca bermeja. El animal mismo es el símbolo más crudo de la vida animal pura, indómita, no domesticada. El rojo, como el escarlata de la lana, es el color de la sangre, la esencia de la vida. El cedro, el más alto entre los árboles, representa la vida vegetativa. El hisopo representa la pureza. Todos ellos se reducen a cenizas en el fuego, un poderoso drama de la mortalidad. Luego las cenizas mismas se disolvían en agua, simbolizando la continuidad, el flujo de la vida y el potencial de renacimiento. El cuerpo muere pero el espíritu continúa. Muere una generación pero nace otra. Las vidas pueden terminar, pero la vida no acaba. Los que viven después de nosotros continúan lo que nosotros empezamos, y nosotros seguimos viviendo en ellos. La vida es una corriente sin fin, y queda un rastro de nosotros que se transporta hacia el futuro.

En la época moderna, la persona que más experimentó y expresó lo que sintió Kohelet fue Tolstoi, quien relató la historia en su ensayo «Confesión».(5) Cuando lo escribió tenía un poco más de cincuenta años, y ya había publicado dos de las mejores novelas jamás escritas: «La guerra y la paz» y «Ana Karenina». Su legado literario estaba asegurado. Estaba casado y tenía hijos. Tenía un gran patrimonio., Su salud era buena. Sin embargo, se sentía abrumado por la falta de sentido de la vida ante la certeza de que todos moriremos. Él citó largamente a Kohelet. Contempló el suicidio. La pregunta que lo atormentaba era: «¿Hay algún sentido en mi vida que no sea aniquilado por la inevitabilidad de la muerte que me espera?»(6)

Tolstoi buscó una respuesta en la ciencia, pero todo lo que la ciencia le dijo fue que «en la infinidad del espacio y la infinidad del tiempo, partículas infinitamente pequeñas mutan con infinita complejidad». La ciencia trata sobre causa y efecto, no propósito y significado. Finalmente, concluyó que sólo la fe religiosa rescata a la vida de la falta de sentido. «El conocimiento racional, tal como es presentado por los eruditos y sabios, niega el sentido de la vida».(7) Lo que hace falta es algo más que el conocimiento racional. «La fe es la fuerza vital. Sin una persona vive, entonces debe creer en algo… Si entiende la ilusión de lo finito, está obligada a creer en lo infinito. Sin fe es imposible vivir».(8)

Por eso, para vencer la impurificación del contacto con la muerte, debe haber un ritual que eluda el entendimiento racional. Y así es que tenemos el rito de la vaca bermeja, en el cual la muerte se disuelve en agua de vida y aquellos sobre quienes se rocía vuelven a ser puros para poder entrar al recinto de la Shejiná y restablecer el contacto con la eternidad.

Ya no tenemos la vaca bermeja y su ritual de siete días de purificación, pero tenemos la shivá, los siete días de luto durante los cuales somos consolados por los demás y así nos volvemos a conectar con la vida. Nuestro dolor gradualmente se disuelve por el contacto con amigos y familiares, tal como las cenizas de la vaca bermeja se disolvían en el «agua viva». Emergemos, todavía con dolor, pero hasta cierto punto limpios, purificados, capaces de volver a afrontar la vida.

Creo que podemos emerger de la sombra de la muerte si nos permitimos ser curados por el Dios de la vida. Para ello necesitamos la ayuda de los demás. «Un prisionero no puede liberarse a sí mismo de la prisión»,(9) dice el Talmud. Hacía falta un cohen que rociara las aguas de purificación. Hace falta que lleguen otras personas para aliviar nuestro dolor. Pero la fe, la fe del mundo del jok, más profunda que la mente racional, puede ayudar a curar nuestros miedos más profundos.

Aishlatino.com

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Saadia Gaon, Beliefs and Opinions, libro III.
  2. Ioma 67b.
  3. La guía de los perplejos, III:31.
  4. Comentario sobre Levítico 19:19.
  5. Leo Tolstoy, A Confession and other religious writings, Penguin Classics, 1987.
  6. ibid., 35.
  7. ibid., 50.
  8. ibid., 54.
  9. Brajot 5b.

 

 

 
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