No se trata de paz. Se trata de unos líderes occidentales que se aferran a ideas obsoletas, ignoran la historia, premian el terrorismo y juegan peligrosamente con las vidas judías, una vez más
Con el reciente reconocimiento del Estado palestino por parte del presidente francés, Emmanuel Macron, y la declaración del primer ministro británico, Keir Starmer, de su intención de hacer lo mismo, Europa intenta una vez más imponer su voluntad al pueblo judío.
Pero, ¿Qué están reconociendo exactamente, y cómo se definirán las fronteras? ¿Quién los liderará? ¿La Autoridad Palestina, sumida en la corrupción y la autocracia? ¿Cuál será la política exterior de ese «Estado»? ¿Más incitación al odio, lanzamiento de cohetes y glorificación del martirio?
No se trata de paz. Se trata de líderes occidentales que se aferran a ideas obsoletas, ignoran la historia, premian el terrorismo y juegan peligrosamente con las vidas judías, una vez más.
Gran Bretaña y Francia ya lo han hecho antes. Hace un siglo se dividieron el Medio Oriente como si fuera suyo. Y entre los territorios que manipularon se encontraba Eretz Israel, la patria ancestral del pueblo judío.
Un siglo de traiciones
Tras la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia redibujaron las fronteras del Medio Oriente como cartógrafos imperiales. Mediante el Acuerdo Sykes-Picot de 1916 y los Mandatos de la Sociedad de las Naciones, se dividieron territorios sobre los que no tenían ningún derecho moral.
La Declaración Balfour de 1917 había ofrecido la promesa de un hogar nacional para el pueblo judío. Pero esa promesa pronto se vio socavada. En 1921, Gran Bretaña cedió el 77% del Mandato para crear Transjordania, la actual Jordania, y prohibió a los judíos establecerse allí. Luego llegó el Libro Blanco de 1939, que cerró las puertas del Mandato de Palestina a los judíos que huían del Holocausto. Los barcos británicos rechazaban a los refugiados. Los sobrevivientes fueron devueltos a Europa, a menudo para morir.
En 1922, el Imperio Británico extirpó del territorio que debía ser el Hogar Nacional Judío, según el Mandato otorgado por la Liga de las Naciones, toda el área al este del río Jordán (tres cuartas partes del total, en color mostaza en este mapa), y se lo entregó a una tribu foránea proveniente de la Península Arábiga, los hachemitas. Esa es la actual Jordania
Francia, por su parte, controlaba Siria y el Líbano. En lugar de apoyar la autodeterminación judía, empoderó al nacionalismo árabe para mantener su control colonial, oponiéndose activamente al restablecimiento de la soberanía judía.
Hoy en día, Jordania, que a menudo se presenta como una voz moderada, continúa alzando la voz contra la presencia de Israel en Judea y Samaria. Sin embargo, vale la pena recordar que la monarquía hachemita no es autóctona de esa tierra; se originó en la Península Arábiga.
Entre 1948 y 1967 Jordania ocupó ilegalmente Judea y Samaria, incluyendo Jerusalén Oriental. Se destruyeron sinagogas. Se expulsó a los judíos. Se negó por completo el acceso a los lugares sagrados judíos. El mundo guardó silencio.
No es casualidad que Francia y el Reino Unido estén impulsando el reconocimiento de un Estado palestino al mismo tiempo. Si se sigue el rastro del dinero, las motivaciones se hacen más claras. No se trata de derechos humanos. Se trata de poder, influencia e imagen, a expensas de Israel
Ahora, a pesar de su tratado de paz con Israel, Jordania alimenta discretamente las narrativas antiisraelíes, mientras finge ser un socio neutral. Israel no debería tomar esta duplicidad a la ligera.
Luego está Catar, un Estado del Golfo con una vasta influencia financiera en Europa y un largo historial de financiación del terrorismo y la propaganda antiisraelí. No es casualidad que Francia y el Reino Unido estén impulsando el reconocimiento de un Estado palestino al mismo tiempo. Si se sigue el rastro del dinero, las motivaciones se hacen más claras. No se trata de derechos humanos. Se trata de poder, influencia e imagen, a expensas de Israel.
Arrogancia reempaquetada
El reconocimiento de un Estado palestino por parte de los países europeos no es diplomacia: es apaciguamiento. Un Estado que niega la historia judía, promueve el terrorismo y se niega a aceptar el derecho de los judíos a existir no es un aliado para la paz. Macron y Starmer pueden hablar el lenguaje de la «justicia», pero lo que están haciendo es perpetuar la arrogancia colonial, decidiendo, una vez más, que la soberanía judía debe estar condicionada a la aprobación europea.
Sin embargo, Israel nunca les perteneció, y nunca lo será.
Los judíos ya no mendigan
Israel no es un regalo. Es la nación soberana de un pueblo que regresó a casa tras siglos de exilio, persecución y genocidio. El pueblo judío ya no es apátrida. Ya no mendiga refugio en costas extranjeras.
Están en casa. Son soberanos. Y no piden permiso a nadie para existir.
Antes de redefinir las fronteras en Judea y Samaria, quizá los líderes occidentales deberían analizar sus propias sociedades, plagadas por el creciente antisemitismo, la radicalización islamista y una profunda confusión sobre la historia y la identidad.
El derecho de Israel a existir no es una concesión europea. Es el derecho natural del pueblo judío: no el de Macron a reconocer, ni el de Starmer a dividir. Ya una vez se repartieron Israel. Ahora lo intentan de nuevo, entregando partes de él a quienes rechazan la paz y glorifican la violencia
Francia y Gran Bretaña ya no son autoridades morales en el Medio Oriente. En todo caso, le deben al pueblo judío una disculpa, no otra traición.
El derecho de Israel a existir no es una concesión europea. Es el derecho natural del pueblo judío: no el de Macron a reconocer, ni el de Starmer a dividir. Ya una vez se repartieron Israel. Ahora lo intentan de nuevo, entregando partes de él a quienes rechazan la paz y glorifican la violencia.
Afortunadamente, no tienen ningún derecho sobre esta tierra. Si asesorara al gobierno israelí, haría que su mejor equipo de relaciones públicas preparara y trasmitiera un mensaje inequívoco: esta tierra no les pertenece para dividirla, sermonearla ni reasignarla.
Lucho por la verdad sobre Israel, porque he estado allí muchas veces. También he recorrido las calles de Judea y Samaria (la «Cisjordania» de Jordania), con pueblos árabes palestinos a tiro de piedra; he estado en las fronteras de Israel con Siria y Gaza, y he hablado con israelíes comunes que viven a diario bajo la amenaza del terrorismo.
He conocido a madres criando a sus hijos bajo el fuego de los cohetes. Adolescentes que lloran la pérdida de amigos en apuñalamientos. Y comunidades que aún esperan la paz, rodeadas de odio.
Francia y Gran Bretaña ya no tienen poder real para cambiar el rumbo de una nación soberana como Israel. Pueden aprobar mociones, pronunciar discursos y emitir reconocimientos, pero no definen las fronteras de Israel, su capital ni su derecho a existir
También he visto cómo Israel trata incluso a sus enemigos con atención médica y dignidad básica. Esto no es propaganda, es la realidad; una realidad que la mayor parte del mundo prefiere ignorar. Francia y Gran Bretaña ya no tienen poder real para cambiar el rumbo de una nación soberana como Israel. Pueden aprobar mociones, pronunciar discursos y emitir reconocimientos, pero no definen las fronteras de Israel, su capital ni su derecho a existir.
Sus gestos simbólicos quizá no tengan peso legal, pero envalentonan a quienes buscan un Oriente Medio sin judíos. Eso es lo que hay que detener. Mientras Israel es cada vez más rechazado, aislado y vilipendiado, permítanme decirlo claramente: Israel, no estás solo.
*El autor es un escritor germano-indio dedicado a fortalecer los lazos entre Israel y la comunidad internacional.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción Sami Rozenbaum, Nuevo Mundo Israelita.
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