Durante los siglos XX y XXI, diversos movimientos ideológicos han sido objeto de narrativas extremas que oscilan entre la idealización absoluta y la demonización sin matices. Dos de estos importantes son el movimiento sionista y los principios del socialismo histórico y quienes representan dos ejemplos paradigmáticos.
Por un lado, el sionismo es la expresión de un pueblo que luchaba por su soberanía nacional, por el establecimiento de un hogar nacional, tras siglos de persecución y de vida desarrollada en una diáspora que parecía interminable. Mientras tanto, el socialismo surge como una respuesta a las injusticias sociales generadas por el capitalismo industrial.
Y si bien, ambos parten de raíces ideológicas diferentes y objetivos distintos, ambos comparten un fenómeno común: han sido demonizados, tergiversados y simplificados hasta el absurdo, muchas veces por razones puramente ideológicas, sin un análisis riguroso ni contexto histórico.
De esta manera es importante analizar lo que se podría señalar como una absurda demonización del movimiento sionista y compararlo con lo que también ha experimentado el movimiento socialista en su historia, señalando los riesgos de tales distorsiones, y desmontando específicamente lo absurdo de equiparar el sionismo con el fascismo o el colonialismo, como erróneamente sostienen algunos sectores radicalizados del discurso político y académico contemporáneo, incluso ignorando las ramas socialistas de algunos grupos sionistas reflejados en instituciones como las granjas colectivas (kibutzim), los equipos de fútbol de corte socialista (Hapoel Jerusalem por ejemplo) y la cantidad de partidos de centro y de izquierda política históricamente en Israel incluyendo su primer Primer Ministro David Ben Gurión.
Para iniciar se debe enmarcar nuevamente que el sionismo, como movimiento político moderno, tiene sus orígenes formales a finales del siglo XIX de la mano del periodista judío Theodor Herzl, en un contexto europeo profundamente antisemita. El propósito de este movimiento no era conquistar ni dominar a otros pueblos, sino establecer un hogar nacional seguro para el pueblo judío, el pueblo judío se había mantenido hasta ese momento disperso durante casi dos milenios y víctima de persecuciones sistemáticas. El sionismo entonces se debe entender en el mismo contexto de los movimientos de liberación nacional, como el panarabismo (nacionalismo árabe), el nacionalismo indio, o los procesos de descolonización africanos.
Pese a este fundamento emancipador, el sionismo ha sido objeto de una campaña sistemática de demonización, especialmente tras la creación del Estado de Israel en 1948 y las sucesivas guerras con países vecinos. Esta narrativa distorsionada se consolidó internacionalmente con la Resolución 3379 de la ONU en 1975, que equiparaba al sionismo con el racismo, una afirmación profundamente injusta que sería revertida en 1991.
No obstante, el estigma persiste en sectores de la opinión pública y académica, la misma fue promovida por los países aliados de la Unión Soviética como una forma de confrontación indirecta por el acercamiento del nuevo país con los países del bloque occidental, enemigos del bloque soviético que tenía como intención acercar a la mayor cantidad de aliados como fuera posible.
Mientras tanto, el socialismo ha representado, al menos en teoría, una búsqueda por la justicia social, la equidad y la redistribución del poder y la riqueza. Pese a esto, su aplicación ha variado radicalmente. Mientras que el socialismo democrático europeo ha producido sociedades con altos índices de bienestar, el socialismo autoritario de la URSS, China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela ha estado marcado por la represión política, las violaciones de derechos humanos y desastres económicos.
Este contraste ha llevado a una polarización en la percepción del socialismo, donde unos lo defienden como modelo utópico y otros lo condenan como sinónimo de dictadura. Sin embargo, incluso los críticos del socialismo rara vez niegan su pluralidad interna o su contribución a la agenda de derechos sociales. En cambio, el sionismo no recibe el mismo trato: se le niega diversidad, se le niega legitimidad y, en muchos casos, se le niega incluso humanidad, de hecho, que se rechaza el derecho de existencia del Estado de Israel, llamándole “Estado ilegítimo”, cuando la misma comunidad internacional le ha dado este reconocimiento desde más de 77 años o es acusado de tener una ideología similar al fascismo, lo cual no solo es absurdo sino carente de realidad.
Esta acusación no solo carece de base histórica, sino que ofende la memoria de millones de víctimas del Holocausto y del totalitarismo europeo. El movimiento fascista, promueve el nacionalismo totalitario, el militarismo agresivo, la represión de las libertades individuales y la supremacía étnica. Su variación extrema representada por el nazismo se fundamentó en el odio antijudío, en el antisemitismo sistemático, cuyo resultado fue el asesinato de seis millones de judíos.
Comparar el sionismo con el fascismo, no es solo falso sino perverso. Es negar que el pueblo judío es víctima, no victimario, de la ideología fascista. Además, muchos de los primeros líderes del sionismo fueron socialistas: David Ben-Gurión, Golda Meir o Berl Katznelson promovieron una visión progresista y pluralista del nuevo Estado judío, en abierta contradicción con cualquier doctrina fascista.
La otra comparación falaz, repetida sin fundamento, es la que equipara el sionismo con el colonialismo europeo. Esta afirmación también carece de rigor histórico y conceptual. El colonialismo clásico implicaba que una potencia imperial enviaba colonos o ejercía control sobre una tierra lejana con fines de explotación económica y dominación política. En cambio, el sionismo fue impulsado por refugiados sin poder imperial, provenientes de contextos de persecución, sin respaldo de imperios ni aspiración de enriquecimiento a costa de otros pueblos.
La narrativa de “colonialismo” ignora además que los judíos tienen una conexión ancestral, histórica y espiritual con la tierra de Israel que data de hace más de 3000 años, quienes rechazan dicho vínculo lo hacen por medios discriminatorios al acusar a los judíos modernos de ser descendientes de europeos, utilizando como argumento la supuesta conversión de un pueblo de origen túrquico llamados Jázaros, lo cual además se basa en un supuesto no tan profundizado sobre dicho grupo.
Dicho esto, y en contraste con el europeo que colonizaba África o Asia sin ningún lazo cultural con esas tierras, el retorno del pueblo judío a Sion es un fenómeno único en la historia moderna, donde un pueblo minoritario reconstruyó su hogar ancestral tras siglos de diáspora.
El sionismo no fue una idea surgida de la nada con intenciones de conquista, sino que se trató de un proceso de reconstrucción nacional. Las tierras adquiridas por los judíos en el mandato británico de Palestina fueron compradas legalmente a propietarios árabes y otomanos. De ese modo, el conflicto no surgió por la naturaleza del sionismo, sino por la negativa de ciertos sectores árabes a aceptar la existencia de un Estado judío, a pesar de los múltiples intentos de acuerdo y convivencia.
Mientras tanto, una de las ironías más inquietantes es que muchos de los mismos sectores que critican al sionismo con virulencia, son indulgentes o incluso realizan apología con algunos regímenes autoritarios, ya sea por afinidad ideológica o por narrativas geopolíticas.
Asimismo, si se comparan las cifras de muertes provocadas por regímenes socialistas autoritarios, estas superan ampliamente a las víctimas del conflicto árabe-israelí. El Holodomor en Ucrania, las purgas de Stalin, la Revolución Cultural china, o los campos de trabajo en Corea del Norte suman millones de muertos. Israel, en sus conflictos armados, ha perdido soldados y civiles, y ha provocado también muertes del lado palestino, muchas veces en respuesta a ataques terroristas. Sin embargo, jamás ha emprendido un genocidio ni ha perseguido a minorías como política de Estado, ni siquiera en la época actual, donde el término genocidio está siendo utilizado de una forma irresponsable y no apegado a los estándares del derecho internacional.
Así pues, la demonización del sionismo es tan absurda como negar los crímenes cometidos en nombre del socialismo autoritario. Ambas posturas parten del fanatismo ideológico y rechazan el análisis complejo, histórico y ético. Negar la legitimidad del sionismo no solo es un acto de ignorancia, sino que muchas veces encubre una forma contemporánea de antisemitismo, que utiliza el lenguaje de los derechos humanos para negar el derecho del pueblo judío a la autodeterminación.
Criticar políticas específicas de cualquier Estado es válido, incluyendo a Israel, lo cual se hace en la dinámica propiamente de los ciudadanos del mismo país. Lo que no puede aceptarse es la deslegitimación del derecho de un pueblo entero a existir. Tampoco es bien visto mezclar temas para generar simpatías por una causa válida como la palestina haciendo llamados incluso discriminatorios contra miembros de la comunidad judía bajo una falsa equivalencia entre sionismo y fascismo.
Debe quedar claro por ejemplo, que el sionismo en Costa Rica es incluso anterior a la independencia de Israel, porque el movimiento más que ser totalitario, es un movimiento de autodeterminación sobre el cual se trabajó durante muchos años, mezclar el sionismo con el fascismo y similares no solo es un error histórico sino una irresponsable práctica que algunos grupos mal llamados progresistas han optado por adoptar en los últimos tiempos reescribiendo a conveniencia sus luchas por medio de interseccionalidades incluso en ocasiones forzadas.
De ese modo, debemos superar las simplificaciones ideológicas, estudiar los hechos con honestidad y reconocer la pluralidad de cada movimiento. Solo así podremos construir un discurso político maduro, informado y realmente comprometido con los derechos humanos, ni el sionismo ni el socialismo son demoníacos ni tampoco comen niños crudos en el desayuno, ya es tiempo de superar ese obtuso pensamiento y abrirse a un verdadero debate de ideas donde el sentido común este por encima de estos prejuicios infundados.
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