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| lunes agosto 11, 2025

EKEV 5785

Israel Winicki Z.L para Porisrael.org


B’H

Deuteronomio 7:12-11:25

Moshé continúa su discurso final a los Hijos de Israel, prometiéndoles que si cumplen los preceptos de la Torá, van a ser prósperos en la tierra que están a punto de conquistar y de establecerse, cumpliendo así la promesa de Di-s a sus patriarcas.

Moshé también los reprende por los fallos en su primera generación como pueblo, recordando la idolatría del Becerro de Oro, la rebelión de Koraj, el pecado de los espías, su incitación contra Di-s en Taveeirá, Masá y Kivrot Hataavá; «Tú has sido rebelde contra Di-s,» les dice, «desde el día en que te conocí».

Sin embargo, también habla del perdón Divino y de las Segundas Tablas de la ley que Di-s escribió y les dio luego de haberse arrepentido.

Los 40 años en el desierto, les dice Moshé, durante los cuales Di-s los alimentó con el diario maná del cielo, fueron para enseñarles que «el hombre no vive solo de pan, sino de la palabra de Di-s vive el hombre».

Moshé describe la tierra a la que van a ingresar como una tierra que «fluye leche y miel», una tierra bendecida por las siete especies (trigo, cebada, uva, higo, granada, aceite de oliva y dátiles), como el lugar que es el foco de la Providencia Divina en el universo. Los manda a destruir los ídolos de los habitantes anteriores de la tierra, y a ser cuidadosos de no volverse soberbios y pensar que «mi poder y la fuerza de mi mano me dieron esta riqueza».

Un pasaje clave de esta sección es el segundo capítulo del Shemá, que repite los preceptos fundamentales enumerados en el primer capítulo del Shemá y describe la recompensa por observar los preceptos de Di-s y el resultado adverso (hambruna y exilio) por no cumplirlos. También es la fuente del precepto de orar e incluye una referencia a la resurrección de los muertos en la Era Mesiánica.

LA FUENTE DEL SUSTENTO

“Y Él los afligió y ustedes sufrieron hambre, y Él los alimentó con el maná… para que sepan que el hombre no sólo vive de pan” (Deuteronomio 8:3)

Por cuarenta años los hijos de Israel fueron alimentados con “pan del cielo” para instilar en ellos el reconocimiento de que el sustento viene completamente de Di-s; no importa cuanto trabaje el hombre para ganarse la vida, no recibe ni más ni menos de lo que le fuera asignado.

El desafío estriba en seguir reconociendo esto también después de haber entrado a la tierra y hacer el cambio por el “pan de la tierra”. Aun cuando nos nutrimos del pan que nos hemos ganado “con el sudor de nuestra frente”, debemos recordar que, en verdad, nuestro sustento viene de Di-s y que nunca recibiremos ni una pizca más, ni una pizca menos de lo que nos fuera asignado.

(Rabí Menajem Mendel Schneerson, el Lubavitcher Rebe)

 

Las pequeñas cosas

Por Mordejai Wollenberg

 

Esta porción semanal de la Torá, comienza con la oración: “Vehaiá ekev tishemún”. La traducción literal es: “Por haber oído estos mandamientos” (serán meritorios de las bendiciones que la Torá va a enumerar).

La palabra Ekev, también puede se traducida como “talón”. El comentarista Rashi, explica que el versículo alude a los mandamientos más “livianos”, las mitzvot aparentemente menos importantes que la gente tiende a “pisotear con el talón”. El tipo de cosas que se las dejan de lado. Todos conocemos los mandamientos “mayores”, como ser, cumplir con el Kasher, ayunar en Iom Kipur, etc. ¿Qué hay de los detalles menores? ¿Somos tan cuidadosos?

Esta idea se aplica en todos los aspectos de nuestras vidas. Al niño más tímido, ¿Lo ignoramos con más facilidad precisamente porque es tímido y callado? ¿Qué sucede con las campañas de millones de dólares por diferentes causas? Es muy bueno que algunas causas llamen tanto la atención, pero ¿Qué sucede con las causas que nadie oye ni se entera? ¿Las “pequeñas” cosas se dejan de lado?

Eso es claramente inmoral e incorrecto. Por el otro lado, preciso hacer una llamada personal, seguramente a nadie le va a importar. Son solamente unos pesos más, ¿verdad? ¿Estamos aprovechándonos de alguien más, incluso de manera aparentemente insignificante?

Luego está mi relación con Di-s, mi comportamiento como Judío, lleno de grandes expectativas en todos los aspectos de mi vida. Obviamente nunca voy a hacer algo realmente terrible, pero qué sucede con los “pequeños detalles” ¿Son tan importantes para mí?

Estos, y otros muchos ejemplos más, nos vienen a la mente todos los días, en la casa y en el trabajo, en nuestros negocios, y tratos financieros y personales. Es muy sencillo racionalizar y justificar una violación a pequeña escala de nuestros principios, mucho más que una violación “mayor”.

Por supuesto, un número muy grande de pequeñas cantidades suman una cantidad mucho mayor, incluso si son aparentemente insignificantes por sí mismas. Pero hay también una razón adicional de por qué los “pequeños detalles” son tan importantes. Una persona tiene dos inclinaciones: la “buena inclinación” y la “mala inclinación”. (Ietzer Tov y Ietzer Hará). Esas dos voces internas que claman nuestra atención. La mala inclinación es muy pícara y lista. No viene a la persona y dice: “Ve, roba un banco”, o cosas similares. ¿Por qué no? Porque sabe que ninguna persona decente se sentirá tentado ante dicha sugerencia. Así que, viene a la persona y le sugiere una idea mucho más razonable: ¿Por qué no cobrar un par de pesos más? Después de todo, has trabajado duro, te mereces que te paguen mejor, ¿No es así? Una vez que caemos en la tentación, nuestra resistencia se ha ablandado, y será mucho más fácil enfrascarnos en un comportamiento cada vez peor, hasta que nos encontramos cayendo en una gran escala de violaciones a nuestros principios.

Es por esto, que las cosas aparentemente pequeñas son tan importantes, no debeos dejarnos llevar por las pequeñas tentaciones o correrlas a un lado. Al sobreponernos a las prohibiciones aparentemente mínimas, evitamos dejarnos llevar por el camino que trae a las más grandes transgresiones, y podemos mantenernos firmes a nuestros principios.

No nos olvidemos de las pequeñas cosas. (www.es.chabad.org)

Las políticas de la memoria

Rav Jonathan Sacks

En Ekev, Moshé establece una doctrina política de tal sabiduría que nunca puede volverse redundante ni obsoleta. Él lo logra señalando un contraste entre el ideal al que debe llegar Israel y el peligro que enfrentarán. Este es el ideal:

Guarda los mandamientos de Hashem tu Dios, anda en Sus caminos y ten temor de Él. Pues Hashem tu Dios te lleva a una buena tierra, una tierra de corrientes de agua, manantiales y aguas subterráneas que surgen de los valles y las montañas; una tierra de trigo, cebada, vides, higos y granadas; una tierra de olivas y miel; una tierra donde podrás comer pan sin indigencia: en ella no carecerás de nada; una tierra cuyas piedras son de hierro y de cuyas montañas extraerás cobre. Comerás y te saciarás, y bendecirás a Hashem tu Dios por la buena tierra que Él te entregó. (Deuteronomio 8:6-10)

Y este es el peligro:

Cuídate, no sea que olvides a Hashem tu Dios al no guardar Sus mandamientos y Sus estatutos que yo te encomiendo en este día. No sea que comas y te sacies, y construyas buenas casas y te asientes, y tus reses y tus ovinos se incrementen, y la plata y el oro aumenten para ti, y todo lo que poseas se incremente, y entonces se ensoberbezca tu corazón y olvides a Hashem tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de esclavos… Y [no] digas en tu corazón: «MI fuerza y el poder de mi mano han hecho para mí toda esta riqueza». Pero recordarás a Hashem tu Dios, porque Él es el que te da el poder para hacer riquezas, a fin de mantener Su pacto que juró a tus ancestros, como este día. (Deuteronomio 8:11-17)

Estos dos pasajes están uno tras el otro. Están conectados por la frase: «comerás y te saciarás», y el contraste entre ambos es una fuga entre los verbos «recordar» y «olvidar».

Moshé dice que pasarán buenas cosas. Sin embargo, todo dependerá de cómo respondamos. O que comeremos y estaremos satisfechos y bendeciremos a Dios, recordando que todas las cosas vienen de Él; o que comeremos y estaremos satisfechos y olvidaremos a quién le debemos todo eso. Podemos pensar que se debe por completo a nuestro propio esfuerzo: «Mi fuerza y el poder de mi mano han hecho para mí toda esta riqueza». Aunque pueda parecer una pequeña diferencia, Moshé nos advierte que eso marcará toda la diferencia. Sólo por esto puede cambiar nuestro futuro en nuestra propia tierra.

El argumento de Moshé es brillante y contraintuitivo. Él nos dice: puedes pensar que los tiempos difíciles han quedado atrás. Han deambulado cuarenta años sin un hogar. Hubo momentos en los que no tuvieron agua ni comida. Estuvieron expuestos a los elementos. Fueron atacados por sus enemigos. Puedes pensar que esto fue la prueba de tu fuerza. Pero no es así. El verdadero desafío no es la pobreza sino la riqueza; no es la esclavitud sino la libertad; no es la falta de un hogar sino el hogar.

Muchas naciones se elevaron a grandes alturas cuando enfrentaron dificultades y peligros. Libraron batallas y las ganaron. Atravesaron crisis (sequías, plagas, recesiones, derrotas), y se fortalecieron gracias a ellas. En tiempos difíciles, las personas crecen. Dejan de lado sus diferencias. Hay un sentimiento de comunidad y solidaridad, de unión entre vecinos y extraños. Muchas personas que han vivido una guerra lo saben.

La verdadera prueba de una nación no es si puede sobrevivir una crisis, sino si puede sobrevivir la falta de crisis. ¿Puede mantenerse fuerte en momentos de plenitud, poder y prestigio? Ese es el desafío que ha derrotado a todas las civilizaciones conocidas en la historia. Moshé nos advierte que no dejemos que eso mismo nos venza también a nosotros.

La previsión de Moshé es asombrosa. Las páginas de la historia están plagadas de reliquias de naciones que en su época parecían invencibles, pero que con el tiempo decayeron y fueron olvidadas. Y siempre por la razón que Moshé predijo proféticamente: Olvidaron.(1) Los recuerdos se desvanecen. La gente pierde de vista los valores por los cuales una vez lucharon: justicia, igualdad, independencia, libertad. La nación, superadas sus primeras batallas, se vuelve fuerte. Algunos de sus miembros se vuelven ricos. Se vuelven laxos, autoindulgentes, demasiado sofisticados, decadentes. Pierden el sentido de solidaridad social. Ya no sienten que sea su deber cuidar de los pobres, de los débiles, de los marginales y los perdedores. Comienzan a sentir que la riqueza y la posición que tienen les pertenece por propio derecho. Los lazos de fraternidad y responsabilidad colectiva comienzan a deshacerse. Los menos favorecidos sienten una aguda sensación de injusticia. Comienza a prepararse el terreno para una revolución o una conquista. Las sociedades sucumben a las presiones externas cuando llevan mucho tiempo debilitadas por la decadencia interna. Ese fue el peligro sobre el cual nos advirtió Moshé.

Su análisis demostró ser acertado una y otra vez, y fue reafirmado por varios grandes analistas de la condición humana. En el siglo XIV, el erudito islámico Ibn Jaldún (1332-1406) sostuvo que cuando una civilización se vuelve grandiosa, sus elites se acostumbran al lujo y la comodidad, y el pueblo en su conjunto pierde lo que él llamó su asabiyá, su solidaridad social. Entonces el pueblo se convierte en presa de un enemigo conquistador, menos civilizado que él pero más unido y con mayor impulso.

El filósofo político italiano, Giambattista Vico (1668-1744) describió un siclo similar. Él decía que la gente «primero siente lo que es necesario, luego considera lo que es útil y después se ocupa de la comodidad, más tarde se deleita en los placeres, pronto se vuelve licenciosa en el lujo y finalmente enloquece despilfarrando sus propiedades».(2) La opulencia engendra la decadencia.

En el siglo XX pocos lo dijeron mejor que Bertrand Russel en su «Historia de la Filosofía Occidental». Él creía que las dos grandes cumbres de la civilización se alcanzaron en la Grecia antigua y en la Italia del Renacimiento, pero fue suficientemente honesto como para ver que las mismas características que las hicieron grandiosas contenían las semillas de su propia destrucción:

Lo que sucedió en la gran era de Grecia volvió a suceder en la Italia del Renacimiento: las restricciones morales desaparecieron, porque consideraron que estaban asociadas a la superstición; la liberación de las ataduras hizo que los individuos energéticos y creativos produjeran una rara fluorescencia de genio; pero la anarquía y la traición que inevitablemente resultaron de la decadencia moral hizo a los italianos colectivamente impotentes y cayeron, igual que los griegos, bajo el dominio de naciones menos civilizadas pero no tan desprovistas de cohesión social.(3)

Pero Moshé hizo más que profetizar y advertir. Él también enseñó cómo podían evitar ese peligro, y también en esto sus palabras son tan relevantes hoy como lo fueron entonces. Él habló del vital significado de la memoria para la salud moral de una sociedad.

A lo largo de la historia, hubo muchos intentos de fundamentar la ética en atributos universales de la humanidad. Algunos, como Immanuel Kant, la basaron en la razón. Otros la basaron en el deber. Bentham la arraigó en las consecuencias («la mayor felicidad para el mayor número»).(4) David Hume la atribuyó a ciertas emociones básicas: simpatía, empatía, compasión. Adam Smith la basó en la capacidad de tomar distancia de la situación y juzgarla con desapego («el espectador imparcial»). Cada una de estas ideas tiene sus virtudes, pero ninguna demostró ser infalible.

El judaísmo adoptó y adopta una perspectiva diferente. El guardián de la conciencia es la memoria. Una y otra vez el verbo zajor (recordar) aparece en las palabras de Moshé en Deuteronomio:

Recuerda que fuiste esclavo en Egipto… por eso Hashem tu Dios te ha ordenado observar el día de Shabat (Deuteronomio 5:15)

Recuerda que Hashem tu Dios te guio por el camino en el desierto estos cuarenta años…» (Deuteronomio 8:2)

Recuerda y nunca olvides que tú has provocado a Hashem tu Dios en el desierto… (Deuteronomio 9:7)

Recuerda lo que Hashem tu Dios hizo a Miriam en el camino cuando salieron de Egipto. (Deuteronomio 24:9)

Recuerda lo que te hicieron los amalequitas en el camino cuando salieron de Egipto. (Deuteronomio 25:17)

Recuerda los días de antaño, comprende los años de generación en generación. (Deuteronomio 32:7)

Como escribió Yosef Hayim Yerushalmi en su gran tratado «Zakhor: Jewish History and Jewish Memory»: «Sólo en Israel y en ninguna otra parte el mandato de recordar es un imperativo religioso para todo el pueblo».(5) Las civilizaciones comienzan a morir cuando olvidan. A Israel se le ordenó no olvidar nunca.

En un elocuente pasaje, el erudito norteamericano Jacob Neusner escribió:

La civilización pende, de generación en generación, del hilo de la memoria. Si una sola cohorte de madres y padres no transmite a sus hijos lo que han prendido de sus padres, la gran cadena del aprendizaje y la sabiduría se quiebra. Si los guardianes del saber humano tropiezan una sola vez, en su caída derrumban todo el edificio del conocimiento y el entendimiento.(6)

Las políticas de las sociedades libres dependen de la transmisión de la memoria. Eso fue lo que entendió Moshé y tiene toda la fuerza también para nosotros en la actualidad.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Para un estudio reciente de esta idea aplicada a la política contemporánea, ver David Andress, Cultural Dementia: How the West Has Lost Its History and Risks Losing Everything Else (London: Head of Zeus, 2018).
  2. Giambattista Vico, New Science: Principles of the New Science Concerning the Common Nature of Nations (London: Penguin, 1999), 489.
  3. Bertrand Russell, History of Western Philosophy (London: Routledge, 2004), 6.
  4. The Collected Works of Jeremy Bentham: A Comment on the Commentaries and A Fragment on Government, ed. James Henderson Burns and Herbert Lionel Adolphus Hart (London: Athlone Press, 1977), 393.
  5. Yosef Hayim Yerushalmi, Zachor: Jewish History and Jewish Memory (Seattle: University of Washington Press, 1982), 11
  6. Jacob Neusner, Conservative, American, and Jewish (Lafayette, LA: Huntington House, 1993), 35.
 
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