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| lunes agosto 11, 2025

Georges Bensoussan Entrevista de Alejo Schapire

Alejo Schapire /Seul.ar


Georges Bensoussan Captura de youtube  Entrevista

El Historiador Francés Analiza El Nuevo Antisemitismo Importado Del Magreb Y Critica La Ceguera De La Izquierda Ante Un Fenómeno Que Ya No Viene Solo De La Derecha.

 

Georges Bensoussan (Ahfir, Marruecos, 1952) es un destacado historiador francés especializado en la cultura judía, el antisemitismo y el sionismo. Dirige la Revue d’Histoire de la Shoah (Revista de Historia de la Shoah) y es responsable editorial del Mémorial de la Shoah, en París. Cobró notoriedad con la publicación del explosivo ensayo colectivo Les territoires perdus de la République (Los territorios perdidos de la República, 2002), donde maestros daban testimonio del auge del antijudaísmo, el sexismo y la violencia en los suburbios franceses, rompiendo el tabú (“no hay que hacerle el juego a la derecha”) sobre las influencias islamistas y el fracaso del modelo de integración republicano. El asesinato del profesor Samuel Paty en 2020 a manos de un islamista volvió a poner en evidencia la pertinencia de su diagnóstico. Bensoussan es además el autor de varios libros que son una referencia académica, como Histoire de la Shoah (Historia de la Shoah, 1996). Su última publicación, de 2023, es Les origines du conflit israélo-arabe (1870-1950) (Los orígenes del conflicto árabe-israelí).

En esta entrevista, Bensoussan describe cómo el antisemitismo francés tradicional ha sido desplazado por uno nuevo, importado por la inmigración del Magreb y el conflicto israelí-árabe. Además, examina las dimensiones religiosas de este fenómeno, mientras critica la ceguera de la izquierda francesa que, influida por décadas de propaganda soviética antisionista, se negó a reconocer el antisemitismo fuera de los sectores derechistas.

¿Cómo evolucionó el antisemitismo en Francia desde la publicación de Los territorios perdidos de la República, en 2002?

Lo que habíamos presentido en el libro se confirmó en los 20 años siguientes. Se convirtió en una tendencia de fondo que podría resumírsela en una frase diciéndole que, globalmente, es el resultado de la demografía. Francia es un gran país de inmigración, árabe musulmana esencialmente, tanto del norte de África como del África negra, sobre todo del norte, puesto que es el antiguo imperio colonial francés. Desde hace 40 o 50 años esta inmigración es importante y Francia se convirtió en el país que cuenta con la mayor comunidad musulmana de Europa y el islam es la segunda religión del país. Lo que pasó es que el antisemitismo tradicional de los países del Magreb —no hablo del África negra, sino solamente del norte de África— llegó importado con esas poblaciones. Es como un hábito cultural que fue traído, se desarrolló e incluso se agravó en el espacio francés. Porque al antisemitismo tradicional se agregaron los problemas vinculados a la aculturación, al desarraigo y, por tanto, al resentimiento nacido de este desarraigo. Los judíos fueron frecuentemente responsabilizados de esta aculturación y de sus dificultades de integración. Como si tuvieran interés en que los magrebíes no se integraran en la sociedad francesa. De ahí que la tercera generación tenga a veces reflejos antisemitas más duros que la primera generación venida directamente de Argelia, Marruecos o Túnez.

Lo que pasó es ante todo el resultado de la ley demográfica. Porque el antisemitismo francés tradicional venido de la derecha, de la extrema derecha o de la Iglesia, muy real en 1945 e incluso muy fuerte, disminuyó constantemente después, año tras año. Se lo veía bien en las encuestas de opinión. En los ’50 y ’60, se veía una mayor tolerancia hacia la comunidad judía y hacia los dirigentes políticos de origen judío. No era verdad en 1950, pero sí más aceptado en los años ’60 y ’70. Este antisemitismo francés llamado “tradicional” no desapareció, pero se volvió mucho menos importante y minoritario. Tanto más que el peso de la Iglesia disminuyó en Francia y la práctica del catolicismo retrocedió mucho.

El antisemitismo francés tradicional venido de la derecha, de la extrema derecha o de la Iglesia, muy real en 1945 e incluso muy fuerte, disminuyó constantemente después, año tras año.

El paisaje político francés desde el fin de la guerra, en particular después de 1968, fue marcado por una dominación de la izquierda en el plano cultural donde el antisemitismo era rechazado. Desde el caso Dreyfus, el antisemitismo ha estado prohibido en la izquierda. Entonces, por un lado, tenemos un antisemitismo tradicional que retrocedió y, por otro, poblaciones nuevas que trajeron consigo su antisemitismo, evidentemente agravado por el conflicto israelí-árabe. Pero no es el conflicto el que creó este antisemitismo. Ya estaba ahí.

¿Cuáles son las características propias de este antisemitismo de origen de los países musulmanes?

Es un antisemitismo que no está para nada vinculado al esquema cristiano del pueblo deicida. Este antisemitismo venido del Magreb está sobre todo hecho de desprecio, un desprecio consustancial a la visión del judío en el mundo tradicional del islam y en particular del islam árabe. Este desprecio importado es la primera característica. Segunda característica esencial: el resentimiento social, los celos. Es decir que la mayoría de la comunidad judía de Francia son judíos venidos del Magreb, es decir, de los mismos mundos que los de la inmigración árabe musulmana. Esta comunidad judía sefaradí llegada en los años ’50 y ’60, y a veces mucho antes, ha globalmente tenido mucho éxito en el plano social e intelectual. Una parte de esta comunidad integra lo que se llaman las clases dominantes, las capas superiores: numerosos abogados, médicos, profesores, empresarios, etcétera.

Para esta parte de la inmigración magrebí que tuvo dificultades para integrarse, hay una forma de resentimiento hacia estos judíos que venían de las mismas regiones que ellos mismos y que habían tenido tanto éxito. Vieron el éxito judío un poco como un obstáculo a su propio éxito. Sociólogos franceses habían percibido esto desde los años ’80, pero en esa época nadie había prestado atención a estos trabajos. La tercera característica es la importación del conflicto israelí-árabe, donde los judíos de Francia son vistos como representantes de los israelíes, con una identificación de la inmigración árabe con Palestina. Hay ahí un desequilibrio porque muchos judíos de Francia tienen vínculos con el Estado de Israel, donde tienen familia, amigos, mientras que, por el contrario, los magrebíes de Francia no tienen vínculo carnal con Palestina. No tienen familia ahí. Es un vínculo político e intelectual, mientras que para los judíos se trata ante todo y frecuentemente de un vínculo carnal.

¿Piensa que la dimensión religiosa de este antisemitismo es verdaderamente tomada en cuenta al momento de explicar lo que está pasando?

Lo que se nota en todas las encuestas sobre el antisemitismo hoy en Francia, en particular a partir de los análisis de la Fondapol (Fundación para la Innovación Política), dirigida por Dominique Reynié, es que mientras más importante es la práctica religiosa musulmana, más vivaz es el antijudaísmo. Hay, por tanto, una correlación. Lo que remite evidentemente a la visión del judío en el islam y en el Corán: el judío que “falsificó” las Escrituras, el judío que traicionó a Mahoma, los judíos que quisieron envenenar al Profeta, etcétera. Esta visión tradicional no es solamente desdeñosa, está cargada de odio. El judío es un enemigo; cierta cantidad de suras (capítulos) del Corán van en ese sentido. Hay, por tanto, una correlación entre práctica religiosa y antijudaísmo. Pero el problema de la sociedad francesa y de las sociedades occidentales en general es su ignorancia antropológica del mundo árabe-musulmán, su ignorancia del islam y su ignorancia de los textos. Con mayor razón cuando tan poca gente habla árabe, incluso en los servicios de inteligencia que deberían ser arabófonos. Poca gente conoce las fuentes. El estudio fino de ese mundo y de sus mentalidades es balbuceante.

La sociedad francesa es una sociedad descristianizada donde la práctica religiosa se derrumbó. Hay apenas un 5% de práctica religiosa católica regular en Francia. La masa de la sociedad francesa tiene dificultades para comprender estos grupos que viven según normas religiosas (y el grupo musulmán forma parte de eso). A la inversa, una gran parte de la sociedad musulmana tiene una práctica mucho más fiel al islam hoy que hace 20 años. Se lo ve en la práctica del Ramadán. Hay, por tanto, una distorsión entre una sociedad cada vez menos religiosa y que comprende cada vez menos el fenómeno religioso, y una sociedad árabe musulmana cada vez más practicante. Lo que no era el caso hace 30 o 40 años, por ejemplo, como lo muestra la práctica del Ramadán. Marginal hace 40 años, es hoy un fenómeno masivo. Se lo ve bien, por ejemplo, en los colegios y secundarios donde el ausentismo es considerable durante el Ramadán.

La pedagogía para luchar contra el antisemitismo se construyó sobre la hipótesis de un retorno de la violencia contra los judíos desde la extrema derecha. Sin embargo, los ataques vienen esencialmente del antisionismo defendido por la izquierda y estos practicantes del islam. ¿Hubo ingenuidad o ceguera voluntaria en no anticipar este torrente de antisemitismo?

Hay un poco de ambos. De ingenuidad, mucha, vinculada también a la ignorancia. Y ceguera en el sentido de que no se quiso ver, porque esta nueva realidad cuestionaba presupuestos y verdades adquiridas. Para la visión clásica, el antisemitismo estaba anclado en la derecha y la extrema derecha, olvidando que, antes del caso Dreyfus en Francia, el antisemitismo era ampliamente compartido en la izquierda, entre otras cosas, en nombre del anticapitalismo. Hay que hacer toda una genealogía de izquierda del antijudaísmo. El caso Dreyfus marcó un paréntesis abierto hasta estos últimos 20 años. Globalmente, el antijudaísmo estaba confinado a la derecha y la extrema derecha. No se quiso ver que podía venir de otra fuente, en particular la inmigración árabe musulmana. Cuando se miran los fenómenos de violencias graves, es decir, que conllevan la muerte, en Francia desde 2003, 16 judíos han sido asesinados por ser judíos. Los 16 fueron asesinados por musulmanes. No hay una sola excepción, ni un solo asesinato que sea imputable a la extrema derecha. Toda esta gente, desde Sébastien Selam, el primero, continuando con Ilan Halimi, Sarah Halimi, el Hyper Cacher (N. del E.: supermercado kosher donde el terrorista Amedy Coulibaly asesinó a cuatro rehenes judíos antes de ser abatido por la policía), etcétera, todos fueron muertos por manos musulmanas. Todos. Para la izquierda, ha sido difícil de admitir. Primero, esto significaba que el antisemitismo no venía sólo de la antigua extrema derecha, y que los antiguos colonizados de ayer, la población árabe musulmana venida del Magreb, percibida como explotada, dominada, inferiorizada y víctima de racismo, podía a su vez dar opresores, racistas y antijudíos. Era muy difícil admitir que el antiguo colonizado de ayer no era inocente por esencia; esto obligaba a cuestionar un cierto número de concepciones. A este respecto, nos topamos con la pereza y la ceguera intelectual de una gran parte de la izquierda durante décadas.

¿Pero piensa que eso ha cambiado?

Eso comienza a cambiar. Entre el momento en que publicamos Los territorios perdidos en 2002 y ahora, hubo algunas tomas de conciencia relativas al antisemitismo venido ampliamente de los ámbitos árabe-musulmanes. Eso no quiere decir que la extrema derecha no exista, pero con respecto a la violencia del antisemitismo árabe musulmán, cuenta poco. Dicho esto, suponer que todo eso ha cambiado enteramente sería falso. La ceguera continúa prevaleciendo en una gran parte de la izquierda francesa, en particular alrededor de Jean-Luc Mélenchon y de [su partido] La Francia Insumisa.

También la Unión Soviética desempeñó un papel importante acá.

Sí, y es incluso una de las principales raíces del antisemitismo en la izquierda. Desde 1949-1950, en el momento en que la Unión Soviética toma el giro antisionista con Stalin, Moscú inunda el mundo entero de literatura antisionista en todas las lenguas de la tierra. El sionismo es presentado inscribiendo sus pasos en los del racismo, incluso en los del nazismo. Durante 40 años, hasta el derrumbe de la Unión Soviética en 1991, el mundo comunista fue formado en esta matriz, la de un sionismo repulsivo cercano a la extrema derecha, de un sionismo vástago del imperialismo y del racismo. Es este clima impulsado por la Unión Soviética y sus numerosos aliados y afiliados lo que explica el voto en noviembre de 1975 de una resolución de la ONU haciendo del sionismo una forma de racismo. Resolución anulada en 1991, precisamente en el momento del derrumbe de la Unión Soviética.

El izquierdismo es heredero de esta visión, en particular después de la Guerra de los Seis Días (1967), cuando el pequeño David que era Israel se convirtió en el gran Goliat que había aplastado a los ejércitos árabes, que los había humillado, y humillado con ellos al tercer mundo. En esta visión maniquea del mundo que era entonces ampliamente compartida por la izquierda cultural, el Tercer Mundo era el símbolo mismo de la inocencia y de la víctima. E Israel se convertía entonces en el símbolo de Occidente y de cierta manera de la dominación imperialista sobre el tercer mundo. Había pasado al campo de los malvados.

¿Cómo analiza este cambio de paradigma, esta inversión que hace de los judíos los nuevos nazis?

Esta visión tercermundista ve en Israel un islote occidental en Oriente, occidental por el nivel de vida, la tecnología, el poder, la riqueza, en un mundo árabe o circundante relativamente pobre. Esta visión se impuso después de la Guerra de los Seis Días. Hubo también el lento trabajo de la propaganda comunista que difundió en las mentes, y más allá incluso de los círculos comunistas, el lento trabajo de la propaganda árabe que no es solamente la del nacionalismo árabe, sino la islamista difundida desde los años ’30 con los Hermanos Musulmanes.

El entrismo islamista de los Hermanos Musulmanes hizo de Palestina una causa sagrada de su combate. Este aspecto fue subestimado. Ahora bien, esta propaganda ganó ampliamente las diásporas musulmanas, europeas y norteamericanas hoy. Por capilaridad, esta atmósfera intelectual antiisraelí terminó por ganar un gran número de sectores más allá del mundo musulmán, a través de estas inmigraciones árabe musulmanas. Ha sido un trabajo de propaganda del mundo comunista por un lado, el de la inmigración musulmana por el otro, nutrido por los Hermanos Musulmanes. La situación actual es el resultado de este trabajo.

El otro factor importante fue presentar a Israel como dominante, racista, explotador y colonizador. Hacerlo era liberarse del peso de la culpabilidad de la Shoah. Si los israelíes no se conducen mejor que los nazis antaño, nos vemos de cierta manera aliviados de la carga moral de la culpabilidad.

¿A su entender, la existencia de dos Estados sigue siendo hoy la solución más razonable al conflicto israelí-palestino? ¿Y cuáles serían los obstáculos psicológicos en el mundo árabe para que eso se produzca?

Desde hace 90 años, se piensa con razón que la mejor solución es la división en dos Estados. Desde el plan británico de la Comisión Peel en 1937, o sea, 88 años. Pero esta solución de dos Estados fue rechazada en varias oportunidades por la parte árabe; rechazada cinco veces, exactamente en 1937, en 1947, luego tres veces a partir de los años 2000. Es el primer punto. En segundo lugar, ¿por qué la parte árabe rechaza los dos Estados? Porque eso significaría aceptar el reparto, por tanto la soberanía del Estado de Israel. Y eso estaba fuera de discusión, incluso más allá de los acuerdos de Oslo, en 1993, puesto que el reconocimiento que figuraba ahí había sido, desgraciadamente, invalidado por las declaraciones de Yasser Arafat en árabe desde el año siguiente. Porque la versión nunca era la misma según se dirigiera en inglés ante occidentales o se dirigiera en árabe. En un caso, mostraba conciliación; en el otro, exponía crudamente una estrategia de rechazo.

Lo que remite al trasfondo antropológico del conflicto. ¿Este conflicto es territorial? ¿Versa únicamente sobre las cuestiones de Jerusalén, de los refugiados o del territorio? Muchos occidentales tienen dificultades para comprenderlo. El conflicto tiene una naturaleza antropológica más profunda. Remite al estatuto del judío en tierra de islam y a la imposibilidad de aceptar una soberanía judía sobre una parte de una tierra considerada como musulmana para siempre. Esta parte de Palestina fue en efecto musulmana desde el siglo VII. Salvo en la época de las Cruzadas en el siglo XII y hasta 1917, donde pasa bajo soberanía británica.

Entonces, cuando se dice que se trata de un conflicto político o territorial, es una mala interpretación del verdadero problema.

Desgraciadamente, no es realmente un conflicto territorial, y es por eso que usted podrá hacer todas las concesiones territoriales que quiera; no desarmará el rechazo árabe, no llegará a la paz. La idea de un Estado de Israel soberano es imposible de aceptar en una gran parte del mundo árabe-musulmán. Esta verdad es dura y trágica, es espantosa e incluso desesperante, pero es la verdad histórica. Mientras no se la enfrente crudamente, de frente, no avanzaremos ni una pulgada en la resolución de este conflicto. Mientras no haya una revolución de las mentalidades del lado árabe-musulmán, mientras el sistema de enseñanza en el mundo árabe no haya roto con el odio obsesivo hacia los judíos, ningún avance será posible e Israel deberá vivir en pie de guerra como es el caso desde 1948.

¿Cómo comprende que la cuestión palestina se haya transformado hoy en la prioridad del debate mundial ante otros conflictos mayores, y que se convirtiera incluso en algo que afecta espacios que no están directamente vinculados a la política internacional, como la política interior de países lejanos, e incluso en dominios como la cultura pop o la moda?

Tiene razón, es la única buena pregunta para hacerse hoy. Uno no puede sino asombrarse ante la hipercentralidad mediática de este conflicto. En términos de letalidad, no es el conflicto más mortífero del planeta, lejos de ahí. Vea lo que pasa en el Congo, por ejemplo, actualmente, en Sudán, donde se cuentan 12 millones de “desplazados” y cientos de miles de muertos. Pero aparentemente, eso no le interesa a nadie. Hubo cerca de 600.000 muertos en Siria desde marzo de 2011. Tampoco le interesa a nadie. En 14 años, ni una sola gran manifestación en París. En Siria, alauitas fueron masacrados en el mes de marzo y drusos en el mes de julio. Misma observación: ni gran manifestación, ni una sola marcha en Plaza de la República, ni siquiera los grandes títulos del diario de la burguesía progresista, Le Monde. Nada. Es por eso que su pregunta es LA pregunta de fondo, y a esta pregunta la única respuesta digna de ese nombre, capaz de agotar este misterio, es la que hacía hace una veintena de años el poeta palestino Mahmoud Darwich a una escritora israelí. Le decía más o menos esto: ¿sabe por qué se interesan por nosotros, los palestinos? No por nosotros o por Palestina. No. Se interesan por nosotros porque ustedes son nuestros enemigos, ustedes los judíos. Si tuviéramos como enemigo a Pakistán o cualquier otro país, se burlarían perdidamente de este conflicto y nadie se interesaría por nosotros. Es porque ustedes son nuestros enemigos, ustedes los judíos, que se interesan por nosotros.

Misma observación: ni gran manifestación, ni una sola marcha en Plaza de la República, ni siquiera los grandes títulos del diario de la burguesía progresista, ‘Le Monde’. Nada.

Tal es desgraciadamente la verdad cruda relativa a la centralidad obsesiva de este conflicto. Un conflicto que inflama el planeta entero mientras se desarrolla sobre un territorio grande como cuatro departamentos franceses, y concierne apenas a 15 millones de individuos, israelíes y palestinos reunidos.

Ciertamente, la propaganda juega su rol, la propaganda árabe y la propaganda islamista, pero la razón de fondo está en otra parte, en el lugar central del judío en las economías psíquicas del mundo occidental y del mundo musulmán. Si el conflicto hoy tiene tal importancia a escala mundial, es porque en las dos grandes áreas de civilización cristiana y musulmana, el judío es el signo del origen. En el origen del Corán y del islam, en el origen del cristianismo. Es por eso que, como dice frecuentemente el psicoanalista francés Daniel Sibony, “el origen del odio es el odio del origen”. La movilización histérica alrededor de Palestina traduce en primer lugar el odio del origen judío; es eso lo que está en causa en el fondo.

Usted hablaba de Sibony, quien utiliza la expresión “judíos sublimes”. Usted la retoma con respecto a los judíos que toman en nombre de una “ética del judaísmo” una distancia con Israel, por ejemplo en el reciente caso de la tribuna firmada por la rabina francesa Delphine Horvilleur [generó controversia porque, al denunciar la “deriva política y la bancarrota moral” de Israel en Gaza, fue vista por algunos como una traición al pueblo judío y una postura moralista que ignora la complejidad del conflicto y el derecho de Israel a defenderse]. ¿Qué es el judío sublime?

Si comprendo bien a Daniel Sibony, se trata de estos judíos que, desde la diáspora, condenan al Estado de Israel en nombre de una moral superior. Frecuentemente, por otra parte, invocan la moral judía como si el Estado de Israel la hubiera profanado y ya no pudiera representar al mundo judío, como si se hubiera vuelto indigno de eso porque habría traicionado los “valores del judaísmo”. Creo que en las reacciones de estos “judíos sublimes”, como los llama irónicamente Daniel Sibony, hay una sorda voluntad de desmarcarse de un signo judío que conlleva cada vez más exclusiones y estigmatización. Es un reflejo corriente en la historia de las diásporas judías cuando, en las capas superiores de la sociedad judía, un cierto número de notabilidades toman distancia con el mundo judío en los períodos de persecuciones más duros.

A fines del siglo XIX, como en los años ’30, toda una burguesía judía de Europa occidental, francesa, alemana y otra, toma distancia con los ostjuden, estos judíos del Este, inmigrantes ashkenazíes venidos de Polonia o de otra parte. Como el antisemitismo que suscitan puede golpearlos de rebote, toman distancia de ellos y se apresuran a hacerlo saber. Hoy, el signo de infamia ya no son los judíos del Este —han desaparecido—; es ahora el Estado de Israel y con él el sionismo, y es por eso que las mismas notabilidades, al menos una parte de ellas, toman distancia con un Estado que se habría hundido moralmente. Lo hacen porque temen ser estigmatizados y excluidos como él. Les costaría perder una representación social, amigos, sus invitaciones a los medios convenientes. En suma, detrás de su postura moral, frecuentemente (pero no siempre afortunadamente), hay una forma de impostura social.

¿Como una superioridad moral?

Sí, una forma de superioridad moral, una puesta a distancia como si el Estado de Israel hubiera traicionado los “valores profundos del judaísmo”. La rabina Horvilleur habló de una “bancarrota moral de Israel”, no del gobierno Netanyahu, lo que habría podido comprender, no, la bancarrota de toda una población y de todo un ejército. Son esas desgraciadamente, frecuentemente, posturas burguesas de defensa social envueltas en proclamaciones moralizadoras indignadas ante este signo nuevo de infamia, el mal comportamiento del Estado de Israel y para algunos la “deriva” del sionismo.

¿Se podría hablar entonces de un divorcio entre los notables judíos y la comunidad o la “calle judía”?

Absolutamente. El divorcio está ahí, pero ya estaba antes. En la época de Los territorios perdidos de la República, a fines de 2002, habíamos podido constatar que lo vivido por los judíos de los sectores populares en el distrito 19 de París, en los suburbios, Sarcelles o en Créteil, constituía un clima bastante difícil marcado a veces por agresiones. Este clima era ignorado a algunos kilómetros de ahí en el séptimo distrito de París. La mayoría de los notables de los barrios elegantes (pero no todos, insisto en eso) no comprendían lo que se contaba. La brecha era muy importante; se agravó. Todos están amenazados por el antisemitismo, pero todos no viven las mismas dificultades.

Estas posiciones, frecuentemente de izquierda, se las encuentra también en Israel y en toda la diáspora. Es un elemento recurrente en la comunidad judía el distinguirse criticando a su propio campo.

Sí, es recurrente porque, en la historia moderna de las comunidades judías, en el mundo árabe (hoy ya no existen más) como en el mundo occidental, el antijudaísmo es una realidad permanente. La condición judía es frecuentemente emocionalmente precaria. Es por eso que lo que permite apartar este sufrimiento es un reflejo banal que busca evitar sufrir por el solo hecho de ser judío. De ahí estas tomas de posiciones moralizantes que consisten en alejarse del signo judío, una puesta a distancia que en los casos más extremos llega hasta el “odio de sí”. No hay odio de sí con la rabina Horvilleur y algunos otros, simplemente un reflejo social de puesta a distancia para seguir siendo “gente bien”. Frecuentables. Invitables.

Estos días se oye mucho la acusación de genocidio contra el Estado de Israel. Usted dice que es inseparable de la vieja acusación de deicidio.

Lo que es llamativo en la acusación de genocidio es que si usted hace su genealogía desde que el Estado de Israel existe, en 1948, constata que esta acusación data precisamente de esa época, al menos en el mundo francés. El primero en haber acusado al Estado de Israel de practicar un “genocidio contra los árabes” fue el escritor colaboracionista de extrema derecha Maurice Bardèche, el cuñado de Robert Brasillach, el escritor francés fusilado en la Liberación por colaboración con el enemigo. Es él quien utiliza primero la acusación de genocidio. Y tras él se suma toda la extrema derecha francesa, colaboracionista o nostálgica de Vichy, que va a utilizar la palabra genocidio cada vez que se trate de los israelíes. Se lo ve en los años ’50 y los años ’60, incluso, por supuesto, durante la Guerra de los Seis Días y después.

La acusación es retomada por la izquierda con el movimiento comunista desde los años ’50. Se amplía a la izquierda no comunista después de la Guerra de los Seis Días, en particular durante la campaña de Israel en el Líbano en 1982, donde cierta prensa de izquierda (en particular entre los cristianos de izquierda) compara Beirut sitiada con el gueto de Varsovia. No es algo nuevo. La acusación de genocidio es la reanudación de acusaciones antiguas. El vínculo con el deicidio es este: la acusación de deicidio en sociedades religiosas tradicionales lo pone a usted fuera de la humanidad. Usted mató a Dios o al Hijo de Dios; ya no está entre nosotros, no comparte nuestra humanidad. Echarlo es un deber moral.

En sociedades descristianizadas y tan secularizadas, el crimen mayor es el genocidio. Al ser un genocida, usted mismo se pone fuera de las leyes humanas y legitima por adelantado contra usted todo lo que la moral me permite hacer. Las acusaciones de deicidio y de genocidio son de la misma naturaleza; lo ponen fuera de las leyes corrientes de la humanidad.

¿Cómo analiza el rol del presidente Macron y de otros dirigentes occidentales que han reconocido o se aprestan a reconocer a Palestina como Estado?

Hay que quizás distinguir a Macron de los otros porque algunos de ellos creen quizás sinceramente que este reconocimiento desencadenará una dinámica positiva. El presidente Macron lo piensa quizás él mismo, aunque en él no se pueden descartar las consideraciones narcisistas, las de un hombre que quiere existir y que, de hecho, está marginalizado desde la disolución fallida de la Asamblea Nacional de 2024. Por otra parte, en su política hacia Israel, se ha alejado constantemente desde octubre de 2023, y es acá lo que continúa haciendo al romper un tabú mayor en el seno del G7, puesto que es el primero en reconocer este hipotético Estado de Palestina. Desde el mes de noviembre de 2023, toma posición contra Israel, se niega a participar en la marcha contra el antisemitismo ese mismo mes de noviembre de 2023, pide la exclusión (parcial) de los expositores israelíes durante un salón del armamento en 2024 y reincide en 2025. ¿Cómo explicar esta continuidad? ¿Hay que hablar de una “política árabe” en vínculo financiero con Qatar? Este país juega un rol considerable y oculto en la vida francesa. Incluso en la información con quienes replican localmente a Al Jazeera.

Por otra parte, Macron no es indiferente al razonamiento de Jean-Luc Mélenchon, el cual apuesta en 2027 al reservorio electoral de los barrios musulmanes que frecuentemente se abstienen hasta  un 50%. Espera hacerlos votar y, al hacerlo, provocar un vuelco en su favor. El cálculo es fundado; hay ahí, en efecto, un reservorio de votos. Y es posible que Emmanuel Macron haga el mismo cálculo, no para 2027, puesto que no puede presentarse, sino para 2032, cuando tenga apenas 55 años y pueda volver a hacerlo.

Mientras Israel se convierte en un Estado paria, los escasos dirigentes políticos que apoyan a Israel son personalidades como Donald Trump, Javier Milei en Argentina y, en cierta medida, Marine Le Pen. Esto, para una parte de la opinión, refuerza la visión de que sólo una derecha radical o la extrema derecha pueden apoyar a Israel como “supremacismo blanco” en esta región. Del mismo modo, ciertos judíos se preguntan si esta solidaridad no puede ser contraproducente y peligrosa.

Es posible, pero el problema es que uno no elige sus aliados. Cuando un hombre se ahoga, ¿mira el color del bastón que le tienden para sacarlo del agua? No. Acá, el bastón puede llamarse Bolsonaro, Trump u Orbán… Cuando se tienen tan pocos aliados, cuando hacen de usted un Estado paria, estigmatizado, incluso apestado, cuando un boicot generalizado es promovido contra usted, incluso en el dominio de la cultura y del deporte, cuando sus empresas son privadas de inversiones o de mercados, lo que arriesga perjudicar una economía ya extenuada por el esfuerzo de guerra, entonces usted no mira dos veces el color político de sus aliados. Políticamente, es de una gran banalidad. Históricamente, también, por otra parte: Churchill, cuyo anticomunismo era profundo y fundado sobre una excelente información, ¿miró dos veces en materia de devastación de los derechos humanos y de un gulag cuya existencia conocía perfectamente antes de aceptar a Stalin como aliado en la lucha contra Hitler en junio de 1941? En ningún momento.

 

 

Alejo Schapire

Periodista especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Su último libro es El secuestro de occidente (Libros del Zorzal, 2024).

 
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