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| lunes agosto 18, 2025

La trampa en la que cayó Israel en Gaza. Joseph A. Gabriel

Joseph A.Gabriel/Porisrael.org


Soldados israelies en Gaza. Foto IDF

Han pasado más de veintidós meses desde el 7 de octubre de 2023 y el balance para Israel es más amargo que dulce: una guerra que si bien golpeó duramente a Hamas, dejó a Israel atrapado en una encrucijada política, militar y moral de la que aún no sabe cómo salir. Lo que comenzó como una operación legítima de defensa tras la masacre terrorista sin precedentes del 7 de octubre, ha devenido en una guerra prolongada que no ha traído de vuelta a todos los secuestrados, no ha eliminado la presencia de Hamas en Gaza y, en cambio, sí ha desgastado la legitimidad interna e internacional del Estado judío y ha desgastado a una sociedad israelí en trauma y profundamente dividida.

 

La prioridad equivocada

El gran error estratégico del gobierno fue no colocar, desde el primer momento, la devolución de los rehenes como el objetivo prioritario de la campaña y al mismo tiempo no haber presionado internacionalmente para que Hamas así lo hiciera. Esto podría haber acortado en mucho la duración de la guerra.

La sociedad israelí vio cómo la vida de sus secuestrados quedaba en segundo plano frente a la ambición y declaraciones reiteradas de “victoria militar total”. Esa decisión quebró un principio fundamental: que el Estado está para proteger a cada uno de sus ciudadanos, aun a costa de sacrificar logros políticos o militares. Hoy, después de 22 meses los rehenes aún cautivos, son el recordatorio más doloroso de esa falla.

 

Política antes que Estado

El gobierno de Netanyahu y su coalición actuaron con un ojo puesto en la guerra y el otro en la supervivencia política, sobre todo después de los garrafales errores que llevaron a la masacre del 7O. Los intereses partidarios se impusieron al interés nacional. Se rechazaron acuerdos que podrían haber facilitado los intercambios, se prolongó la guerra para evitar que la coalición colapsara y se bloqueó cualquier horizonte político que pudiera implicar concesiones, a lo interno y externo.

El resultado fue una estrategia militar convertida en fin en sí misma, no un medio para lograr objetivos concretos. Hoy después de 22 meses seguimos sin ver claridad de objetivos y los que se han planteado en días recientes debieron ser, al menos varios de ellos, expresados claramente desde el inicio de la guerra.

 

Una guerra prolongada sin victoria clara

Tras casi dos años, efectivamente Hamas no es el mismo: sus capacidades militares fueron diezmadas, sus arsenales destruidos y sus túneles reducidos. Sin embargo, no ha sido erradicado ni ha perdido completamente su control sobre Gaza. Israel se encuentra en la paradoja de haber infligido un golpe devastador sin lograr la victoria definitiva. Una guerra prolongada que desgasta, pero que no resuelve.

Las operaciones contra Hizbollah (enormemente diezmado), la guerra contra Iran y el desmantelamiento del régimen en Siria (cuyo desenlace es muy incierto aun), han sido logros sin duda alguna en una guerra que Israel libra en 7 frentes y que casi nadie discute en contrario a lo interno; han logrado traer tranquilidad a la frontera norte y en gran medida mostrar la vulnerabilidad de Iran, amén de haber reconfigurado una realidad geoestratégica en la región, donde Israel está pisando fuerte y haciendo el trabajo que no pocos países del Medio Oriente agradecen en silencio.

Sin embargo, la diferencia con Gaza, es el tipo de guerra que pelea Hamas y que ha marcado el desarrollo de los acontecimientos desde su inicio. Una guerra urbana de guerrillas, de un régimen de facto, que convirtió durante 20 años a Gaza (luego de la retirada total de Israel en 2005) en una fortaleza militar a todo nivel, con túneles subterráneos, utilizando a su población para construir infraestructura y armas (usándolos además como escudos humanos), con los ingentes recursos internacionales, la ayuda humanitaria que Israel facilitaba y teniendo a la ONU como aliada incondicional.

El gran fallo de Israel tanto de inteligencia y militar, que el gobierno tampoco quiso ver (lo cual deberá conocerse en una comisión de investigación que hasta ahora el gobierno se niega a conformar), es no haber conocido la real capacidad bélica que Hamas tenía preparada, de no conocer la magnitud de su infraestructura subterránea, ni el amplio apoyo y disposición de su población; y menos aún de sus planes tan meticulosamente preparados durante tanto tiempo para la incursión del 7O.

 

El desastre comunicacional

A este dilema se suma un error de dimensiones mayúsculas: la gestión de la narrativa internacional. Israel no supo comunicar con claridad la diferencia entre atacar a un grupo terrorista y dañar a la población civil atrapada en Gaza. Tampoco manejó de forma adecuada el ingreso ni la comunicación de las cantidades enormes de ayuda humanitaria, quedando expuesto como insensible o negligente.

Mientras tanto, Hamas y sus aliados desplegaron una maquinaria propagandística global que convirtió al agresor en víctima y al Estado de Israel en el supuesto “genocida” responsable de la hambruna. Ha sido una derrota comunicacional que dejó a Israel aislado y desprestigiado como nunca antes.

 

El precio interno y externo

A lo interno de Israel, el país enfrenta protestas masivas, divisiones sociales y una profunda desconfianza en su liderazgo. En lo externo, Israel lidia con procesos en tribunales internacionales, sanciones económicas, aislamiento diplomático y una imagen deteriorada que ni sus victorias militares han podido revertir. El capital moral y político ganado en las horas posteriores al 7 de octubre se diluyó en un mar de errores estratégicos y de comunicación.

 

Los dilemas de las decisiones- ¿Qué hacer?

Cualquier decisión que Israel tome hoy, no vislumbra una solución inmediata clara y menos halagadora. Haber decidido conquistar Gaza city trae consigo inmensos riesgos de pérdidas humanas, empezando por los rehenes y soldados. Aun cuando la derrota militar definitiva de Hamas sea posible, ellos habrán logrado una victoria (calculada de antemano), dejando la imagen de Israel como el agresor en Gaza.

Hamas es parte del islam radical y como ideología podrá ser reducida pero no eliminada, más en un territorio como Gaza donde si no hay gobierno alterno, podrá resurgir fácilmente; ni siquiera Egipto, está dispuesto a controlar a una población que desprecia y para lo cual ha sellado su frontera con Gaza.

Por otro lado, si Israel se retirase de Gaza, representaría para Hamas su mayor victoria, más aún sin haber devuelto los rehenes que quedan. A pesar de ello, para Israel podría ser una oportunidad de redefinir estrategias, tanto militares y de inteligencia para rescatar a los rehenes, como de comunicación asertiva para recuperar su imagen, poner presión internacional sobre Hamas y acercarse a una solución definitiva a la guerra. En definitiva Israel ha demostrado de lo que es capaz en los otros 6 frentes.

Sin embargo, esta última opción dejaría a la coalición en Israel muy vulnerable con un probable colapso debido al rechazo de su ala extremista; y aun cuando lleve a elecciones y el Likud lidere las encuestas, no le asegurarían a Netanyahu una mayoría.

 

Aun no se pierde la esperanza

La guerra en Gaza contra Hamas fue inevitable tras el 7 de octubre. Pero la forma en que Israel la condujo la arrastró a una trampa de desgaste que ni siquiera sus logros militares pudieron compensar. Salir de esa trampa exige algo más difícil que la fuerza militar: visión política, sensibilidad humanitaria y un liderazgo dispuesto a pensar más allá de su supervivencia personal. El Medio Oriente ya no es ni será lo mismo. Al final de cuentas, se trata en primer lugar de eliminar las amenazas existenciales de Israel, garantizar a toda su población la vida en paz, en fronteras seguras; y luego, lograr una disuasión definitiva en la región y consolidar las alianzas que lleven ojalá a una paz definitiva.

***Joseph A.Gabriel es el Presidente de Bnei Brith Costa Rica y colaborador de Porisrael.org

 
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