Dennis Petri y Bryan Acuña
El tema palestino es uno de los más persistentes y complejos de las Relaciones Internacionales modernas. Durante décadas se han dado negociaciones cortadas, picos de violencia extrema, siendo el mayor foco la actual escalada que se remonta a octubre de 2023, así como resoluciones que han demostrado que la situación es insostenible en el tiempo, por un lado, para los propios palestinos, pero también lo es para Israel.
Es importante impulsar un Estado palestino de manera responsable, basado en los principios de las resoluciones 181 y 242 respectivamente como ejes centrales. La primera, la necesidad de que existan dos entidades independientes tanto judía como árabe (Israel y Palestina) y la segunda señalando la importancia de que se garantice no solo la soberanía, sino la seguridad (fronteras seguras y defendibles), cualquier resolución que no pase por este tamiz está destinado al fracaso rotundo.
Desde el propio año que se lleva la partición (1948), el Estado de Israel ha enfrentado amenazas a su existencia. Durante décadas sus vecinos han intentado destruirlos en guerras que finalmente han logrado revertir e incluso imponer condiciones que le han beneficiado, a tal punto que a finales de los 70s lograron firmar la histórica paz con Egipto que cambiaría significativamente la relación con el mundo árabe y musulmán.
En la época más reciente su principal amenaza son las organizaciones islamistas como Hamas, la Yihad Islámica, Hezbollah, Ansar Allah (hutíes), entre otros, quienes no solo destacan su odio y deseo de destruir a Israel, sino sus intenciones de establecer un Estado islámico que conquiste los lugares que históricamente estuvieron bajo control del islam, como Jerusalem.
Ante esto, el ataque del 7 de octubre en el cual más de un millar de israelíes fueron asesinados y otros más fueron secuestrados, ha sido el clímax de las agresiones islamistas en contra de Israel demostrando que el punto de negociación en este sentido es totalmente distinto a lo que se ha impulsado por medio de las guerras árabes – israelíes tradicionales, acá la condición de victoria es muy difusa y la respuesta daña la imagen y la moralidad de los ciudadanos israelíes.
Esto, se ve profundizado además por los reclamos de autodeterminación que han planteado los liderazgos palestinos en los últimos tiempos sobre una base menos polémica, basado en las líneas de 1967 y bajo los criterios de dos Estados de 1948. Hoy, millones de palestinos viven en un limbo político, atrapados entre la falta de soberanía y un liderazgo enfermo, fragmentado y que ha utilizado la causa palestina no solo para buscar una salida política sino para justificar la violencia contra Israel y mantener el conflicto latente e irresoluto. La situación empuja a un círculo vicioso interminable que no beneficia a nadie, salvo al radicalismo.
Es así como llegamos a la situación actual, en la que durante los últimos años se ha promovido una campaña política por el reconocimiento pleno de Palestina como Estado, y donde actualmente cerca de 140 países lo reconocen formalmente, aunque no tienen un reconocimiento pleno por cuanto no han pasado el filtro del Consejo de Seguridad y su condición carece de los términos mínimos de estatidad conforme a la convención de Montevideo, ante esto se plantea preguntarse si este reconocimiento acerca o aleja la paz considerando que es un país que carece de instituciones fuertes y de un territorio difuso no negociado aun con la contraparte israelí de manera determinante.
Ante esto, bajos los cuatro elementos básicos de Montevideo (territorio definido, población permanente, relaciones internacionales y gobierno efectivo), se suma un problema más, la carencia de un gobierno unificado y además, de no contar con el monopolio de la fuerza, sino que se mantiene atomizado entre diferentes grupos armados en las zonas palestinas, por lo que, conceder una condición de Estado sin un proceso de desmilitarización de todos estos grupos y el establecimiento de una fuerza única y de protección civil abriría el establecimiento de un Estado hostil que sería una amenaza hacia Israel y eventualmente con implicaciones más graves que las actuales.
Sin embargo, tampoco es sostenible en el tiempo negar el derecho de independencia y autodeterminación palestina, principalmente de aquellos que abogan por un Estado sin rechazar el derecho de existencia de Israel, ni tampoco es sano permitir proyectos que resten territorios para negociar el establecimiento de este futuro Estado palestino o someter eventualmente a esta población a tener limitaciones en cuanto a su derecho de ciudadanía y legitimidad política y jurídica.
Es decir, las intenciones de algunos partidos nacionalistas en Israel que buscan ampliar su control sobre territorios en disputa en la Margen Occidental (Judea y Samaria) hacen más mal que bien incluso a la seguridad del propio Israel y expone a una peligrosa situación a los ciudadanos palestinos de estos territorios que se mantienen en un limbo jurídico, sin un gobierno que los respalde ni una fuerza política que los represente realmente.
En otras palabras, la negativa al derecho de autodeterminación palestina puede minar la imagen de Israel en la arena internacional y alimentar las narrativas nocivas que explotan grupos extremistas contra el Estado Judío. Israel debe garantizar un cierre definitivo al tema palestino que incluya un “divorcio de conveniencia” que le ayude a preservar su identidad y que asegure su sobrevivencia y seguridad.
La solución pasa por establecer un Estado palestino soberano, pero no militarizado, como lo plantearían varias resoluciones incluyendo Oslo, sujetos a compromisos verificables, el cual con las garantías internacionales de defensa y protección podría ser un socio estratégico para el propio Israel y promover eventualmente un giro a la dinámica bélica de la región de las últimas casi ocho décadas.
El mundo ofrece precedentes ejemplares de Estados desmilitarizados que han logrado grandes avances, entre estos Costa Rica. Un Estado palestino no militarizado podría lograr grandes avances si confiere su seguridad a fuerzas limitadas y civiles, a la posibilidad de una fuerza internacional de confianza que asegure sus fronteras hasta que sea una condición permanente, tener acuerdos de cooperación económica y de seguridad con sus vecinos más cercanos (Israel, Egipto, Jordania) y que puedan acceder a los beneficios de un Estado pleno de derecho en el concierto de las naciones una vez garantizadas las cláusulas de desarme y de estabilidad políticas y militares.
Evidentemente para que este modelo sea funcional se requiere que haya una reforma institucional palestina que garantice la unidad política y de seguridad unificadas, que se pueda instaurar un acuerdo que garantice la renuncia a la violencia y el reconocimiento al Estado Judío de Israel, negociando sus fronteras bajo la resolución de 1967 con ajustes realistas y compensaciones como corresponda, así como lograr apoyo económico internacional y considerar la creación de un régimen especial de capital en Jerusalem que garanticen no la división del territorio sino un acceso universal para israelíes y palestinos con protección internacional.
Para Israel, esto significaría el fin del dilema demográfico de un solo Estado binacional que se está estableciendo de facto, así como una drástica reducción de las amenazas directas, permitiendo además que otros países del mundo árabe y musulmán establezcan normalización y se pueda transformar la política regional.
Mientras que para los palestinos se trata de un acceso responsable a la soberanía plena, el reconocimiento internacional y la posibilidad de constituir un Estado que sea próspero, estable y moderno. Un Estado con instituciones fuertes, con el monopolio de la fuerza, con inversiones importantes y educación no con infraestructura para promover la guerra o la educación hacia el odio.
Las narrativas que han prevalecido en los últimos años sobre todo o nada, dando victorias simbólicas en espacios políticos sin cambios significativos en el terreno ha quedado agotada y sobre explotada, un reconocimiento a un Estado palestino sin condiciones realistas y efectivas de manera unilateral es peligroso y promueve todo lo contrario a lo que buscan impulsar lo que podría ser incluso insostenible en el tiempo, los palestinos merecen soberanía, pero en las condiciones actuales no es efectivo bajo ningún punto de vista.
Israel por su parte debe exigir y al mismo tiempo apoyar la ruta de una estatidad responsable palestina, sabiendo que esto podría garantizar su propia existencia en el tiempo y la continuidad del proyecto judío sionista de autodeterminación. Los palestinos por su parte deben dejar de utilizar la causa palestina para convertirla en un arma diplomática con la cual atacan constantemente a Israel con el fin de negar su derecho de existencia y comprometerse con promover un acuerdo que sea realista.
Un Estado palestino soberano y desmilitarizado no es un ideal o una utopía, tampoco se trata de una concesión ingenua, es sin duda la única solución que equilibra derechos y responsabilidades. Es el paso indispensable para que israelíes y palestinos puedan, por primera vez en casi un siglo mirar con esperanza el final de un conflicto que parece atrapado en un laberinto sin salida.
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Nota:
Dennis Petri es Director Internacional del Instituto Internacional para la Libertad Religiosa, fundador del Observatorio de Libertad Religiosa en América Latina y Profesor de Relaciones Internacionales y Humanidades en la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología.
Bryan Acuña es analista internacional y consultor, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Internacional de las Américas.
Ambos son autores del documento “El Estado desmilitarizado costarricense:¿un modelo de resolución de conflictos?” y cofundadores del Think Tank CEIMO (Centro de Estudios Interactivos sobre Medio Oriente)
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