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| lunes septiembre 29, 2025

Es más complejo

Osvaldo Bazan/seul.ar


Jerusalen todas las religiones Foto Wikipedia

Estuve una semana en Israel y lo que vi contradice la narrativa occidental: drusos, beduinos y árabes israelíes con derechos que no tienen los judíos en países árabes.

Es una pena que el concepto “es más complejo” se haya vaciado de contenido en el kirchnerismo que lo usó cuando no se podía justificar lo injustificable, clausurando así cualquier discusión.

“Es más complejo”, next, a otra cosa.

Y digo que es una pena porque estuve la semana pasada en Israel, con una comitiva de colegas invitados por la embajada y lo que vi “es más complejo” que la sarta de eslóganes que el islamonazismo consiguió colar en universidades y medios occidentales. Las Gretas, las Duas Lipas y los Marks Ruffalos imponen eslóganes adolescentes y academias, opinión pública y hasta gobiernos supuestamente serios y progresistas se enganchan en una panoplia de idioteces nunca vista.

Así nos va.

En este caso no voy a usar el “es más complejo” para clausurar la conversación sino para abrirla.

Israel es más complejo.

Y ahí voy.

Los drusos

Los drusos existen, eso es lo primero que me llama la atención cuando visito el norte de Israel y los Altos del Golán. Tengo un vago recuerdo del colegio secundario pero nada más. Ver poblados enteros con la colorida bandera drusa para un santafesino de veras es encantador.

Los drusos son un grupo étnico árabe y adhieren a una religión casi desconocida incluso para ellos.

¿Ves que es más complejo?

O sea, algunos de ellos —los uqqal— acceden a los textos sagrados, pero nadie más. Podés ser druso, adherir fuertemente a la religión, pero no sabés casi nada de sus textos sagrados.

No hay una Biblia que puedas comprar.

No tienen iglesias, templos o mezquitas.

No rezan ni cumplen rituales porque para ellos “rezar” es actuar con la verdad todo el tiempo, aferrándose a siete preceptos éticos muy fuertemente. Son una comunidad no sólo unida, también cerrada. Verdad, lealtad y protección mutua son sus principios. No te podés hacer druso, no podés dejar de ser druso, no te podés casar con alguien que no sea druso. No podés ser infiel si sos druso. No, claro, tampoco podés ser LGBT si sos druso.

No tienen ni quieren tener un territorio.

Están en Siria, Líbano, Israel y Jordania con una pequeña diáspora en Estados Unidos y Canadá.

En Israel hay 152.000 drusos, la mayoría de ellos en la zona de Galilea y el Monte Carmelo en Haifa. Son ciudadanos israelíes de pleno derecho, aunque con algunas obligaciones menos que los demás israelíes. Los hombres están obligados a hacer el servicio militar, las mujeres drusas están liberadas de ese compromiso (cosa que sí deben hacer las demás mujeres israelíes). Pero hay otros drusos, cerca de 29.000 en los Altos del Golán, con otro estatus. Después de la guerra de 1967, algunos quedaron del lado de Israel y otros del lado de Siria. Esos drusos no se convirtieron automáticamente en ciudadanos israelíes, aunque pueden pedir serlo si quieren. Tienen estatus de “residente permanente”.

Hasta julio del año pasado, el 75% de los drusos de los Altos del Golán preferían ser “residentes permanentes” —especialmente para cruzar sin problemas a ver a sus parientes en Siria— pero la cantidad que ahora está pidiendo el estatus de ciudadano israelí ha crecido un 25%.

No es casual.

Los lazos entre Israel y el pueblo druso se ajustaron aún más en la mañana del 27 de julio del año pasado.

Mientras unos chicos y chicas jugaban al fútbol en la canchita de Majdal Shams, un misil de Hezbollah de fabricación iraní lanzado desde Líbano mató a 12 de ellos.

Estuve en Majdal Shams.

Es un pueblo de 11 mil habitantes en un barranco, con banderas drusas e israelíes. Están remodelando el parque alrededor de la cancha con plata de drusos canadienses e italianos y del Estado de Israel.

Voy a la canchita y veo las fotos de los 12 chicos. Nenas y nenes sonrientes.

En el lugar exacto donde cayó el misil todavía está el agujero que causó y unas máquinas alrededor están trabajando. Casi en vertical sobre la cancha, las casitas de clase media cuelgan en la barranca. Bajo un sol ardiente camino una cuadra hacia una esquina que tiene en el medio una escultura, una enorme pelota de fútbol rodeada de angelitos. Le saco unas fotos y en la esquina, una señora que noto me viene observando, me llama. El edificio donde está parada la señora parece un edificio público con ventanales y un gran cartel que por supuesto no entiendo.

Nos comunicamos en inglés.

Me entero entonces que es una escuela y la señora me invita a pasar. Hay una sala como de preescolar con chicos jugando y un gran gimnasio. Me cuenta entonces que en ese gimnasio practicaban varios de los chicos asesinados por el misil de Hezbollah. Le pido grabarla y me dice que mejor si hablo con algún padre de algún chico asesinado. Llama por teléfono pero no lo encuentra y por los tiempos acotados de la visita, debo partir.

Me despide con un abrazo y una sonrisa.

Es una señora muy dulce, me hace acordar a mi maestra de primer grado, la señorita Pelusa.

Paramos en un restaurante —siendo generosos— al paso en la ruta. Banderas drusas y varios retratos de un señor con barba que me aseguran es Hamza ibn Ali ibn Ahmad, propagador de la fe drusa. Sólo me queda creer. Claro, la localidad de Majdal Shams tiene sólo 11 mil habitantes y cuando la familia del restaurante (el padre asador, la esposa en la caja, la hija y su hijito como mozos súper simpáticos) se enteran de la presencia de una comitiva tan exótica como “periodistas argentinos” (yo nunca había visto un druso, ellos nunca habían visto un argentino) y el motivo de nuestra visita, enseguida nos cuentan que ahí enfrente vive Adham Safadi, sobrino del asador del restaurante.

Adham Safadi es el padre de Finis Adham Safadi (como en muchas culturas, los hijos llevan como segundo nombre el nombre de pila del padre y su apellido para indicar la ascendencia).

Y Adham, la persona con los ojos más tristes del mundo accede a charlar con nosotros y contarnos lo que ocurrió aquella fatídica mañana. Lo imaginable: que estaba en su casa, que su nena de 11 años se despide porque baja a la canchita a practicar con sus amigas y después la explosión, el ruido, la carrera hacia la canchita, la desesperación, el cuerpito de Finis abatido.

Adham es paramédico.

Sus palabras textuales nos enseñaron qué cosa es ser un druso: “La vi, constaté que ya no podía hacer nada por ella, la abracé, le pedí perdón y me fui urgente a tratar de ver si podía salvar a alguien”.

Después sí, volvió con su hija.

Su consuelo, el de todo el pueblo, es la firme creencia en la reencarnación. Entonces Adham muestra la foto de Finis y una cadenita con su imagen. Sin dejar su tono calmo, pero firme, maldice a los terroristas de Hezbollah y especialmente a los de Hamás. La masacre de los 12 chicos fue el mayor atentado al pueblo israelí después del 7 de octubre. Se sienten hermanados. Y sienten también que sus hermanos drusos del otro lado de la frontera, ahí nomás, en Siria —porque estamos a pocos kilómetros de la frontera con Siria— están corriendo terribles peligros. Desde la caída de Bashar al-Assad, entre 1.200 y 1.400 drusos han sido asesinados, tanto por fuerzas de seguridad transitorias del nuevo Gobierno, como por el ejército sirio y beduinos tribales apoyados por el nuevo régimen.

Antes, en una estación de servicio en donde se consigue yerba paraguaya (no argentina) porque en esa zona toman mate, un señor regordete, druso, de buen pasar por la calidad de su ropa, nos cuenta que su familia pidió el estatus de israelí en 1967 y que desde entonces pudo progresar y educarse. Es ejecutivo de una empresa láctea. Y agradece que Israel proteja a los drusos de Siria. De hecho, después del ataque a la canchita, a pedido de las comunidades drusas, Israel lanzó strikes aéreos contra la zona sur de Siria, en apoyo a los drusos que desde Israel cruzaron la frontera para proteger a los suyos. Ahora hay un cese del fuego frágil, Israel está repeliendo amenazas yihadistas pero el peligro de masacres sectarias continúa.

En marzo de este año el Gobierno de Israel, en pleno “genocidio” contra los árabes, destinó 1.158 millones de dólares sólo a las comunidades (árabes) drusas de los Altos del Golán en un plan quinquenal de educación, gran parte de los cuales fue únicamente para mejorar la educación alineada a las demandas laborales futuras, lo que ha impulsado tasas de empleo y acceso a universidades que es cada vez mayor. Siendo sólo el 1,6% de la población, tienen en la Knéset (el parlamento) cinco escaños.

Entre otras cosas, los drusos aman los gatos y las granadas (las frutas) y en ningún lugar encontrarás el rojo carmesí de las sandías del lugar.

Siguiendo con el apartheid más loco del mundo, el Estado israelí mantiene 150 escuelas en 19 localidades drusas en donde estudian religión e historia drusa y lengua árabe. Los drusos son bilingües, árabe y hebreo son casi lenguas maternas y hacen un switch permanente, como cubanos en Miami (esto para que recuerden que estuve de vacaciones en Miami).

Veo que me van a decir que esto se ve como un folleto propagandístico de Israel.

¡Cuánto lo siento!

No voy a pedir perdón por contar lo que vi.

Quienes quieren que Israel esté protagonizando un genocidio contra los árabes, para confirmar sus sentimientos antisemitas, lo seguirán creyendo.

En ningún otro país de Medio Oriente los drusos estudian su religión e historia.

En Israel, el genocida, sí.

Beduinos

Es el desierto del Négev-Naqab que cruzamos de noche por autopistas modernas con muchos autos. Cada tanto se ve una ciudad y la luz verde de la torre de las mezquitas. Los carteles de los negocios de la ruta nos hacen preguntar cómo meten esas palabras árabes en neones, con tantas volteretas.

No hay carteles en hebreo.

Entramos en Kseifa, que es uno de los siete pueblos planificados por el Estado para lograr la sedentarización de los beduinos —históricamente nómades— con calles, servicios públicos (agua, electricidad, alcantarillado), escuelas y centros de salud. Hay además 11 aldeas reconocidas, o sea, asentamientos que ya existían y que fueron apoyados por el Gobierno central, con la creación de los servicios. Por supuesto que los cambios culturales son lentos, por eso existen aún asentamientos irregulares de beduinos, sin servicios, que el Gobierno intenta cambiar, reubicándolos en aldeas reconocidas, fomentando la integración. Pero la sangre tira y unas decenas de miles de beduinos se niegan a cambiar su forma de vida ancestral.

Nos vemos frente a un edificio de cuatro pisos en forma de herradura (no curva). Blanco totalmente blanco, de piedra. En el pedazo abierto de la herradura, el que lleva a la entrada, el piso de tierra es cubierto por alfombras gastadas grises y marrones. Cuatro enormes columnas dan la entrada al gran salón de la planta baja. Nos enteraríamos después que en ese edificio vive toda la tribu, los hijos del patriarca, sus esposas y toda la parentela.

Por afuera hay cierta oscuridad pero adentro, ¡mamita querida!, ¡parece que encendieron las luces del estadio!

Entramos en el salón principal de la planta baja, enorme, y en el centro una mesa cubierta con un mantel de plástico blanco con florcitas rojas. En realidad el mantel apenas se ve debajo de una miríada de platos, platitos y platones con todas las exquisiteces orientales que se te ocurran. Papas rellenas con carne de cordero, arroz con pollo y almendras, aceitunas, tabulé, arrolladitos de hoja de parra con arroz, ensaladas varias y otras cosas que ni puedo preguntar qué son porque tengo la boca llena.

Nada de alcohol.

Los beduinos no toman alcohol.

Ofrecen agua o Coca o Fanta.

Como buen gordo lo primero que miro es esa mesa fascinante con sus respectivas sillas de plástico blanco y después, la sala. No te podés apoyar en ninguna pared de ese enorme salón de unos 10 por 20 metros porque contra todas las paredes hay sillones marrones con detalles dorados y frente a ellos, mesitas ratonas con los postres ordenados en canastos y canastitas. Manzanas, uvas, dátiles, granadas por supuesto, dátiles frescos (antes de que se conviertan en ese cosito marrón son amarillos y duros), ciruelas, melones, duraznos, mangos (me enseñaron a cortarlo de una manera facilísima), almendras, nueces, pistachos, castañas de cajú, semillas de girasol y caramelos y golosinas de todos los tipos.

Y sí, volví a mirar la comida. Somos muchos pero las vituallas son como para cuatro veces nuestro número.

Entendemos ahí qué cosa es la hospitalidad beduina.

Son felices agasajando y agasajan con la comida.

Punto para los beduinos.

Toda la sala está coronada con un enorme televisor que sólo muestra la bandera de Israel ondeando sin parar.

Los sillones están ocupados por jóvenes varones, desde adolescentes hasta mayores, todos con ropa deportiva negra con predilección por la marca Adidas. Después nos enteraríamos que son los hijos, hermanos y amigos del jefe de la familia.

De pie, nos recibe en hebreo el patriarca de la familia, don Khaled Abu Hagag, enorme en su camisa rosa, rostro cetrino, canoso y cara bondadosa. Sonríe ceremoniosamente pero ¡ups! en medio de ese mar de testosterona beduina, una hermosa mujer rubia hablando en inglés. Fiscal en la ciudad, la hermosa mujer cuyo nombre no retuve es compañera de trabajo del patriarca e invitada especial en esta noche. No es beduina, es israelí. Nos sentamos los invitados y los muchachos de ropa deportiva se encargan de la atención.

A un simple movimiento de ceja de Khaled, salen corriendo a buscar algo o acomodar alguna cosa.

La autoridad es eso.

En un momento de la charla algún argentino explica que en nuestro país se pide un aplauso para el asador, un agasajo a quien hizo la comida. Entonces Khaled se sincera: todas esas delicias fueron hechas por su esposa y por las esposas de sus hijos. Y entonces habilitan la entrada de la señora que recibe emocionada los aplausos.

A las nueras ni las vimos.

La igualdad entre el hombre y la mujer es un valor occidental que hoy en Medio Oriente sólo existe en Israel. Las minorías étnicas del país lo van reconociendo lentamente en un aprendizaje conjunto.

Supongo que la presencia de la fiscal en esa mesa habrá sido un paso adelante.

Para ella y para ellos.

El país les da facilidades a las mujeres pero no se las impone. Desde programas de círculos de empleo (Ma’aglei Ta’asuka), distribución de comidas y kits de higiene hasta el Siraj Technologies y Tamar Center, empresa de alta tecnología que emplea ingenieras beduinas en un entorno adaptado a tradiciones musulmanas.

La matrícula de las mujeres beduinas israelíes en educación superior ha aumentado en un 78%.

Hoy la mujer beduina israelí tiene ciudadanía plena; voto y elección política; herencia igualitaria y edad mínima de matrimonio a los 18 años.

No es un dato menor.

En Jordania y Egipto el matrimonio infantil es común entre los beduinos rurales. Hoy en Israel una mujer beduina puede ser jueza, por ejemplo. Es inimaginable en cualquier otro país de Medio Oriente.

Aún con todos estos adelantos, la esposa de Khaled entra, recibe los aplausos y se va. Al despedirnos, lo hacemos de lejos con una mano en el corazón. Nos habían dicho que ni se nos ocurriera darle un beso en la mejilla. Rodeada de su marido, su hermano, sus cuñados y todos sus hijos y yernos a nadie se le ocurre desafiar la advertencia.

Es que cada cultura se va adaptando de acuerdo a lo que puede, a su tiempo.

De golpe, viene desde afuera el sonido de una especie de tiroteo. Los muchachos Adidas salen corriendo, otros cierran las persianas, otro mete un sillón trabando la puerta.

Si en ese momento aparecía el helicóptero de la cena de las familias de El padrino III me hubiera parecido normal. Y me hubiera dado menos miedo.

A los pocos segundos, los muchachos Adidas entran relajados. Eran cohetes y petardos de una boda cercana.

Todos ríen, se abren las persianas y creo que algún periodista de la comitiva se habrá hecho caca. Pero nadie dice nada.

Ahora sí, se escucha un helicóptero. Me agarra con un dátil en la mano y miro para todos lados buscando la venganza de los Corleone, pero no. La mujer rubia, con gesto cansado dice en inglés “no son buenas noticias, estamos cerca del hospital, acá traen a los soldados que están peleando en Gaza”.

Porque aunque no parezca estamos a pocos kilómetros de la Franja.

Dentro del salón se sigue comiendo hasta que Khaled —de quien nos enteraríamos que era académico— se levanta tan grande como es y dice lo que tenía ganas de decir hace tiempo, mientras su hermano lo mira con respeto y admiración y sus hijos se sientan a comer, ocupando en la mesa el lugar que los argentinos dejamos, ya ubicados en los sillones: “Los beduinos pagamos muy caro lo que hizo Hamás el 7 de octubre. Mataron a 22 miembros de la comunidad beduina y cuatro de ellos de mi población. Quiero decir que esta guerra no la inició Israel sino que Hamás eligió esta guerra. Entraron a las casas, mataron gente, tomaron rehenes de todo tipo de poblaciones”.

Hay que recordar que los beduinos son musulmanes sunitas, con rezo en sus mezquitas.

A ellos mataron en nombre de Alá los terroristas palestinos.

Nos enseñan la ceremonia del café. Por lo que entendí —porque en la mitad me perdí— te lo ofrecen tres veces. Vos podés negarte recién en la segunda vez. Pero si aceptás la tercera vez, te tenés que quedar como huésped durante un mes. Yo tomé el primero y después le entré a las delicatessen de pistacho ya que todavía en Argentina no conseguí el alfajor Havanna.

Va a ser difícil que lo emparde.

Gays

Durante toda la visita intenté hablar con gays palestinos que viven en Israel. Porque los gays palestinos, que existen claro, como en todas partes, huyen cuando pueden a Israel. Es tan idiota el concepto Queer for Palestine —sí, Chicken for KFC— que quería saber cómo era vivir en Palestina siendo gay.

No lo conseguí.

Tienen tanto terror que no se van de Palestina ni cuando se van de Palestina. De alguna manera se sienten perseguidos por los propios aun en Israel. No es para menos. Si una familia árabe se entera de que alguno de sus miembros patea para el otro lado por decirlo en términos del siglo XX, tiene libertad para matarlo. O al menos torturarlo un poco hasta que entre en razones. La heteronormatividad al palo. Así las cosas, ninguno se anima a hablar.

En la conservadora Jerusalén ves en la peatonal Ben Yehuda chicas tomadas de la mano haciéndose arrumacos, mientras escuchan a jovencísimos músicos hacer covers de Coldplay o toman un fro-yo (frozen yogurt) en las decenas de lugares que lo sirven al paso. Lo que no hay mucho son helados. Vi la cadena Golda en varios lugares, pero me quedé con las ganas porque no hubo tiempo.

Claro, en Occidente los gays defensores de Palestina se tienen que enfrentar con este dato perturbador, pero como nunca impiden que la realidad les arruine la ideología, hablan de “pinkwashing”, que debe ser uno de los conceptos más idiotas de la sociología. Se trata básicamente de pensar que una sociedad, para limpiar su imagen, usa a los gays dándoles permisos menores. En principio, lo prefiero antes de que me tiren por un barranco. Es raro pensar que se lava la imagen haciendo las cosas bien. Pero bueno, que la verdad no destruya la ideología armada con palitos escarbadientes. De hecho, en la Armada Brancaleone de Greta y su flotilla, algunos dirigentes musulmanes se negaron a seguir al saber que también había representantes LGBT en el barco. No querían ni compartir ese espacio. Sí, es el “date cuenta amiga” más grande de los últimos años. Pero las amigas, nada.

Los árabes

Según gran parte del mundo occidental Israel está cometiendo un genocidio contra los árabes de Palestina. Le tienen tirria, los tratan como animales, los odian, bah.

Alguien debería decirle a gran parte del mundo occidental que el 20% de la población israelí es… árabe.

Los palestinos-israelíes (árabes israelíes), aproximadamente 2,1 millones —el 21% de la población—, son ciudadanos plenos desde la Ley de Ciudadanía de 1952, con casi los mismos derechos y obligaciones legales que los judíos israelíes. Digo “casi” y seguramente, occidental querido, estás pensando que tienen más obligaciones y menos derechos.

Y no.

Todo lo contrario.

Mientras los ciudadanos israelíes judíos tanto hombres como mujeres tienen la obligación de hacer el servicio militar y entre los drusos y circasianos sólo los hombres tienen esa obligación, los árabes no tienen ninguna obligación.

Es voluntario.

Viven en Israel pero no están obligados a defender a Israel.

Por lo demás todos tienen el derecho pleno a votar, ser elegidos y participar en elecciones locales y nacionales; representación en la Knéset (partidos como Ra’am) y acceso legal a la educación, la salud y la vivienda pública. Sin embargo, el 65% de los beduinos musulmanes se anotan en el ejército (en la cena había un muchacho recibido de piloto de la Fuerza Aérea Israelí), el 20% de los cristianos árabes de Galilea también, como el 15% de los musulmanes de Galilea y el centro del país.

Cristianos

Hay en Israel un 2% de cristianos; el 77% de ellos, árabes. En Jaffa, la ciudad vieja al lado de Tel Aviv, hay un parque muy lindo desde donde se ve a lo lejos el Mediterráneo y las construcciones modernas. Me pongo a jugar con un gato del parque —los gatos de Israel son de otra liga, hermosos y querendones— y de golpe un lamento en una bocina me sobresalta. Es el llamado a rezar de los musulmanes. Pero cuando miro de dónde viene el llamado, hay una iglesia católica, las tradicionales, las que vemos acá. Entonces entiendo que no, que la iglesia de San Pedro (de 1650) me tapa la Mezquita de donde sale el lamento vocinado. Y que todo eso está en el parque de la ciudad vieja de Jaffa, donde un grupo de adolescentes escucha con devoción a un rabino mientras un señor prepara unas manzanas para lo que supongo es un ritual judío.

Para apartheid, flojito.

Un día después voy a Nazaret sin saber que estoy yendo a la capital árabe de Israel. El 99,8% de sus habitantes son árabes (69% musulmanes, 31% cristianos) y eso se nota en que muchas casas, algunas incluso mansiones, tienen algún detalle que les falta. O una ventana o un cuarto sin revocar o una puerta. No es un detalle menor y es evidente. Por ley, si una casa no está terminada en Israel, no paga impuestos. Entonces los árabes construyen hermosas casas con una pequeña habitación sin poner jamás la ventana.

Y queda así para siempre.

Picardías árabes.

Y otra vez, como toda la semana, el asombro.

En medio de enormes carteles de publicidad en árabe, aparece la mayor iglesia católica del Medio Oriente, la Basílica de la Anunciación, que guarda dentro de sí la gruta en donde se supone que el arcángel Gabriel le dijo a la Virgen María “alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” anunciando un embarazo que sigue dando que hablar hasta hoy.

Hay que ser muy agnóstico para no emocionarse ahí. No me pregunten si me emocioné.

Todo el edificio tiene imágenes y murales de vírgenes de cada país y Argentina tiene un lugar destacado a la izquierda del altar. Es de los pocos países cuyo mural está dentro de la iglesia. Es un enorme mural con frescos y piedras de colores con la figura de un ombú y la Virgen de Luján pintada por Raúl Soldi.

A la salida encontrás vendedores de rosarios, de kipás, de narguiles, cambalache de religión y costumbres del Medio Oriente por 10 shekels.

Y un caos de tránsito y basura como no ves en otras ciudades.

Hambruna

Vamos por una autopista hacia el sur, hacia el lugar que fue epicentro de la masacre del 7/10/23 (eso lo contaré en otro newsletter, son las cinco de la tarde y Bernardo me está rogando desde Tucumán que le mande la nota para poder ilustrarla) y de golpe alguien da el grito: “¡Miren esos camiones!”

Son camiones y más camiones con mercadería y el logo de Naciones Unidas.

Esa comida que los medios serios occidentales dicen que Israel no permite llegar, condenando a la hambruna a los palestinos.

Llegamos entonces hasta Kerem Shalom, un paso fronterizo ahí donde se juntan Israel, Egipto y la Franja de Gaza. Es de tarde, el playón está semivacío. Los camiones llegan de mañana.

El sistema es sencillo.

Llegan los camiones con ayuda humanitaria a un enorme playón, de ahí pasan detrás de un alambrado a una zona neutral y deja de estar bajo jurisdicción israelí para pasar a jurisdicción neutra, de Naciones Unidas; de ahí pasan al otro lado de un paredón, a unos cien metros y ya están en Gaza. Las mercaderías son descargadas, los camiones vuelven a Israel y una vez en Gaza deben ser repartidas entre Naciones Unidas y distintas ONGs y organizaciones palestinas. La relación entre ellas no es de las mejores. La mercadería puede pasar horas y días antes de ser repartida o vendida o vaya uno a saber qué. Hamás la usa para asegurarse fidelidades.

Lo cierto es que la ONU declaró que no da abasto para repartirla.

Israel se ofreció a ayudar en la tarea.

La ONU le dijo que no.

Los medios occidentales dicen que Israel está matando de hambre a los palestinos.

Se equivoca la china del meme cuando dice “¿Por qué? No hay por qué”.

Sí hay por qué, china.

Hay la enorme influencia del dinero de Qatar en universidades norteamericanas y medios occidentales.

Hay el miedo de los líderes europeos a sus votantes musulmanes, que les manejan la agenda a través de un arma indestructible, el voto.

Es fácil verlo para quienes no creen que los gays tienen una vida maravillosa en los países árabes.

Es más complejo

Árabes, cristianos, drusos tienen en Israel, como pude ver y disfrutar, derechos como ciudadanos plenos.

Ahora bien, ¿qué pasa con los judíos en los otros países de Medio Oriente? ¿Hay reciprocidad?

No, los judíos en los demás países de Medio Oriente no gozan de beneficios comparables a los que tienen los árabes en Israel. En general, las comunidades judías en la región han sido diezmadas desde 1948 por expulsiones, pogromos y presiones, pasando de un millón a menos de 20.000 en total.

Pero parece que quien comete “genocidio” es Israel.

Los judíos en Medio Oriente, exceptuando Israel, padecen de discriminación sistémica, antisemitismo y restricciones bajo leyes islámicas, sin la igualdad cívica plena de los árabes israelíes.

En Irán quedan 9.000 judíos.

En Egipto entre diez y veinte.

En El Líbano, treinta.

En Siria, entre cuatro y diez.

En Irak, entre tres y cinco.

En Jordania, ninguno.

No hay error, no se cuentan a miles. No son 3.000, 10.000.

Son tres, cuatro, cinco, diez.

Había un millón.

Matanzas, pogromos y marchas forzadas.

Se supone que dejaron miles de millones en propiedades que debieron abandonar.

Hamás anuncia, una y otra vez, que lo que hizo el 7/10/23 es sólo el comienzo.

Que va a volver a hacer lo mismo apenas pueda.

Por eso quienes preguntan “¿como sufrieron un acto de terrorismo tienen derecho a un genocidio?” entienden tanto del asunto como yo de física cuántica.

No es en venganza.

Es en defensa.

Los monstruos están ahí, dispuestos a revivir.

Hamás esclaviza al pueblo palestino.

Israel les está sacando al esclavista de encima.

A menos que sean cómplices, deberían alegrarse.

En la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, a riesgo de sus vidas, algunos alemanes salvaron a algunos judíos.

En Gaza de 2025 ningún palestino dio el mínimo indicio de dónde podían estar los rehenes.

Que siguen siendo torturados cada día desde hace más de 700.

Pucha, quería hablar de otras cosas que vi en Israel preparándose para 2040. Las maravillas de la desalinización, los chips de los autos autonómicos, la playa de Tel Aviv con todos esos cuerpos fantásticos jugando al vóley a las siete de la mañana al lado del mar esmeralda. Pero hay que cuidarse de los cuchillos medievales, de los que creen que matando a un judío llegarán al Cielo y tendrán 71 vírgenes esperándolos, de los que festejan que sus hijos mueran matando perros judíos.

Repitan, occidentales piolas, que no es una guerra, es un genocidio.

Hasta que llegue el momento en que alguien te grite “Allahu akbar”.

Ese cuchillo ya tiene tu nombre.

 

 

 

 
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