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| miércoles octubre 8, 2025

Malas noticias para los enemigos de Israel

Junior Aguirre Gorgona - Ms. C. en Derechos Humanos y Estudios Judaicos /Profe de Política Global e Historia Hebrea


El 7 de octubre de 2023 marcó una fractura histórica. Aquel amanecer, Israel —el Estado que durante décadas fue sinónimo de fortaleza, inteligencia y disuasión militar— fue sorprendido por un ataque coordinado de Hamas que puso de rodillas al país durante más de veinticuatro horas. La imagen de una nación que se presumía invulnerable, paralizada ante la irrupción de un grupo terrorista. Más de 1 200 muertos, 240 secuestrados, miles de heridos y un trauma nacional que aún no termina de cerrar.

Pero Israel no es un Estado que se quiebre: es una nación que, incluso en el momento de mayor oscuridad, reorganiza sus fuerzas. Dos años después, aquella herida sigue abierta, pero el cuerpo político, militar y social israelí ha vuelto a ponerse en pie. Israel se ha mantenido firme, ante la vulnerabilidad que los ataques supusieron. Su recuperación ha sido lenta y llena de contradicciones, pero también profundamente transformadora.

En ese intervalo, el país ha debido enfrentar diversos frentes, el principal sin duda la guerra asimétrica contra Hamas; pero también una ofensiva mediática y política sin precedentes. Desde los primeros días del conflicto, los enemigos de Israel entendieron que la batalla de la opinión pública era tan importante como la militar. La avalancha de noticias falsas, acusaciones infundadas de genocidio y montajes propagandísticos difundidos por redes y prensa internacional debilitó la posición moral israelí. Medios paralizados por el populismo emocional, o simplemente complacientes con la narrativa de las víctimas perfectas, reprodujeron grabaciones fabricadas en Gaza, convirtiendo a los verdugos en mártires y a las víctimas en agresores.

Sin embargo, si en el terreno de la comunicación Israel perdió momentáneamente la batalla, en el tablero estratégico y geopolítico ha consolidado victorias profundas y estructurales. Los enemigos de Israel tienen hoy pocas razones para celebrar. Analicemos algunos puntos:

1.      Una sociedad en duelo y en reconstrucción interior

A dos años del ataque, Israel no ha logrado reconstruirse del todo, y no hablo precisamente de su infraestructura. El trauma colectivo del 7 de octubre sigue vivo en las calles, en las escuelas, y en el silencio de las familias que aún esperan noticias de sus seres queridos en el frente. El país no volvió a ser el mismo: la sensación de invulnerabilidad se quebró, y con ella emergió una profunda fractura social.

El tejido interno de Israel —tan diverso y, a la vez, tan tenso— se ha visto desgarrado entre el dolor y la incertidumbre. Las divisiones políticas previas al ataque, agudizadas por los debates sobre la reforma judicial, siguen latentes. Para muchos israelíes, la confianza en las instituciones de seguridad se vio erosionada, y la solidaridad espontánea que surgió tras los atentados se ha vuelto frustrante.

Israel está, mas que reconstruido, en proceso de comprenderse de nuevo. Las familias de los secuestrados marchan cada semana pidiendo su regreso; los jóvenes que fueron llamados a filas vuelven distintos, con una mirada marcada por la experiencia del horror. No hay aún un cierre emocional ni una normalidad recuperada: lo que existe es un pueblo que se mantiene en pie, pero consciente de su vulnerabilidad. Esa herida abierta puede ser, paradójicamente, el punto de partida para una nueva cohesión. Y si hay algo que los judíos han demostrado a lo largo de su milenaria Historia es que se saben reconstruir y reinventar viviendo al filo del trauma nacional.

2.      Reforzamiento del vínculo con Estados Unidos

La relación Israel-EE. UU. no es nueva, pero en estos dos años ha alcanzado niveles de sincronía estratégica pocas veces vistos. Donald Trump, que siempre fue un aliado declarado de Israel, reactivó durante este período una política exterior explícitamente favorable al Estado judío. Durante los primeros meses de su mandanto, EE. UU. aceleró el envío de armamento avanzado, sistemas antimisiles y apoyo logístico, consolidando una cooperación militar que ha permitido a Israel mantener ventaja tecnológica frente a múltiples adversarios. Durante su mandato anterior, la relación alcanzó hitos simbólicos importantes: Jerusalén fue reconocida como capital de Israel, la embajada fue trasladada, y se avaló la soberanía israelí sobre los Altos del Golán. En el nuevo contexto de pos-7-O, Trump reimpulsó el Acuerdo de Abraham, enfocando sus esfuerzos diplomáticos en incorporar países árabes al frente pro-Israel y aislar a Hamás..

Y es que Trump no ha vacilado al intervenir como juez y parte: sus iniciativas van desde el apoyo logístico y militar en el ataque a las centrales nucleares en Irán, haciendo gala de su poder duro en la diplomacia internacional, o como lo llamaría Kissinger, RealPolitik, pero también de su poder suave al liderar la iniciativa del que parece definitivo acuerdo de cese al fuego en el contexto de la guerra en curso.

Si bien es cierto durante los primeros meses de la guerra y el último año de la administración Biden, la relación judeo-americana parecía degradarse a ojos de la comunidad internacional, la llegada de Trump le dio el aliciente y el respaldo definitivo, estrechando un lazo que al día de hoy parece inquebrantable.

3.      El golpe a Irán: cortar la cabeza de la serpiente

Si algo ha quedado claro tras el 7-O es que la guerra no es solo contra Hamas, sino contra su estructura madre: Irán. En estos dos años, Israel ha ejecutado una serie de operaciones encubiertas y abiertas que han desmantelado buena parte del aparato logístico y financiero iraní en la región. Ciberataques, sabotajes a centros de investigación, bombardeos a sus centrales nucleares para detener el programa de enriquecimiento de Uranio, y la eliminación de altos mandos de la Guardia Revolucionaria han demostrado que el alcance del Mossad y la inteligencia israelí se mantienen intactos. Irán se ha visto forzado a dispersar sus activos y a desaparecer del foco público y mediático ¿se ha preguntado alguien donde está el Aayatollah?

Y es que este golpe también lo recibió otra organización terrorista: Hezbollah, el brazo militar de Irán en el Líbano; que intentó abrir un segundo frente, pero los operativos israelíes fueron quirúrgicos (la operación de los beepers es un ejemplo de ello). En los últimos meses, varios comandantes de alto rango han sido eliminados y se han destruido depósitos de misiles y lanzaderas en el valle de la Bekaa y en el sur del Líbano. Hezbollah, que se presentaba como el “defensor del eje de resistencia”, ha sufrido pérdidas que comprometen su capacidad de fuego. Israel ha logrado mantener la frontera norte bajo control, enviando un mensaje inequívoco: quien ataque a Israel pagará un precio, incluso en su propio territorio.

4.      El acuerdo impulsado por Trump y sus efectos colaterales

Donald Trump ha promovido un nuevo acuerdo dirigido a reordenar el estatus de Gaza bajo una administración internacional, con condiciones de desarme gradual de Hamás y mecanismos de verificación robusta respaldados por potencias occidentales. Este plan es una apuesta estratégica para aislar políticamente a Hamás mientras se crea una transición controlada hacia una gobernanza con supervisión externa. Esto sonaría a “más de lo mismo” sino fuera por el factor diferencial: una coalición árabe, liderada por Qatar, ha respaldado los 20 puntos del acuerdo.

Bajo este nuevo impulso también la Unión Europea ha expresado su respaldo, viendo una oportunidad para desactivar de una vez por todas esta guerra en particular, y el conflicto en general. La propuesta incluye que Gaza renuncie al control militar directo, que Hamás entregue a los rehenes y sus arsenales, que se establezcan observadores internacionales y que Israel mantenga garantías de seguridad activas para prevenir rearmamento clandestino.

Sin embargo, el éxito de este plan depende de que no sea torpedeado por las tácticas habituales de Hamás, con su larga experiencia en sabotajes políticos, falsas demoras e incumplimientos intermedios. El riesgo está en que si Hamás logra dilatar o reconfigurar el acuerdo a su conveniencia, podría convertirlo en un escenario simbólico ante la opinión pública y venderlo como un sabotaje israelí, ya lo ha hecho en el pasado, que nadie dude que lo puede hacer ahora.

5.      La reconfiguración geopolítica del Medio Oriente

Lejos de un simple reajuste diplomático, esta guerra ha modificado las fuentes de poder regional. Israel ha demostrado que su capacidad militar sigue siendo motivo de respeto y temor. Bombardeos de precisión, alcance en profundidad, uso letal de inteligencia y operaciones encubiertas han dejado claro que el país proyecta su fuerza cuando lo considera necesario. Esa exhibición militar ha reordenado el mapa del equilibrio regional.

Al mismo tiempo, muchas alianzas que parecían frágiles han resistido. Los Acuerdos de Abraham, firmados en años anteriores, se han mantenido activos incluso en medio del conflicto, lo cual habla de que Israel no era un actor periférico al que se abandona en tiempos de crisis. Que países como Arabia Saudita o Jordania hayan cooperado tácita o activamente con Israel en momentos de ataques iraníes nos da luz del nuevo paradigma que se está reorganizando en el vecindario.

Esa colaboración ha significado intercambios de inteligencia, coordinación de espacios aéreos y cierta tolerancia sobre operaciones militares conjuntas. Israel sigue siendo un pivote que marca la agenda del Medio Oriente y mueves las piezas del tablero en una zona donde lo que prima es la fuerza.

……….

Finalmente, es imprescindible reconocer que ese “éxito” no carece de costos. La narrativa internacional sigue siendo crítica: las muertes de civiles en Gaza (que las hay pero no a los niveles que reporta Hamas), la destrucción en la Franja y las denuncias ante organismos internacionales, continúan erosionando la imagen israelí, incluso entre aliados tradicionales. Convertirse en un “paria global” fue un riesgo real que estuvo cerca de materializarse, pero sigue siendo una amenaza a ciernes. Aun así, el saldo estratégico y militar de estos dos años es incuestionablemente favorable a Israel.

El 7 de octubre dejó heridas abiertas, pero la victoria que aquí celebramos es todavía incompleta: no será plena ni legítima hasta que todos los secuestrados en manos de Hamás regresen a sus familias y se haga justicia. Es imprescindible que la iniciativa diplomática impulsada por la administración Trump —esa hoja de ruta que muchos ven como la única vía realista para desactivar a Hamás, garantizar el intercambio de rehenes y establecer una administración transitoria en Gaza— no sea dinamitada por las tácticas de obstrucción y la experiencia operativa de un grupo que ha repetido maniobras dilatorias a lo largo de décadas.

Junior Aguirre Gorgona – Ms. C. en Derechos Humanos y Estudios Judaicos /Profe de Política Global e Historia Hebrea

 
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