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| sábado octubre 11, 2025

Hay algo en Israel que incomoda a la gente, y no es lo que dicen que es

Alistair Heath, Daily Telegraph: UK


Apuntan a la política, los asentamientos, las fronteras y las guerras. Pero si rascas un poco debajo de la indignación, encontrarás algo más profundo: una incomodidad no con lo que Israel hace, sino con lo que Israel es.

Una nación tan pequeña no debería ser tan fuerte. Punto.
Israel no tiene petróleo. No tiene recursos naturales especiales. Tiene una población apenas del tamaño de una ciudad mediana estadounidense. Está rodeada de enemigos. Es odiada en las Naciones Unidas. Es blanco del terrorismo. Condenada por celebridades. Boicoteada, difamada y atacada.
Y aun así, prospera como si no hubiera un mañana.

En lo militar. En la medicina. En la seguridad. En la tecnología. En la agricultura. En la inteligencia. En la moral. En pura y firme voluntad inquebrantable.

Convierten el desierto en tierras fértiles.
Hacen agua del aire.
Interceptan cohetes en pleno vuelo.
Rescatan rehenes bajo la nariz de los peores regímenes del mundo.
Sobreviven guerras que deberían haberlos borrado del mapa… y las ganan.

El mundo mira esto y no puede entenderlo.
Así que hacen lo que la gente hace cuando ve una fuerza que no logra comprender:
Asumen que debe haber trampa.

Debe ser la ayuda estadounidense.
Debe ser el lobby extranjero.
Debe ser la opresión.
Debe ser el robo.
Debe ser algún truco oscuro que dio a los judíos este tipo de poder.
Debe ser chantaje.

Porque, Dios no lo permita, que sea otra cosa.
Dios no lo permita, que sea real.
Dios no lo permita, que sea ganado.
O peor aún… destinado.

El pueblo judío debería haber desaparecido hace mucho, muchísimo tiempo.
Así suelen terminar las historias de minorías exiliadas, esclavizadas y odiadas.
Pero los judíos no desaparecieron.
De hecho, volvieron a su hogar, reconstruyeron su tierra, revivieron su idioma y devolvieron la vida a sus muertos —en la memoria, en la identidad y en la fortaleza.

Eso no es normal.
No es político.
Es bíblico.

No existe un “código secreto” que explique cómo un pueblo puede regresar a su patria después de 2.000 años.
No hay un camino racional que lleve de las cámaras de gas a la influencia global.
Y no hay precedente histórico de sobrevivir a los babilonios, a los romanos, a las cruzadas, a la Inquisición, a los pogromos y al Holocausto… y aun así presentarse a trabajar un lunes en Tel Aviv.

Israel no tiene sentido.
A menos que creas en algo más allá de las matemáticas.

Eso es lo que enloquece al mundo.
Porque si Israel es real, si esta nación improbable, antigua y odiada sigue siendo elegida, protegida y próspera… entonces tal vez Dios no sea un mito después de todo.
Tal vez Él todavía esté en la historia.
Tal vez la historia no sea aleatoria.
Tal vez el mal no tenga la última palabra.
Tal vez los judíos no sean solo un pueblo… sino un testimonio.

Eso es lo que no soportan.
Porque una vez que admites que la supervivencia de Israel no es solo impresionante, sino divina, todo cambia.
Tu brújula moral debe reiniciarse.
Tus suposiciones sobre la historia, el poder y la justicia se derrumban.
Te das cuenta de que no estás viendo el fin de un imperio.
Estás presenciando el comienzo de algo eterno.

Así que lo niegan.
Lo difaman.
Y se enfurecen contra ello.
Porque es más fácil llamar “trampa” a un milagro… que enfrentar la posibilidad de que Dios cumple Sus promesas.
Y las sigue cumpliendo.

 
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