Hace algunos días, leímos en el periódico británico The Guardian un artículo tendencioso y arbitrario, titulado “Del apartheid a la democracia: un ‘plan’ para un futuro diferente en Israel-Palestina” de Robert Gottlieb, en el cual, desde el principio, se percibe una manifiesta perversa intención. Comienza trayendo a colación a Gramsci para explicar la transición entre un viejo orden y un nuevo orden, llamando a ese período como “tiempos de monstruos” y de allí pretende explicar lo que ocurre a partir del 7 de octubre de 2023, ¿por qué no incluye en los “tiempos de monstruos” cuando unos 5.000 terroristas invadieron el sur de Israel, el nefasto 7 de octubre de 2023 y perpetraron crímenes atroces? ¿No eran monstruosas las anteriores décadas de guerras y terrorismo por parte del mundo árabe contra Israel, pretendiendo su destrucción?
Desde el primer párrafo está plagado de confusiones que, pueden ser del propio Gottlieb o asuntos que el mismo autor pretende convencer, así leemos: “surgen interrogantes sobre el futuro de estas tierras entre el río y el mar: un territorio controlado por el gobierno israelí y los colonos, habitado tanto por israelíes como por palestinos, que representa la realidad de un solo Estado israelí basada en el apartheid”. ¿Por qué no especifica cuál es el territorio entre “el río y el mar controlado por Israel”? Pareciera que está negando el derecho de Israel a existir. Aclaramos, Cisjordania, cuyo nombre original es Judea y Samaria (de donde provienen los judíos desde hace 3.500 años), lugar que, con independencia está establecida la Autoridad Palestina, y Gaza que, desde 2005, el gobierno del entonces primer ministro Ariel Sharon evacuó a todos los judíos, incluyendo los muertos del cementerio. De hecho, en 2007, Hamas dio un feroz golpe de estado contra el gobierno palestino, masacró a los opositores y sacó a Fatah de la Franja de Gaza; a partir de ese entonces se hicieron cada vez más frecuentes los lanzamientos de cohetes y morteros contra ciudades israelíes. Israel se vio forzado a implementar medidas para proteger a sus ciudadanos: los obligatorios cuartos de seguridad en cada casa y el antimisil Cúpula de Hierro; a fines de este año comenzó a funcionar el láser para detener estos lanzamientos mortales.
Recurrir a la acusación de apartheid desde el propio título refleja esa mala intención del autor, pues en Israel impera un vibrante y funcional sistema democrático en el que no hay cabida a la discriminación legal, es decir: todos son iguales ante la ley. Y, en líneas generales, tampoco la segregación es un asunto común en las relaciones en la sociedad israelí. Por supuesto que, dentro de su iniquidad, no es casual que Gottlieb utilice el lema de las manifestaciones pro Hamas en todo el mundo: “del río al mar”.
Menciona como ejemplo a un tal Udi Gorem, quien declaró: “es el momento de que nosotros, israelíes y palestinos, apoyemos un futuro mejor”; pero ¿quién es? ¿qué encarna en la sociedad israelí? ¿por qué lo cita como si representara el sentir de los israelíes en general? Lo cual no es cierto. Se trata de un ciudadano israelí que, en estos difíciles tiempos, piensa distinto y viene siendo otra prueba más del propósito del autor de forzar su teoría. Gorem habla de unidad entre israelíes y palestinos, cuando en el presente, tras los salvajes crímenes del 7 de octubre de 2023, la mayoría de la sociedad israelí, normalmente fragmentada en varios partidos políticos, mantiene una indiscutible unidad frente a la relación con los palestinos; lo que en estos tiempos le interesa a la generalidad de los israelíes es una total separación.
En su análisis, el autor confunde “al movimiento de solidaridad global con Palestina”, el cual, más que ser pro palestino es pro Hamas, es decir a favor del terrorismo, financiado por promotores interesados como Catar; lo que indica que, estas marchas no fueron tan espontáneas, más bien fomentadas.
Así mismo, excluye de su análisis a la desquiciada violencia de amplios sectores palestinos, los brutales crímenes del propio 7 de octubre, la educación eminentemente antisemita de los niños y adolescentes palestinos, los libros de texto con quimeras y adulteraciones, los campamentos vacacionales-militares, etc. Desconocer todo ello, además de comprometer única y permanentemente sólo a Israel, mientras se le resta responsabilidad e infantiliza a la parte palestina, resulta injusto, sectario, fraudulento y en realidad, evasivo e infructuoso para lograr una convivencia.




















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