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| lunes diciembre 1, 2025

La mentira más conveniente

Tamas Vajda*


Foto ONU

Cuando decimos «la Corte Internacional de Justicia miente”, “la ONU miente”, “la Organización Mundial de la Salud miente”, “la BBC miente”, “las ONG mienten”, “los periodistas mienten», suena a exageración. Hasta que te das cuenta de que, en gran medida, es cierto.

No porque todos estén en la misma oscura trastienda planeando la caída de Israel, sino porque cada uno de ellos se mueve por algo mucho más banal: incentivos políticos, dinero de donantes, presión de la audiencia, ideología, miedo, lucro y anticuados juegos de poder. Nada exótico; solo la maquinaria habitual de la política global, pretendiendo ser la conciencia del mundo.

Tomemos como ejemplo la ONU. No hay nada místico en ella. Si se reúnen los 57 estados de la Organización de Cooperación Islámica en un bloque de votación, se ha construido una mayoría antiisraelí permanente. No necesitan pruebas; necesitan quórum. Votan como un metrónomo: de forma constante, automática y completamente desinteresada en los hechos. Llamar a la ONU «parcial» es darle demasiado crédito. No es parcial; es una toma de rehenes en la burocracia.

Con las organizaciones no gubernamentales es la misma ópera con vestuario diferente. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Oxfam: ninguna sobrevive gracias a la pureza moral. Sobreviven gracias a la financiación: dinero del Golfo Pérsico, fundaciones europeas de extrema izquierda, activistas de academia, redes que premian la indignación por encima de la veracidad. Si quieres un flujo de ingresos garantizado en ese mundo, acusa a Israel de algo, de lo que sea, y verás cómo llegan las donaciones. Marca humanitaria, estómago político.

En cuanto a los medios de comunicación, no buscan la verdad, buscan la adrenalina. Quieren roles simples: monstruo, víctima, arco de redención. Israel es demasiado complejo para encajar en ese guión, así que recortan la historia hasta que se comporta. Si Israel se defiende, es «desproporcionado». Si civiles mueren trágicamente en una guerra iniciada por Hamás, es un «crimen de guerra». Si Israel evacúa a civiles de zonas de guerra, es «limpieza étnica». Es una obra moral para quienes nunca han leído el libro. Para los políticos occidentales, su brújula apunta al colegio electoral más cercano. Grandes bloques de votantes musulmanes, radicales universitarios, pregoneros progresistas de virtudes: los incentivos se alinean perfectamente.

Condenar a Israel es la forma más barata de evitar ser insultado. Comprender la realidad es opcional. Ganar elecciones, no.

Y luego están las redes sociales, el lugar donde los matices mueren.

A la multitud que navega por TikTok no le importan la historia, la ley ni el contexto. Les importa la tensión emocional. Un niño llorando genera compasión, incluso si el video es manipulado, reciclado o cortado fuera de secuencia.

Israel intenta ofrecer hechos, imágenes y detalles forenses: demasiado largos, demasiado complicados, poco fáciles de digerir.

La indignación es el producto; los hechos, la víctima.

Así que Israel se encuentra intentando explicar la realidad a un mundo que ya ha decidido qué historia prefiere. Defender a Israel hoy puede parecer como volar un solo helicóptero de extinción de incendios sobre un incendio forestal del tamaño de un continente: valiente, necesario, pero absurdo en su escala.

Las instituciones de esa lista no están alineadas por un plan maestro. Están alineadas porque así funciona el mundo: cada uno habla según sus intereses políticos, protege sus finanzas y complace a su propia audiencia. La verdadera pregunta no es por qué mienten, sino por qué sus mentiras se difunden con tanta facilidad.

¿Qué se puede hacer?

Evitar las respuestas ingenuas. Israel necesita su propia fuerza mediática: creadores, cineastas, influencers, narradores; no comunicados de prensa estériles.

La diáspora debe sincronizar su voz: dejar de disculparse, empezar a encuadrar. Hacer que lo absurdo de las acusaciones sea risible. El humor y el cinismo superan a la indignación justificada.

Atacar las narrativas, no las afirmaciones individuales; quien responda a cada mentira pierde deliberadamente.

Y entender que esto no es un debate, es un campo de batalla. En una guerra de propaganda, la verdad debe ser lo suficientemente nítida como para atravesar el ruido.

Medio mundo odia a Israel porque no sabe nada de historia. La otra mitad odia a Israel porque sabe exactamente cómo resultó la historia, y le molesta.

Sea como sea, Israel es el blanco más fácil del mundo. Un villano conveniente para las instituciones que lo necesitan.

Y, sin embargo, rendirse no es una opción.

Si alguna vez cedemos la verdad a la maquinaria de la distorsión, no solo perderemos la narrativa; perderemos lo único por lo que aún vale la pena luchar.

*Periodista.

*Historiador y fotoperiodista.Fuente: cuenta de Facebook de Tamas Vajda (facebook.com/tomivajda)

Traducción Sami Rozenbaum, Nuevo Mundo Israelita.

 
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