Las palabras pronunciadas hace pocas semanas por el ahora presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, lo dicen todo: «Los kurdos de Irak pueden decidir, por ellos mismos, el nombre y el tipo de entidad en el que están viviendo».
Por espacio de cinco años Turquía parece haber alimentado ese sueño kurdo. Pero son los propios kurdos, con la valiente actuación de sus milicias o peshmergas en la lucha contra el Estado Islámico, los que realmente han hecho una enormidad para aspirar ahora a materializar su ilusión. Todavía en silencio, la comunidad internacional lo sabe bien.
Los kurdos -con su población distribuida entre Irak, Turquía e Irán- no sólo son una nación sino que, además, son una suerte de columna que proyecta estabilidad a una región caótica. Particularmente desde el norte de Irak, donde controlan tres de las siete provincias iraquíes, en las que viven unos cinco millones de kurdos.
Son los propios kurdos, con la valiente actuación de sus milicias o peshmergas en la lucha contra el Estado Islámico, los que realmente han hecho una enormidad para aspirar ahora a materializar su ilusión
Turquía -en rigor- se ha anticipado al futuro y ha abierto ya un consulado en Erbil, la capital de la región kurda iraquí. Lo que es una manera de sugerir o una señal (a todos) en el sentido de que estaría dispuesta a reconocer la independencia del Kurdistán iraquí. No del propio, por cierto.
En la ciudad de Erbil, capital de la región kurda iraquí, trabajan febrilmente unas 2200 empresas turcas. El presidente kurdo, Masud Barzani, recibe trato de Jefe de Estado en sus visitas a Turquía. Y los revolucionarios kurdos del PKK -todavía fieles a Abdullah Ocalan- que hasta no hace mucho (con pretensión separatista) asolaran y aterrorizaran a Turquía, hoy combaten con los peshmerga contra los fundamentalistas islámicos. En territorio de Irak.
La posición del propio partido de gobierno de Turquía (AK), del oficialismo entonces, es clara: aceptarían la independencia kurda. Si ella ocurre, claro está. Está implícito -reitero- que todo esto se refiere solamente a la región kurda de Irak. Cuya fragmentación no preocupa a Turquía. Pero no a la «región kurda» que también existe en Turquía.
Turquía -recordemos- tiene más de 300 kilómetros de frontera con Irak. Casi toda adyacente a la región kurda. Sin embargo, no empuja abiertamente en dirección a la independencia kurda. Aunque admite -como hemos dicho- que no se opondría si, de pronto, sucede.
Si la compleja situación de Irak eventualmente derivara en una partición, los kurdos serían presumiblemente los primeros beneficiarios. Así lo cree -y transmite- el propio canciller israelí, Avigdor Lieberman.
A la caída del Imperio Otomano (en 1916) las fronteras de Medio Oriente diseñadas caprichosamente por los ingleses y los franceses dieron nacimiento a nombres (Irak y Siria), lo que no es lo mismo que definir naciones, tema aún pendiente.
Los kurdos, pese a su identidad, su idioma y su cultura, debieron esperar. Se les prometió (en 1920) la independencia. Pero esa promesa fue rota tan sólo tres años después. Sin explicaciones serias.
Hoy conforman una isla de orden dentro del territorio de Irak donde, además, la corrupción no es una epidemia. Y por ello atraen inversiones
Hoy conforman una isla de orden dentro del territorio de Irak donde, además, la corrupción no es una epidemia. Y por ello atraen inversiones. Particularmente en el sector de los hidrocarburos, que exporta por su cuenta pese a la oposición del gobierno shiita iraquí. Un buque cargado de crudo kurdo descargó, no hace mucho, en el puerto israelí de Ashkelon. Pese a no contar con el consentimiento de Bagdad. Lo mismo ha ocurrido, 16 veces, en el puerto turco de Ceyhan. Reflejando de esta manera una realidad. Consecuencia de que un tercio de la producción iraquí de hidrocarburos se realiza en territorio kurdo y es manejada desde Erbil.
Todavía los kurdos del norte de Irak importan el 80% de lo que consumen. Incluyendo buena parte de sus alimentos, que llegan desde Turquía e Irán. Turquía es hoy el cordón umbilical de los kurdos con el mundo exterior. Y los turcos lo saben bien. Por esto el oleoducto que lleva el crudo al puerto turco de Ceyhan es vital para el futuro kurdo de corto y mediano plazo.
Todavía el 70% de los recursos de la tesorería kurda se dedica a pagar los sueldos del sector público y las jubilaciones y pensiones. Aumentar las ventas de crudo al exterior es prioritario. Por eso el sueño kurdo de vender 400.000 barriles diarios de crudo a través de Turquía procura convertirse en realidad.
Cuando, durante la ocupación norteamericana (en el 2006) Irak era un horrible infierno faccioso, el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, sugirió (desde las columnas del «New York Times», en una nota en coautoría con Leslie Gleb) que el país debía de partirse en tres pedazos distintos. Uno (al sur) para contener a los shiitas; otro (al centro) para abrigar a los sunnis; y el tercero (al norte) para alojar los kurdos. Sin por ello despedazar necesariamente el país y crear tres «nuevos» estados.
Anticipó así el futuro. La idea luce ahora algo más firme. Aunque tiene menos color de autonomía y más tono de independencia.
No obstante, lo cierto es que también entre los kurdos hay más de una visión. Algunos kurdos acusan a Turquía de ayudar al Estado Islámico, con el objeto de debilitarlos. Para ellos, la porosidad de la frontera tiene que ver con ese objetivo. En función de esa creencia no creen que -al final- Turquía los ayude a lograr su independencia.
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