En la famosa saga de origen islandés Grimnismal el cráneo del gigante Ymir se transforma, a su muerte, en la bóveda del cielo. De modo semejante, según el Rig Veda hindú la bóveda estelar está formada por el cráneo del ser primordial. Algunos poetas dravídicos llegaron a sostener que las nubes son, bajo la estrellada cúpula de ese cráneo, antes sus ojos de sol y de luna, pensamientos creativos, proyectos e ideas. Las hay tormentosas, dispersas, en forma de odre o de cántaro, con perfil de diosa o de orquídea gigante. Si acaso no hay nubes en el cielo, el dios no piensa, simplemente disfruta de la luz que llena el espacio. Los galos cisalpinos y los primitivos rusos solían transformar los cráneos de sus enemigos muertos en vasos rituales en los que se vertía la bebida de la victoria.
Poseer un cráneo de esos era, en tiempos antiguos, adquirir la fuerza de quien sostuvo sobre sus hombros la vida. Mucho más aún si junto al cráneo se puede guardar, aunque reducida, la cabeza con su cabellera, como hacían los jíbaros. Para la tradición cristiana el cráneo tiene un significado muy especial, la de golgoleth o calavera que acabará convirtiéndose en el famoso Gólgota de Marcos 15:22: ´´Y le llegaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es el lugar de la calavera.´´ Al mismo tiempo es revelador constatar que en la raíz del golgoleth hebreo hallamos la noción de guilgul, que señala una transformación, una reencarnación, y justamente eso habrá a los pies de la mítica cruz: el cráneo del primer Adán, a quien el segundo- es decir y para los cristianos, Jesús-, redime del pecado de morir en la medida en que es capaz de resucitar. De este modo, y en la iconografía tradicional, cuando se representa la cruz por encima de una calavera-en el Cristo de Velázquez, por ejemplo-, se quiere aludir a una transfiguración que se daría allende la muerte física, más allá del cruce espacio temporal del universo sensible. He escrito revelador porque este mito-el de un cráneo sobre el que se prolonga la vida tras siglos de muerte y en la figura de un vencedor del destino que, irrevocable, nos aguarda a todos-, esta leyenda recuerda a la del escarabajo egipcio llamado jeper o kepra, asimilado al cráneo según veremos y criatura de la que el escritor Porfirio cuenta que era, para el pueblo del Nilo, la imagen viva del sol naciente y renovador.
Su jeroglífico significaba, en lengua egipcia, el verbo ser o estar y se hallaba, por ello, ligado a la idea de la autocreación y regeneración vital. Los comentaristas tardíos como Horapolo y aun los exégetas cristianos como Clemente de Alejandría sostenían que el escarabajo egipcio representaba el drama de la iniciación, que incluía una muerte y una posterior resurrección. Exactamente como el sol poniente renace en el sol naciente. Los egipcios creían que la bola de estiércol en cuyo seno se desarrolla el nuevo escarabajo
( Ateuchus sacer) era la viva imagen del cuerpo putrefacto que, una vez enterrado, renace a otra vida después de ser fecundado por las aguas bautismales. Y ello porque los ritos iniciáticos egipcios consistían-como más tarde los griegos-, en una figuración de la muerte seguida por un renacimiento después de la ablución correspondiente. Los primeros Padres de la Iglesia adoptaron con frecuencia estos símbolos egipcios conservados por los gnósticos primero y por los cristianos coptos después para referirse a Jesús como el monogenes, que en griego significa ´´aquél-que-se-ha-engendrado-a-sí-mismo.´´
Esta idea está, por otra parte, muy en consonancia con lo que los kabalistas hebreos de la época del maestro de Nazaret veían en la cabeza humana o rosh, portadora del fuego sagrado o esh que canta, shar, un tesoro u osher. Así, el fuego, criatura inmortal, vástago del sol, es un hijo que al arder regresa siempre a su padre, un ente vivaz que asimila y purifica a todo lo que entra en contacto con él. Si en la cabeza del hombre vivo, dicen las parábolas, sus ojos corresponden al sol y a la luna, ¿de dónde puede provenir la luz de ambas luminarias sino
del fuego del Creador? ´´El escarabajo o shirbut,-solía decir Rabí Meir Hamishpat de Yavné Yam-, aparentemente entregado a la abominable tarea de manipular estiércol, entretenido en la materia más baja, también es portador del tob shir o ´buen cantar´. Tiene un mensaje para el ser humano y ese mensaje consiste en señalar que su propia cabeza, su cráneo, encierra la llave de su resurrección, de su transformación.´´
´´Las suturas craneanas fueron comparadas-escribe Schwaller de Lubicz-, sobre todo bajo Thoutmôsis III y Amenophis III, constructores del Templo de Luxor, con el caparazón externo del escarabajo. En el otro extremo del mundo los budistas tibetanos tanto como estudiantes del yoga chino de El secreto de la flor de oro observaron que el escarabajo sigue la pauta ígnea del sol para ir del poniente de la ignorancia al naciente de la sabiduría sin dejar, por eso, de arrastrar la materia, si bien modelándola en la forma más perfecta, la de la esfera. De manera semejante debe, el discípulo, comprender y dominar las energías del fuego de su mente destinado a transformarse en luz. El famoso cráneo de cristal mesoamericano, imposible de datar con exactitud y que hoy se exhibe en el Museo Británico, alude al mismo fenómeno: el canto del fuego convirtiéndose en luz en el interior de nuestra cabeza hasta alcanzar la constancia de una transparencia sin mácula, y cuyo cofre craneano sabe muy bien lo que guarda.
En el logion cincuenta del apócrifo Evangelio según Tomás escrito en copto, leemos a propósito de esa luz interior: ´´Si os dicen: ¿De dónde habéis nacido? Decidles: hemos nacido de la luz, allí donde la luz ha nacido de sí misma. Ella se ha alzado y revelado en su imagen. Si os dicen:¿Quién sois? Decid: somos sus hijos y somos los elegidos del Padre que está vivo. Si os preguntan: ¿Cuál es el signo de vuestro Padre que está en vosotros? Decidles: es un movimiento y un reposo. De acuerdo con el gesto mnemotécnico de persignarse mediante el cual los cristianos evocan la topografía de las tres personas de la Trinidad, el Padre se sitúa en la cabeza, sin duda en el centro del cráneo, mientras que el hijo vibra a la altura del corazón y el Espíritu Santo se relaciona con los pulmones. En tal espacio, entonces, donde mora el Padre, el fuego es un reposo que conoce el movimiento cuando es despertado, evocado en la comprensión, de tal modo que se comprende la cita atribuida por Tomás a Jesús respecto de considerar la muerte como algo apagado en tanto que, por el contrario, la vida-la vida de Quien Está Vivo-, es un encendimiento. ´´Esa luz dentro del cráneo-anota Michael Talbot en su extraordinario ensayo sobre mística y física atómica-podría ser la misma autoiluminación a la que se refieren las Upanishads. Floyd propone, además, que la zona del mesocéfalo posterior al quiasma óptico es el punto de emplazamiento de la placa holográfica neurológica. Parece como si la glándula pituitaria, el tálamo, el hipotálamo y en particular la glándula pineal jugaran un papel en el montaje teatral de la experiencia consciente. Y muchos científicos piensan que la glándula pineal es un vestigio de un órgano sensorial parcialmente compuesto de tejido sensible a la luz, similar al encontrado en la retina del ojo.´´
Por la fontanella del cráneo del primer Adán debe surgir la luz del segundo. Si el pasaje es o no es necesariamente una cruz, puede relativizarse al constatar que en otras tradiciones la muerte es simplemente un simulacro, una cáscara de huevo( con ruido de cráneo de calcio que se resquebraja), un impedimento que se rompe o una crisálida que se abre dando lugar a un ser volador. Ya hemos visto que el escarabajo sagrado vuelve a la vida a partir del abono de sus actos muertos. La Alquimia occidental heredará una idea parecida al decir que la piedra filosofal se encuentra en las heces . En sánscrito se denomina a la calavera kapala , palabra que tiene un secreto nexo lingüístico con kalpa, el ciclo, el período solidificado o cumplido. A su vez, kala o el tiempo en sí, es un doble de la muerte(que, y en Occidente, la mitología relaciona con Saturno el portador de la guadaña, regidor de los huesos), instancia que debe ser superada por encima del cráneo, por encima del tiempo y el espacio que lo revela. He aquí, entonces, por qué el segundo Adán, que se sitúa más arriba del vestigio óseo del primero, es identificado con el monogenes, el que se engendra a sí mismo, el ánima viviente transformada, según quería San Pablo, por fin y para siempre, en espíritu vivificante.
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