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| miércoles diciembre 18, 2024

Parashá Shemot


Los Hijos de Israel se multiplican en Egipto. Amenazado por la creciente cantidad de Israelitas, el Faraón los esclaviza y ordena a las parteras hebreas Shifra y Pua, matar a todos los varones que nazcan. Cuando ellas no cumplen, manda a su propia gente a arrojar a los bebes hebreos al Nilo.

Iojeved, la hija de Levi, y su marido Amram tienen un hijo. El niño es colocado en un canasto en el río, mientras su hermana, Miriam, observa desde lejos. La hija del Faraón descubre al niño, lo cría como propio y lo llama Moshe.
Ya de joven, Moshe deja el palacio y descubre las dificultades de sus hermanos. Ve a un egipcio golpeando a un hebreo y mata al egipcio. Al próximo día ve dos judíos peleando entre ellos; cuando los advierte, éstos revelan lo que Moshe hizo el día anterior, así viéndose forzado a huir de Egipto hacia Midián. Allí rescata a las hijas de Itró, se casa con una de ellas – Tzipora, y se vuelve el pastor del ganado de su suegro.
Di-s se aparece a Moshe en una zarza ardiente al pie del Monte Sinaí, y le instruye ir hacia el Faraón y exigirle: «Deja ir a mi pueblo, para que Me sirvan». Aarón, el hermano de Moshe, es designado como su portavoz. En Egipto, Moshe y Aarón reúnen a los ancianos del pueblo de Israel para decirles que el tiempo de la redención llegó. La gente les cree; pero el Faraón se niega a dejarlos ir, además intensificando el sufrimiento del pueblo.
Moshe retorna hacia Di-s y protesta: «¿Por qué has hecho el mal con esta gente?». Di-s le promete que la redención está cercana

LA HORA MAS OSCURA

Dicen nuestros Sabios que la hora más oscura de la noche es aquella que precede al amanecer. Y eso es lo que vemos en nuestra Parashá. Cuando Moshé se presenta pòr orden de Di-s ante el Faraón y le exige que deje salir al pueblo, el monarca no sólo se niega, sino que intensifica los sufrimientos de los Hijos de Israel. ¿Y qué ocurrió después? Las plagas y la salida de los judíos de Egipto como un pueblo libre y colmado de riquezas.
Y esto es una señal para todos nosotros. Cuando llega un momento en que los problemas nos agobian más de la cuenta, cuando ya sentimos que no tenemos salida, es porque ¡EL AMANECER ESTÁ LLEGANDO!

LA INGRATITUD TE LLEVA A NEGAR A DIOS

“Y se levantó un nuevo rey en Egipto que no conocía a Yosef” (Shemot 1:8).

Rashí cita a nuestros sabios (en Sotá 11a)1 y explica que no se trataba de un rey nuevo que en verdad no conocía a Yosef, sino el mismo que hizo como si no lo conociera.
La justificación de Rashí es muy simple: Yosef fue una persona increíblemente importante en Egipto: gracias a él Egipto se convirtió en la potencia más rica de su época y gracias a Yosef el faraón mismo acumuló enormes riquezas. Siendo así, ¿cómo es posible que un rey no hubiese sabido de su existencia?
Normalmente los reyes de cualquier país saben de la historia de su propio pueblo, por lo que es improbable suponer que un nuevo rey no hubiese escuchado de Yosef. Debe ser, deducen los sabios, que no era un nuevo rey que no conocía a Yosef, sino el mismo faraón que previamente se había visto beneficiado por él, pero que ahora lo desconoció.
Más adelante en la parashá encontramos que Dios le dice a Moshé que hable con el faraón y le pida que deje salir a los hijos de Israel en libertad. Moshé lo hace y el faraón responde “¿Quién es Dios como para que lo escuche? No conozco a Dios” (Shemot 5:2). También esta pregunta es curiosa: ¿acaso el faraón no conocía a Dios? La mayoría de los comentaristas señalan que sí lo conocía,2 que sí había escuchado hablar de Dios y sabía quién era. Siendo así, ¿cómo es posible que ahora lo desconociera? La respuesta es la siguiente: a mayor gratitud que una persona experimenta hacia a aquél que lo benefició, más cercano está en agradecer a Dios por haberlo creado y por todos los beneficios que constantemente nos prodiga. Lo opuesto también es cierto: a mayor ingratitud de una persona, más rápidamente negará a Dios. En otras palabras, cuando una persona es ingrata —inclusive hacia una persona—, eventualmente negará al Creador.
Aunque esta afirmación parece descabellada, no lo es tanto. La creencia en Dios está basada en la gratitud hacia Él. De hecho, esta es la razón por la cual Dios se presentó al inicio de los Diez Mandamientos, en el versículo del cual aprendemos la obligación de creer en Él, como “Yo soy Hashem tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto” y no como “Yo soy Hashem tu Dios que creó el cielo y la tierra”, pues la creación del cielo y la tierra no hubiese evocado en ellos un sentimiento de gratitud tan poderoso como el sacarlos recientemente de la esclavitud egipcia. El Jobot haLebabot escribe3 que la motivación adecuada que una persona debe tener hacia Dios es la de la gratitud por todas las incontables bendiciones que le concede.
Aunque los mandamientos de la Torá sí están divididos en mitzvot bein Adam leJaberó (mandamientos entre una persona y su prójimo) y las mitzvot bein Adam leMakom (mandamientos entre una persona y el Creador), la personalidad humana no goza de esta distinción. Quien es paciente, lo será con sus compañeros y con Dios; quien es intolerante, lo será con su prójimo y también con lo que recibe de Dios; quien es agradecido, lo será con todos aquellos que lo benefician, ya sea el Creador o cualquier otra persona. Lo mismo aplica para la ingratitud: quien es ingrato hacia alguien, lo será también con Dios, a grado que terminará desconociéndolo. El faraón empezó a ser ingrato con Yosef al desconocerlo, negando así todo el beneficio que le había proporcionado anteriormente y terminó desconociendo al Creador. (www.aishlatino.com)

BAJO LAS NARICES DEL FARAÓN

La parashá Shemot habla sobre cómo el bebé Moisés – flotando dentro de una canasta en el río – es salvado por la hija del Faraón, quien lo adopta y lo lleva a vivir al palacio real.
Pero de inmediato surge un problema: ¿Cómo alimentar al bebé? En aquellos días no existía una fórmula para bebés embotellada; cuando la madre biológica no se encontraba presente, la persona a cargo del bebé debía conseguir una nodriza capaz de amamantarlo. Sin embargo, Moisés se negaba a ser amamantado por mujeres egipcias, hasta que finalmente la hija del Faraón encontró a una mujer de la cual Moisés sí aceptaba su leche – Yojeved, ¡la madre biológica de Moisés! Ahora debemos apreciar la ironía de este suceso. El decreto de muerte del Faraón en contra de los bebes judíos tenía como intención específica evitar una nueva generación de liderazgo judío. Pero, ¿qué ocurre en lugar de eso? Moisés, el próximo gran líder judío es criado, educado y entrenado justo bajo las narices del Faraón, en su propia casa y a expensas suyas. Y para colmo, ¡la madre de Moisés recibe un salario!
Aquí podemos encontrar una profunda lección. Dios tiene un plan para el mundo, y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir: asociarse a Dios y disfrutar del placer de llevar a cabo este plan, o (como el Faraón) ir en contra de Dios y terminar como un tonto.
“Haz de la voluntad de Dios tu voluntad” declara el Talmud. Esto suena como un buen consejo. Porque, como vimos en los casos de Moisés y el Faraón, Dios finalmente solucionará todo a Su modo. (www.aishlatino.com)

 
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