No todos los campos en los que se puso en práctica la “solución final” nazi estaban dedicados al exterminio, como el nefasto y famoso de Auschwitz. También los había de concentración y de trabajos forzados. La misma palabra “campo” en español sirve para crear una nueva expresión, campo semántico, que aún no ha sido “liberada” en lo que al Holocausto judío se refiere. Se trata de un grupo de palabras relacionadas por su significado y que comparten ciertas características comunes. Por ejemplo, calle, vía, senda, sendero, camino, ruta, etc. constituyen un mismo campo semántico.
La palabra “holocausto” empezó a utilizarse sólo a finales de los 50 y por historiadores judíos, a fin de encontrar un término concreto para describir un final tan brutal como el que sufrieron esas colectividades en Europa, con un saldo mayor a los seis millones de víctimas, una tercera parte del censo mundial. Hasta entonces, utilizaban una expresión en ídish, “jurbn eirope”, la destrucción física y cultural de las comunidades judías europeas. Sin embargo, tanto los términos holocausto como genocidio se generalizaron a otros conflictos (como el de los armenios, el de Ruanda-Burundi o el de la ex Yugoslavia), por lo que empezó a utilizarse el término hebreo “shoá” (devastación) para circunscribirse específicamente al holocausto judío. Esas tres palabras (genocidio, holocausto y shoá) constituyen un campo semántico, lo que no quiere decir que signifiquen exactamente lo mismo.
Mucho más interesantes son las relaciones lineales de significación, es decir, las cadenas de palabras que se relacionan de forma cada vez más indirecta, sólo parcial, con el tronco semántico del holocausto y son utilizadas como sinónimos. Por un lado, podemos descubrir una línea eufemística que suaviza la contundencia del hecho histórico, definiéndolo como desastre, persecución o limpieza étnica. Otra línea, aunque más dura, lo generaliza gradualmente: matanza, asesinato en masa o masacre. Existe otra línea de significación centrípeta, que relaciona los hechos con la propia historia y condición de la víctima: antisemitismo, judeofobia, judenrein (libre de judíos). Y otra, más perversa, que utiliza esta relación lineal para crear confusión y falsas equivalencias que convierten a la víctima en victimario. Que les permite disfrazar el mismo odio ancestral -motor de la muerte en los campos de exterminio- en discurso antiisraelí, supuestamente situado en las antípodas ideológicas de los perpetradores racistas.
El régimen nazi no sólo pretendió el final físico de los judíos, sino también el expolio de sus bienes, memoria y significado. Aunque los campos de concentración, trabajos forzados y exterminio fueron liberados hace 70 años, los semánticos siguen echando humo en los crematorios de las palabras. Como a los vecinos de Auschwitz, a la mayoría, el olor de las medias verdades y las mentiras completas no les molesta ni inquieta. A muchos incluso les agrada, porque enmascara el hedor de sus propias vergüenzas.
Director de Radio Sefarad
Aquel horrendo y escabroso episodio de nuestra historia contemporanea, sigue atormentando la conciencia de los pocos supervivientes que de él se cuentan aún, y por extension, la memoria colectiva de la «civilizada» Europa, en cuyas entrañas se cometió el mayor genocidio del que tengamos conocimiento, aquel que propició la anulacion misma de la persona hasta despojarla de su dignidad y reducirla a una condicion infrahumana …