No hay en el mundo labor más inútil que desmontar mitos acerca del antisemitismo. Y es que, para las mentes en las que se ha instalado desde hace siglos la desconfianza y la sospecha hacia mi pueblo, cualquier prueba que desmonte una mentira largamente sostenida no es más que la demostración de hasta dónde llega nuestro poder de persuasión (el mito del judío embaucador, capaz de venderte hasta a su madre, genio de los negocios no éticos) y nuestra influencia para fabricar falsedades que la mayoría crea a pies juntillas (el mito del lobby, el poder en la sombra, el dominio de los medios de información, la creación de ideologías destructivas desde el capitalismo al comunismo). Si los judíos no aparecen en la cúpula de los personajes más ricos del mundo, sostienen, no es porque no lo sean, sino porque son capaces de sobornar a Forbes y a todas las empresas de calificación de capitales para que coloquen en su lugar a personajes cristianos o de ascendencia árabe.
Por ejemplo, hay mucha gente que considera una paparrucha la teoría de que el hombre nunca llegó a la luna sino que fue un engaño de los americanos, pero ponen en duda el verdadero alcance de la Shoá, como si los seis millones de judíos que “faltaban” en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial se hubieran ocultado o, mejor, suicidado en masa con tal de fabricarse el papel de víctimas para obtener ventajas en otros terrenos. Otros, inseguros de su capacidad para mantener sus conclusiones, se amparan en la frase “algo habrán hecho para que les pase lo que dicen que les pasó”. Y eso va desde la acusación de deicidio (creo que ni en la mitología clásica griega, tan a imagen y semejanza de las pasiones humanas, un simple mortal fuera capaz de matar a un dios), al libelo del rapto y asesinato de niños cristianos para amasar las matzot de Pésaj. No importa cuán absurdo sea el planteamiento (por referirnos a este último, los judíos ni siquiera pueden consumir la sangre de los animales, ni vivos ni muertos), la marca del estigma siempre es más profunda que la de la razón.
Una excusa reiteradamente esgrimida, incluso por venerados historiadores y académicos, es que estos sentimiento de rechazo y odio a los judíos son una reacción al poder que han llegado a tener en diferentes contextos, desde la España medieval a la Alemania de entreguerras. ¿Pero acaso no es la primera prerrogativa del poder su inmunidad, la impunidad ante una rebelión a sus privilegios? Si los judíos hubieran tenido no ya todo o mucho, sino algún poder auténtico, ¿Los habrían expulsado tan fácilmente de este país y tantos otros? Y si, como dicen, los judíos se habían convertido en tan poderosos en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, ¿Habrían “permitido” que se aprobasen más de 1400 leyes contra ellos, despojándoles de todos sus derechos? Creo que no hay que bucear mucho en la historia, tanto la cercana como lejana, para descubrir a círculos de intocables. Esos que señalan impertérritos las culpas siempre en la misma dirección (¡oh, sorpresa!): la nuestra.
Director de Radio Sefarad
Este articulo no aclara, confunde. El anitesimitismo actual no es de antes, nace o se forma cuando los judios empiezan a florecer y a superarse. Es una falacia reproducir las idioteces que se publican en contra del pueblo judio, como dandole trascendencia mas de lo que tiene . e