Hace pocas semanas se celebró en Tel-Aviv, Israel, una nueva Marcha del Orgullo Gay, que convocó en esta ocasión a casi 180 mil personas. La popularidad y veteranía de esta fiesta contradice la imagen falsa y estereotipada del estado judío como una teocracia. Si bien hay sectores minoritarios ultra-ortodoxos (como en las otras religiones) que no admiten excepciones a las parejas heterosexuales, Israel en su enorme mayoría es un oasis de libertad, también de opciones sexuales, en su entorno. Y es bueno que quien disfruta de ese respeto demuestre su orgullo de ser quien es en público.
Hay muchos padres y madres que, al conocer de sus hijos estas inclinaciones, sufren no ya por no admitir su opción, sino pensando en el desprecio de su condición en la mirada del otro. En el caso de las parejas judías, la diferencia ni siquiera es una opción como la sexualidad, ya que sea cual sea nuestra postura respecto al judaísmo, nuestros hijos seguirán siendo diferentes a los ojos de los demás. Lo sabemos de la historia lejana y de la próxima, de los conversos españoles y la “limpieza de sangre” exigida e investigada por la Inquisición, de los asimilados capaces de enmascarar sus apellidos y estirpe, y de aquellos que renunciaron a cualquier herencia y cultura propia y que fueron segregados y perseguidos por las leyes raciales o en tiempos turbulentos.
El parecer diferentes reside en quien nos ve. Pero nuestro bagaje no está expuesto (pese a las descripciones raciales del judaísmo, somos blancos, negros, mediterráneos, asiáticos, escandinavos, africanos, caucásicos, europeos y de cualquier genética existente), como tampoco lo está (pese a los tópicos) el de las opciones sexuales no tradicionales, lo que convierte a ambos colectivos en objetivo de delaciones, malsines y señaladores. Nada hay más ofensivo que alguien nos diga al contarles nuestra condición: “no lo pareces”, como si el gay tuviera que ir haciendo alardes de “pluma”, y el judío, si ya no ostenta cuernos y rabo, al menos tuviera que ir con el atuendo que han visto en el cine.
Las Marchas del Orgullo Gay han sido un gran logro de las sociedades occidentales, excepto en algunos terribles casos como el de Madrid hace algunos años cuando un famoso político “defensor de las libertades” prohibió la participación de una carroza de Tel-Aviv a la vez que se pronunciaba en defensa de regímenes que ahorcan a los homosexuales. Sin embargo, resulta difícil todavía imaginar (cada vez más en la actual Europa) una Marcha del Orgullo Judío que pudiera transcurrir sin un impresionante dispositivo de protección policial y a la que, como en la reciente Marcha de Tel-Aviv, se unan espontáneamente decenas de miles de personas que no pertenecen a ese colectivo, simplemente por sentirse orgullosas de que sus sociedades (ellos mismos) hayan dejado de señalarlos y verlos como diferentes.
Director de Radio Sefarad
Aceptar la própia homosexualidad, y exigir respecto hacia la misma de parte de los demas, no deberiá significar imperativamente sentirse «orgulloso» de ella, al menos tal como yo lo entiendo … salvo que entremos en la extraña dinámica de sentirnos «orgullosos» y manifestarlo publicamente, por el hecho de ser heterosexuales, laicos, polígamos, o que sé yo que otra cosa … respetarse a si mismo, implica ciertos niveles de «discrecion» personal, lo contrario se asemejariá mucho a exhibicionismo puro y duro, desligado por completo de la cuestion de fondo, que pretendemos defender o reinvidincar …