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| viernes noviembre 15, 2024

Gerhart Riegner tiene quien lo llore

Memorias de Eduardo Bigio


Gerhart Riegner (1911-2001) es una figura emblemática. Es recordado como el director de la Oficina del Congreso Judío Mundial (CJM), en Ginebra, que en Agosto de 1942 recibió la alarmante información, secreta y de fuente confiable, sobre los planes en marcha de los jerarcas nazis para el genocidio de los judíos de Europa ocupada por Alemania. Riegner envió un telegrama urgente, a través de canales diplomáticos, alertando a Estados Unidos y Gran Bretaña sobre el programa siniestramente llamado “La Solución Final” de la cuestión judía.

Como se sabe, los países aliados, que tuvieron conocimiento del inocultable desenlace, no hicieron lo que estuvo a su alcance para impedir o minimizar la tragedia del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Riegner llevó a cuestas su decepción ante esa muestra de pasividad e indolencia y lo registró en sus memorias: “Nunca sentí tan fuerte la sensación de abandono, impotencia y soledad después que envié mensajes de desastre y horror al mundo libre y nadie me creyó.”

Es un hecho que Hitler contó con un poderoso aliado sin el cual no hubiera llegado tan lejos en su perverso designio: el silencio cómplice del mundo en medio del derrumbe de las barreras morales de una civilización que, salvo honrosas excepciones, le dio la espalda a los judíos.

Lo conocí durante un encuentro de comunidades judías latinoamericanas celebrado en Lima en 1971, al que asistió en su entonces condición de Secretario General del CJM, y fue él quien me invitó, en 1980, a colaborar con la más alta instancia representativa judía internacional. Para entonces Edgar Bronfman había asumido el liderazgo de la organización – que impulsó de manera notable – y Riegner, que cedió su cargo a ejecutivos más jóvenes (1983), se dedicó a estrechar el diálogo y las relaciones con la Iglesia Católica.

Nacido, educado y graduado en abogacía en Alemania, el Dr. Riegner emigró a Suiza, donde se refugió antes de la guerra, tras sufrir vejaciones antisemitas y percatarse que no tenía futuro bajo el régimen de Hitler. Fue allí donde comenzó su larga trayectoria dedicada al pueblo judío y a la lucha por los derechos humanos.

Al terminar el conflicto bélico y conocerse la magnitud de la catástrofe judía se formularon toda suerte de interpretaciones ideológicas e intelectuales, que intentaron explicarla. Sin embargo, pocas con la erudición y profundidad como la del historiador judeo-francés Jules Isaac (1877-1963), según asintió  Riegner cuando se lo pregunté alguna vez.

Isaac, quien perdió a su mujer y una hija en Auschwitz, recurrió a textos y manuscritos antiguos, de fuentes católicas y protestantes, que compendió en su libro Jesús e Israel. En su obra sostuvo que el Holocausto, más allá de la ideología racista de la que se valió y que los nazis perpetraron con tal eficiencia y ferocidad, no podía explicarse sin el trasfondo de odio del antisemitismo cristiano arraigado en Europa. Y hurgando en sus raíces, que ese resentimiento era producto de la doctrina del desprecio a los judíos inculcada durante siglos por la Iglesia Católica.

Las ideas de Isaac penetraron las murallas del Vaticano donde fue invitado a entrevistarse, en 2 ocasiones, con los pontífices Pío XII y Juan XXIII. Se atribuye a ellas el que años más tarde se suprimieran expresiones denigrantes contra los judíos que se pronunciaban en la homilía del Viernes Santo.

Escuché una vez uno de esos encendidos sermones en la Iglesia de Santa Teresita en Lima. Era entonces un niño de apenas 6 o 7 años cuando resonaron los denuestos contra los “malditos Judíos que mataron a Jesús” que profería el oficiante español. Me sentí perturbado y salí llorando, tratando que mis amigos del barrio, que fueron los que me llevaron, no lo notaran. Tuve miedo que dejaran de ser mis amigos.

El giro más importante, que marcó un nuevo comienzo en las relaciones de la Iglesia con el judaísmo, se plasmó en la Encíclica Nostra Aetate, promulgada por el Concilio Vaticano II (1965). La declaración, que comenzó reconociendo las raíces judías del cristianismo, eliminó la acusación de la responsabilidad histórica y colectiva del pueblo judío por los sucesos ocurridos durante el juicio a Jesús, en el siglo I e.c. y que, interpretaciones posteriores y tergiversadas de los evangelios, convirtieron en prejuicios teológicos. La tarea de Riegner fue contribuir a que sus enseñanzas se profundizaran e implementaran en los ámbitos más remotos de la cristiandad.

Posteriormente, colaboró a la sombra para conseguir el reconocimiento de Israel por el Vaticano (1993) – otro paso de trascendencia política y teológica  – que desembocó en el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos estados (1994).

Inspirado en la obra de Riegner, a quien consideré mi mentor y un referente, y gracias a la perspectiva que adquirí en asuntos internacionales en el cargo de copresidente y luego presidente del Comité del Tercer Mundo del Congreso Judío Mundial, pensé que restaba una tarea – en realidad un vacío inexplicable que llenar.

Desde la fundación de la ONU (1945), el organismo destinado a velar por los derechos humanos en el mundo no había emitido nunca una resolución de condena al antisemitismo, el prejuicio más antiguo y enquistado, causante del Holocausto y tantas arbitrariedades antijudías a lo largo del siglo XX y de la historia.

La iniciativa, que sometí a sus ejecutivos en una Junta de Gobernadores del CJM en Bruselas en 1993, fue adoptada de inmediato y mereció su publicación en gacetillas en los diarios Haaretz y Yedihot Ahjronot de Israel.

Al retornar al Perú solicité al Presidente de su Congreso, el Ing. Jaime Yoshiyama, presentar una moción en tal sentido, que respaldó sin vacilar y dio pie a que su aprobación se llevara a cabo en el marco de una sesión solemne de homenaje al 50 Aniversario del Levantamiento del Gueto de Varsovia, con la participación de sobrevivientes del Holocausto.  

Si bien el pronunciamiento de los parlamentarios peruanos fue un logro y un referente para obtener otros apoyos, el mérito de la tramitación y aprobación del petitorio a la ONU le corresponde a Morris B. Abraham, notable jurista norteamericano, figura legendaria de la lucha por los DDHH y fundador de UN Human Rights Watch. El 9 de Marzo de 1994, la Comisión de DDHH de la ONU, en Ginebra, aprobó por unanimidad la resolución de condena del antisemitismo como una violación de los derechos humanos

Gerhart Riegner no se casó ni tuvo hijos. Su legado fue una contribución fecunda y silenciosa. En mí tiene un admirador agradecido y un amigo quien lo llore.

 
Comentarios

For every atom in the universe that is blessed the people of Israel and God of victory will forever.Por cada átomo que existe en el universo sea bendecido el pueblo de Israel y que Dios de le la victoria por siempre.

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