Alberto Mazor
Gilad Shalit fue uno de los soldados que el 25 de junio de 2006 salió con vida de un ataque de ocho terroristas de Hamás en el paso fronterizo de Kerem Shalom entre Israel y Gaza. Por entonces no se le pasó por la cabeza que esa buena fortuna se iba a convertir en un calvario que ya dura cinco años. Desde esa fecha sólo tres cartas, una cinta de audio y otra de vídeo dieron testimonio de que sigue vivo.
Hamás niega reiteradamente las visitas de la Cruz Roja Internacional por miedo a que Israel utilice ese momento para rescatarlo en una aación militar. Una decisión que la organización Human Rights Watch ha denunciado por violar los derechos humanos y las leyes de guerra.
El costo que la organización islámica fundamentalista que controla Gaza ha puesto a la vida de Gilad es la libertad de 450 de los más sangrientos terroristas encarcelados por Israel. Un precio de complicadas consecuencias al que no han cedido Netanyahu, ni su antecesor, Ehud Olmert. Pero el sentir de la ciudadanía israelí es diferente.
Una encuesta publicada esta semana por Ynet reveló que 3 de cada 4 israelíes (72%) están dispuestos a pagarlo con tal de que Gilad vuelva a casa con vida. El dato es llamativo porque, cuando se cumplió un año del secuestro, sólo el 19% de los encuestados aceptaba entonces la negociación con Hamás y la liberación de prisioneros.
Netanyahu sufre una presión popular muy intensa. Aviva y Noam Shalit son el prototipo de una familia sensible que se ganó el respeto de todos nosotros. Israel lucha por cada una de las vidas de sus ciudadanos en manos de terroristas. Sin duda una de sus virtudes, aunque también debilidades. Hamás, que así lo interpreta, juega con esa fórmula. Pese a la última ofensiva israelí sobre Gaza en 2009, los terroristas cuidaron de que Shalit siguiera con vida.
Ahora, tras cinco años de cautiverio, el desenlace no se vislumbra y la situación parece estar más atascada que nunca. La apertura de la frontera entre Gaza y Egipto en Rafah ha complicado más el asunto. La liberación de Shalit era uno de los requisitos para levantar el bloqueo israelí.
El tiempo pesa para la familia de Gilad. Sus padres viven instalados en una carpa frente a la residencia de Netanyahu, de donde al parecer no piensan moverse hasta que se llegue a un acuerdo que lo devuelva con vida.
Nuestros dirigentes deben entender cinco años tarde que lo que está en juego aquí es mucho más que la vida de Gilad. Sobre el tapete se apuesta por la imagen y responsabilidad de Tzáhal y del Gobierno de Israel para con sus soldados a los cuales se les exige sacrificar sus vida para defender al país.
Un Estado que olvida a sus soldados, su fin será que a la hora de la verdad sus soldados lo olviden.
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