Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Estimado Papa Francisco,
En el apasionado alegato por justicia social que efectuó en un discurso ante los legisladores keniatas en Nairobi, la semana pasada, afirmó que «la violencia, los conflictos y el terrorismo… son alimentados por el miedo y la desesperación… nacidos de la pobreza y la frustración».
Sin embargo, nada, ni siquiera la desesperación, puede justificar el terrorismo.
Las raíces del terrorismo yacen sólo en la educación basada en el odio. Nosotros los judíos tenemos un montón de experiencia en cuanto a desesperación. Pero nuestra historia muestra otras maneras más constructivas a extraer de la desesperación. Para los judíos, la desesperación nunca ha sido una justificación para cometer actos violentos en nombre de nuestra religión.
Nos han hecho desfilar encadenados por las calles de Roma, mientras nuestro santuario en Jerusalén estaba en llamas. Nos han arrojado en anfiteatros donde leones hambrientos y espectadores esperaban por nuestra sangre. Se nos ha quemado en autos de fe, hemos sido llamados marranos, nuestro prendido de velas y nuestras oraciones en nuestra lengua ancestral han sido prohibidas. Hemos sido expulsados de España. Hemos vagado por muchos países en busca de un nuevo hogar.
Hemos sido masacrados en pogromos, nuestras sinagogas han sido saqueadas, nuestros hijos han sido alistados en ejércitos de los que nunca regresaron. Se nos ha privado de nuestro derecho al trabajo, a la propiedad, a votar, a hablar. Nos han robado la dignidad que, por derecho, todo ser humano debe gozar cuando nace.
Nuestros dientes de oro fueron arrancados de nuestras bocas y nuestros brazos marcados como si fuéramos animales para el matadero. Durante siglos se nos ha dicho ‘vuelvan a su patria’ y ahora que estamos en casa nos dicen ‘salgan de allí’.
Nosotros los judíos somos parte indisoluble del tejido histórico de nuestro mundo. La presencia judía es el denominador común en la mayoría de los países del mundo. En todo lugar de esta tierra al que llegamos, produjimos poetas, matemáticos, físicos, escritores, políticos, científicos, médicos, inventores. Incluso cuando nos encerraron en guetos nunca hemos dejado de escribir, pensar, discutir, producir el bien. Nunca pusimos nuestras vidas en estado de espera, ni siquiera por un rato.
A pesar de todo esto, no nos hemos estado cubriendo nuestras cabezas con cenizas durante miles de años. Cargamos nuestro destino sobre nuestros hombros y amarramos la herencia de nuestros antepasados a nuestros corazones y nos fuimos a buscar un nuevo lugar donde pudiéramos respirar de nuevo.
Si se te ha enseñado que cada instante en esta tierra es la mayor riqueza que posees, y que la vida es el don más precioso que recibiste cuando naciste, no hay ni tiempo ni voluntad para revolcarse en la autocompasión. Y no hay lugar para el resentimiento.
Volvimos, sin nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros maridos y esposas, a Alemania, Italia y Francia. Nos paramos debajo de las ventanas de nuestras casas viendo a extraños que ahora viven en lugares que nos pertenecieron antes de la guerra. Nos arremangamos, revelando números estampados con fuego en nuestros brazos, y comenzamos todo de nuevo desde cero.
Los países interesados en oleadas de migración deben estudiar la historia judía y nuestro modelo de integración. En cada nuevo lugar al que llegamos, tuvimos nuestra regla de oro: Nunca resbales en tus lágrimas.
No hemos esperado compasión de los países que nos abrieron sus fronteras. Desde el principio tratamos de integrarnos en el tejido social del lugar que nos acogía. Y al mismo tiempo que les agradecíamos, aportamos nuestros talentos para el desarrollo y el progreso, los nuestros y los de ellos.
Hay quienes usan la desesperación como justificación para asesinar a inocentes. Y están los que dejan a un lado la desesperación, encerrándola en el cajón de la memoria, y tratan de subir de nuevo a la cima, centrándose en nuevas oportunidades.
Estimados Papa Francisco, Secretario John Kerry, Hillary Clinton, y cientos de personas influyentes del mundo que están buscando una razón, un motivo, detrás de la transformación de individuos en espinas letales. Incluso si usted se adentrara en las trágicas vidas personales de estos asesinos (aunque en la mayoría de los casos viven exactamente en el mismo nivel que los de la sociedad que les rodea), incluso si fuera realmente así, nada, NADA, puede justificar un acto la violencia ciega contra otro ser humano. Nada, nada, puede otorgar el derecho a un individuo a privar a otro de su mañana. Buscar justificaciones significa una sola cosa: preparar el terreno para el próximo acto brutal, D-s libre.
La historia nunca ha maltratado a una nación más de lo que ha maltratado al pueblo judío. Pero en todo lugar al que el viento del odio nos ha transportado, nos integramos, aprendimos el idioma local, recitando de memoria a Whitman, Eliot y Dickinson. Inventamos la tarta de queso pareve. La integración es algo que hay que querer y sobre la que hay que trabajar todos los días.
Nunca le hemos pedido al lugar que nos acogió que se adapte a nuestras normas. «Dina demalchuta dina» – la ley del país debe convertirse en tu ley también – dice el Talmud. La integración real, incluso para las personas más desesperadas, puede ser realidad. Pero depende, primero y principal, de los valores transmitidos por la religión, las familias y los maestros de los que acaban de llegar. Y depende de la voluntad de convertirse en parte de la sociedad de una manera constructiva y positiva.
*Gheula Canarutto Nemni es una educadora y novelista (judía) que vive en Milán, Italia.
Su libro más reciente es (Non) si puo avere tutto – No se puede tener todo, Mondadori 2015.
http://blogs.timesofisrael.com/pope-francis-jews-did-not-resort-to-terror/
Lo que Bergoglio afirmaba como arzobispo , como papa Francisco lo borró con su estrecho cinismo, al dejarse embaucar fácilmente por las mentiras musulmanas y la psicótica izquierda judeofóbica.
«Dime como juzgas a Israel y te diré que y quien eres».