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| lunes diciembre 23, 2024

Benny Morris y la ingenuidad


Benny Morris (kibutz Ein HaHoresh, 1948) es uno de los más destacados historiadores de Israel, probablemente el más conocido dentro y fuera de sus fronteras. Fuera, en no poca medida, gracias a los enemigos de Israel, que le han utilizado para golpear al Estado judío con una afilada cuña de madera sabra. Y es que Morris, capitán de los nuevos historiadores que se dedicaron a desmitificar la historia israelí, al ver en lo que es no ocultaba los puntos más turbios u oscuros ni, sobre todo, negaba el sufrimiento del Otro, el árabe devenido desterrado palestino a partir de la guerra de 1948.

Pero como Morris no se ha dejado utilizar, y como Morris sigue en lo suyo, en el esclarecimiento y contextualización del pasado, Morris ya no cae tan bien, a Morris ya no se le presta tanta atención.

Es que Morris, dicen, ha cambiado.

Él lo niega, en esta muy sustanciosa entrevista con Gabriel Noah Brahm. Morris dice que él está donde estaba porque sus posiciones las fijan los hechos y no sus prejuicios –que los tiene, como todos–. Pero el caso es que sí, que Benny Morris ha cambiado. Y para constatarlo no hace falta más que seguir leyendo su intercambio con el profesor Brahm.

Políticamente, lo que ha cambiado (…) es mi visión de los palestinos y su disposición a alcanzar la paz con los israelíes. Esto es lo decisivo. Diría que en los 90, aunque no quedé persuadido por él –siempre fue un mentiroso y un terrorista despiadado–, pensaba que quizás Arafat cambiaría su ‘approach’ y aceptaría las realidades del poder y de lo posible.

Pero entonces se produjo la quiebra, cuando, en 2000, se le ofreció, por parte de Ehud Barak, una solución de dos Estados; incluso recibió, a finales del mismo año, una oferta aún mejor por parte de Clinton. Y Arafat dijo “no”. Creo que ese fue el momento definitorio para mí. Simplemente, no era capaz de alcanzar un compromiso con los israelíes.

Al cabo, Morris acabó por pensar que el problema no era (sólo) Arafat, cuenta de un rosarionegacionista en el que se engarzarían también su predecesor Huseini y su sucesor Abás; ni de si había que tirar la raya en tal o cual coordenada. Bajo el sempiterno no a Israel subyacería la intención de acabar con el Estado judío.   

El problema aquí, cuando lo contemplas como historiador, es la consistencia del rechazo a un compromiso [sobre la base de los] dos Estados. Esto es lo que debería deprimir a la gente razonable.

Especialmente si asumiese lo que Morris: que en esas están no sólo los líderes palestinos sino la mayoría de la sociedad que acaudillan.

[Tras Camp David 2000] entendí que, aunque hubiera palestinos auténticamente moderados y conciliadores, dispuestos a vivir con una solución de dos Estados, siempre se verían sobrepasados, o machacados, por el muy superior número de palestinos completamente contrarios.

En este pesimismo ve Morris la razón de que muchos en la izquierda israelí no lo consideren uno de los nuestros, con independencia de qué diga él que es.

Me considero un hombre de izquierdas, si la izquierda en Israel se define, al menos en términos de política exterior, como alguien [sic] que apoya la solución de los dos Estados. En estos momentos un montón de israelíes de izquierdas no me considerarían como tal, porque soy pesimista en lo relacionado con la solución de los dos Estados y porque digo que, en lo esencial, los palestinos jamás estarán de acuerdo con ella. Algunos israelíes de izquierdas me consideran un derechista porque tengo dicho que hay que culpar a los palestinos de la pervivencia del conflicto.

Y encima no se ahorra críticas al islam y habla de “choque de civilizaciones”, como hacían Oriana Fallaci y Giovanni Sartori, otros dos progresistas de siempre pero siempre vilipendiados por los progresistas desde el 12 de septiembre de 2001.

Creo que hay un choque de civilizaciones. Hay unos valores occidentales que no casan con el mundo islámico, cuya actitud ante la vida, la libertad política y la creatividad es completamente distinta.

(…)

Líderes como Obama preferirían quitarse de en medio este choque de civilizaciones. Muchas televisiones lo ignoran completamente y, como Obama, no usan las palabras ‘musulmán’ o ‘islamista’ cuando se trata de terrorismo; simplemente hablan de ‘terrorismo internacional’ o ‘extremismo’. Bueno, pero es que el auténtico problema son el terrorismo islámico y las pretensiones islámicas de dominación mundial. (…) dicen que la gran mayoría de los musulmanes son tan moderados y amantes de la paz como nosotros. Yo no sé si es verdad. Quizá Bagdadi, que lidera el Estado Islámico, estaba en lo cierto cuando en un sermón dijo que el islam no es una religión de paz.

Él no dijo que sea una religión de guerra, pero eso es lo que quiso decir cuando dijo que no es una religión de paz. Y además proclamó: “Tenemos que ir a la yihad”. Pienso que un montón de árabes creen en eso. Pienso que creen que Occidente ha sido agresivo con ellos. Y no lo ven como un islam resurgente que ataca a Occidente, sino como un islam resurgente que se defiende contra lo que consideran una incursión occidental. Y ven a Israel como una línea de frente de esa incursión. Ese es nuestro problema. (…) Hay otros lugares donde Oriente da con Occidente. El norte de Nigeria, el norte de Kenia fronterizo con Somalia, las Filipinas, Tailandia: esas son las tierras de frontera entre el Islam y Occidente. Por desgracia, nosotros somos una de ellas.

El Islam, por cierto, es el otro gran factor causal del cambio que se ha operado en Morris. Ahora le atribuye un peso muy superior en el movimiento palestino, tanto en 2016 como en 1948. Se comprende, pues, que en un momento dado el profesor Brahm le preguntara:

En su opinión, ¿el rechazo palestino a Israel ha estado siempre enraizado en el islamismo? ¿Fue [la guerra de] 1948 una yihad?

A lo que Morris respondió:

Una de las cosas que comprendí a partir de mis trabajos en los años 90 (…) es que el islam desempeñó un papel fundamental en la animadversión árabe en Oriente Medio y Palestina hacia el movimiento sionista. No es sólo una cuestión territorial de orden político; es también una cuestión cultural y religiosa de oposición a la llegada del infiel y su toma de tierra santa musulmana.

Unas veces el rechazo palestino es más político en su naturaleza, y otras, como ahora, el islam desempeña un papel fundamental en el pensamiento palestino a propósito del conflicto con Israel y el movimiento sionista. Los grandes disturbios de 1929 tuvieron que ver con el Monte del Templo y con el Muro de los Lamentos, con cómo esos santos lugares estaban siendo amenazados por “los infieles judíos”. Ahora estamos de vuelta en lo mismo, en parte porque se ha radicalizado todo el mundo islámico, incluidos los palestinos. Cuando yo era joven, podías ir por las calles de Jerusalén Este y no ver jamás una mujer velada. Jamás. Los árabes musulmanes de Palestina han cambiado en los últimos 40 años, y esto es un reflejo de lo que ha sucedido con el mundo árabe musulmán en general.

(…)

Alguna vez Israel capturó a terroristas suicidas a los que no les funcionó el chaleco explosivo o que flaquearon y no se hicieron estallar. Algunos eran de Al Fatah, que había empezado a imitar a Hamás enviando terroristas suicidas. Cuando interrogaron a los suicidas ‘laicos’ de Fatah, vieron que su motivación era exactamente la misma que la de los de Hamás: la religión, las 70 vírgenes, el Paraíso y todo lo demás.

Morris abomina de la solución de un solo Estado (“Quienes dicen que los judíos y los árabes de Palestina podrían vivir en paz y mutua tolerancia en un solo Estado están siendo deshonestos… o son demasiado ingenuos o ignorantes como para que se les permita publicar libros y artículos”) y sigue apostando por la de los dos. Bueno, lo cierto es que no. Que quiere pero no puede:

Al menos de cara a la opinión pública y los Gobiernos occidentales, una retirada unilateral israelí del 90% de la Margen Occidental, hasta la denominada Barrera Defensiva, ciertamente nos pondría en mejor posición (…). Pero los palestinos –o una gran parte de ellos– continuarían la lucha, lanzando cohetes sobre Israel, haciendo la vida imposible en Tel Aviv e insostenible la actividad del Aeropuerto Internacional Ben Gurión. E Israel tendría que reconquistar la Margen Occidental.

Con todo, como no es el personaje aquél de Kertész que murmuraba “Abajo esa moral y no perdamos la desesperanza”, Morris deja una puerta abierta a lo que considera improbable:

Quizá los palestinos me sorprendieran y no lanzaran cohetes si nos retiráramos de la Margen. Si Israel permitiera esa oportunidad, al menos, como yo digo, estaríamos haciendo lo correcto para Occidente.

Retirarse de la Margen por el qué dirán, y confiar en que los terroristas no lancen cohetes sobre Israel ni martiricen a los habitantes de Tel Aviv ni pongan en la mira los aviones con origen o destino en el único aeropuerto internacional de Israel. Confiar en que Cisjordania no se convierta en Gaza y en que se esfume la idea que Morris considera crucial en la forja y pervivencia del movimiento palestino: la destrucción del Estado judío, formidable infiel que profana la sagrada tierra del Islam.

En qué momento se puso ingenuo Benny Morris, que en tantos otros semeja un neocon estilo Kristol padre (un neocon es un progresista asaltado por la realidad). No deja de ser significativo. Y otro poderosísimo motivo para el pesimismo entre quienes siguen abogando por la coexistencia en paz y seguridad de un Estado de Israel y un Estado Palestino.

 
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