El almirante estadounidense, Michael Rogers, jefe del ‘cibercomando’ de Estados Unidos, ALEX WONG (AFP)
La historia militar está llena de nombres de unidades que cambiaron la manera de hacer la guerra y el curso de la historia. La Falange macedónica, la Legión romana, los Tercios españoles, la caballería normanda o el Servicio Aéreo Especial —conocido como SAS, las fuerzas especiales británicas— son algunos pocos ejemplos. Generalmente se trata de grupos que utilizan alguna diferencia técnica respecto a sus enemigos, lo cual se convierte en una ventaja, a veces muy pequeña pero decisiva, en el campo de batalla. Puede ser una innovación o no. Las lanzas que empleaban las tropas de Alejandro Magno no eran algo completamente nuevo, como tampoco lo eran las espadas cortas que utilizaban los legionarios de Trajano. Pero es la organización de las unidades y la manera de utilizar estas herramientas la que abre el camino a la victoria.
Los nuevos campos de batalla no exigen ya portar durante interminables caminatas una pesada sarissa ni soportar las penurias físicas de los comandos británicos, pero eso no hace que la guerra no sea menos importante, ni menos urgente, ni menos devastadora en el caso de ser perdida. Aunque todavía es muy pronto para conocer cuál será su repercusión en la historia militar, y en la historia, las 5.000 personas —un número próximo al de una Legión romana— que Estados Unidos ha puesto bajo el mando de un almirante como unidad permanente de ciberguerra pueden marcar un antes y un después en el desarrollo de los enfrentamientos entre países.
En principio, esta unidad especial responde a una necesidad más que urgente en la lucha contra el yihadismo. Resulta increíble que hasta hace apenas instantes la mayor amenaza para Occidente haya campado a sus anchas por páginas webs y redes sociales, propagando su mensaje, captando nuevos adeptos y, posiblemente, dando instrucciones. Y todo es esto, no de un modo escondido, sino con impunidad y a plena luz del día, o al menos del día cibernético. Naturalmente atacar la propaganda no derrotará al ISIS, pero le cerrará las puertas en un frente que es fundamental para la guerra moderna. Además, el procesamiento de la información, por nimia y anecdótica que sea, que coloca el yihadismo en la Red es fundamental a la hora de ejecutar ataques sobre el terreno. Se trata de una pequeña diferencia, pero utilizada de forma eficaz. La historia de la victoria en los campos de batalla.
Pero esta nueva unidad —y puede que no sea tan nueva y que Rusia y China dispongan ya de divisiones cibernéticas similares— nos coloca también ante un escenario de enfrentamiento bélico absolutamente diferente. Por ejemplo, se puede asediar a una ciudad situada a miles de kilómetros. Basta hackear sus sistemas de suministro de agua y electricidad. ¿Cuánto tiempo aguantan, pongamos, tres millones de personas sin esos servicios? Del mismo modo, se pueden anular la circulación de trenes de mercancías, los aeropuertos o las líneas de alta tensión. Dijo Clemenceau que la guerra es algo muy serio para dejársela a los militares. Pues se la van a dejar a los hackers.
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