Adiós, adiós dulce Hallel, que dormías cuando fuiste acuchillada por el brazo demente de uno de los cientos, tal vez miles de agazapados terroristas que estrecharon la mano del ilustre Vargas Llosa en su recorrido por los ´´territorios palestinos.´´ Estabas en la tierra de los patriarcas y las tribus judías, Hallel, estabas en tu casa, y eras apenas una niña, una adolescente, como Rut, como Raquel joven, como las morenas doncellas del Cantar de los Cantares. Pido que a tu alma se le conceda el privilegio de un Pardés poblado por bellas músicas y antepasados queridos. Estoy lleno de rabia y de dolor, de desprecio por los jóvenes árabes que maquinan sus crímenes a la sombra de los poderes que los alientan, de la educación que los envenena, de la creencia que los asfixia y de la que no pueden salir, y de lleno de admiración por todos aquellos judíos que, aún y así, resisten y siguen haciendo renacer la vieja tierra de Israel.
Cuando pensábamos que disminuía la ola de atentados he aquí que no, cuando creíamos que se alzarían voces de protesta del otro lado- de este algunos israelíes hacen la innoble tarea de culpar a su propio pueblo de los males ajenos y todo para que Vargas Llosa escriba mediocres y tendenciosos artículos en El país pagados a precio de oro-; cuando imaginábamos que se he había disipado la absurda mentira del agua envenenada, vemos que sí lo está la de las aldeas donde duerme con el sabor de la lluvia en ciertos pozos árabes, agua con la que las madres y abuelas cocinan las sopas del rencor, los guisos de la envidia, los postres de la desesperación.
La dulce Hallel tal vez no supiera nada de todo esto, quizás sólo le interesara estudiar Torá y cumplir, dijo su madre, con las leyes del amor que ella le enseñó. Es probable que ya le atrajeran los muchachos y le gustara intercambiar con ellos mohines de complicidad. Lo que es seguro es que su piel inocente no fue invulnerable al cuchillo del terror. En Hebrón, en Ankara o en Estambul, en Bruselas o en París, es la misma mano la que se prepara para matar, una mano desdichadamente humana como la nuestra y a la que la muerte le seduce más que la vida. La mano islamista, la mano musulmana. Entretanto, el presidente Obama se prepara para venir a España a dar conferencias y perorar sobre las bellezas del Corán, pulcro y reluciente, un buen actor para pésimos guiones. Ignoramos si asistirá Vargas Llosa a alguna de ellas y le pedirá un autógrafo. Las salas estarán llenas de gente tan buena como él, los fotógrafos inmortalizarán la ocasión, elogiarán su sonrisa, su manera de caminar, la gentileza de su trato. Alguno hasta se atreverá a mencionar su conferencia de hace años en El Cairo, sobre la alianza de civilizaciones tan cara al señor Zapatero.
En la tierra de la Biblia sólo hay una civilización, la judeocristiana, el resto es escoria. Lo digo sin cortapisas, sin culpa, sin el menor asomo de duda. ¿ Cómo llamaría la señora Zoabi, diputada de la Knesset, al asesino de Hallel, ´´benefactor de la Humanidad´´? ¿Qué sostendría en defensa de los cuchilleros jóvenes, que tienen razón? No necesitamos un Lieberman, sino tres o cuatro más duros que él. No puede haber paz ni acuerdo con los asesinos de nuestros hijos y nietos, no ahora, no en mucho tiempo. Adiós dulce Hallel, es como si te hubiese conocido de toda la vida.
Señor Mario Vargas Llosa, si el asesinato de esta niña usted lo justifica, también debe justificar la matanza de Orlando, la de París, la de Bruselas y la de Estambul.
Si no llama terrorista al asesino que lo cometió, tampoco puede llamar terroristas a los que cometieron las masacres mencionadas.