Tras la matanza en la redacción de ‘Charlie Hebdo’, muy pocos medios reprodujeron las viñetas de Mahoma. Arriba, Stéphane Charbonnier, director y editor de ‘Charlie Hebdo’ -que fue asesinado el 7 de enero de 2015, junto con varios de sus colegas-, ante la antigua sede del magacín, justo después de que fuera atacada en noviembre de 2011.
Traducción del texto original: How Much of our Culture Are We Surrendering to Islam?
Traducido por El Medio
- Las democracias son, o al menos deberían ser, guardianas de un tesoro perecedero: la libertad de expresión. Esa es la gran diferencia entre París y La Habana; entre Londres y Riad; entre Berlín y Teherán, y entre Roma y Beirut. La libertad de expresión es lo que nos otorga lo mejor de la cultura occidental.
- Es contraproducente discutir por nimiedades sobre la belleza de las viñetas, poemas o pinturas. En Occidente hemos pagado un alto precio por la libertad de hacerlo. Por lo tanto, todos deberíamos protestar cuando un juez alemán prohíbe versos «ofensivos», cuando una editorial francesa despide a un editor «islamófobo» o cuando un festival de música veta a una banda políticamente incorrecta.
Todo ocurrió en la misma semana. Un juez alemán prohibió a un comediante, Jan Böhmermann, que repitiera los versos «obscenos» de su famoso poema sobre el presidente turco Recep Tayip Erdogan. Al parecer, un teatro danés canceló los Versos Satánicos de su programa por temor a «represalias». Dos festivales franceses retiraron de su cartel a Eagles of Death Metal –la banda estadounidense que estaba actuando en la sala Bataclan de París cuando se produjeron allí los atentados del ISIS (89 personas fueron asesinadas)– por los comentarios «islamófobos» de Jesse Hughes, su vocalista. Hughes sugirió que los musulmanes deberían ser sometidos a un mayor escrutinio, diciendo: «No pasa nada por discrepar hoy en día en lo relativo a los musulmanes», y añadió:
Saben que hay todo un grupo de chavales blancos ahí fuera que son estúpidos y ciegos. Estos chavales blancos y ricos han crecido con planes de estudios progresistas desde la guardería, a los que les inundan con conceptos vacuos que no son más que cháchara.
Como escribió Brendan O’Neill, «Los progresistas occidentales les están haciendo el trabajo sucio; están silenciando a quienes el ISIS acusa de ser blasfemos; están completando la acción terrorista del ISIS».
Pocas semanas antes, la editorial más importante de Francia, Gallimard, despidió a su editor más famoso, Richard Millet, autor de un ensayo en el que escribió:
El declive de la literatura y los profundos cambios causados en Francia y Europa por la continua y vasta inmigración de fuera de Europa, con sus elementos intimidantes del salafismo militante, y por la corrección política en el núcleo del capitalismo global; es decir, el peligro de la destrucción de Europa y su humanismo cultural, o del humanismo cristiano, en nombre del «humanismo» en su versión «multicultural».
Kenneth Baker acaba de publicar un nuevo libro, On the Burning of Books: How Flames Fail to Destroy the Written Word. Es un compendio sobre el llamado «bibliocausto», la quema de libros, desde el califa Omar a Hitler, e incluye la fatwa contra Salman Rushdie. Cuando los nazis quemaron libros en Berlín, dijeron que de las cenizas de esas novelas «surgiría el ave fénix de un nuevo espíritu«. Es el mismo odio que proviene de los islamistas y sus aliados políticamente correctos. Ni siquiera tenemos una vaga idea de a cuánta cultura occidental hemos renunciado a causa del islam.
La película de Theo Van Gogh, Submission, por la que fue asesinado, desapareció de muchosfestivales de cine. Las viñetas de Charlie Hebdo sobre el profeta islámico Mahoma fueron ocultadas en la esfera pública: tras la masacre, muy pocos medios reprodujeron las viñetas.Los artículos de Raif Badawi en su blog, que le costaron 1.000 latigazos y diez años de prisión en Arabia Saudí, han sido borrados por las autoridades saudíes y ahora circulan como lo hacía la literatura «samizdat» en la Unión Soviética.
En los Países Bajos, una ópera sobre Aisha, una de las esposas de Mahoma, fue cancelada en Rotterdam después de que la obra fuese boicoteada por los actores musulmanes de la compañía, tras las evidencias de que iban a ser objetivo de los islamistas. El periódico NRC Handelsblad tituló así su reportaje sobre el caso: «Teherán en el Mosa«, el río que atraviesa la ciudad holandesa.Molly Norris, la dibujante estadounidense que en 2010 dibujó a Mahoma y proclamó el «Día de Dibujar a Mahoma», sigue viviendo escondida, y tuvo que cambiar de nombre y de vida. El Metropolitan Museum of Art de Nueva York retiró unas imágenes de Mahoma de unaexposición, mientras que Yale Press vetó las imágenes de Mahoma en un libro sobre las viñetas. La joya de la Medina, una novela sobre la esposa de Mahoma, también fue retirada.
En Inglaterra, los museos Victoria y Albert retiraron una imagen de Mahoma. «Los museos y bibliotecas británicas conservan decenas de esas imágenes, la mayoría miniaturas incluidas en manuscritos con varios siglos de antigüedad, pero durante mucho tiempo no se ha permitido que el público las viera», explicó The Guardian. En Alemania, la Deutsche Opera canceló la opera de Mozart Idomeneo en Berlín, porque aparecía la cabeza cortada de Mahoma.
Tamerlán el Grande, de Christopher Marlowe, donde se hace referencia a que Mahoma «no merece ser adorado», fue reescrita en el teatro Barbican de Londres, mientras que el Carnaval de Colonia canceló la carroza de Charlie Hebdo.
En la ciudad holandesa de Huizen se retiraron de una exposición dos cuadros de desnudos tras las críticas de los musulmanes. La obra de la artista iraní-holandesa Sooreh Hera fue retirada de varios museos holandeses porque algunas de las fotografías mostraban retratos de Mahoma y de su yerno, Alí. De seguir esta tendencia, un día la National Gallery de Londres, el Uffizi de Florencia, el Louvre de París o El Prado de Madrid decidirán censurar a Miguel Ángel, a Rafael, a El Bosco y a Balthus por si ofenden la «sensibilidad» de los musulmanes.
El dramaturgo inglés Richard Bean ha sido obligado a censurar una adaptación de Lisístrata, la comedia de Aristófanes, donde las mujeres griegas se pone en «huelga de sexo» para evitar que sus hombres vayan a la guerra (en el guion de Bean, las vírgenes musulmanas se ponían en huelga para frenar a los terroristas suicidas). Varios pueblos españoles han dejado de quemar efigies de Mahoma en la ceremonia que conmemora la reconquista del país en la Edad Media.
Existe un vídeo que fue grabado en 2006, cuando las amenazas de muerte contra Charlie Hebdo empezaron a ser preocupantes. Sus periodistas y dibujantes se encontraban reunidos en torno a una mesa para decidir la siguiente portada de la revista. Hablaban sobre el islam. Jean Cabu, uno de los dibujantes que fue más tarde asesinado por los islamistas, lo expresó así: «Nadie en la Unión Soviética tenía el derecho de hacer sátira sobre Brezhnev».
Entonces, otra futura víctima, Georges Wolinski, dice: «Cuba está llena de dibujantes, pero no hacen caricaturas sobre Castro. Así que somos afortunados. Sí, somos afortunados. Francia es un paraíso».
Cabu y Wolinski tenían razón. Las democracias son, o al menos deberían ser, guardianas de un tesoro perecedero: la libertad de expresión. Esa es la gran diferencia entre París y La Habana; entre Londres y Riad; entre Berlín y Teherán, y entre Roma y Beirut. La libertad de expresión es lo que nos otorga lo mejor de la cultura occidental.
A causa de la campaña de los islamistas, y al hecho de que ahora solo algunos «chalados» se sigan arriesgando a ejercer su libertad, ¿nos vamos a limitar a asustarnos? Los dibujantes, periodistas y escritores «islamófobos» son los primeros europeos desde 1945 que se han apartado de la vida pública para proteger sus propias vidas. Por primera vez en Europa desde Hitler, se ha ordenado la quema de libros en la Bebelplatz de Berlín; de películas, cuadros, poemas, novelas, viñetas, artículos y obras de teatro que son literal y metafóricamente quemadas en la hoguera.
El joven matemático francés Jean Cavailles, para explicar su fatídica participación en la resistencia contra los nazis, solía decir: «Luchamos para leer el Paris Soir en vez del Völkischer Beobachter«. Solo por esa razón, es contraproducente discutir por nimiedades sobre la belleza de las viñetas, poemas o pinturas. En Occidente hemos pagado un alto precio por la libertad de hacerlo. Por lo tanto, todos deberíamos protestar cuando un juez alemán prohíbe versos «ofensivos», cuando una editorial francesa despide a un editor «islamófobo» o cuando un festival de música veta a una banda políticamente incorrecta.
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