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| domingo diciembre 22, 2024

El vacío y la fe


Existe una sentencia atribuida a san Juan de la Cruz que dice: ´´ Cuando Dios está interesado en un corazón, lo vacía de todo lo que no sea El.´´  Ese vacío o vacuum, empero, es el lugar que ocupa la fe, por menos en el ámbito kabalístico hebreo, en el cual, y por guematria o valor numérico, hallamos  una relación extraordinaria entre emunáh, fe, y bak, vacío, vaciarse: ambos conceptos valen lo mismo, 102. También en el zen japonés, ku, el vacío, juega un papel similar,  de imán de la .luz,  pues el vacío, en la lámpara o en el ser humano, es condición previa a la experiencia suprema. Palabra, ku, que procede del chino k’ung  ,  cuyo radical es la cueva, hsüe.  Pero como k’ung alude, también, al firmamento, al cielo, ocurre que haciendo ese vacío en nosotros cobramos conciencia del cielo que nos articula intersticial e infinitesimalmente.  De aquí, y viajando en el tiempo,  podemos entender mejor la experiencia del maestro hindú Bodhidharma, que pasó nueve años meditando en una cueva hasta alcanzar, por fin, un grado de realización convincente y estable.

 

            Por otra parte, cuando  descubrimos que en la expresión Kabalá, Tradición, hallamos el binomio bak,  vacío, vaciarse, junto a hel, el halo, el aura, un dato más viene agregarse a nuestra intuición primera: la luz viaja en el vacío. En el estudio de la Tradición,¿ qué anhela el discípulo que-como reza el salmo-medita noche y día o por lo menos lo intenta? Las condiciones necesarias para que aquello que ya existe pueda manifestarse por sí mismo.  Curiosamente, y si invertimos la cifra de emuná,  fe, y en lugar de leer 102  leemos 201, la palabra a la que por guematria llegamos es emtza, el medio, el centro. Ese es el ver por espejo de san Pablo y comprender, después, directamente. Sin embargo, el vacío no tiene, en Occidente, el mismo prestigio que en Oriente, y por eso nos cuesta entender la más profunda filosofía implícita en la meditación, cuyo propósito no es aferrarse a las palabras y a las ideas sino soltarse, vaciarse, despojarse. De igual manera los occidentales estamos, desde los griegos en adelante, enamorados de la simetría, y pocos son los jardines orientales que no sean asimétricos, irregulares como la vida misma. La simetría podrá ser todo lo cristalina que se quiera, pero está más cerca de lo inorgánico que de lo orgánico y viviente. Finalmente, la fe y el vacío no son más que mojones, signos en el camino. Producida la suprema identidad, como la llamó Alan Watts, alcanzado aquello que el hebreo de los jasidim llama hitlahabut, entusiasmo, a lo que más se parece nuestra mente entonces es a la espuma del mar, en la  que inúmeros ojos de agua miran y desaparecen con una crepitación de felicidad. Basándose en la misma idea es que la física atómica habla de la espuma cuántica en la que flotan y se relacionan entre sí los electrones. Como escribiera Buckminster Fuller, el genial arquitecto  norteamericano hablando de la tierra -mirada desde el espacio-, no hay que articular sus partes ni juntarla: ya está unida. Solo tenemos que darnos cuenta.

 
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