Israel gradualmente se ha dado cuenta que los palestinos no son ni socios a la paz ni son capaces de establecer un estado viable. Por lo tanto, los últimos gobiernos de Israel han adoptado un enfoque de “gestión de conflictos” en lugar de una estrategia de resolver los conflictos. Esto conlleva a varias preguntas. ¿Debería Israel hablar explícitamente sobre las escasas perspectivas de una solución de dos estados, o actuar de acuerdo a las preferencias ilusorias y pretensiones de la comunidad internacional? ¿Debería Israel aplicar más la “vara” que la “zanahoria” ante la hostil Autoridad Palestina? ¿Servirá el colapso de la Autoridad Palestina a los intereses de Israel? ¿Y cuan diplomáticamente activa debería ser Israel en relación al tema palestino?
Desde que comenzó la ola terrorista palestina en septiembre del 2000, el cuerpo político israelí se ha resignado cada vez más a la probabilidad que no existe un socio del lado palestino con quien alcanzar un compromiso histórico con el movimiento nacional (sionista) judío. Las esperanzas de paz generadas por el proceso de Oslo en 1993 han sido sustituidas por la cruda realidad que el conflicto violento no terminará pronto.
Por otra parte, los mensajes hostiles contra Israel difundidos desde el sistema educativo y los medios de comunicación oficiales de la Autoridad Palestina (AP) dejan pocas dudas acerca del prevalente y rabioso antisemitismo de la sociedad palestina, lo que asegura que el conflicto con los judíos continuará. Y por ende, la premisa central del proceso de Oslo parece extremadamente improbable. La premisa era que la partición de la Tierra de Israel y el establecimiento de una entidad política palestina (lo que se conoce como el paradigma de dos estados) traería la paz y la estabilidad. Por desgracia, este paradigma ha sido profundamente desacreditado.
Fuera de evaluar que la AP no tiene ninguna intención de aceptar un estado judío en ninguna frontera, no es menos cierto que las dos partes se mantienen alejadas en la mayor parte de los temas concretos que necesitan ser resueltos. Las exigencias palestinas por el control del Monte del Templo y el así llamado “derecho a retornar”, por ejemplo, son obstáculos insuperables. Cualquier impulso pragmático que de otro modo pudiese haber surgido en la política palestina es contrarrestado constantemente por Hamás, cuya creciente influencia refleja la marea islamista que surge alrededor de toda la región en general.
Para empeorar las cosas, la suposición que los palestinos son capaces de establecer un estado dentro de los parámetros de un paradigma de dos estados no ha sido validada. La AP no logro deshacerse de las múltiples milicias y perdió Gaza a manos de Hamás, reflejando la incapacidad de otras sociedades árabes en la región para sostener estructuras estatistas.
Por último, los prolongados conflictos étnico-religiosos terminan sólo cuando al menos uno de los bandos se cansa de sostener el conflicto y se hastía de la guerra. Eso no es cierto cuando hablamos de las sociedades israelíes o palestinas.
Como resultado de estas tendencias, Israel esencialmente, si no formalmente, ha renunciado a la resolución de conflictos a corto plazo y en su lugar ha adoptado efectivamente una estrategia de gestión de conflictos paciente. Sin embargo, una estrategia de este tipo conlleva muchos dilemas políticos.
El primer dilema es si se admite públicamente o no que Israel ya no cree que las negociaciones puedan conducir a un acuerdo duradero a corto plazo. La verdad tiene sus virtudes, pero gran parte del mundo no quiere escuchar esta verdad en particular y sigue comprometida en una fórmula inviable. Existe, en todo caso, algo bueno al acceder a los deseos de la comunidad internacional en continuar participando en las negociaciones. Al hacerlo Israel señala que está dispuesta a hacer concesiones, que mantiene la cohesión social interna necesaria para (gestionar) un prolongado conflicto mientras proyecta una imagen positiva en el exterior.
Por otra parte, las negociaciones hacia la dudosa “solución de dos estados” mantienen una fórmula ficticia viva y previenen nuevas ideas sobre soluciones alternas de países emergentes. Por otra parte, el “proceso de paz” requiere de moderación, lo que implica tragarse las provocaciones palestinas y restringir las acciones punitivas.
Un segundo dilema se relaciona con el enfoque de la “vara y la zanahoria” hacia los palestinos. En ausencia de negociaciones significativas Israel, en particular el Primer Ministro Binymian Netanyahu, ha abogado por promover una “paz económica” como parte de la idea de gestionar los conflictos, en el supuesto caso que Israel no tenga nada que ganar de los hambrientos vecinos. Este es el por qué Israel no se opone al apoyo financiero internacional a la AP, a pesar de la corrupción e ineficiencia de este último. Jerusalén también provee agua y electricidad a la AP y a Gaza, gobernada por Hamás, para que los vecinos palestinos de Israel no caigan en total desesperación.
Sin embargo, la zanahoria mitiga el impacto de la vara. Los palestinos, es preciso recordar, libran una guerra contra Israel. Exigirles un dolor severo a las sociedades opuestas es de lo que la guerra se trata y el dolor puede tener un efecto moderador sobre el comportamiento colectivo. Egipto, por ejemplo, decidió cambiar de rumbo respecto a Israel, ya que se volvió reacia a pagar los costos de mantener el conflicto.
Puesto que los palestinos han decidido llevar a cabo sus objetivos provocándole a Israel un continuó dolor – en lugar de aceptar generosamente los acuerdos de paz ofrecidos por Ehud Barak (2000) y Ehud Olmert (2007) – Israel tiene todo el derecho de castigarlos, bajo la esperanza que algo del dolor pudiese influir en sus decisiones futuras hacia una dirección productiva. Pero al adoptar un enfoque de “paz económica”, Israel desalienta la moderación palestina y señala su desesperación ante la posibilidad de cambiar la conducta palestina.
Un tercer dilema implícito en el enfoque de gestionar conflictos es ¿qué hacer con la hostil AP, que sobrevive en gran parte debido a las medidas de seguridad de Israel y del respaldo económico? El colapso de la AP es un resultado posible de una lucha por la sucesión después que Mahmoud Abbas deje la arena política.
Independientemente que el colapso de la AP sea lo deseable… algo es discutible. Por una parte, la AP propaga un odio feroz hacia Israel en su sistema educativo, conduce una campaña de deslegitimación internacional contra Israel y niega los vínculos judíos a la Tierra de Israel y a Jerusalén en particular. Glorifica a los terroristas y les permite ser modelos de conducta en sus escuelas. Refuerza deliberadamente la hostilidad que alimenta el conflicto, previniendo la aparición de un liderazgo palestino más pragmático.
Por otra parte, la AP alivia convenientemente a Israel de la carga de responsabilidad de más de un millón de palestinos que viven en Cisjordania. Las fuerzas de seguridad de la AP ayudan a combatir la influencia de Hamás en Cisjordania (aunque se le da mucho menos crédito que a la AP). El funcionamiento de la AP, por imperfecta que sea, también mantiene el tema palestino en el tope de la agenda internacional – algo que va muy bien a los intereses de Israel. Una caída hacia el caos resultante del colapso total de la AP invitaría a una intervención internacional.
Una pregunta adicional a ser considerada por Israel tiene que ver con el nivel adecuado de activismo diplomático sobre el tema palestino. Muchos abogan por iniciativas diplomáticas israelíes a fin de evitar que los planes desfavorables sean colocados sobre la agenda de los actores globales. La naturaleza de este tipo de iniciativas suele ser poco clara, pero el activismo es parte de la ética sionista israelí y el “tomar la iniciativa” apela al temperamento impaciente israelí.
Por otra parte, un enfoque paciente de “esperar y ver” les permite a otros cometer errores y le otorga a Israel la latitud de esperar por un entorno más favorable. De hecho, este fue el enfoque defendido por David Ben Gurion. Este creía en ganar tiempo para construir un estado más fuerte y aguantar hasta que los oponentes cedan en sus objetivos radicales.
Cada uno de estos dilemas conduce a una apuesta política. Los imperativos existenciales de seguridad a corto plazo de un pequeño estado complican aún más las opciones de Israel. Incluso si los líderes israelíes están en lo correcto en optar mientras tanto por un enfoque a la gestión de los conflictos, estos se encuentran en una posición poco envidiable.
Efraim Inbar, director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat, es profesor emérito en la Universidad Bar-Ilan y compañero en el Foro Medio Oriente.
http://hatzadhasheni.com/los-dilemas-palestinos-de-israel-por-prof-efraim-inbar/
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