Antes y después. Anky y André Spitzer –ambos, esgrimistas– en el día de su boda, en 1971, flanqueados por sus compañeros. Un año después, con una niña recién nacida, Anky renunció a competir en los Juegos Olímpicos de Munich. Quien sí participó fue André, uno de los 11 rehenes israelíes asesinados por terroristas palestinos. Su viuda se dedicó después profesionalmente al periodismo. (.)
Jerusalén. Corresponsal
¿Cómo recuerda los Juegos de Munich antes del ataque?
Recuerdo cada minuto. Tenía 26 años y el gran sueño de André era ir a las olimpiadas. Yo era esgrimista, pero como había dado a luz un mes antes no podía participar. Dejamos a nuestra hija con mis padres en Amsterdam y de ahí fuimos a Munich. Alquilamos una habitación y fuimos cada día a la villa olímpica. Yo no tenía acreditación, pero conocía la mentalidad alemana: “Entras por la entrada y sales por la salida”; así que entrábamos por la salida todos los días. Seguro que los terroristas podrían haber hecho lo mismo. Entonces, dos días antes del ataque, supimos que nuestro bebé estaba en el hospital. André recibió unos días libres y volvimos a Holanda, donde pasamos dos días en el hospital con el bebé. Nos dijeron que no era nada serio, que André podía volver a las olimpiadas, pero que yo tenía que quedarme con la niña. Así lo hicimos. Él volvió a Munich.
Y hubo el ataque.
Al día siguiente, mis padres me despertaron a las siete de la mañana. Me llevaron el desayuno a la habitación y mi padre preguntó: “¿Quién es el entrenador de boxeo de la delegación israelí?”. Dije: “Israel no tiene entrenador de boxeo. ¿Por qué?”; me dijo que había habido un ataque en la parte israelí de la villa olímpica. Dijeron por las noticias que el entrenador de boxeo estaba muerto y que tiraron su cuerpo por la ventana. Salté de la cama. No tenían entrenador de boxeo, pero mi marido era entrenador de esgrima. A las nueve oí que André estaba entre los rehenes; uno de ellos había sido asesinado. Quería volver a Munich pero la embajada israelí no me lo permitió. Lo más difícil fueron los ultimátums de los terroristas.
¿Qué sintió en ese momento?
Ante todo, la sensación de no saber qué hacer. También la de no entender por qué mi marido de 27 años, amante de la paz, que nunca hizo nada a nadie, estaba retenido por terroristas. Pensaba ¿cómo puede estar pasando esto? Estas iban a ser las olimpiadas a favor de la paz. No se me pasó por la cabeza que pudiera ocurrir algo. A las cinco y media vimos que el foco de la televisión estaba puesto en el edificio. Y de repente vi a André en la ventana. Era el portavoz del grupo, y estaba hablando al grupo de crisis que estaba bajo el edificio. Luego se vio en directo cómo le golpearon con el rifle y lo empujaron hacia la habitación, cerrando la ventana. Fue la última vez que lo vi con vida.
¿Cómo vivió el desenlace?
Los alemanes al final accedieron al deseo de los terroristas de sacarlos de la villa olímpica y coger un vuelo a un país árabe. Recuerdo a mi madre decir que quizás entonces podrían negociar, y yo le dije: “No, madre, si los sacan de la villa olímpica es porque los alemanes quieren continuar con los Juegos. Si salen del foco internacional, no va a ir bien”. Vi los dos helicópteros salir de la villa olímpica con los nueve israelíes que habían sobrevivido y los ocho terroristas. Los vi volar hasta una base aérea que nunca usaban. Entonces se desató el infierno. Los alemanes cometieron todos los errores que podían cometer. A las tres y media de la mañana, confirmaron que todos habían muerto.
Después de eso se convirtió en periodista y se reunió con varios líderes palestinos quienes, de algún modo, fueron responsables del ataque. ¿Cómo se sintió al reunirse con ellos?
Estuve dos días en casa de Arafat con su mujer y su hija en Gaza. Entrevisté a Mahmud Abas varias veces. Me dijeron que el terrorismo fue necesario en ese momento, pero que ahora estaban involucrados en política.
¿Qué sintió cuando el Mossad mató a algunos de los terroristas en los años que siguieron?
Dos semanas después de la masacre fuimos llamados al despacho de Golda Meir. Nos dijo: “Los perseguiremos hasta el fin del mundo. Pagarán por lo que han hecho”. Yo le pregunté: “¿Y bien?”, a lo que ella contestó: “Tienen que pagar por lo que han hecho. ¿No es eso lo que quieres?”. Le dije: “Lo que quiero es que los encuentre y los lleve ante la justicia, que pasen por un juicio al que yo asista, y que paguen por lo que hicieron. No puede matar uno tras otro; ellos también tienen familia e hijos. Ese no es mi modo de pensar”.
¿Cree que lo que pasó a esos once israelíes, incluido su marido, podría pasar en Río o en otras olimpiadas en el futuro?
Me temo que sí. Lo que pasó en Munich fue el balazo que empezó el terrorismo internacional.
No hay odio en su familia…
No, porque con odio no se puede vivir. La gente me pregunta “¿Los has perdonado?”, y les digo “No, no he perdonado a aquellos que lo hicieron, y no he olvidado lo que ocurrió, pero no voy a responsabilizar a una nación entera por lo que unos hicieron”. Espero que lo bueno de la humanidad gane a aquellos que intentan destruirla, y espero vivir lo suficiente como para verlo.
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