Recientemente, dos influyentes grupos han creado sendas plataformas que demuestran lo lejos que ha ido la izquierda en sus ataques a Israel. Tanto el movimiento Black Lives Matter (“Las Vidas Negras Importan”; BLM) como el Partido Verde se oponen ya oficialmente a la legitimidad del Estado judío y defienden no sólo el fin de la ayuda a Israel, sino una política activa de oposición a su existencia. No se trata de un asunto menor para los progresistas que se han implicado en BLM y para los que pueden estar preocupados por la deserción de algunos de los seguidores de Bernie Sanders al Partido Verde en noviembre. Pero ¿importa en realidad que organizaciones aparentemente situadas fuera de la corriente política dominante asuman posturas tan deplorables?
Por desgracia, sí. La campaña de Sanders, lejos de tener una influencia escasa, demostró que la izquierda está cobrando fuerza en el Partido Demócrata. Aunque los partidarios de Hillary Clinton superaran los intentos izquierdistas de inclinar su programa contra Israel, es un motivo de preocupación el hecho de que estemos siendo testigos de un cambio radical que a la postre acabará arrastrando a los demócratas hacia la misma senda antiisraelí. Está en juego no sólo que se condene el extremismo, también la creciente normalización de las actitudes antisemitas.
La publicación de un documento en el que BLM que se desvía de su camino para cargar contra Israel cogió por sorpresa a muchos judíos progresistas. BLM fue muy elogiado y mimado en la Convención Demócrata de Filadelfia, el mes pasado. Aunque los tiroteos contra la Policía deberían haber condenado a la marginalidad a una organización que al parecer tiene el mismo interés en deslegitimar a las fuerzas del orden que en salvar vidas negras, ha ocurrido lo contrario, al menos en lo que respecta a los demócratas. Los progresistas han asumido el mantra de BLM como parte de su catecismo informal, hasta el punto de que responder que “todas las vidas importan” se considera ahora una prueba de racismo en los campus universitarios y otros bastiones de la izquierda. Por lo tanto, la decisión del movimiento de adoptar formalmente una postura antiisraelí es importante.
Ahora bien, no debería haber sorprendido a los progresistas proisraelíes que una facción que muchos de ellos consideran una aliada natural asuma el mantea injurioso del “Estado apartheid” y señale a Israel. Este tipo de opiniones vienen siendo un lugar común en la izquierda, e incluso encontraron una vía de expresión en la campaña de Sanders. El falso relato sobre Oriente Mediopor el que los palestinos son presentados como el equivalente moral de las víctimas de las Leyes de Jim Crow en EEUU, en lugar de un pueblo que se ha negado repetidas veces a la paz y que se dedica a la erradicación de Israel, es considerado por la izquierda una verdad aceptada.
Lo mismo ocurre con la decisión del Partido Verde de ir aún más lejos en su apoyo al movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones). Los verdes, cuya candidata a la presidencia, Jill Stein, está obteniendo un 4% de media en las encuestas de Real Clear Politics, son abiertamente antisionistas en la medida en que defienden el derecho al retorno. Esto significa el fin del Estado judío. Aunque Stein –una judía radical cortada por el mismo patrón que Sanders– y su partido puedan ser tomados a la ligera como elementos marginales, su capacidad de atraer a parte de los simpatizantes de Sanders ha elevado su perfil en 2016. Así las cosas, su programa, que se hace eco de algunas de las calumnias contra Israel proferidas por Sanders, es un indicador preocupante de lo lejos que está dispuesta a llegar la izquierda para dejar indefenso a Israel. No hay que pasar por alto que los programas de BLM y el Partido Verde, que señalan a Israel y tachan a sus defensores de racistas, son adhesiones informales al antisemitismo.
Los demócratas podrán seguir diciendo que su programa denuncia el BDS y apoya al Estado judío, y recordar que sus congresistas defienden a la comunidad proisraelí. Pero son las posiciones de BLM y de los verdes las que presagian cuál podría ser el rumbo del partido.
Ya sabíamos que los demócratas, como nos vienen diciendo las encuestas desde hace una generación, son menos propensos a apoyar a Israel que los republicanos. Pero el cambio generacional entre los votantes del Partido Demócrata es especialmente preocupante si se tiene en cuenta cuántos jóvenes apoyaron a Sanders y son entusiastas defensores de BLM. Cada año que pasa crece el apoyo a la agitación antisionista. De hecho, si Hillary Clinton es elegida presidenta podría verse sometida a una gran presión por parte de las bases de su partido para mantener la hostilidad de su predecesor hacia el Gobierno israelí, y tal vez acrecentarla. Mirando aún lejos, es probable que el siguiente candidato demócrata asuma las posturas de Sanders y Stein sobre Israel, no la retórica proisraelí de Clinton, en teoría la dominante.
Como escribí en Commentary el pasado diciembre, la historia de los últimos 40 años da cuenta de un descenso constante del apoyo a Israel entre los demócratas. Pero la aceptación por parte de la izquierda del antisionismo radical, y de posturas que a todos los efectos son antisemitas, sugiere que en los próximos años ese sesgo se volverá aún más extremo y peligroso.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Son simplemente envidiosos