Algunos maestros de la Kábala creen que la vida del ser humano o adam trascurre hasta que su sangre o dam expira y la marca de fuego del infinito o alef vuelve al cielo del que procede. Así, entre la inspiración primera y la expiración final, su tiempo cronológico-tan inevitable como aleatorio- recuerda de tanto en tanto-cada siete días, de hecho-, la energía ilimitada del Creador que le dio origen. El no recuerdo, o la vida de todos los días lleva, en términos de tiempo, el nombre de zman , en tanto que la vida que se ´´recuerda´´ creada a imagen de lo sagrado se denomina shabat.
Si la cronología nos dispersa, nos disgrega y separa, el misterio sabático tiende a reunificarnos, a completar con una dosis de alegría-aportada, se dice, por un ´´alma suplementaria provista especialmente para ese día-, con el fin de colmar de paz nuestra humana y deficiente naturaleza. En el tiempo llamado zman trabajamos, nos movemos, vamos y venimos, engendramos y somos engendrados sin la conciencia de una eventual recuperación de aquello que transcurre, pero del sábado o shabat se dice que tiene, en el cerco invisible que rodea su propia santidad, oculto un espejo o reí , y que aquel que lo halle podrá volver una y otra vez al principio como el movimiento al eje que lo suscita.
La idea, muy antigua, parte del supuesto de que el primer shabat ya está contenido en el principio cosmológico o bereshit , en donde, dicho sea de paso, se encuentra también el reí o espejo maravilloso que refleja toda la luz que recibe, serena sus ondas y no se queda con nada de lo que se le muestra. De este modo, idéntico a sí mismo, constante de una manera que resulta imposible para la misma mano que lo creó, el espejo representa lo eterno, lo atemporal, mientras que aquel o aquella que se miran en él lo hacen desde lo sucesivo, gradual y mutable, y por lo tanto desde los avatares del tiempo. Refiriéndose a este tema el Rabí Desconocido , Lo Iadúa, escribió: ´´Cuando miramos un espejo de frente y ubicamos a su derecha el pasado y a su izquierda el futuro, ocurre que en su superficie reflectante nace, para asombro de nuestros párpados, una y otra vez el hoy, el ahora. Pasado y futuro son, por lo mismo, bordes referenciales, límites, fronteras, en tanto que el presente, desde el brillo del espejo adquiere una misteriosa pátina continua, potencialmente libre de condicionamientos. Ese presente es aquel al que alude el Salmo 2:7 :´El Eterno dijo a mi: mi hijo eres tú, (pues)yo hoy te engendré´.´´
´´Un presente eterno-prosiguió el maestro-, encerrado en tres misteriosas y pequeñas letras: ha-iom, hoy. Nosotros, los seres humanos, miramos el espejo para atisbar un chispazo de su mundo, pero desde el hoy continuo de ese espejo misterioso e inabarcable El nos mira a nosotros para abarcarnos y abrazarnos uno por uno en nuestra discontinuidad generacional.´´ Por su parte, y en el mismo salmo, los kabalistas cristianos del Renacimiento (Pico, Reuchlin, Egidio de Viterbo)vieron a las tres entidades de la Santísima Trinidad mirándonos desde el hoy del espejo. En efecto ¿qué hay en ha-iom sino la hei del Espíritu Santo, la minúscula yod y ,por fin, la figura estilizada de la vav que representa al Hijo? Puesto que la cuarta letra de esa palabra, ha-iom, llamada mem final, indica procedencia, origen, es lógico pensar que a nuestros padres biológicos le debemos el pasado y hasta cierto punto el futuro, pero al Creador, al Unico, debemos agradecerle el presente que, como el aire, y misteriosamente, nos alimenta instante tras instante. Tal es, quizás, la razón por la cual los estudiantes de Kábala sostienen que la boca es humana y la nariz divina. Comer, alimentarnos-tareas que la India insiste en señalar como productos del tiempo-sucede a horas fijas y aisladas entre sí, pero respirar es tarea constante, permanente e incesante. Así también, el Creador, y a través del aire de su Espíritu Santo, nos alimenta hoy, ahora, y hace, de su presencia invisible, un tierno y oscilante regalo viviente.
´´El pasado se funde en el presente-anota el Rabí Alexandre Safrán-, el hombre de ayer se funde en el hombre de hoy; el hombre de hoy se proyecta en el hombre del mañana. El pasado sólo adquiere su plenitud de valor tardíamente: ayer sólo fue virtual; hoy es real. . .La lengua hebrea hace una representación particular de las dimensiones del tiempo, procede a una curiosa operación gramatical: transforma el futuro en pasado y el pasado en futuro. Y el paso de un tiempo a otro se hace mediante la simple adición de la letra vav que indica la suma, porque el tiempo es, en esencia, uno.´´ Basándose en esta premisa el escritor Robert Graves comenta, en su conocido texto Los mitos hebreos, que:´´ El tiempo es visto (para los hebreos)como en el telescopio: Adán ve a todas las generaciones de la Humanidad colgando de su cuerpo gigantesco; Isaac estudia la ley mosaica revelada diez generaciones después y en la academia de Sem, el hijo de Noé que vivió diez generaciones antes que él. En realidad, en el protagonista del mito hebreo no sólo influyen los hechos, las palabras y los pensamientos de sus antepasados, y se da cuenta de su profundo efecto en el destino de sus descendientes, sino que influyen en él tanto el comportamiento de sus descendientes como el de sus antepasados.´´
´´El tiempo-suelen decir los sufíes del Islam-es la ilusión de los infieles.´´ De lo cual se desprende que la fe, la fidelidad, la confianza que de lo Infinito se tenga, vence, a la postre, a los óxidos del tiempo.
Mario Satz
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