Como dice un compañero: «Israel ya no tendrá estaciones de servicio».
Se inicia allí un grandioso experimento: a partir del año que viene, los autos de Israel comenzarán a ser eléctricos.
Serán colocados 500.000 enchufes diseminados por todo el país y comenzará a venderse el auto Nissan-Renault (parecido al Megane), que por precio y consumo será imbatible.
Nissan fabricará las cruciales baterías y Renault el resto.
Las grandes empresas del rubro viran a nivel mundial y tal vez para siempre en ese sentido.
Los anuncios de la ciencia ficción, los de Jeremy Rifkin y los de tanta inmensa minoría, comienzan a hacerse realidad y en forma inexorable.
Han elegido como primer «banco de pruebas» a Israel por su tamaño y también por sus entornos geopolíticos: tampoco Israel quiere seguir dependiendo tanto del petróleo. Se anudan en este gigantesco proceso de cambio varios factores entre los que mucho tememos el principal no es combatir la emisión de gases dañinos. Pero dejemos eso para otra vez y vayamos a lo que está pasando.
Como dice otro amigo: «Cuando yo era rico me compraba autos capaces de ir hasta el Chuy. ¿Para qué más?» Efectivamente: más allá, los uruguayos salimos del mapa. En Israel es aún mejor: raramente es posible realizar viajes de 100 kilómetros (el promedio, dicen, es de 70).
Intervienen en esta decisión tres factores: el gobierno de Israel, que para ello ha promulgado una enérgica legislación, una tan fuerte decisión fiscal y la admirable cuanto envidiable decisión de instalar en el desierto del Neguev generadores solares para 4.000 MW. Podría decirse entonces que a partir del año que viene el parque automovilístico de Israel andará al sol y a sol.
El segundo actor que a la vez fuera el inventor de esta idea, es un judeo-californiano quien a través de su empresa financiará la infraestructura del emprendimiento, calculada en unos setecientos millones de euros fluyendo a lo largo de los primeros años. Pero su mayor aporte estuvo en la imaginación demostrada: estos autos no se «venderán» sino que, como los teléfonos móviles, serán cedidos en comodato o arrendados por leasing. Es más: una cosa será «comprar» el auto y otra «conseguir» la batería.
Estas batería a litio ión (que hoy usamos en casi todos los pequeños artefactos electrónicos) son muy caras y requieren ciertos cuidados (por ahora). Es la parte del auto que más lo encarece.
De modo que con él podremos recargar nuestra batería enchufándolo en la calle, o cuando lo estacionamos, o en casa. La recarga es muy rápida. La «empresa» que nos brinda el servicio en todo el territorio (con auxilio mecánico incluido) cobrará según el gasto eléctrico fácilmente medible y nos indicará en el tablero de dirección cuánta energía queda y cuál es el enchufe más cercano.
Las terceras factorías de este proyecto son las empresas automotrices (para el caso, Nissan-Renault). Hoy en día todas están lanzadas en esta carrera.
Pero saliendo de Israel y sobrevolando el mundo, puede verse con toda nitidez que ha estallado la fiebre del litio.
Da la casualidad de que Bolivia posee el mayor yacimiento del planeta.
Los futuros autos de Israel y después los del mundo, andarán a sol y a sal.
Cien kilómetros al sur de Potosí, el salar de Oyuni tiene diez mil kilómetros cuadrados de litio, bórax y otros metales livianos (además de «sal»). Y no es el único en Bolivia, donde los hay también con litio pero más chicos. Existen además en Antofagasta (Chile) y en el norte de Argentina (ya en explotación).
Hay una romería de multimillonarios y gigantescas trasnacionales resoplando por entre aquellas desoladas quebradas tratando de llegar cuanto antes a los inclementes desiertos calcinados pero con litio.
Allí, a cuatro mil metros de altura, pasaron y pasarán sus vacaciones sin agua a la vista pero achicharrados como para no tener que tomar sol en el Caribe nunca más.
Por ahí anda, tocando su quena, George Soros. Descartó Valizas y, a lomos de un camélido se vino a Bolivia desde China, donde acaba de abrir la más grande fábrica de autos eléctricos del mundo.
Con sus callados peregrinos y en larga fila, vienen los del automóvil, los bancos, los de la química, los de la industria, los del transporte… Y andan también con sus prismáticos y mapas concienzudos los analistas militares de varios confines.
Solitos frente a tanto despliegue están el pueblo boliviano y Evo Morales (a cuya reciente asunción creemos que de acá no fue nadie).
El actual gobierno boliviano ya les ha dicho a tales cholos disfrazados que el mineral no se va de Bolivia sin antes industrializarlo. Y que no vende lo que aún queda de aquellos enormes desiertos millonarios.
Para demostrarlo, aquel Estado ha comenzado a fabricar carbonato de litio en una pequeña planta al borde del gigantesco yacimiento.
Parece mentira pero Bolivia e Israel están más cerca de lo que uno cree.
Nosotros lo estamos de verdad pero no queremos darnos cuenta. Porque si los israelíes (que para nada son bobos) basan su pionera y drástica decisión en la pequeñez de su territorio (utilizando el argumento del amigo ya citado) y en la peligrosa dependencia del petróleo (además que en otras cosas) avergüenza por lo menos un poquito recordar que a Regusci (el de los autos a aire comprimido) lo echamos a palos de indiferencia y risas envidiosas que, junto con los de poner en las ruedas y con los de gallinero, son la madera «nacional» (como la flor de ceibo y el teru teru).
Pero hay esperanza: nuestro gobierno realizó también la proeza mundial del Plan Ceibal, por la que se demuestra que imaginación ni audacia de la buena hacen falta en casa.
Ahora en Israel tenemos otro buen ejemplo para imitar pero ya sabemos que ciertos aparatos gerenciales que nos agobian, harán con la idea dos cosas: permanecer indiferentes y, si llegara a ser necesario, poner troncales en esa rueda.
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