Esta es la pregunta que muchos judíos se hacen, dentro y fuera de Israel, respecto a la elección de Donald J. Trump como Presidente de Estados Unidos. Por un lado, es natural plantearse el punto, dado que Israel lidia aún con numerosos problemas, con desafíos a su seguridad y algunos vecinos con o sin frontera , que quisieran verlo desaparecer. Pero a nuestro modesto juicio, lo primero que cabe preguntar es si es bueno para Estados Unidos, cuyo pueblo lo votó, aunque con bajísima participación en el acto electoral. Si Trump demuestra que realmente era digno de la confianza de quienes lo eligieron, cabe suponer que su comportamiento y política harán bien al mundo en general.
El problema es la desconfianza que nos inspira un personaje como él, que ganó las elecciones tras haber cruzado varias líneas rojas, no sólo con bajezas y un estilo «impresentable»-por utilizar el término con el que lo describió recientemente nuestro colega, el periodista argentino Claudio Fantini- sino también con mensajes que apuntaban a un discurso de odio, discriminador e insultante.
En su primer discurso como Presidente electo ya tuvo otro tono. Parecía otro Trump, casi conciliador, responsable, moderado. Suponemos que él no será la excepción a la regla ya conocida entre opositores y jefes de gobierno, que cuando asumen la máxima responsabilidad comprenden, como dijo una vez el Premier israelí Ariel Sharon, que «lo que se ve desde aquí, no se ve desde allí», en evidente referencia al hecho que una cosa es criticar desde la oposición y otra muy distinta es tener que ejercer la acción de gobierno con el peso que eso significa sobre los hombros.
El tiempo dirá.
En lo que a Israel concretamente se refiere, es cierto que siempre se ha manifestado como un amigo al apoyar el derecho de Israel a defenderse, a vivir en paz y seguridad. Es bueno que sea terminante contra el terrorismo, como todo el mundo libre debe serlo. Y claro que sería positivo, porque es lo justo, que reconozca formalmente a Jerusalem como capital de Israel.
Pero entre eso y festejar sus pronunciamientos en el pasado en contra del establecimiento de un Estado palestino o en favor de los asentamientos, hay una diferencia. Serán israelíes y palestinos los que deban dirimir entre sí sus diferencias. Nada impuesto desde afuera funcionará.
Un Estado palestino, en las condiciones actuales, con los palestinos rehusando volver a negociar y optando por hacerle la guerra diplomática a Israel en cualquier foro internacional posible, no es factible ni alcanzable. El Estado palestino podrá ser creado y tener éxito, si es en paz con Israel, sin incitación al odio y sin presentación de Israel en el mensaje público palestino, como un Estado ilegítimo. El terrorismo y la demonización de Israel, no son las formas de lograrlo.
Pero creemos se equivocan aquellos israelíes que consideran que Trump es amigo de Israel porque dijo «no» al Estado palestino. Se ilusionan quienes creen que se podrá solucionar debidamente el conflicto sin la creación de un Estado palestino. Cabe recordar, justamente después de haber hecho esta afirmación , que el conflicto con Israel no se debe a que no hay un Estado palestino, ya que Israel fue atacado repetidamente cuando los territorios que hoy exigen para un Estado, se hallaban en manos árabes. Pero sería tapar los ojos ante el sol, pensar que habrá solución sin un Estado.
A nuestro criterio, la solución -o ayuda- que cabe esperar de la Casa Blanca, no es que Trump abrace la fórmula de «no» al Estado palestino, sino que insista repetidamente que la única forma de llegar a un acuerdo y a la paz, es mediante negociaciones directas. Que Israel y los palestinos se sienten a hablar. Nadie puede hacerlo por ellos.
Hoy, lamentablemente, esto parece casi ficción.
No es secreto que mientras el Primer Ministro de Israel Benjamin Netanyahu se ha manifestado en favor de la fórmula de «dos Estados para dos pueblos»-aceptando de hecho la noción de que un Estado palestino independiente exista, si reconoce a Israel como Estado judío y vive en paz con él- tiene en su coalición y en su propio partido, elementos opuestos declaradamente a ello.
A nuestro criterio, sin embargo, el obstáculo principal sigue siendo el terrorismo y la incitación, que no sólo complican políticamente-por decirlo con delicadeza- sino que envenenan las almas de la población.
Justamente esta semana, en una conferencia del Centro de Investigación de Políticas del Cercano Oriente llevado a cabo en Jerusalem, se informó que en aproximadamente 240 libros de estudio palestinos en Cisjordania, Gaza y Jerusalem oriental, hay textos violentos que enseñan a palestinos a matar judíos y alaban los ataques de «shahada» , o sea atentados en los que el atacante muere como «mártir» mientras mata judíos.
Según informó su director David Bedein, los textos en cuestión son utilizados en cientos de escuelas patrocinadas por la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos.
Bedein reveló que los libros en cuestión fueron comprados en una tienda de la Autoridad Palestina y entregados a un equipo de investigadores contratados por el mencionado centro para analizarlos.
«El tema recurrente y central es la preparación de los niños palestinos para la guerra contra Israel», aseguró Bedein, contando inclusive que los redactores de los libros hallan la forma de transmitir el mensaje al respecto tanto en textos de matemáticas como de literatura.
Quizás en literatura sea más fácil imaginar poemas que incitan al odio, pero también en matemáticas se las arreglan para ello, presentando por ejemplo un problema en el que una de las variables que los alumnos deben usar, es el número de judíos asesinados en las intifadas.
Los ejemplos son numerosos, lamentables y preocupantes.
Según David Bedein, la preparación de los libros fue financiada por Estados Unidos. Según Bedein, su equipo quiso presentar los resultados de la investigación al Congreso de Estados Unidos y la administración Obama señaló que «no es necesario».
Christopher Gunness, portavoz de UNRWA y director de Defensa y Comunicaciones Estratégicas, negó claramente las acusaciones contra la agencia, afirmando que «las revisiones independientes, incluidas las encargadas por el Departamento de Estado de Estados Unidos, han puesto de manifiesto la ausencia de incitación al terrorismo y la ausencia de la deshumanización del «otro», como se retrata a menudo en artículos y medios de comunicación». Calificó todas las acusaciones de «absurdas».
No hemos sido nosotros quienes investigamos a fondo los libros sino que nos estamos haciendo eco de un reporte presentado por otros. De lo que sí podemos dar fe, es del trabajo serio del citado David Bedein y el Dr. Arnold Groiss, que se encargó de dirigir los estudios en cuestión, dedicados al tema desde hace años.
Nos atrevemos a asegurar que nadie en la Casa Blanca habrá aprobado a sabiendas libros con mensajes de incitación. Pero sí conocemos la problemática de grandes proyectos de ayuda autorizados a un alto nivel, cuya implementación se complica cuando «bajan a tierra». Y cuando ya está todo encaminado, no descartamos que haya quien opta por esconder la cabeza como avestruz.
Eso no es nunca la solución.
No lo puede ser ante la incitación venenosa ni ante la necesidad de hallar una fórmula política de arreglo que sirva a ambas partes, israelíes y palestinos.
Omitir esto último también sería taparse los ojos.
No lo puede hacer nadie que quiera ocupar con seriedad la Casa Blanca.
Y más que nada, no lo pueden hacer israelíes y palestinos. Su futuro depende de ellos, no de Donald J. Trump.
Bueno