Un hombre pasea cerca de la Cúpula de la Roca en Jerusalén.
Al albor de una era incierta, israelíes y palestinos creen que Donald Trump no dedicará mucho tiempo a su conflicto. Pero con Trump, todo es posible. Del caos armado ante su aislacionismo a un histórico acuerdo gracias a sus dotes negociadoras. Cualquier predicción es papel mojado.
Tras su victoria, declaró al diario Israel Hayom que espera poder ayudar a «para conseguir paz justa y duradera que debe ser conseguida en negociaciones entre las partes y no impuesta por otros». En el Wall Street Journal, añadió que pretende solucionar esta «guerra inacabable» como si fuera un contencioso inmobiliario: «Como alguien que sabe hacer negocios, quiero conseguir un acuerdo que aún nadie ha logrado por el bien de la humanidad».
El nuevo polémico sheriff es recibido con preocupación en la Mukata de Ramala y satisfacción cautelosa en el Acuario de Jerusalén. En la sede presidencial palestina aún se digiere la llegada a la Casa Blanca de un hombre que defendió un mensaje que podría firmar el Likud. En la sede del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, destacan que en la «cálida conversación» tras la victoria, Trump le invitó a una reunión «en la primera ocasión».
La euforia instalada en el ala más nacionalista debido a Trump y su entorno proisraelí no es compartida por Netanyahu que pide cautela. Ciertamente tras diez años de tensa convivencia con un presidente demócrata (Bill Clinton entre el 96 y 99 y Barack Obama desde 2009), Netanyahu tratará por fin con uno de su partido. Pero Trump no es republicano. Es Trump. Capaz de declararse «el mejor amigo de Israel», prometer el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén y la anulación del acuerdo nuclear con Irán y al día siguiente insinuar su neutralidad en el conflicto israelopalestino o el cese de la ayuda a los aliados, incluyendo Israel.
«Amo y respeto a Israel y sus ciudadanos. Compartimos tantos valores como la libertad de expresión y de culto y la importancia de crear oportunidades a todos sus ciudadanos para convertir sus sueños en realidad», añade al diario israelí el presidente electo que por un lado tiene un yerno judío y por otro ha nombrado como asesor y estratega a Steve Bannon, acusado de antisemita.
De momento, los ministros más halcones están de enhorabuena. De una Administración que condenaba la construcción del balcón de una casa en una colonia se pasa a otra que no se opone o no le da importancia. «Trump no ve los asentamientos como un obstáculo de paz. La prueba es lo sucedido en Gaza», afirma su asesor sobre Israel, Jason Greenblatt, en alusión a la evacuación en 2005 de las 21 colonias de la franja controlada posteriormente por el grupo islamista Hamas.
Sus palabras son música celestial para la derecha que siente que ya no hay semáforo rojo del gran aliado. Demasiado celestial para Netanyahu que ya no podrá alegar ante los suyos que no construye en Jerusalén Este «por culpa de Obama».
La mala relación entre Obama y Netanyahu –motivada por diferencias ideológicas, asentamientos y el frente nuclear iraní– no evitó una cooperación sin precedentes en materia de seguridad. Con la marcha de Obama, sin embargo, Netanyahu pierde un as político ya que la pugna le daba muchos votos.
Trump es el primer inquilino en la Casa Blanca que participó en un clip a favor de un candidato israelí. Fue en los comicios del 2013. El candidato era Netanyahu. Éste le define como «verdadero amigo de Israel» pero teme lo que trae consigo: la incertidumbre. Bibi odia sorpresas de ahí que intente reunirse con él lo antes posible.
Aunque nadie garantiza que consiguiera un Estado palestino y el fin de la ocupación en Cisjordania, Clinton era la preferida por el presidente palestino Abu Mazen. Como candidato, Trump provocó el malestar palestino por sus palabras a favor de trasladar la embajada a Jerusalén desviándose así de la posición tradicional de EE.UU. «La presidencia palestina trabajará con cualquier presidente sobre la base de la pazbasada en la solución de dos Estados en las fronteras del 67 con Jerusalén Este como su capital», señaló Abu Mazen sin citar a Trump.
La decepción palestina se convertiría en preocupación si el jefe de la diplomacia es Newt Gingrich que en el 2012 declaró: «Nunca hubo un Estado palestino. Eran parte del Imperio Otomano. Lo que hemos tenido es un pueblo palestino inventado, son árabes que históricamente formaban parte de la comunidad árabe».
Abu Mazen quizá se acerque a la Casa Blanca a través del presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, que tendrá mejores relaciones con Trump que con Obama. Mientras Ramalá rezaba por la victoria de Clinton, desde Gaza, Hamas y Yihad Islámica no dan importancia al terremoto en EE.UU al denunciar que Clinton y Trump defienden por igual a Israel.
Los palestinos se sentirán más optimistas si escuchan a algunos líderes judíos y diplomáticos de la ONU en Nueva York. Citados por el diario Maariv, avisan que «Trump ya ha dicho que será neutral. Existe una gran posibilidad de que sea más propalestino que proisraelí ya que quizá vea en este conflicto una oportunidad para mostrar su osadía y originalidad».
Asimismo, creen que no anulará el plan nuclear con Irán entre otras cosas porque su amigo el presidente ruso, Vladimir Putin, aliado de Teherán, no se lo permitiría. De ahí que no sea descabellado pensar que Netanyahu prefería a Clinton, con la que tendría disputas pero conoce a la perfección, que tratar con la incógnita Trump
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