Son muchos los que echan de menos la época pre-Primavera por las oportunidades de empleo y la seguridad. Ahora viven en la incertidumbre y el temor a no poder alimentar a sus familias. Los pobres y las clases medias no son en última instancia apologetas de los dictadores, pero si tienen que elegir entre el pan y la democracia, se quedan con lo primero y el cielo puede esperar, después de todo.
Para ser honestos, son muchos los intelectuales que jamás han aceptado la inadecuada etiquetaPrimavera Árabe, utilizada en la prensa para designar los tiempos de protesta y contestación que tuvieron como fulminante el valeroso gesto del vendedor ambulante tunecino Buazizi. Esos intelectuales aducen que unas pocas flores ni anuncian ni producen la primavera.
De lo que el mundo árabe ha sido testigo desde 2010 es de una serie de levantamientos, nada más. Una opinión así probablemente no será aceptada por numerosos demócratas optimistas, pero uno ha de ser realista y atenerse a la lógica de la realidad política de esta parte del mundo.
La democracia sigue a muchos años luz porque la mayoría de la población es iletrada, las identidades tribales son extremadamente fuertes, el Medio Oriente es demasiado patriarcal, las mujeres son consideradas parte del mobiliario doméstico, el panarabismo sigue imperando y discriminando, la pobreza es omnipresente, el sistema político está en manos de familias que rechazan cualquier sistema meritocrático y la proverbial desigualdad en la distribución de la riqueza nacional está presente en todos los niveles. Por todas estas razones, la denominada Primavera Árabe es un mero espejismo
Desde el advenimiento del islam, el poder ha pasado de una familia o dinastía a otra. La familia/dinastía gobernante, luego de años en el poder, deviene demasiado corrupta y, como resultado, se debilita, y otra familia/dinastía, fuerte y pura, que esperaba entre bambalinas, se hace cargo y gobierna por un periodo de tiempo; hasta que deviene demasiado corrupta y cae como fruta podrida. Esta es la teoría del poder articulada por el renombrado científico social y filósofo Ibn Jaldún (27 de mayo de 1332 – 19 de marzo de 1406) en su obra Muqadimah o Prolegómenos, de 1337.
Cuando el levantamiento árabe hizo eclosión en Túnez y se metamorfoseó en un furor callejero que enseguida derrocó al dictador Ben Alí, todo el mundo aplaudió. Los árabes finalmente conseguían echar abajo el “muro del miedo”, especialmente en un país con una de las policías políticas más fieras del planeta y con el mayor nivel de vigilancia sobre la ciudadanía. Entonces los egipcios tuvieron su fiebre revolucionaria y derrocaron a otro dictador árabe, Mubarak.
En este punto, el mundo habló de “Primavera Árabe”. Demasiado pronto. Luego cayó el Yemen, al que siguió Libia, cuya situación es tan dramática como lo fue durante el largo, sangriento y brutal reinado de Gadafi. Después hubo un intento de derrocamiento en Bahréin, pero fue sofocado enseguida. Por último pero no en último lugar, Siria contrajo la enfermedad, la muerte se esparció por doquier en el país pero no desembocó en la caída de Asad, que aún sigue en el poder, tan letal como siempre, sin privarse de usar armas químicas contra su propio pueblo “bienamado”. Los levantamientos árabes fueron iniciados por los jóvenes, insatisfechos con el gobierno tribal y patriarcal de unos líderes corruptos y brutales que cooptaron a los partidos políticos y respaldados por ejércitos obsecuentes. Entonces, a medida que el movimiento fue cobrando fuerza, los movimientos islamistas, tan regimentados, se sumaron a la lucha, junto con los socialistas y los comunistas.
Tras la caída de los dictadores y la celebración de elecciones libres, los islamistas tomaron el poder democráticamente y se embarcaron enseguida en la islamización de las sociedades: ahí está el caso de Egipto.
Tras seis años de levantamientos, uno se pregunta, ¿qué ha conseguido el mundo árabe? La respuesta es que no mucho, salvo quizá la aparición de un ciberciudadano árabe vociferante y ferozmente ansioso de ser libre, la destrucción del “mundo de miedo” que impedía el desarrollo político del hombre árabe, así como la abolición del estado de denegación y de la legitimidad de casi todas las castas políticas existentes.
La denominada “Primavera Árabe” definitivamente se ha echado a perder, y el mundo árabe, por desgracia, se mueve rápidamente hacia una era de caos total. Uno se pregunta, sin embargo: ¿es el principio de un caos creativo que lleve a tiempos mejores para la región y su gente, o el inicio de algo más difícil de concebir y, finalmente, nocivo?
Sea como fuere, siempre hay esperanza, por supuesto, para la democracia en el mundo árabe, y sólo el tiempo dirá si este wishful thinking se materializa y convierte en una realidad para millones de árabes hambrientos de un cambio que les procure dignidad y bienestar.
© Versión original (en inglés): Fikra Forum
© Versión en español: Revista El Medio
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