Cuenta el libro de Malajim (Reyes) [3:16-28] en el Tanaj (el antiguo Testamento), que en una ocasión se presentaron ante Shlomó Hamelej (el Rey Salomón) dos rameras pidiendo al Rey que hiciera justicia sobre una controversia que acontecía entre ellas.
La primera de las mujeres al dirigirse Shlomó Hamelej explicó que ambas vivían con el mismo hombre y bajo el mismo techo aduciendo que las dos se encontraban preñadas. Ella dijo haber dado a luz y contó que tres días después la otra mujer hizo lo propio, siendo ambas las únicas mujeres que habitaban aquél hogar, ahora en compañía de sus recién nacidos. En su relato, esta mujer contó que una noche el hijo de la otra murió a causa de que su madre se acostara sobre él y lo aplastara, asfixiándolo hasta su fallecimiento. Dicho lo anterior, ella acusó a la otra mujer de levantarse durante la noche para intercambiar el cadáver por su hijo, que dormía a su lado.
Interrumpiendo el relato, la segunda mujer respondió que el bebé sobreviviente era suyo, insistía que el acaecido había sido concebido por la otra mujer y que su contraparte buscaba inducir al Rey Salomón al error. Lo anterior hizo que se desatará la confrontación ante el Monarca.
Después de escuchar durante muy poco tiempo Shlomó Hamelej interrumpió la discusión y pidió a uno de sus sirvientes que trajera una de sus espadas, cosa que fue hecha de inmediato conforme a la orden de Su Majestad. Tan pronto se apersonó el sirviente con la espada, el Rey ordenó partieran al niño en dos, entregando a cada mujer una mitad para solucionar el problema de manera justa.
Conmocionada ante lo anterior, la verdadera madre del niño, estremecida, pidió al Rey que entregara al bebé a la otra y se abstuviera de partirlo, con tal de salvar la vida de su hijo, mientras que la mujer que mentía insistía con partir al bebé en dos partes iguales pregonando que era lo correcto. Desde luego, la reacción de cada una fue suficiente para que saliera a flote la verdad. Por ello, sabiamente, ordenó Shlomó Hamelej que se devolviera al niño a la mujer que accedió a entregarlo a la usurpadora para mantenerlo vivo, reconociendo que ella, por ese inmenso acto de amor, era su verdadera madre.
Lo acontecido en estos momentos en Israel, de alguna manera, me recuerda a esta historia. Los Palestinos, llenos de odio y malicia, en un acto completamente reprochable de terrorismo radical islámico –igual o peor que el de Daesh (ISIS) – han provocado más de doscientos incendios, afectando a más de setenta y cinco mil personas y han provocado daños de una inmensidad jamás antes vista, todo impulsado por su odio terrorista infundado.
Vale la pena preguntarse y pensar: ¿Por qué si los Palestinos dicen ser los legítimos dueños de Eretz Israel (la Tierra de Israel) están dispuestos a incendiarla en lugar de verla en “manos judías”? [Con todo lo posterior voy más allá de la reflexión de Feiglin] ¿Por qué será que Israel ha estado desde su fundación dispuesto a intercambiar su Tierra por paz?
Lejos de proveer una respuesta concreta para las preguntas anteriores, una cosa es indiscutible: el terrorismo radical islámico Palestino busca la destrucción de Israel y del pueblo judío, no defiende una causa política como falsamente presume. Las llamas de los incendios terroristas gritan “partan al niño en dos, es lo justo.”
Por otra parte, una revisión histórica es suficiente para entender la forma de pensar israelí. Llega a mi mente, por dar un ejemplo, el recuerdo de la desconexión de Gaza por órdenes del Primer Ministro Ariel Sharon en dos mil cinco y su mandato de entregar a los palestinos la infraestructura agrícola que se encontraba en el lugar, para que ellos, nuevos dueños de la Tierra, pudieran aprovecharla. Infraestructura que inmediatamente después de la partida de los israelíes fue incendiada, reduciendo a cenizas la posibilidad de ganancias millonarias y un importante florecimiento de la sociedad palestina en Gaza.
Concluyo que el terrorismo palestino seguirá apuñalándonos en las calles, lanzando cohetes contra civiles inocentes indiscriminadamente, continuará echando pedradas a nuestras residencias y automóviles, sorprendiéndonos con tiroteos en las calles y a partir de ahora –con toda tristeza–, no dejará de quemar nuestros bosques, que alguna vez fueron despiertos y florecieron milagrosamente, y seguirán haciendo arder nuestras ciudades. Sin embargo, el terrorismo radical islámico palestino olvida un factor determinante: en más de una ocasión en la historia el pueblo de Israel ha visto todo su entorno convertirse en cenizas y cada vez se ha levantado con mayor fuerza que la anterior.
Los terribles ataques logrados mediante incendios provocados vienen a demostrar una vez más el poco o nulo interés que el liderazgo y pueblo palestinos tienen por construir la paz que se encuentra diariamente, en tres ocasiones cuando menos, en las plegarias de Israel. ¿Por qué preferir ver sufrir al pueblo judío que crecer codo a codo con él?
Las mierdas palestina no necesitan paz ni ayuda de ISrael.