[El presidente electo de EEUU, Donald Trump. Es crucial que la derecha conservadora estadounidense actúe rápidamente para restablecer la influencia de EEUU en la región después que Obama se la dejó a los rusos, a los iraníes y a las minorías aliadas (Foto: AP)]
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
A primera vista, parece que lo que diferencia a los países mayoritarios sunitas en la región de Medio Oriente y África del Norte (MENA), a Israel y a la derecha protestante de Estados Unidos es mucho más de lo que los une. Pero los desafíos impuestos por los cambios regionales e internacionales muestran, más que nunca, hasta qué punto una especie de «Coalición de Ideólogos Voluntarios» podría contribuir a ajustar la situación en el MENA, en especial, y en el mundo, en general.
De hecho, para los países del Golfo (aparte de Omán), Marruecos, Egipto, Jordania, Turquía, Israel y la derecha protestante estadounidense, ciertamente hay puntos comunes de convergencia en varias cuestiones. En primer lugar está la amenaza de la expansión iraní. Los iraníes y sus aliados en Irak, Yemen, Líbano y Siria no ocultan su enemistad hacia Israel y su deseo de destruirlo. Tienen un nivel similar de rencor hacia los árabes sunitas y los turcos, y algo hacia los kurdos sunitas, especialmente los de Irak.
Teherán actúa como si fuera el amo de la región. Irak, por ejemplo, tuvo la oportunidad de transformarse en un santuario estadounidense pero, en cambio, Irán explotó el caos que había allí y logró colocarlo en su órbita. Lo que antes se conocía como «el guardián de la puerta oriental» se ha convertido en el talón de Aquiles de los estados árabes del Golfo debido al dominio de Irán, mientras las Fuerzas Populares de Movilización, apoyadas por Bagdad, se están convirtiendo en una versión iraquí de la Guardia Revolucionaria, que quiere borrar a Israel del mapa. Y aunque el actual gobierno iraquí, que comparte los mismos antecedentes religiosos con Hezbollah, no goza de cálidas relaciones con los palestinos, esto no significa que no los use como una herramienta contra Israel si, en el futuro, Teherán se lo pide.
Los rusos también se han vuelto amigables con Bagdad y han ofrecido, más de una vez, aumentar su apoyo militar y de inteligencia con la excusa de combatir el terrorismo que terminaría desplazando a los sunitas de sus ciudades.
En Yemen, Irán busca lograr dos objetivos, expandiendo la agitación a través de su apoyo armado al movimiento houthi: Hacer del país un punto de cruce hacia el Cuerno de África, por un lado, y causar problemas a lo largo de las fronteras sur y este de Arabia Saudita, donde viven chiitas e ismaelitas, por el otro.
Los aliados de Irán en Yemen, los houthis, levantan el slogan “Muerte a los judíos y a Estados Unidos” de conformidad con la retórica militar iraquí. A su vez, Moscú ha bloqueado una resolución de la ONU que condena las políticas de los houthis y no dudó en respaldar a la Intervención iraní, al mismo tiempo que se opuso a las operaciones sauditas allí.
En cuanto a Siria, Teherán está tratando de establecer una versión siria de Hezbollah, justo al lado del Golán, y que sea el que toma las decisiones en Damasco, anteriormente llamada la capital del Califato Omeya Sunita, mientras que la milicia chiíta se extiende a lo largo de las fronteras israelíes en el sur y de Turquía en el norte.
Con el apoyo de Rusia, los iraníes están tratando de seguir adelante con lo que su fe chiíta describe como un escenario de «Día del Juicio», acelerando la destrucción de Alepo cerca de las fronteras turcas, donde creen que estallará una batalla sagrada apocalíptica entre los ejércitos de Mahdi (fuerzas del bien) y el «Falso Mesías» (fuerzas del mal). En 2012, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, advirtió que algunos países de la región quieren establecer un gobierno sunita en Siria. No es ningún secreto que el Kremlin y la familia Assad, se representan a sí mismos como «protectores de las minorías» en Medio Oriente, especialmente del cristianismo oriental.
El involucramiento de Rusia en Siria es más descarado; ha establecido una base naval e interviene militarmente con un costo diario de $3 millones, sin mencionar los cuatro vetos a favor del régimen sirio. Para enfatizar más la importancia de la «guerra santa» en Siria, los medios de comunicación rusos publican frecuentemente fotos de sacerdotes que bendicen armas, incluyendo aviones de guerra, mientras que capellanes ortodoxos están incluidos en la mayoría de las unidades militares, en un momento en que el dominio de la iglesia en la política rusa está creciendo cada vez más.
La formación de un frente, o por lo menos una cooperación mutua, entre Israel, Turquía y los estados árabes, que incluye respaldar a los grupos armados árabes y kurdos, teniendo en cuenta los temores de Ankara y las ambiciones kurdas, afectará definitivamente al proyecto iraní-ruso, que obtiene su apoyo de la colusión de la izquierda estadounidense. Esto reflejaría claramente la política en Líbano, donde se ha puesto de manifiesto que el dominio de Hezbollah, alimentado por 100.000 misiles que pueden llegar al centro de Israel, se ha cristalizado.
La milicia terrorista se ha convertido en un estado por encima del estado y no sólo un estado dentro de un estado. Para los sunitas, prevalecen los sentimientos de marginación y humillación, debido a la influencia de Hezbollah como el único portador de armas en medio de la ausencia de un necesario apoyo árabe que no está ni siquiera cerca de lo que los iraníes les están proporcionando a los chiítas del Líbano. Teherán ha logrado colocar al Líbano bajo su poder a través de Irak y Siria – ambos gobernados por regímenes pro-Irán. También los rusos siempre fueron reacios a denunciar a Hezbollah como una organización terrorista y enviaron constantemente misiones para reunirse con líderes del movimiento, considerándolos parte del espectro político legítimo, a diferencia de los estados árabes y Turquía que tienen una larga historia feudal con Siria.
Israel no puede confiar en un régimen ideológicamente construido sobre intenciones ocultas (la Taqiya chiíta). Los iraníes están tratando de construir una superpotencia regional que cree firmemente en una ideología de «fin del mundo» que puede lograrse mediante la destrucción de enemigos. Esta potencia será, finalmente, un rival para Israel, si no una amenaza inminente, incluso si el escenario del «fin del mundo» es eliminado. El objetivo de Teherán es expandirse en la región MENA y atrapar los estrechos de Hormuz y Bab-el-Mandeb, a través de los cuales pasa más de un cuarto del comercio mundial de petróleo, además del Mar Rojo donde está el Canal de Suez y por el cual pasa alrededor del 10% del comercio mundial. Mientras tanto Moscú, su aliado, continuará controlando el mar Mediterráneo desde el oeste de Siria, fortaleza de los alauitas que son una rama de los chiítas y la secta de la familia Assad.
Sin lugar a dudas, Amman no ve con tranquilidad las actividades de Irán en la región. Rabat, a su vez, rompió las relaciones con Irán en 2009, acusándolo de interferir en sus asuntos internos, a pesar de que el país está lejos de la potencial esfera de influencia iraní. Para El Cairo, las relaciones no pueden normalizarse y muestran un registro de sospecha. Esos tres países (Egipto, Jordania y Marruecos) disfrutan, al mismo tiempo, de buenas relaciones con Israel, que incluyen acuerdos comerciales, coordinación política o reconocimiento diplomático. También son los más cercanos a los países del Golfo de la región MENA, mientras que sus relaciones con Ankara no son malas, a excepción de una tensión turco-egipcia insustancial y cambiante
La paz con los palestinos será más realista
Los lazos entre Turquía y algunos países del Golfo Pérsico han mejorado significativamente, y la reciente renuncia del secretario general saudita de la Organización de Cooperación Islámica, Iyad Madani, después de enfurecer al gobierno egipcio, demuestra que las relaciones entre El Cairo y Riyadh son intocables. Además, el acuerdo de $10.000 millones firmado entre Leviatán de Israel y NEPCO de Jordania también puede considerarse un paso vital en el contexto de la futura alianza.
Otro motivo que podría impulsar esa coalición es la lucha contra el terrorismo y el extremismo sunita. Este factor no sólo representa un peligro para Israel, Estados Unidos, Turquía y los estados árabes sunitas, sino que también plantea un desafío para sus sociedades, en particular para las sunitas. Se apodera de estas sociedades como rehenes y contribuye a la disolución de su estructura y les impide liberar su forma de pensar para proseguir con el desarrollo e interactuar con el resto del mundo.
Además, su lucha contra el terrorismo chiíta, para acelerar el escenario del «Día del Juicio», genera más factores de inestabilidad y amenazas directas a la seguridad de la región. El terrorismo sunita, que tilda a las sociedades como «infieles», todavía encuentra algunos simpatizantes entre ellos. Y, de ese modo, el retraso en combatirlo seriamente conducirá al reclutamiento de más militantes. Se ha extendido en muchas zonas, incluso en la Margen Occidental y la Franja de Gaza, planteando un obstáculo para la paz y alentando el extremismo y el rechazo a otros.
En un simple cálculo, los resultados del actual inútil enfoque de la «coalición de escépticos» establecida por la administración de Barack Obama y Rusia para luchar contra este terrorismo, ignorando a su homólogo chiíta es, evidentemente, débil si se compara con las potencialidades de una alianza entre una decidida administración derechista en la Casa Blanca, liderada por Donald Trump, con Israel, Turquía y los estados árabes.
El tercer punto de encuentro es uno que la derecha de Estados Unidos debería administrar. Durante ocho años, las políticas de Obama resultaron en un repliegue del prestigio mundial de Estados Unidos. Hay un sentimiento general, entre los aliados de Washington en Medio Oriente, de que los había abandonado en un momento crucial y de que los dejó solos para enfrentar su destino, después de abrirle las puertas a Irán. Israel ya no es el aliado favorito que solía ser. Las diferencias entre los líderes de ambos países se han convertido en ilimitadas. En términos del compromiso con la seguridad de Israel, el nuevo acuerdo de ayuda para la defensa fue decepcionante en algunas de sus disposiciones. Para Washington, la región MENA debe permanecer siempre en el centro de su enfoque, no sólo por el bien de las fuentes de energía y la seguridad de Israel, sino porque tiene obligaciones morales y deberes políticos que debe cumplir como superpotencia.
Obama se ha adherido a una ideología izquierdista descarada que tiende a aliarse con un «terrorismo chiíta disciplinado y centralizado», de acuerdo con sus asesores y con lo que él personalmente insinuó hace meses: Turquía, Israel y los estados árabes no ocultaron su descontento por la política indulgente de Obama hacia Teherán, que ha logrado transformar a la National Iranian American Council en una especie de lobby iraní en Washington, señalando que la NIAC respaldó a la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton.
Incluso Arabia Saudita comenzó a sentir que es blanco de la izquierda estadounidense y que el Pacto Quincy es ahora parte del pasado. Pero hoy, este pacto puede ser reemplazado por otro entre los países de la región, especialmente porque sus potencialidades económicas y militares y su estatura espiritual pueden contribuir mucho a lograr la paz, la prosperidad y la defensa de los intereses vitales de estos países, sólo después de recortar las uñas de Rusia, las de Irán y las de sus aliados, con el apoyo de una seria administración estadounidense decidida a restablecer un poco de estabilidad en la región MENA. La corriente principal de la izquierda estadounidense, que tiene gran influencia sobre los medios de comunicación, parece estar conforme con la Doctrina de Obama que les deja la región a los iraníes y no cree en los valores de Estados Unidos
Cuatro países árabes han caído en manos de Teherán (Siria, Líbano, Irak y Yemen). Esto cambiará si la «Coalición de Ideólogos Voluntarios», se manifiesta señalando que cuatro estados del Golfo están situados sobre el 40% de la riqueza soberana del mundo. La creciente influencia rusa en la región MENA es una amenaza para los intereses nacionales de Estados Unidos. Algunos estados del Golfo, Israel, Egipto, Turquía e incluso políticos libaneses, tuvieron que dirigirse hacia Moscú pidiendo ayuda y soluciones después de sentirse decepcionados por el gobierno saliente de Obama.
Por lo tanto, es crucial que la derecha estadounidense conservadora actúe rápidamente para restablecer la influencia de EEUU en la región después de que Obama se la dejó a los rusos, a los iraníes y a las minorías aliadas con ellos, lo que resultó en la actual turbulencia. Y si la corriente principal de la derecha estadounidense quiere reencaminar a Estados Unidos, puede confiar en que Israel, Turquía y los estados árabes formarán una «alianza judío-protestante-sunita» frente a la alianza “chiita-ortodoxa-izquierdista estadounidense”. Esos países tienen muchos puntos comunes estratégicos bien arraigados, ya sean políticos, económicos, históricos, de seguridad o incluso ideológicos.
Esta alianza no debe ser necesariamente un matrimonio católico, ni un matrimonio de intereses sin sentimientos. Lógicamente, tiene diferentes puntos de vista y contradicciones mezcladas con décadas de desconfianza; pero son superables. Gracias a tal coalición, la paz con los palestinos será más realista, porque el paraguas de la alianza finalmente los convencerá para iniciar negociaciones y conducirá a los estados árabes y a Turquía a frenar a quienes rechazan la paz, como Hamas. Por lo tanto, la pelota está en el campo palestino, para que vea el panorama más amplio y comprenda los enormes cambios en la región, para pasar del estrecho «concepto nacional» al más amplio ideológico: Ser parte de la población sunita.
Alcanzar un compromiso sobre Jerusalén le permitirá a Riyadh ampliar su influencia islámica en un momento en que Irán está tratando de controlar las fuentes de energía y los sitios sagrados en La Meca y Medina y colocarlos bajo una protección chiíta. Irán ha ido tan lejos como incitar abiertamente a las comunidades chiítas en los países del Golfo a rebelarse contra sus gobernantes, lo que significa que Teherán representa una amenaza existencial para los estados de la región. Con el tiempo, se convertirá en una amenaza para el mundo entero. Y sus ambiciones nucleares significan que no abandonó su intención de borrar a Israel del mapa.
El ex presidente israelí Shimon Peres puede descansar en paz cuando se resucite el proyecto del Nuevo Medio Oriente. Y cuando las esperanzas de paz, a mediados de la década de 1990, fueron el motivo de esta búsqueda; los intereses, la seguridad y el futuro de los países de la región MENA exigen hoy, con el apoyo de la derecha de Estados Unidos, superar sus diferencias y adaptarse a los nuevos desarrollos para enfrentar los riesgos del terrorismo sunita y chiíta y de la izquierda regresiva de EEUU.
****Rauf Baker es periodista e investigador especializado en asuntos de Oriente Medio y Europa.
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