Parecía una época dorada para la libertad de expresión: más de mil millones de tuits y comentarios en Facebook y blogs al día. Pero, por debajo de esa superficie, la libertad de expresión está en dramática retirada.
Los alumnos de la Universidad de la Ciudad de Londres, que acoge a una de las más prestigiosas facultades de periodismo británicas, votó a favor de vetar a tres periódicos en sus campus: The Sun, Daily Mail y Express. Su «crimen», según la moción aprobada, era haber publicado reportajes contra los migrantes, artículos «islamófobos» y «utilizar como chivo expiatorio a las clases obreras que tanto se jactan de representar». La Universidad de la Ciudad, un lugar supuestamente dedicado a la amplitud de miras y la curiosidad, se convirtió en la primera institución educativa de Occidente en votar a favor de la censura, y prohibir «los periódicos de derechas».
El cineasta David Cronenberg dijo, tras la masacre en Charlie Hebdo, que esta autocensura era «una extraña y serpentina corrección política». Es uno de los venenos ideológicos más letales del siglo XXI. No sólo es estrecho de miras y absurdo, también nos deja ciegos ante el islam radical que está socavando nuestras defensas mentales y culturales.
Los innumerables ataques a manos de extremistas musulmanes atestiguan que el mundo multicultural al que nos han llevado es una ficción. La corrección política no hace más que animar a los islamistas a subir su apuesta para ganar la guerra que están iniciando. La tensión resultante ha sido alimentada por las élites occidentales y su complejo de culpa por el «colonialismo» en el Tercer Mundo.
El ISIS amenaza Sylvania, una muestra artística que mostraba a pequeños animales de peluche haciendo un picnic en un césped, sin percatarse de los otros pequeños animales de peluche –terroristas– armados con rifles de asalto en un montículo detrás de ellos, es obra de la artista conocida como Mimsy (que mantiene oculta su identidad). Los protagonistas de esta serie de pequeños cuadros dispuestos en cajas luminosas son una familia de peluches que habitan un valle encantado. Pistoleros, vestidos como los esbirros del Estado Islámico, atacan a los inocentes habitantes del valle en la escuela y en la playa, en un picnic o en un desfile del orgullo gay. Parece una versión actualizada de Maus, de Art Spiegelman, una novela gráfica que retrata a los nazis como gatos y a los judíos como ratones durante el Holocausto.
Quienes deseen ver esta serie artística en la Mall Galleries de Londres, tendrán que consolarse a partir de ahora con la obra de Jamie McCarney, La Gran Muralla de Vagina, consistente en nueve metros de genitales femeninos, menos importante y provocativa.
La valiente obra de Mimsy, después de que la policía británica la definiera de «incendiaria«, fue eliminada del programa de este evento cultural londinense. Sus organizadores comunicaron a los propietarios de la galería que, si querían exhibirla, tendrían que desembolsar 46.000 euros «para asegurar el recinto» durante los seis días de la exposición.
Y así sucedió que el equipo de fútbol español más famoso, el Real Madrid, retiró la cruz de su escudo tras un acuerdo comercial con el emirato del Golfo de Abu Dhabi. Se deshicieron enseguida del símbolo cristiano para complacer a los patrocinadores del golfo Pérsico.Bajo esta dictadura políticamente correcta, la cultura occidental ha establecido dos principios. El primero, que la libertad de expresión podrá ser restringida siempre que alguien se queje de que una opinión es un «insulto». El segundo, que existe una mezquina doble moral: las minorías, especialmente los musulmanes, pueden decir libremente lo que quieran contra los judíos y los cristianos.
Tal vez, pronto se le pedirá a Occidente que cambie la bandera de la Unión Europea –doce estrellas amarillas sobre un fondo azul– porque incluye un mensaje cristiano en código. Arsène Heitz, que lo diseñó en 1955, se inspiró en la iconografía cristiana de la Virgen María con la corona de doce estrellas sobre su cabeza: ¡qué despiadado mensaje «cristiano occidental supremacista»!
La corrección política también está teniendo un enorme impacto en grandes empresas: Kellogg’s retiró la publicidad de Breitbart por no «coincidir con nuestros valores», y Lego retiró la publicidad de Daily Mail, por mencionar sólo dos casos recientes.
No debería ser motivo de alarma que las empresas quieran decidir sobre dónde anuncian sus productos, pero sí es muy alarmante que eso ocurra por la «ideología». Nunca habíamos leído sobre empresas que abandonan un periódico o web porque fuese demasiado progresista o «izquierdista». Si los regímenes árabes islámicos siguieran esa corriente, ¿por qué no iban a pedirles a sus empresas que dejaran de anunciarse en los periódicos occidentales que publican artículos críticos con el islam, o que publican fotos de mujeres semidesnudas?
Las bibliotecas de los campus estadounidenses están colocando ahora «avisos de contenido» en obras literarias: a los estudiantes se les avisa, por ejemplo, de que la sublime Metamorfosis de Ovidio «justifica» la violación. La Universidad de Stanford se las arregló incluso para excluir a Dante, Homero, Platón, Aristóteles, Shakespeare y otros gigantes de la cultura occidental del currículum escolar en 1988: al parecer, muchas de sus obras maestras son «racistas, sexistas, reaccionarias y represoras». Este es el vocabulario de la rendición occidental ante el fundamentalismo totalitario islámico.
Francia ha retirado a grandes figuras, como Carlomagno, Enrique IV, Luis XV y Napoleón de los colegios para sustituirlos, por ejemplo, con el estudio de la historia de Mali y otros reinos africanos. En el colegio, a los niños se les enseña que los occidentales son cruzados, colonizadores y «malos». Para supuestamente justificar la condena de Francia y su cultura judeocristiana, los colegios han abonado el terreno donde el extremismo islamista se desarrolla y prospera sin impedimentos.
Es una cuestión de prioridades: nadie puede negar que Francia está bajo asedio islamista. La semana pasada, los servicios de inteligencia franceses descubrieron otra trama terrorista. Pero ¿cuál es la prioridad del gobierno socialista? Restringir la libertad de expresión a los militantes «provida». The Wall Street Journal lo llamó «La guerra de Francia contra el discurso antiaborto». Francia ya tiene uno de los ordenamientos jurídicos más permisivos y progresistas sobre el aborto. Pero la corrección política te ciega e ideologiza. «En cuatro años y medio, los socialistas han reducido nuestra libertad de expresión y atacado las libertades públicas», comentó Riposte Laïque.
En EEUU, el mundo académico está cerrando rápidamente sus puertas a cualquier debate. En Yale, los profesores y alumnos están muy ocupados estos días con una nueva urgencia cultural: el «renombramiento». Están cambiando los nombres de los edificios para borrar todo rastro de esclavitud y colonialismo, un revisionismo sacado de la Revolución bolchevique de Rusia.
En todas partes en EEUU y en Reino Unido, se está extendiendo un clima de hostilidad contra las opiniones e ideas que puedan causar un ápice de congoja en los estudiantes. El resultado es el surgimiento de lo que un escritor como Bret Easton Ellis ha llamado «Generación de llorones».
Los yihadistas, sin duda, se sonríen ante esta corrección política occidental, ya que el resultado de esta ideología será la abolición del espíritu crítico occidental y una reeducación surrealista de las masas mediante la aniquilación de nuestra historia y el odio hacia nuestro verdadero pasado progresista.
A la Universidad de Bristol en Reino Unido acaban de lloverle las críticas por intentar negar su espacio a Roger Scruton por sus opiniones sobre el matrimonio homosexual. Entretanto, las universidades británicas están dando espacio a predicadores islámicos radicales. En el universo políticamente correcto, los pensadores conservadores son más peligrosos que los seguidores del ISIS. El exalcalde de Londres, Boris Johnson, llamó a esta distopía «el Boko Haram de la corrección política».
Los estudiantes y el profesorado de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey canceló un discursó de la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice. Los estudiantes y profesores del Scripps College de California protestaron por la presencia de otra ex secretaria de Estado, Madeleine Albright, quien, según los protestantes, era «una criminal de guerra».
A un profesor de la Universidad de Nueva York, Michael Rectenwald, que criticó la corrección política y que se malcriara a los estudiantes, lo echaron de las clases después de que sus compañeros se quejaran de su «incivilidad». El profesor de estudios liberales se vio obligado a cogerse la baja pagada. «Es un alarmante recorte de la libertad de expresión hasta el punto de que no puedes ni siquiera pretender ser alguien sin que las autoridades vengan a por ti en las universidades», le dijo Rectenwald al New York Post.
No hay un mejor aliado para el extremismo islámico que esta mojigatería de censura progresista: ambos, en realidad, quieren suprimir cualquier crítica del islam, así como cualquier defensa orgullosa de la Ilustración occidental o la cultura judeocristiana.
La censura está teniendo lugar no sólo en enclaves progresistas costeros de Estados Unidos, también en Francia. Los Eagles of Death Metal –la banda estadounidense que estaba actuando en la sala Bataclan de París cuando los terroristas del ISIS asesinaron a 89 personas el 13 de noviembre de 2015– fueron vetados en dos festivales musicales: Rock en Seine y Cabaret Vert. ¿Por qué motivo? Jesse Hughes, el líder de la banda, dio una entrevista muy políticamente incorrecta:
¿Acaso impidió su control de armas francés que muriera una sola puta persona? Creo que lo único que lo paró fueron algunos de los hombres más valientes que he visto en mi vida, que se enfrentaron de cabeza a la muerte, con sus armas de fuego. Creo que en lo único en que he cambiado de opinión es quizás que, hasta que nadie tenga armas, todo el mundo ha de tenerlas. Porque nunca he visto muerto a nadie que las haya tenido, y quiero que todo el mundo tenga acceso a ellas, y he visto morir a gente que podría haber vivido. No sé.
Tras la masacre yihadista en el bar de copas Pulse de Orlando, Facebook atendió el requerimiento proislámico y bloqueó una página de la revista Gaystream después de que hubiese publicado un artículo crítico con el islam a raíz de la matanza. El director de Gaystream, David Berger, había criticado duramente a la directora del Museo Gay de Colonia, Birgit Bosold, quien le había dicho a los medios alemanes que los gais deberían temer más a los hombres intolerantes que a los extremistas islámicos.
Jim Hoft, periodista gay y creador del popular blog Gateway Pundit, vio suspendida su cuenta de YouTube. Twitter, uno de los vehículos de esta nueva intolerancia, suspendió la cuenta de Milo Yiannopoulos, destacado crítico gay del fundamentalismo islámico, pero no, probablemente, las cuentas de los fundamentalistas islámicos que critican a los gais. Twitter creó incluso un «Consejo de Confianza y Seguridad«. Recuerda al «Consejo para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio» de Arabia Saudí. ¿Podría ser una inspiración para los mulás progresistas?
Sí, pudo parecer una época dorada para la libertad de expresión. Pero con esta dictadura de la corrección política, el único que gana siempre es el islam político.
Asi es