“Esa gente común que ama a sus hijos y reza a sus dioses, y cuando llega el mal, no se hace preguntas”
Otro veintisiete de enero desde aquel de 1945 en que las tropas soviéticas liberaron Auschwitz, donde habían sido asesinadas cerca de dos millones de personas. Hasta el último día funcionó la máquina de exterminio, eficiente en su objetivo de hacer desaparecer toda presencia judía. Y casi lo consiguieron, porque dos tercios de la secular vida judía en Europa, se convirtieron en humo. Fue una máquina ideada por unos cuántos ideólogos, pero que gozó de miles de acólitos, dispuestos a hacer su trabajo de muerte con eficacia. Lo recordó Primo Levi en su desgarrador “Si esto es un hombre”, que los monstruos existen, pero son pocos para ser realmente peligrosos, y que son mucho más peligrosos los hombres comunes, los funcionarios prestos a creer y a actuar sin hacerse ninguna pregunta. ¿Cómo era la respuesta del por qué existen más creyentes que pensadores?, pues eso, porque es más fácil creer que pensar…
El Holocausto fue algo indescriptible e incomprensiblemente horrible, pero de ese pantano de maldad surgió una gran belleza: El Estado de Israel.