En los primeros años de la Administración Obama, la opinión general en Washington era que el conflicto israelo-palestino estaba por encima de todo lo demás en Oriente Medio, y que no se podría resolver ningún problema sin antes haberlo resuelto. “Sin duda, el camino a la paz en Oriente Medio pasa por Jerusalén”, dijo el expresidente Jimmy Carter. Para quien fuera su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, hoy profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins, “el conflicto israelo-palestino” era “el problema más inflamable y galvanizador del mundo árabe”.
Se expresaron puntos de vista similares desde todo el espectro político: desde el presidente Barack Obama y la secretaria de Estado Hillary Clinton al secretario de Defensa Chuck Hegel y el general David Petraeus, todos dijeron cosas parecidas.
“Si podemos resolver el proceso israelo-palestino”, declaró Obama en 2008, “entonces facilitaremos a los Estados árabes y del Golfo que nos apoyen en asuntos como los de Irak y Afganistán. También debilitará a Irán, que ha estado utilizando a Hamás y a Hezbolá para sembrar cizaña en la región. Si hubiera un acuerdo de paz israelo-palestino, y Siria se desprendiera de la órbita iraní, sería más fácil aislar a Irán y tendrían mayores dificultades para desarrollar un arma nuclear”.
Esta ha sido durante mucho tiempo una teoría dudosa, y los acontecimientos ocurridos desde entonces lo han demostrado. Los principales generadores de caos en Oriente Medio son las luchas entre musulmanes suníes y chiíes, árabes y persas y laicos e islamistas. Esto es así desde hace décadas, pero con la guerra civil de Siria, el surgimiento del Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS), la anarquía en Libia, la proxy war del Yemen –que afecta a toda la región– y un Irán liberado de las sanciones, se hace evidente hasta para el observador accidental. El conflicto israelo-palestino prácticamente se ha convertido en una nota al pie.
La consecuencia de todo esto era impredecible hace un par de décadas; incluso los más astutos no pudieron vaticinarla hasta hace un par de años: el mundo árabe suní, dirigido de manera no oficial por Arabia Saudí, está forjando discretamente una alianza de facto con Israel y contra Irán.
Las relaciones entre Arabia Saudí e Israel siempre han sido pésimas, pero han ido mejorando con el tiempo; a un ritmo glacial, eso sí.
Cuando Israel declaró su independencia de Gran Bretaña, en 1948, ningún Estado árabe reconoció el derecho del Estado judío a existir. Tras perder varias guerras absurdas contra Israel, Egipto firmó un acuerdo de paz basado en los Acuerdos de Camp David de 1979. Le siguió Jordania en 1994, pero el resto del mundo árabe, con la excepción parcial de Marruecos, se mantuvo en el no.
Los saudíes se burlaban de los Acuerdos de Camp David, pero un cuarto de siglo después, en 2002, presentaron por su cuenta una iniciativa de paz posteriormente ratificada en una cumbre de la Liga Árabe celebrada en Beirut. Cincuenta y siete Estados musulmanes –incluidos todos los árabes– mantendrían unas “relaciones diplomáticas plenas y normales” con Israel a cambio de “un acuerdo de paz integral con los palestinos”.
En 2007, la ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni, lo elogió abiertamente, y el primer ministro, Ehud Olmert, dijo que la iniciativa debía ser tomada muy en serio. “A simple vista”,escribió Guilad Sharón, hijo del primer ministro Ariel Sharón, “la propuesta parecía interesante por la perspectiva de que los Estados árabes pudieran aceptar la paz con Israel, algo a lo que se habían negado desde la fundación del Estado. Pero los detalles hacían la oferta inaceptable”.
Los israelíes nunca dieron el sí. No podían, en realidad, porque el plan les exigía aceptar millones de descendientes hostiles de refugiados palestinos. Israel no tiene sitio para esa gente. Si se lograra encontrar sitio de algún modo, habría más árabes que judíos en el único Estado judío del mundo.
Con toda probabilidad, los saudíes y la Liga Árabe nunca se tomaron en serio la propuesta. Sabían perfectamente que Israel jamás se tomaría ese caramelo envenenado. Catorce años después, sin embargo, los saudíes han suavizado considerablemente su postura. Su iniciativa por la paz ya no es un acuerdo que haya que tomar o dejar, sino la oferta de salida en una negociación regional.
Muy lentamente, los saudíes han estado predisponiéndose para aceptar a los israelíes. Susrelaciones con Irán han ido moviéndose en la dirección opuesta.
Nunca se han llevado bien esos dos países musulmanes. Arabia Saudí se fundó en 1927 como el reino de Néyed y el Hiyaz, y en 1929 se firmó un tratado de amistad saudí-iraní, pero los saudíes mantuvieron las relaciones gélidas. En primer lugar, Irán es mayoritariamente chií, y la ultraconservadora secta wahabí que domina la política saudí detesta a los musulmanes chiíes tanto o más de lo que detesta a cualquier otro grupo religioso. En segundo lugar, Irán, bajo el sah Mohamed Reza Pahlevi, que dirigió el país de 1941 a 1979, tenía unas excelentes relaciones con Israel.
Cuando el ayatolá Jomeini emergió como el caballo ganador en la lucha por el poder tras la revolución iraní de 1979, puso fin a las relaciones con Israel, declaró la guerra al régimen suní deSadam Husein en Bagdad y tachó a la monarquía saudí de ilegítima. Los “viles e impíos wahabíes” de Arabía Saudí, decía, “son la daga que siempre ha perforado el corazón de los musulmanes por la espalda”. Y añadía que La Meca estaba controlada “por una banda de herejes”.
La situación llegó a un punto crítico en 1987, cuando un numeroso grupo de musulmanes chiíes iraníes protagonizó una protesta en La Meca contra Israel y Estados Unidos. Cuando las autoridades saudíes intentaron apartar a los manifestantes hacia un lado y sacarlos de enmedio, estalló una revuelta. Es difícil decir con certeza quién tuvo más culpa. Cada parte culpa a la otra. Los testimonios de los testigos presenciales son inevitablemente sesgados. Murieron alrededor de 400 personas, entre las que se contaron decenas de policías. Al día siguiente, turbas iraníes atacaron las embajadas de Arabia Saudí y Kuwait en Teherán.
Los saudíes respondieron cortando completamente las relaciones diplomáticas. Para ellos, los iraníes eran tan perversos como los israelíes.
El punto de inflexión llegó en 2006, cuando Hezbolá secuestró a dos soldados israelíes y dio comienzo al conflicto más destructivo en el Mediterráneo Oriental desde la guerra civil libanesa.
Los Gobiernos egipcio y saudí se alinearon implícitamente con Israel, no por simpatía hacia los israelíes sino porque –con razón– veían a Hezbolá, el ejército terrorista más poderoso y peligroso que haya creado jamás el Gobierno iraní, como una amenaza contra el Gobierno democráticamente elegido del Líbano y su primer ministro, el suní moderado Fuad Siniora.
Ponerse del lado de Israel contra cualquier fuerza árabe combatiente era una decisión radical, aun cuando esa fuerza árabe fuera chií y tuviera el respaldo de Irán. Sin embargo, a los observadores atentos de la región no debió de sorprenderles. Oriente Medio es un lugar donde lo que se calla es a menudo tan importante como lo que se dice. Antes de 2006, los regímenes de seis países árabes –Arabia Saudí, Egipto, Marruecos, Argelia, Emiratos Árabes Unidos y Túnez– amenazaron con desarrollar sus propios programas de armas nucleares para contrarrestar el de Irán. Ninguno de ellos quería las armas nucleares para hacer frente a Israel. Su temor y aversión a los chiíes del Líbano, Irak e Irán era mucho mayor que su preocupación por los sionistas, al margen de lo que dijeran.
Mientras, Irán no ha hecho más que ganar fuerza. Con Sadam Husein fuera del juego en Irak, Bagdad se ha alineado decididamente con Teherán. Y ahora que Estados Unidos ha levantado la mayoría de las sanciones contra Irán como parte del Plan de Acción Conjunto y Completo, comúnmente conocido como “el acuerdo nuclear”, los ayatolás tienen cientos de millones de dólares frescos para gastar en sus milicias satélites en el Líbano, Siria, Irak y el Yemen.
© Versión original (en inglés): World Affairs Journal
© Versión en español: Revista El Medio
Julio Javier Cano Barrios