El intercambio de un millar de prisioneros palestinos por un sólo soldado israelí nos muestra qué significa la vida en el estado judío, dice Richard Landes.
Richard Landes
The Telegraph
Domingo 23 de octubre de 2011
Una de las supremas ironías, entre las posturas morales europeas, tiene que ver con su discurso sobre la pena de muerte. Se trata de una metáfora estándar del desprecio europeo por EE.UU., que todavía tiene la pena de muerte, un signo de su carácter de vaquero y su retraso en el progreso moral de las naciones.
Y, sin embargo, cuando esa misma Europa vuelve su mirada hacia Medio Oriente, el país por el que tienen el mayor desprecio, es el único país, en toda la región, que rechaza la pena capital, y tiene la mayor admiración por un país que, dentro de una cultura política generalizada que utiliza ampliamente la tortura y la ejecución para el mantenimiento del orden público, muestra, quizás, el mayor desprecio por las vidas de sus propios pueblos y las de sus enemigos.
Normalmente, ésto no valdría la pena ni siquiera mencionarlo. La mayoría de la gente, simplemente, pondría los ojos en blanco, mientras que otros se quejarían de los imperialistas sionistas tratando de desviar la atención de su opresión de los palestinos. Pero, si se quiere entender el » intercambio del secuestrado por prisioneros», que acaba de tener lugar en Israel, y la cobertura del evento de los medios de comunicación occidentales, entonces es necesario prestar atención a la cuestión.
Israel, primero, prohibió la pena de muerte en 1954, invirtiendo así la Ley del Mandato, que, como en la mayoría de otros casos, Israel la tomó de los británicos. Se basó tanto en precedentes rabínicos (la preocupación por respetar tanto la imagen de Dios en el hombre y por la inalcanzable carga de la prueba) como en el sentir liberal moderno. Al hacerlo, se convirtió en la primera democracia moderna occidental en prohibir la pena de muerte, seguida, una década más tarde, por Gran Bretaña (1965), Suecia (1972), Canadá (1976) y Francia (1981).
Nótese que Israel aprobó esta ley cinco años después de la creación de un sistema político dedicado a la igualdad ante la ley para todos sus ciudadanos, una medida que les valió la feroz hostilidad de sus vecinos en el mundo árabe musulmán. Normalmente, cuando los países intentan estas revoluciones igualitarias y se encuentran rodeados por enemigos hostiles, tienen que descender, al quinto año, a las ejecuciones en masa de sus propios ciudadanos (Revolución Francesa en su cuarto año, rusos, chinos, camboyanos, casi inmediatamente). Israel, por otra parte, prohibió la pena de muerte, incluso para terroristas árabes que fueron capturados mientras asesinaban a civiles israelíes. Israel sólo ha ejecutado a una persona, Adolf Eichmann, responsable del exterminio de millones de judíos durante el Holocausto.
Si los israelíes tenían cientos de terroristas en sus cárceles, en algunos casos cumpliendo múltiples condenas de cadena perpetua, disponibles para intercambiar con Gilad Shalit, un soldado secuestrado en territorio israelí por parte de combatientes de Hamas hace cinco años, es por esta actitud hacia la vida humana, tanto por la propia como la de los palestinos. Y esa actitud estuvo expuesta plenamente durante este intercambio, con desesperación por poner en peligro el futuro de los israelíes al liberar a estos hombres, que contrasta con un profundo compromiso por tener de vuelta a Gilad Shalit. Algunos árabes reconocieron la luz poco favorecedora que ésto derrama sobre su propia cultura, mientras que otros se deleitaron con esto.
Palestina, por otro lado, representa casi el polo opuesto. Éste es un lugar en el que matar hijas, esposas y homosexuales, por avergonzar a la familia (incluso sospechados y libremente interpretados) con una conducta sexual inapropiada, es una característica regular de la sociedad, donde los «colaboradores» son ejecutados sumariamente, donde las estadísticas oficiales de ejecuciones colocan a la AP en un ritmo de ejecución formal y legal que está detrás, sólo, de China, Irán, Corea del Norte, Yemen y Libia.
El intercambio de más de mil palestinos por un israelí, pone de relieve las radicales diferencias entre las culturas. Como Nasrullah de Hezbollah lo dijo después de un intercambio de prisioneros en 2004: «Hemos descubierto la forma de golpear a los judíos en lo que son más vulnerables. Los judíos aman la vida, así que se las quitaremos. Ganaremos, porque ellos aman la vida y nosotros amamos la muerte».
Si un europeo, preocupado por la naturaleza de la agresividad del Islam que ha comenzado a surgir en sus ciudades, mencionando las zonas de la Sharia, por ejemplo, quisiera entender la naturaleza del conflicto árabe-israelí, podría pasar un momento visitando los lugares palestinos anti-sionistas, donde está lleno de esta profundamente perversa cultura. Pero, por supuesto, eso sería políticamente incorrecto. Pasarse algún tiempo señalando los problemas aquí, constituye el nivel más alto de islamofobia políticamente incorrecta.
Así que, en lugar de ayudar a los europeos a entender qué está en juego, la mayoría de los medios de comunicación y la comunidad de ONG, han hilado esta historia como una de violaciones de derechos humanos en «ambos lados», con un fuerte enfoque en las fechorías de Israel. Los prisioneros fueron considerados «iguales» y, sobre todo, Israel debe rendir cuentas, por la Convención de Ginebra, por el tratamiento de combatientes enemigos cuando, en realidad, el único amparado por estas convención fue Shalit, un soldado uniformado secuestrado en su propia tierra en situación de no combate, y los miles de prisioneros palestinos fueron condenados en un tribunal, principalmente por delitos relacionados con ataques terroristas contra civiles (una redundancia necesaria, por desgracia, en estos días de sofisma).
Es así que Robert Mackee, de The New York Times, pudo hablar, con ligereza, acerca de la «felicidad de los padres de ambas partes» por el regreso de los prisioneros, y la ONU pudo expresar su preocupación de que los prisioneros liberados por Israel podrían ser objeto de transferencias ilegales forzadas. «Devolver gente a lugares distintos de sus lugares de residencia habitual, está en contradicción con el derecho internacional humanitario». La preocupación de la ONU por el pleno ejercicio de la libre voluntad, por parte de asesinos en masa condenados, ilustra el problema. El discurso humanitario se ha convertido, en su cabeza, en proteger a los más horribles jugadores, en este juego en particular, amenazados por horribles fuerzas dentro de su propia sociedad, todo lo cual da a entender que Israel, en su prisa por tener de vuelta a su propio soldado, pisoteó sus derechos y violó la ley humanitaria internacional. No es de extrañar que ésto llevara a Ban Ki-moon a un momento de vértigo moral, donde denunció la violación de los derechos de todos.
Por supuesto, con el objeto de presentar la equivalencia moral de todos los «prisioneros» en el intercambio, hay que restar importancia a la naturaleza atroz de los crímenes y las personalidades de los prisioneros palestinos liberados. El corresponsal de la BBC, Jon Donnison, mostró el grado de ignorancia entre los supuestamente profesionales medios de comunicación, entrevistando a un hombre en prisión por organizar e instigar varios atentados suicidas. (Dado que los ataques sólo hirieron, pero no mataron, no recibió sentencias de cadena perpetua). «Usted tiene 31 años de edad, 10 años en prisión, condenado a cadena perpetua por ser un miembro de Hamas, quiero decir, ¿cómo se siente hoy?» Los espectadores de la BBC podrían ser disculpados por simpatizar con un preso político, inhumanamente encarcelado por pertenecer a un partido de oposición, libre al fin.
En aquiescencia con una narración en la que se considera que el odio y el asesinato son legítimas expresiones de la «resistencia» a la «ocupación», activistas de derechos humanos occidentales – incluyendo muchos periodistas – han degradado el lenguaje humanitario, al mismo tiempo que han permitido, dentro de la esfera pública, un discurso de odio genocida. Han excluido toda simpatía por los israelíes que se defienden de los violentos ataques, los han excluido de sus conciencia y de la de su público».
Puede parecer sin costo alguno para los occidentales, pero no lo es. Malinterpretando la naturaleza de la amenaza que enfrenta Israel, adoptando un lenguaje degradado de los derechos humanos, protegiendo a los mayores enemigos de los derechos humanos del planeta, adoptando un corrupto periodismo defensor que se hace pasar por empíricamente preciso, adoptan todos los tipos de técnicas que los ponen en peligro cuando se enfrentan al mismo enemigo.
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
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