Traducido por Hatzad Hasheni
Durante la campaña electoral estadounidense, una de las promesas que hizo el presidente Trump fue “trasladar la embajada de EE.UU. de Tel Aviv a Jerusalén”. En principio, Israel no puede sino acoger con satisfacción esta importante medida norteamericana, si es que se aprueba. Mover la embajada fortalecería el estatus de Jerusalén como la capital de Israel a los ojos del resto del mundo y, por lo tanto, sería un error israelí oponerse a ella, fuera de cualquier contexto político y/o consideraciones momentáneas. Además, es importante entender que se trata de una decisión interna de Estados Unidos en la que a Israel no se le pidió tomar posición y, por lo tanto, corresponde a Israel mantener un perfil bajo sobre el tema. Sin embargo, Israel debe calcular las implicaciones y ramificaciones de la iniciativa, considerar las oportunidades y riesgos inherentes y prepararse en consecuencia. Usando canales discretos, Israel debería recomendar a la administración la manera y el momento en el que la mudanza se debe realizar para minimizar los riesgos potenciales.
A diferencia de otras cuestiones, como la inmigración y el comercio, sobre las cuales Trump tomó algunas decisiones rápidas durante sus primeros días en el cargo, anunció que la cuestión de la embajada es compleja por lo que se discutirá en los próximos meses. La visita del Rey Abdallah de Jordania a los Estados Unidos y los mensajes que recibió de boca del mundo árabe le hicieron notar varios riesgos ante tal movimiento, y esto posiblemente ha provocado que el presidente repensara su compromiso. La decisión de la administración de apoyar o frenar la legislación del Congreso de 1995 sobre el traslado de la embajada a Jerusalén debe hacerse antes de junio de 2017, cuando se requiere una decisión presidencial (cada seis meses).
Riesgos potenciales para Israel
Sería imprudente ignorar los riesgos involucrados en el traslado de la embajada, incluso si asumimos que los palestinos y los opositores al traslado, tanto en Israel como en los Estados Unidos, están amplificando adrede estos riesgos. En primer lugar, existe la amenaza de una nueva intifada palestina, utilizando a Jerusalén como símbolo y el eslogan inflamatorio de “Al-Aqsa está en peligro” como su grito de guerra. Esto podría incluir otra ronda de combates en la Franja de Gaza, que ya está en un punto de ebullición, y podría desencadenar disturbios entre los ciudadanos árabes de Israel. En segundo lugar, ya hemos oído la advertencia contra la congelación continua del proceso político siendo que el traslado de la embajada haría aún más difícil reanudar el proceso político en el futuro. En tercer lugar, enfatizar el traslado de la Embajada de Estados Unidos hacia Jerusalén Occidental, paradójicamente, podría debilitar la reivindicación de Israel de una Jerusalén unida como la capital de Israel y bajo el control de Israel; en otras palabras, fortalecería el reconocimiento internacional de Jerusalén Este como la capital de Palestina.
Otro riesgo para Israel es el deterioro de las relaciones con Jordania y Egipto. La oposición popular hacia el traslado en dichos estados podría estallar, amenazando la estabilidad de los respectivos regímenes. En los últimos años, la cooperación ha florecido entre Israel y ambos estados en torno a intereses compartidos en temas de seguridad, recursos e infraestructura, en parte porque el tema palestino no ha estado en la cima de sus agendas. Pero mover la Embajada de los Estados Unidos podría cambiar eso, y puede resultar en un deterioro de las relaciones entre Israel, por un lado, y Egipto y Jordania, por el otro, así como entre Israel y todos los demás estados musulmanes. Tales acontecimientos podrían desencadenar una mayor actividad terrorista de diferentes grupos islamistas contra objetivos estadounidenses en todo el mundo, ataques por los cuales Israel asumiría o sería vista como culpable.
Aspectos positivos
Por el contrario, desde la perspectiva israelí, se puede señalar varias razones positivas para trasladar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Primero, el fortalecimiento de la condición de Jerusalén como capital de Israel es un interés primordial de Israel. Corregir la anomalía por la que la Embajada de Estados Unidos en Israel se encuentra en Tel Aviv, mientras que el Consulado de Estados Unidos en Jerusalén sólo sirve a los palestinos, pondría fin a la noción de internacionalización de Jerusalén como parte de la Resolución 181 del Consejo de Seguridad de la ONU. Queda claro para los palestinos que en esta era Trump el tiempo no juega a su favor, un factor que podría, de hecho, impulsarlos a dejar de negarse a negociar, lo que caracterizó su conducta durante el mandato de Obama. En tercer lugar, desde la perspectiva de las instituciones internacionales, trasladar la embajada a Jerusalén sería una respuesta a la resolución unilateral de la UNESCO en donde se adoptó la propuesta palestina de negar cualquier conexión judía e israelí sobre su capital. En cuarto lugar, a pesar de la sensibilidad del tema y de su significado religioso más amplio, en principio sería incorrecto ceder ante las amenazas de protestas populares en las calles árabes o ante las amenazas de ataques terroristas. El mundo musulmán en general, y los palestinos en particular, entienden que las esperadas reacciones negativas al traslado de la embajada disuadirán a Estados Unidos e Israel y podrían afectar las acciones y debates futuros sobre otros temas. Quinto, una muestra inequívoca de apoyo a Israel es necesaria ahora y demostrará la alianza estratégica entre los dos países, un vínculo que es de suma importancia para Israel. La historia del apoyo estadounidense a Israel ha demostrado que no perjudica el estatus de los Estados Unidos en el mundo árabe; a veces, es justamente lo contrario.
Conclusiones y recomendaciones políticas
Al sopesar los aspectos positivos y negativos, se obtiene una conclusión clara a favor de trasladar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Este paso es apropiado y deseable desde la perspectiva israelí, si se hace con el tiempo adecuado y en el contexto adecuado, de modo que sus ventajas inherentes se maximicen y se reduzcan al mínimo los riesgos. Para ello, es importante que Estados Unidos e Israel mantengan una discusión discreta con Jordania y Egipto para entender sus necesidades en este y otros asuntos para evitar que las relaciones entre Israel y sus dos vecinos árabes se intensifiquen y se deterioren.
La mayoría de los riesgos presentados son exagerados y pueden evitarse tomando medidas mesuradas. En cualquier caso, el proceso político está en un callejón sin salida; no hay progreso debido a la estrategia palestina, que desde 2008 ha optado por internacionalizar el conflicto como un sustituto de las negociaciones bilaterales. El movimiento de la embajada puede impactar a los palestinos a repensar su estrategia y dignarse a reanudar las conversaciones. De hecho, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, fue citado recientemente diciendo -por primera vez en una década- el tiempo ahora está trabajando contra los palestinos.
La probabilidad de otra intifada no es alta, porque la población palestina no tiene interés en otra confrontación total contra Israel. La conciencia pública y las relaciones públicas pueden reducir las ramificaciones negativas de la propaganda y la incitación, cuando es probable que esta se presente como un traslado que es un ataque a los lugares santos del Islam en el Monte del Templo. El daño a las relaciones de Israel con Egipto y Jordania y el posible daño hacia los regímenes en esos estados -y en cierta medida, esto también es cierto en Marruecos- representan el mayor riesgo. Pero este riesgo puede ser mitigado al emprender el movimiento en consulta con la administración de Estados Unidos y al tratar de satisfacer los intereses vitales de Egipto y Jordania, al mismo tiempo que se reitera el estatuto especial del Reino Hashemita respecto a los lugares santos de Jerusalén. Se puede suponer que los embajadores egipcios y jordanos serán llamados a consulta, pero que después de algún tiempo volverán a Tel Aviv, como lo han hecho en el pasado.
El contexto estratégico en el que se llevará a cabo la medida afectará en gran medida la medida en que se realizan los riesgos. Es imperativo evitar aumentar el potencial explosivo de la movida como resultado de las acciones de Israel, como tomar decisiones de anexión de territorios o que afecten el Monte del Templo (enfrentamientos violentos, visitas de figuras políticas, etc.). Además, es posible suavizar el impacto haciendo movimientos políticos positivos hacia la renovación de las negociaciones sobre parámetros relevantes; emprender una importante iniciativa para mejorar el estatus socioeconómico de los palestinos en Judea y Samaria y en Jerusalén Este; y ampliando los poderes de la AP en las áreas A y B. Además, los palestinos deben obtener algún logro, enfatizando el papel del Consulado de Estados Unidos en Sheij Sheraj y dejando claro que el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel no necesariamente determina el futuro de la parte oriental de la ciudad; su destino será determinado por las negociaciones, que deben ser reiniciadas.
Aparte de los pasos que Israel debe tomar para reducir la posibilidad que los riesgos se concreten, varios partidos dentro de Israel deben evitar referirse al posible movimiento de la embajada en términos apologéticos. Después de todo, Israel no puede permitirse hacer nada, ni discreta ni públicamente, para evitar que el traslado se produzca.
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