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| sábado noviembre 23, 2024

Netanyahu y Trump


Este miércoles, el primer ministro de Israel acudirá a Washington y se entrevistará con nuestro nuevo presidente. La agenda será complicada.

Hasta ahora, Benjamín Netanyahu ha tenido mala suerte con los presidentes americanos. Durante su primer mandato, desde junio de 1996 hasta julio de 1999, la Administración Clinton intervino en la política israelí para ayudar a Ehud Barak a derrotarlo y expulsarlo del poder. Cuando volvió a hacerse con las riendas, en marzo de 2009, tuvo que vérselas con Barack Obama, cuya preferencia por la izquierda israelí y el movimiento por la paz era tan obvia como su animadversión hacia él. Así que Donald Trump representa algo absolutamente nuevo para Netanyahu: un presidente americano que le manifiesta apoyo y simpatía.

¿Tendrá la visita algún efecto sobre la política norteamericana hacia los asentamientos israelíes y el denominado proceso de paz? Durante su campaña, Trump se proclamó proisraelí. Poco después de resultar elegido designó a un conocido abogado, David Friedman, como su nuevo embajador en Israel, y se informó de que Friedman, el yerno de Trump –Jared Kushner– y el abogado de Trump –Jason Greenblatt– formarían un triunvirato encargado de llevar la política relacionada con el Estado judío. Los tres son judíos ortodoxos, y Friedman y Kushner han defendido los asentamientos en la Margen Occidental. Si bien ninguno de ellos tiene experiencia diplomática, se las arreglan bastante bien y juntos constituyen una poderosa amalgama de potencia intelectual e influjo sobre Trump. En varias ocasiones Trump ha evidenciado su deseo de que haya un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos, y ha encomendado públicamente esa tarea a Kushner. Poco después de las elecciones le dijo al Wall Street Journal que el israelo-palestino es “el acuerdo definitivo. Como negociador, me gustaría hacer… el acuerdo que no se puede hacer”. Así que el objetivo de Trump es uno que ha eludido a los presidentes Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama.

La Administración Trump ha hecho varias declaraciones sobre la política israelí en lo poco que lleva en ejercicio.  El pasado día 2, un funcionario de la Casa Blanca le dijo al Jerusalem Post:

Como ha dejado claro, el presidente Trump está muy interesado en alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto israelo-palestino, y de hecho está explorando cuáles son las mejores vías para ello. Con eso en mente, urgimos a todas las partes a que se abstengan de adoptar acciones unilaterales que podrían socavar nuestra capacidad para lograr avances, entre ellas las declaraciones sobre los asentamientos (…) La Administración necesita tener la ocasión de consultar plenamente con todas las partes.

Fue una respuesta al anuncio por parte de Israel, cuatro días después de que Trump tomara posesión, de que iba a dar luz verde a la construcción de 2.500 viviendas en los asentamientos. Parece que en la Casa Blanca a alguien le pareció cargar demasiado contra Israel eso de “que se abstengan de adoptar decisiones unilaterales”, así que ese mismo día el portavoz de la propia Casa Blanca, Sean Spicer, aligeró las cosas y declaró:

Aunque no creamos que la existencia de asentamientos sea un impedimento para la paz, la construcción de nuevos asentamientos o la expansión de los existentes más allá de sus límites actuales puede que no ayude a alcanzar ese objetivo [de la paz]. Como ha expresado en numerosas ocasiones, el presidente confía en que haya paz en todo Oriente Medio. La Administración Trump no ha adoptado ninguna posición oficial sobre la actividad en los asentamientos y trata de que prosigan las conversaciones, también con el primer ministro Netanyahu cuando visite al presidente Trump este mismo mes.

Eso fue un abandono deliberado de la política de Obama, que estaba obsesionado con la construcción en los asentamientos, por parte de unos consejeros de Trump irritados por las innumerables condenas contra Israel en tiempos de Obama, cada vez que un colono israelí tocaba un ladrillo. En la Administración Bush llegamos a un acuerdo con el primer ministro Ariel Sharón. Aceptaríamos la construcción hacia arriba, no la expansión geográfica de los asentamientos; y sí se permitiría el crecimiento de la población. Eso es lo que quiere decir Spicer cuando se opone a la “expansión de los asentamientos existentes más allá de sus límites actuales” pero no rechaza que se construya en los mismos.

Los funcionarios de la Casa Blanca sabían lo que hacían, pero, por las conversaciones que he mantenido con ellos, no parece que tuvieran en mente la política israelí. Esas declaraciones crearon una suerte de escudo para Netanyahu. Netanyahu lidera el Likud, y tanto el ala derecha del Likud como los partidos a la derecha del Likud y el propio movimiento colono han visto la victoria de Trump como una ocasión de arrumbar todas las restricciones a la anexión de zonas de la Margen Occidental o al anuncio de nuevos programas de construcción masiva. Netanyahu es conservador por instinto, pero su vieja excusa para poner freno a esas propuestas –Barack Obama y su hostilidad hacia él– se ha esfumado. Así que esas declaraciones podrían ser un regalo para Netanyahu, que podría decir que ahora la construcción en los asentamientos puede incrementarse sin miedo a crear una nueva crisis con Washington, pero que nuevos asentamientos, la expansión física de los existentes o maniobras como la anexión de zonas de la Margen podrían amenazar las relaciones con la Administración Trump incluso antes de que empiecen.

La postura de Trump sobre los asentamientos parecía clara hasta que el propio Trump concedió una entrevista al Israel Hayom. Preguntado al respecto, respondió:

No contribuyen al proceso. Puedo decirlo. (…) cada vez que tomas terreno para los asentamientos, queda menos terreno [disponible]. Estamos observando, estamos viendo otras opciones. Pero no, no soy alguien que crea que ir adelante con esos asentamientos sea una cosa buena para la paz.

La declaración es confusa; “ir adelante con esos asentamientos” es demasiado vago como para darse a interpretaciones. Pero los asentamientos principales parecen haber echado el freno y ya no toman más terreno. Este estado de cosas puede ayudar a Netanyahu a resistir las presiones de la derecha.

La segunda cuestión importante que analizarán Trump y Netanyahu es el traslado de la embajada norteamericana desde Tel Aviv hasta Jerusalén. Fue una promesa de campaña de Trump, repetida una y otra vez antes y después de la jornada electoral. Pero ahora la Administración se ha vuelto más cauta, presumiblemente luego de recibir advertencias de aliados árabes de que un movimiento así podría ser disruptuvo.

¿Disruptivo de qué? De algunos grandes planes para la paz. El enfoque de la Administración sobre el proceso de paz para ser más de fuera adentro que de dentro a fuera.  En otras palabras, en vez de usar un acuerdo palestino-israelí para mejorar las relaciones de Israel con los Estados árabes, se trata de usar las relaciones de Israel con los Estados árabes para avanzar en el acuerdo de paz israelo-palestino.

Este es un enfoque muy sensible. Los árabes estuvieron presentes en la Conferencia de Madrid de 1991 y en la de Anápolis de 2007, y su ausencia en la de Camp David (2000) es vista por muchos en la Administración Clinton como la razón primordial del fracaso de esas conversaciones. (Creer que tienes que creer que Yaser Arafat era capaz de suscribir un acuerdo omnicomprensivo de paz, con todos los compromisos que eso implica, es cuestión aparte). La lógica subyacente a este approach de fuera adentro es que los palestinos tienen poco que ofrecer a Israel a cambio del reconocimiento del Estado palestino (y de evacuar con gran dolor a numerosos colonos), pero la paz y el disfrute de unas relaciones normales con los Estados árabes es un gran objetivo para Israel. Por el lado palestino, los peligros en clave interna de un compromiso con Israel se reducirían si los Estados árabes respaldaran las concesiones que habría que hacer (y financiaran el Estado de Palestina).

Estas consideraciones no son nuevas, pero la cooperación árabe-israelí parecía poco menos que imposible en las décadas precedentes. Hoy, Israel, Jordania, Egipto y los Estados del Golfo mantienen relaciones de cooperación en materia de seguridad, alentadas por temores compartidos: Irán, grupos terroristas como Hamás, Hezbolá y el ISIS y la política que emana desde Washington, al menos con Obama. Así que un enfoque regional que trate de construir una cooperación árabe-israelí no es tan excéntrico ni desoladoramente poco realista.

Con todo, queda mucho por hacer. La cooperación de Israel con los Estados del Golfo es secreta; ningún alto cargo del Golfo ha hecho un viaje oficial a Israel o reconocido los lazos de seguridad en público. Un embajador árabe en Washington me dijo en enero que si fuera fotografiado dando la mano siquiera al embajador israelí sería despedido inmediatamente. ¿Qué concesiones debería hacer Israel para motivar a los árabes a dar un paso al frente en público? ¿Serían esas concesiones aceptables para la opinión pública israelí, y sobreviviría el Gobierno de coalición de Netanyahu a las mismas? Finalmente, ¿a los árabes les preocupan tanto los palestinos como para invertir un montón de esfuerzo diplomático, y asumir riesgos políticos reales en el plano doméstico, a fin de hacer avanzar su causa? Nunca lo han hecho antes.

Además, las cuestiones fundamentales siguen siendo extremadamente complicadas. Es un lugar común decir que en las negociaciones previas los israelíes y los palestinos estaban separados por muy poco. Pero no es cierto. Sólo la resolución de la cuestión de Jerusalén semeja una barrera insuperable. Y esto nos lleva de nuevo al asunto de la embajada de EEUU. Las promesas electorales de Trump han sido reemplazadas por la cautela. En marzo de 2016, en una entrevista con el periodista de la CNN Wolf Blitzer, prometió que movería la embajada:

–Blitzer: ¿Reconoce usted Jerusalén como la capital de Israel y trasladará la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén?
–Trump: La respuesta es sí, lo haría.

–Blitzer: ¿Cuándo? ¿Cuán rápido…
–Trump: Muy rápido. Es decir, esto es un proceso, pero muy rápido. Quiero decir, el hecho es que quisiera verla trasladada, y quisiera verla en Jerusalén.

Ha pasado el tiempo y esto es lo que declaró el pasado día 10 al Israel Hayom:

–P: ¿Cuán rápido tomará una decisión sobre la relocalización de la embajada de EEUU en Jerusalén?
–R: Bueno, yo quiero que Israel sea razonable con respecto a la paz. Quiero que haya paz. Debería haberla, después de todos estos años. (…) Puede que haya una oportunidad para una paz mayor que sólo para los israelíes y los palestinos. Me gustaría ver un gran nivel de sensatez en ambas partes, y creo que tenemos una buena ocasión de hacerlo.

–P: ¿Y la embajada?
–R: Pienso en la embajada, estudio [la cuestión de] la embajada, y veremos qué pasa. Lo de la embajada no es una decisión sencilla. Ha estado ahí durante muchos, muchos años y nadie ha querido tomar esa decisión. Estoy pensando en ello muy seriamente, y veremos qué pasa.

Así que Trump está siguiendo los pasos de sus predecesores en este asunto: una eterna promesa electoral nunca se convierte rápidamente en realidad. El asunto es complejo porque mover la embajada puede significar muchas cosas: por ejemplo, literalmente construir una nueva embajada en Jerusalén –y una residencia para el embajador–, o cambiar el letrero del consulado general norteamericano próximo al hotel King David para que diga “Embajada de EEUU”, o tener al embajador americano viviendo y trabajando en Jerusalén mientras la embajada permanece en Tel Aviv. Hay muchas combinaciones, pero la situación actual es bien extraña. Israel es un aliado muy cercano, y no hay reclamos palestinos sobre la parte occidental de la ciudad, donde se encuentra la sede del Gobierno de Israel y donde se podría construir la embajada de EEUU. Además, parece como si EEUU no tuviera presencia diplomática en Jerusalén. La tenemos: nuestro consulado general nos representa ante la Autoridad Palestina y la OLP. Es con respecto a Israel que no tenemos presencia diplomática, una anomalía histórica que debe corregirse.

Pero esa corrección podría encolerizar a los Estados árabes cuya cooperación busca la Administración Trump, no sólo para hacer avanzar la paz israelo-palestina, sino para luchar contra Irán y el ISIS. Así que el pensamiento y el estudio del presidente puede demorarse un semestre o dos, o más.

El otro gran asunto de la agenda es Irán. En su entrevista con el Israel Hayom, Trump se mostró evasivo:

–P: Recientemente se ha informado de que usted quiere aislar a Irán y asegurarse de que deja de tener unas relaciones estrechas con Rusia. ¿Cómo lo haría, y qué podría hacer Israel al respecto?
–R: Bueno, no sé dónde se ha publicado eso. No creo que haya dicho eso a nadie. Simplemente digo que Irán no ha apreciado el acuerdo increíblemente bueno que Barack Obama le entregó. No pienso en términos de aislamiento. No pienso en nada en términos de nada cierto respecto a Irán, salvo que fue extremadamente ingrato con el acuerdo, acuerdo que jamás debió suscribirse.

–P: Pero como es un acuerdo multilateral, no se puede romper, ¿no?
–R: No quiero comentar nada al respecto.

–P: Recientemente ha impuesto nuevas sanciones a Irán, después de que realizara un test con misiles balísticos, y dice que no hay nada fuera de la mesa. ¿Cree que Irán puede ser presionado con éxito?
–R: A ver qué pasa con Irán. No quiero hacer comentarios sobre Irán. [Hay] muchos pensamientos distintos sobre Irán, buenos y malos. No quiero hacer comentarios sobre Irán. No hablo de lo que estoy planeando, no soy un tipo que se siente y le diga a todo el mundo lo que piensa hacer. Así que no voy a hablar sobre Irán.

El encuentro de hoy miércoles permitirá a Netanyahu saber por dónde respira Trump en lo relacionado con el acuerdo nuclear con Irán. Si Trump fuera a renunciar al acuerdo completamente, en vez de reforzar su cumplimiento, ya habría alguna evidencia al respecto. Así que los israelíes querrán saber qué pasos para el reforzamiento planea Trump: ¿nuevas sanciones, por ejemplo? ¿Y con qué firmeza hará Trump frente a la beligerancia de Irán en la región, desde el Yemen hasta el Golfo, pasando por Irak y Siria? Como sus vecinos árabes, Netanyahu confía en que EEUU refuerce su posición y calibrará cada palabra de Trump y de su secretario de Defensa, James Mattis. ¿Serán todo palabras, o habrá hechos?

A todo esto, Netanyahu está siendo objeto de varias investigaciones en Israel. Sería un caso de cósmica injusticia si fuera forzado a dimitir justo ahora, tras sobrevivir a ocho años de Barack Obama, pero no es imposible. De hecho, Netanyahu ha sido primer ministro por espacio de 10 años, el número mágico de Tony Blair; Margaret Thatcher en el Reino Unido y John Howard en Australia estuvieron 11 años. Difícilmente sea Netanyahu el único primer ministro de Israel a quien tenga que ver Trump, aun cuando éste sólo esté una legislatura en el poder. El respaldo americano le hará a Netanyahu algún bien en Israel, pero su destino político y la decisión de procesarlo o no no dependen de sus relaciones con Trump. Ni la política americana depende de si Netanyahu durará un año más o cuatro. Trump parece duro con Irán, suave con la actitud de Rusia en Siria y favorable a tratar de dar con un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos que emerja de unas negociaciones entre árabes e israelíes. Nada de eso cambiará, con independencia de quién sea el primer ministro de Israel.

Las buenas relaciones entre Netanyahu y Trump son de gran ayuda para las relaciones israelo-americanas. Con la nueva Administración norteamericana no veremos a miembros de la Casa Blanca cargar contra Netanyahu en público, y se cooperará más estrechamente con Israel a todos los niveles. EEUU apoyará activamente a Israel en la ONU, más que en tiempos de Obama. La empresa de mejorar las relaciones de Israel con los Estados árabes será ardua pero merecerá la pena. Pero como la marcha atrás de Trump en lo relacionado con el raudo traslado de la embajada a Jerusalén muestra, las cuestiones que han de afrontar juntos Israel y EEUU son extremadamente complejas; los fracasos cosechados en las décadas pasadas fueron debidos a su complejidad, no a la escasa dedicación o inteligencia de unos funcionarios que lo hicieron lo mejor que pudieron.

Será una visita extraordinaria. Habrá palabras cordiales. Firmes compromisos. Y luego… vuelta alestudio y la reflexión sobre los problemas intratables que llevan décadas afrontando los funcionarios americanos e israelíes.

© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio

 
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