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| viernes noviembre 22, 2024

Adonis, el poeta sirio que condena el islamismo

El escritor exiliado en París aboga por separar el Estado de la religión en el mundo árabe


 

Desde hace años este notable escritor figura en la lista de los candidatos al Premio Nobel. Vive exiliado en París. En su libro Violencia e Islam acaba de denunciar sin rodeos a Occidente por favorecer regímenes donde la ley musulmana funciona como una dictadura.

Adonis es el seudónimo de Ali Ahmad Said Esber. Remite al dios que enamoró a Afrodita. Pero este literato no abusa de sus rasgos físicos, sino de la belleza que exhiben sus poemas escritos en árabe. El Corán es el libro que ahora analiza con racionalidad herética. Nació en Al Qassabin, Siria, en 1930. Sus ensayos han contribuido a transformar de manera radical la visión de las culturas árabes, víctimas de una tiranía religiosa que las arrastra hacia una tenebrosa regresión.

El crecimiento desaforado del islamismo (versión belicosa del islam) y su alienación terrorista, produce confusión hasta en los mismos musulmanes. Es obvio que la mayoría de los creyentes desean la convivencia y la paz. Pero el sector agresivo ha tomado la delantera, como sucedió con las minorías que encabezaron el fascismo, el nazismo o el estalinismo. Adonis afirma que, lamentablemente, hay una «violencia intrínseca» en el islam. Ella impulsa la incultura, la misoginia y el oscurantismo. Son acusaciones fuertes que este autor subraya en sus textos y manifiesta en los reportajes.

Descalifica sin vueltas, por ejemplo, la llamada «primavera árabe». No la hubo, sino en el deseo de algunas mentes esclarecidas. Afirma que su fracaso se debió a que no fue impulsada una separación entre la religión y el Estado. Este objetivo fue alcanzado por Occidente, donde tampoco era concebible siglos atrás. La separación no implica prohibir ni descalificar la fe, sino instalarla donde corresponde, es decir en el campo espiritual. Desde ahí contribuye a la armonía, la solidaridad, la reflexión y el diálogo. Pero la realidad informa que aún está lejos de lograrse en los países árabes. Las mezquitas, en vez de insistir en la importancia de la vida, suelen dedicar mucho tiempo a exaltar el martirio y el crimen. No se repite con suficiente fuerza el encabezamiento de cada sura coránica, que dice: «En nombre de Alá, el clemente y misericordioso». Clemencia y misericordia son dejadas de lado para exaltar el Paraíso que espera a los mártires, quienes deben inmolarse asesinando presuntos enemigos. Es un agravio a la mayor proeza de Alá (según los teólogos), que fue la creación de la vida.

Adonis suele citar a quienes trabajan con enorme riesgo para conseguir la separación de la religión y el Estado. Pero son perseguidos en las sociedades con mayoría musulmana. Y son ignorados por Occidente, como el escritor sirio Haythem Manna. Son personalidades laicas que condenan la violencia y denuncian la discriminación de la mujer, entre otros males.

Uno de los temas más delicados que le hacen abordar a Adonis quienes lo visitan se refiere al Corán. Es sabido que en las sociedades musulmanas puede alcanzar una mínima duda sobre ese libro para recibir la sentencia de muerte. Adonis pregunta irónico si algo así ocurre en Occidente cuando se habla de la Biblia. La Biblia es una obra que fue y es objeto de infinitas investigaciones, interpretaciones y comentarios, pero no funciona como el regulador de la vida moderna. Tanto el cristianismo como el judaísmo realizan su lectura con adaptación a los requerimientos de la modernidad. Por eso no perturba, sino que contribuye a la elevación espiritual de los fieles. Si rigiese la severidad musulmana, millones de cristianos y judíos ya deberían haber sido decapitados.

En el ámbito del islam, no son aceptables las preguntas sobre qué es lo esencial en la religión, tampoco sobre qué es la libertad sexual o de pensamiento. Cristo, en cambio, se ha podido tomar como un símbolo de libertad, pero ni siquiera se puede hacer una sola pregunta sobre la historia de Mahoma.

Machaca este poeta que la religión es la única ley que en el fondo rige en las sociedades musulmanas. «Impide la emergencia de una sociedad civil, el florecimiento de la ciencia y de las artes y la ampliación de la libertad». Resulta trágico: el Corán es la fuente fundamental y a menudo única de toda la jurisprudencia política, social, cultural e institucional. En cierta forma, pudiera decirse que Dios mismo «está fuera de la ley». Para colmo, Occidente apoya a los regímenes donde esa anacrónica ley funciona como dictadura.

Asombra Adonis cuando dirige su índice hacia algo poco conocido: el islam permite la formación de imanes autoproclamados, es decir, cualquier fanático puede «ordenar» la matanza de infieles. Cualquier fanático, de cualquier nacionalidad, puede precipitar matanzas. No es necesario tener diploma de clérigo ni revelar profundos conocimientos religiosos.

Este poeta acentuó su denuncia ante el periodista Quiñonero del diario ABC: «Recuerde lo ocurrido en Francia y Bélgica el año pasado -dijo-. Los guetos franceses, belgas y europeos en general, están habitados por una mayoría francesa, belga, alemana, danesa, donde se crían asesinos islamistas. No muchos, pero suficientes para generar una catástrofe. Para colmo, muchos de ellos han concurrido a escuelas públicas. Pero han descubierto el islam a través de Internet, en la cárcel, en los suburbios, en las prédicas de los imanes. Quedaron obnubilados ante la promesa del cielo para quienes mueren matando. Los traficantes de armas entregan bombas y pistolas. Pero el deseo de morir matando proviene del fanatismo religioso.»

El periodista pregunta si la derrota de ISIS pondría fin al terrorismo.

No, responde Adonis. Es una ilusión. Bombardear este o aquel bastión puede matar a mucha gente, pero la cuestión de fondo es más grave. Es posible combatir a una banda terrorista o a una tiranía política. Pero es más arduo doblegar regímenes religiosos, en especial cuando inculcan la negación de la identidad del individuo y abominan de la sociedad civil. Para estos fanáticos el ser humano no vale. Hasta comercian con mujeres, que compran y venden como ganado. No olvidar que, entre otras anacronías del islam, figura la promesa de decenas de jóvenes vírgenes en el Paraíso. Podría ser reinterpretado metafóricamente, pero haría falta una revolución.

Hubo una gran cultura árabe clásica, suele señalar Adonis. Y explica cómo ha crecido al margen de la fe. Ningún autor árabe ha escrito buenos versos, novela, cuentos y teatro, sin haberse corrido un poco del Corán. Los místicos musulmanes fueron grandes herejes. Adonis hunde más profundo su bisturí al señalar que ya no existen maravillosas universidades musulmanas, ni notables centros científicos. No puede escribirse de forma creativa si la legislación comienza por negar el valor de la identidad personal. Poetas como Claudel o novelistas como Bernanos, pudieron ser grandes escritores y grandes creyentes porque el catolicismo no les coartó su libertad. Hubo en el pasado orientalistas occidentales, como Louis Massignon, Henri Corbin o Jacques Berque, que hicieron un gran trabajo de acercamiento, pero en la nueva generación nadie se atreve a trabajar una interpretación del Corán. Actualmente, lo que llamamos orientalismo está ligado a la política.

Un rasgo penoso que dibuja Adonis es la decadencia de la civilización árabe. La conclusión de estas doloridas palabras es que Occidente debe reconsiderar su equivocada equidistancia, condenar sin miedo la prédica del islamismo y apoyar las manifestaciones de progreso que tratan de abrirse paso en medio de las sombras.

 

 

 
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