Richard J. Goldstone
The New York Times
31 de octubre de 2011
La petición de la Autoridad Palestina, para la plena membrecía en la ONU, ha puesto bajo creciente presión a la esperanza de una solución de dos estados. Nunca ha sido mayor la necesidad de reconciliación entre israelíes y palestinos. Así que es importante separar la legítima crítica a Israel de los ataques que tienen como objetivo aislarlo, demonizarlo y deslegitimarlo.
Un bulo particularmente pernicioso y duradero, que vuelve a surgir, es que Israel ejerce políticas «apartheid». En Ciudad del Cabo, a partir del sábado, una organización no gubernamental con sede en Londres, llamada Tribunal Russell sobre Palestina, celebrará una «audiencia» acerca de si Israel es culpable del crimen de apartheid. No es un «tribunal». La «evidencia» provendrá de un solo lado y los miembros del «jurado» son críticos cuyos duros puntos de vista sobre Israel son bien conocidos.
A pesar de que «apartheid» puede tener un significado más amplio, su uso está pensado para evocar la situación en Sudáfrica anterior a 1994. Es una calumnia injusta e inexacta contra Israel, calculada para retrasar las negociaciones de paz, en lugar de hacerlas avanzar.
Conozco perfectamente la crueldad del aberrante sistema de apartheid de Sudáfrica, bajo el cual seres humanos caracterizados como negros no tenían derecho a votar, ocupar un cargo político, usar baños o playas «blancos», casarse con blancos, vivir en áreas sólo para blancos o estar allí sin un «pase». Negros gravemente heridos en accidentes de tráfico eran dejados desangrarse hasta la muerte, si no había una ambulancia «negra» para llevarlos a un hospital «negro». Los hospitales «blancos» tenían prohibido salvar sus vidas.
Al evaluar la acusación que Israel ejerce políticas de apartheid, que son, por definición, principalmente sobre raza u origen étnico, primero es importante distinguir entre las situaciones en Israel, donde los árabes son ciudadanos, y las áreas de la Margen Occidental que se mantienen bajo control israelí, en ausencia de un acuerdo de paz.
En Israel no hay apartheid. Nada allí se acerca a la definición de apartheid dada en el Estatuto de Roma de 1998: «Actos inhumanos… cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de sistemática opresión y dominación de un grupo racial sobre cualquier otro grupo o grupos raciales, y cometidos con la intención de mantener ese régimen». Los árabes israelíes – 20 por ciento de la población de Israel – votan, tienen partidos políticos, representantes en la Knesset y ocupan posiciones de reconocimiento, incluso en la Corte Suprema. Pacientes árabes yacen junto a pacientes judíos en hospitales israelíes, recibiendo idéntico tratamiento.
Sin duda, hay más separación de hecho entre las poblaciones judías y árabes de lo que los israelíes deberían aceptar. En gran parte es elegida por las propias comunidades. Algunos resultan de la discriminación. Pero no es apartheid, que conscientemente consagra la separación como un ideal. En Israel, la igualdad de derechos es la ley, la aspiración y el ideal; a menudo, las desigualdades son exitosamente desafiadas ante los tribunales.
La situación en la Margen Occidental es más compleja. Pero tampoco ahí existe ninguna intención de mantener «un régimen institucionalizado de sistemática opresión y dominación de un grupo racial». Ésta es una distinción fundamental, incluso si Israel actúa ahí opresivamente hacia los palestinos. La impuesta separación racial de Sudáfrica tenía la intención de beneficiar permanentemente a la minoría blanca, en detrimento de otras razas. Por el contrario, Israel ha acordado, conceptualmente, a la existencia de un estado palestino en Gaza y en casi toda la Margen Occidental, y llama a los palestinos a negociar los parámetros.
Pero hasta que no haya una paz de dos estados o, por lo menos, mientras los ciudadanos de Israel permanezcan bajo la amenaza de ataques desde la Margen Occidental y Gaza, Israel considerará que los controles camineros y medidas similares, son necesarias para la propia defensa, aunque los palestinos se sientan oprimidos. Como están las cosas, los ataques de un lado se encuentran con los contraataques del otro. Y los profundos conflictos, demandas y contrademandas, sólo son endurecidas cuando se invoca la ofensiva analogía del «apartheid».
Aquellos que buscan promover el mito del apartheid israelí, a menudo señalan los enfrentamientos entre soldados israelíes fuertemente armados y palestinos que arrojan piedras en la Margen Occidental, o la construcción de lo que ellos llaman un «muro de apartheid» y el trato desigual en las carreteras de la Margen Occidental. A pesar de que tales imágenes pueden aparecer como invitando a una comparación superficial, es poco honrado utilizarlas para distorsionar la realidad. La barrera de seguridad fue construida para detener los implacables ataques terroristas; cuando causó grandes dificultades en algunos lugares, la Supremo Corte israelí ha ordenado al estado, en muchos casos, desviarla para minimizar dificultades injustificadas. Las restricciones de carreteras se vuelven más intrusivas después de ataques violentos y mejoran cuando se reduce la amenaza.
Por supuesto, el pueblo palestino tiene aspiraciones nacionales y derechos humanos que todos deben respetar. Pero aquellos que mezclan las situaciones en Israel y la Margen Occidental y comparan a ambas con la vieja Sudáfrica, le hacen un flaco favor a todos los que esperan justicia y paz.
Las relaciones entre judíos y árabes, en Israel y en la Margen Occidental, no pueden simplificarse en una narrativa de discriminación judía. Existe hostilidad y desconfianza en ambas partes. Israel, único entre las democracias, ha estado en un estado de guerra con muchos de sus vecinos, que se niegan a aceptar su existencia. Incluso algunos árabes israelíes, porque son ciudadanos de Israel, a veces han sido objeto de sospecha por parte de otros árabes, como resultado de esa enemistad de larga data.
El reconocimiento mutuo y la protección de la dignidad humana de todas las personas, es indispensable para poner fin al odio y la ira. La acusación de que Israel es un estado de apartheid es falsa y maliciosa y, en lugar de promoverla, impide la paz y la armonía.
Richard J. Goldstone, ex magistrado del Tribunal Constitucional de Sudáfrica, encabezó la misión de investigación de las Naciones Unidas sobre el conflicto de Gaza de 2008-9.
http://www.nytimes.com/2011/11/01/opinion/israel-and-the-apartheid-slander.html?_r=1&ref=opinion
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Difusión: www.porisrael.org
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